La maestra de francés

Manuel Mesas, de 29 años, como todas las mañanas llevaba a su pequeña Rosa al colegio francés, ubicado en Paitilla, Panamá, donde cursaba el segundo grado y a las dos de la tarde la recogía para traerla a casa.

Su trabajo era de vendedor ejecutivo, así que tenía movilidad laboral para entrar y salir de su oficina e incluso ni siquiera marcaba tarjeta porque sus jefes le dieron ese beneficio porque el tipo sabía bien su trabajo.

Rosa es la única hija de Manuel con Rosa María, una antigua recepcionista de la empresa donde antes laboraba el caballero, se conocieron, tuvieron sus amores, nació la bebita y a los tres años Rosa María dejó a Manuel por un chacal.

El masculino llevó su vida normal, criaba a su hija, con la ayuda de su madre, quien cuidaba la nena mientras él laboraba en la venta de automóviles de una concesionaria alemana.



Durante una actividad sabatina del colegio, Manuel conoció a Lorette Martin, una canadiense, de 25 años, trabajaba como directora del Departamento de francés del plantel, quien vino desde Ciudad Quebec a impartir clases de la lengua gala en Panamá.

En su complicado castellano, Lorette le informó a Manuel que su acudida era la mejor en francés, lo que enorgulleció al padre, pero lo complicó porque no sabía una sola palabra en ese idioma y no la podía ayudar en casa.

Se lo hizo saber a la maestra, sin embargo, la norteamericana le respondió que no importaba, solo que le pusiera música y programas franceses para reforzar, tampoco que no se asustara porque la niña no se enredaría con dos lenguas.

Quedaron bien y se despidieron para posteriormente coincidir en un hotel de playa, Manuel estaba con su madre e hija y la canadiense con un grupo de amigas, alegres, felices y disfrutando en una de las piscinas.

Ella lo reconoció, el masculino no la había visto porque almorzaba con su familia, pero la dama se acercó, los saludó, le habló francés a Rosa y la niña respondió en el mismo idioma.

La pasaron normal, aunque intercambiaron números telefónicos para futuros encuentros, no obstante, Manuel no era un hueso fácil de roer, su mala experiencia con la madre de su hija lo convirtió en un hombre solo dispuesto a “colisión y fuga”.

Pasaron cuatro meses, se acabó el año escolar y empezaron las visitas o encuentros entre el panameño y la canadiense de origen galo, lo que acarrearía complicaciones en el futuro.



Estaba prohibido las relaciones entre empleados del colegio y con los acudientes, lo que significaba que, si los descubrían, Lorette sería despedida de su empleo. Eso tampoco les importó.

Físicamente, la pareja exótica, ella blanca, ojos verdes, delgada, cabello negro, mientras él era de raza negra, alto, jugador de fútbol, ojos negros y se rapaba la cabeza.

Cuando Rosa María se enteró del romance, pegó el grito al cielo porque no le fue bien con el chacal, la metió en un cuchitril y la trataba mal, por lo que pensó en volver con el padre de su hija para ser una reina como en el pasado.

Manuel el dio bola negra a la madre de su hija y la mujer enfurecida, denunció a Lorette en el colegio por violar el reglamento, la llamaron a capítulo, aceptó el romance con el padre de una estudiante y la botaron el mismo día.

Lorette era de armas a tomar, quería darle una trapeada, sin embargo, Manuel le propuso casarse e irse a Quebec los tres. La extranjera aceptó.

En el juzgado de menores, Rosa María se negaba a firmar el permiso de salida de Rosa.

Manuel mostró todas las pruebas de que la dama no aportaba ni un maní para la alimentación y educación de su hija, por lo que la juez ordenó la salida y una pensión por parte de la madre.

Rosa María aceleró su propia desgracia, ahora sin hija, sin marido y a comer soberbia porque eso le sobra.

1 comentario:

  1. Al final quedó bien por ser buen padre. Me gustó mucho esta historia 👏👏

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