Carla y Carlos

Ambos se conocieron cuando estudiaban licenciatura en español, en la Universidad de Panamá, ella era oriunda de Sábana Grande, provincia de Los Santos, mientras que él era nativo de La Palma, Darién, Panamá.

En un principio, ella no lo soportaba porque Carlos porque era muy popular en la Facultad de Humanidades, cantaba baladas, las notas de su voz enamoraban y así logró conquistar a la santeña.

La fémina era muy quisquillosa cuando estaban en el proceso de conocerse hasta que se dieron el primer beso y cayeron en el terremoto del sexo a montón.

El caballero acariciaba el negro cabello largo de su novia, admiraba sus ojos verdes, recorría sus montañas con picos rosados, besaba su blanca piel de pie a cabeza y el intercambio de fluidos era fuerte.

Durante tres días a la semana, se fugaban las primeras horas de clases para irse a la pensión Jamaica, ubicada en la Avenida Cuba, donde llovían los encuentros cuerpo a cuerpo, espalda con pecho y caricias acompañadas de sonidos espectaculares naturales que Carla emitía.



Posteriormente, regresaban a dar clases, el hombre de tez acholado, cabello lacio y ojos negros se sentía feliz y sus compañeros de salón ya sabían el origen de la felicidad de la pareja.

Carla, de 21 años, laboraba en una empresa de ventas de vehículos como recepcionista, era presa de muchos lobos al ataque que ofrecían prebendas, viajes, dinero, propiedades, casamientos y otras yerbas aromáticas.

Carlos, de 23 años, trabajaba como mensajero motorizado en una publicitaria, propietario de una extensa labia para las chicas, sin embargo, le era fiel a su novia, que lo enloquecía  y le daba de comer de la mano.

Se fueron a discotecas, a la playa, ella lo acompañaba cuando su novio tenía pequeños contratos para cantar en fiestas privadas o eventos en centros comerciales los fines de semana.

Un huracán de pasiones, volcanes de sexo, aluvión de besos y tormentas de caricias era la nota característica de los novios.

Carla le presentó a su prima, la única pariente que tenía en la ciudad de Panamá, lo que deducía que el asunto ya iba más allá porque cuando se presenta a la familia es porque la relación va en serio.



Todo iba viento en popa hasta que vinieron las vacaciones del primer semestre y la dama desapareció, no llamó, lo que dejó entristecido a Carlos.

Se preguntaba qué hizo, pero cuando volvieron las clases del segundo semestre, Carlos se la encontró en la cafetería de Humanidades, le pasó al lado y ni siquiera la determinó.

Luego ella se disculpó con vagas excusas no creíbles y el hombre la perdonó, aunque ya el daño y la duda fueron sembrados.

Siguieron con sus vidas de tórtolos, pasaron juntas las festividades de noviembre, Navidad,  Año Nuevo y el semestre terminado.

En febrero, ella lo citó al anfiteatro de la Universidad donde le informó que él era un buen hombre, no obstante, la relación debía acabarse, no explicó ni tampoco sustentó su decisión.

Carla dio la media vuelta y se marchó con el clásico adiós, colocando el punto final  a una aventura amorosa que duró  nueve meses.

Dejó a un hombre destrozado, con el corazón partido en mil fragmentos y un mujeriego en potencia que pasaría factura en el futuro a las damas que se encontrara en su camino.

 

 

 

 

 

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