Enamorada de un loco

Encerrado en una habitación del Instituto Nacional de Salud Mental, con una camisa de fuerza, las paredes acolchonadas para evitar que atentara con su vida y un futuro incierto tenía Miguel Jaramillo, un científico y ex docente universitario.

A sus 35 años, le diagnosticaron trastornos psicóticos, producto posiblemente de los genes de sus familiares, demonio que estuvo oculto durante su infancia, adolescencia y parte de su vida adulta.

Mary Arjona, era la enfermera que lo cuidaba, no entendía cómo un hombre de esa edad, alto, blanco, ojos oscuros, cabello, sal y pimienta, quedó con ese aspecto cadavérico.

En ocasiones platicaba con el matemático, lo paseaba en una silla de ruedas por todo el instituto para que tomara aire fresco y algo de sol, lo que era parte de su recuperación.



Todo inició cuando Miguel buscaba una fórmula para viajar a través del tiempo, basado en la teoría de Einstein de que se puede hacer siempre y cuando se mueva el tiempo y el espacio.

Una tarea bastante engorrosa, principalmente en Panamá, donde no creen mucho en los científicos o teorías extrañas y cualquier invento es cosa de dementes.

Miguel se encerraba en una habitación, con un gigantesco pizarrón blanco y con cientos de números y fórmulas escritas con piloto, nunca se casó, no tuvo hijos, alguna que otra mujer que le robó la calma, pero más nada.

Sin embargo, eligió a los números como sus eternos acompañantes, amanecía trabajando los fines de semana encontrando una posible salida a su teoría hasta que empezó a ver figuras.

Se imaginaba en una nave atravesando las estrellas, viendo distintas épocas, guerras, diferentes prendas de vestir desde sombreros de hongos, las ropas romanas, la esquimal y migraciones por el estrecho de Bering.

En sus clases de cálculo daba ejemplos a sus estudiantes de que logró ver el diluvio, desde el cielo admiró cuando Pompeya desapareció por el Vesubio y contó miraba la gente asustada mientras huía de las piedras.

Aunque sorprendía algunos, sus colegas profesores, los administrativos y estudiantes concluyeron de que el profesor Miguel ya estaba tostado de la cabeza por sus pensamientos.



Le hicieron llamado de atención, no obstante, la tapa del coco fue una máquina que inventó que no funcionó bien, expulsó la hélice de un ventilador de techo hacia la calle, rompió el parabrisas de un automóvil en marcha, cerca de su vivienda en Juan Díaz, Panamá y casi mata a la conductora.

Tras ese incidente, sus hermanos y padres, decidieron internarlo en el hospital bajo el argumento de locura temporal, aunque en el sanatorio le diagnosticaron trastornos psicóticos porque perdió el contacto con la realidad.

Su única esperanza era Mary, la chica recién graduada, de 23 años, enamorada del erudito, confiada en la recuperación del caballero, mediante las medicinas, el tratamiento psiquiátrico y abundante amor.

Pasaron dos años, poco a poco, gota a gota, y palabra, las visiones de Miguel desaparecieron, mientras que, bajo un leve tratamiento de seguimiento, fue dado de alta del instituto.

El caballero logró vencer su mal, ahora trabaja como profesor en una universidad privada en La Chorrera y su esposa, Mary, en un hospital en ese distrito de Panamá.

Miguel no logró viajar en el tiempo, pero si obtuvo una preciosa parejita con su mujer, la enfermera, cabello castaño claro, blanca y ojos avellana   que le ofreció mucho más que terapia profesional.

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