El taxista seductor

 

Gustavo Quintero, es un taxista de 26 años, residente en Villa Lorena, corregimiento de Río Abajo, Panamá, unido con la veragüense Irma Tamayo, de 23 abriles, tienen una hija en común llamada Noris.

El caballero se despertaba a las cuatro de la madrugada, su mujer le prepara el desayuno para que fuese a laborar con energías, ella posteriormente dormía unas dos horas, levantaba a su pequeña, la bañaba y la alimentaba

Luego la dama se aseaba y al final llevaba a la niña a una guardería para recogerla a las seis de la tarde cuando salía del almacén.

Todo iba aparentemente bien, como todas parejas con altas y bajas, sin embargo, Tavo era un “unicornio” porque cuando recogía a una mujer sola y esta le platicaba, el taxista aprovechaba para tirarle toda la caballería.



Negras, blancas, cholitas, chinitas, rubias o cualquiera representante del sexo femenino con dos senos, era blanco del ataque por parte del trabajador del volante.

Por los corrillos del almacén, donde laboraba Irma, se escuchaba que el marido de la veragüense tuvo un romance con una de las compañeras, lo que dejó a la fémina avispada y al pie del cañón.

Luego de dos meses, hubo reclamos, Tavo lo negó y respondió que solamente la recogió un domingo en la mañana para llevarla a la iglesia, aunque su mujer no le creyó ni una sola palabra.

Tavo no consumía licor, ni fumaba, su único y peor vicio era ir detrás de las faldas, algo fatal para los hombres con compromisos.

Entre carrera y carrera, conoció a Desirée Capote, una venezolana, con 31 años, pocotona, alta, nalgona, pechos de misil tierra-aire, blanca como los copos de nieve y sonrisa que embruja.

La mujer era camarera en uno de los restaurantes de comida rápida en Los Pueblos, Juan Díaz, muy cerca de la tienda donde trabaja Irma.

Para Tavo, acholado, piel canela y delgado, Desirée era el trofeo de caza más grande que podía obtener hasta ese momento.

Para muchos es conocido que algunas chamas, no todas, vienen a “sumar” a Panamá, dejan a sus maridos en su país, tienen en el istmo marchante local, lo sangran y en el momento menos pensado se van.



Un domingo, Irma vio a su marido y a Desirée dándose el respectivo beso de despedida y le preparó una trampa.

El muy habilidoso taxista desbloqueaba su celular con su pulgar derecho, esa noche, Irma insistió en tomar vino, lo enfuegó y grabó con una masilla la huella, abrió el teléfono y vio los mensajes entre la extranjera y su quita frío.

Irma no reclamó, no obstante, sabía que la pasaban por la parrilla y decidió vengarse.

Logró clonar el teléfono de su marido, lo que le permitió acceso a todas sus comunicaciones, mientras que en el almacén había un trabajador manual conocido como “Capulina”, loco y eterno enamorado de Irma.

“Capulina” era de baja estatura, de 23 años, cabello negro y acholado, un migrante ecuatoriano llegado hace cuatro años al istmo, quien no creía que Irma lo miraba con otros ojos, ya que anteriormente de a milagros le daba los buenos días.

Herida en su orgullo de mujer, Irma sabía que ese sábado, a las 8 de la noche, su marido se encontraría con Desirée para irse a La Birra, de Juan Díaz, así que se armó de valor y se llevó a “Capulina” para el mismo lugar.

De forma increíble, llevaban dos horas los cuatro, pero no se veían porque lo abarrotado que estaba en local de baile y licor.

Como a las once de la noche, Irma vio a Tavo bailar con la chama, así que sacó a su pareja y se colocó justamente al lado de su marido, quien quedó más blanco que un papel al verla acompañada.

Irma abrazó a “Capulina”, luego lo besó, el hombre le siguió la corriente, intervino Tavo para separarlos, sin embargo, el trabajador manual pensó que irrespetaban a su pareja, le zampó un derechazo en la cara que lo dejó en la pista de baile.

Se formó el lío, Irma se llevó a su nuevo macho, detrás iba Tavo, cuando Desirée le preguntó quién era, el masculino respondió que su mujer, algo que no agradó a la sudamericana, le metió una gaznatada y abandonó el lugar.

Esa noche Tavo durmió en un hotel, cuando llegó al día siguiente, su ropa estaba afuera, Irma cambió la cerradura y le advirtió que no jodiera o llamaría a la policía.

El conquistador quedó sin su mujer, ni su pocotona chama, pero “Capulina” logró poco a poco demostrarle a Irma que la amaba y al final se casaron.


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