La catira de La Pimienta

A Rudy y Hugo, dos ingenieros civiles, los invitaron a un congreso internacional de infraestructura, en Caracas, Venezuela, en junio de 2007, lo que aumentaría su experiencia en el campo y compartirían técnicas laborales.

Para ahorrar dinero, pernoctaron en un hotel de ciudad Salitre, Bogotá, ya que el pasaje directo desde Panamá a Caracas, la aerolínea panameña cobrara mil dólares, así que aprovecharon para darse una vueltecita por la capital colombiana.

Al llegar a Venezuela, se hospedaron en el hotel Gran Meliá Caracas, lujoso y para reyes, tanto que no había costos por llamadas internacionales.

Un lugar en el mismo centro de la capital, a pocos pasos del centro comercial El Recreo, donde podían andar, comprar, comer y hacer muchas cosas.



El primer día del congreso fue fabuloso porque hicieron contactos para posibles negocios y vieron nuevas formas de edificación en casas y apartamentos.

Terminado el evento el día uno, descansaron y ambos recorrieron el centro comercial, dieron vueltas, compraron ropa, aprovechando que cambiaron bolívares por dólar en el mercado negro a 6 mil “bolos” cuando la tasa fija era de dos mil bolívares por dólar.

Durante el paseo, a Rudy le llamó la atención el nombre de una discoteca llamada La Pimienta, se la mostró a Hugo, sonrieron y decidieron ingresar.

El antro lleno en su totalidad, con música de merengue, trance y salsa como en cualquier ciudad de América.

Los canaleros disfrutaron su ventaja de tener más bolívares, compraron una botella de güisqui, y siguió la rumba hasta que vieron una danza muy peculiar.

Un ritmo de tambores, de origen africano, en el cual debes mover la cintura y los pies muy rápido, dar vueltas, girar y girar, lo que le llaman el baile del tambor.

Rudy fijó su vista en una dama blanca, cabello rubio o catira, ojos verdes, alta y delgada, quien impresionaba porque dominaba la danza a la perfección.


El panameño, de 25 años, era alto, piel canela, cabello negro, ojos pardos y se afeitaba la cabeza, soltero y sin hijos.



Como había un círculo para animar a quienes bailaban, Rudy se fue hasta allá para aplaudir hasta que la rubia lo sacó a danzar.

No era muy experto en ese aspecto, pero intentó defenderse y lo aplaudieron, se retiró y posteriormente se encontró a la mujer, identificada como Roberta Machado, oriunda de la ciudad Mérida, estado del mismo nombre.

Entretanto, Hugo, de 51 años, era homosexual, así que no le interesaban las mujeres, pero estaba dispuesto a aconsejar a su amigo.

Terminaron la rumba, se retiraron porque había que asistir al congreso y fueron a dormir.

Durante los tres días que demoró el congreso, Rudy llegaba engomado al evento porque se iba en las noches a La Pimienta para verse con la catira.

El caballero enloquecido hasta que el último día antes de partir, entró a la discoteca donde vio a la mujer con un hombre de raza negra, alto, musculoso, y decidió marcharse.

Se imaginó que era la pareja, no quiso problemas, al regresar llamó a la habitación de Hugo, pero no respondió y al final Rudy se durmió.

De vuelta a Panamá, en el avión, Hugo le comentó que la pasó bien en La Pimienta, la última noche en Caracas, le preguntó a Rudy el motivo de su ausencia, sin embargo, el segundo respondió que su rubia estaba con un hombre de raza negra.

Hugo soltó la carcajada, le mostró en su celular una fotografía los tres: Hugo, la rubia y el masculino, quien también era homosexual y amigo de Roberta.

-¡Mierda, perdí por bruto!-, exclamó Rudy cabreado.

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