La policía peinaba toda la ciudad de Panamá en busca de Lucrecia Singh, de 21 años, estudiante de la carrera de diseño gráfico, de la Universidad de Panamá (UP), quien fue llevada a la fuerza por tres hombres que viajaban en dos vehículos, cuando salía de la Facultad de Arquitectura.
Su padre Narenda Singh, un panameño de origen Indostán
,y su madre, la tableña Lucrecia Mendoza, estaban aterrados, ya que se decía
que era secuestro, sin embargo, los delincuentes, pasadas dos horas, no pedían
rescate.
La estudiante, de estatura mediana, de piel canela
como su padre, ojos verdes y cabello negro, tenía amores con Rogers Taylor
Markov, un cantante y bajista de música rock, hijo de un migrante de Barbados y una rusa,
quienes se establecieron en Edimburgo, Escocia.
Lucrecia y Rogers se conocieron en un hotel de playa
de Antón, ambos estaban con un grupo de amigos y llegó el flechazo en una de
las piscinas.
A ella le encantó el hombre mestizo, blanco, de
cabello rubio, con forma de rulos y ojos miel, mientras que a él le encantó la
mezcla de piel canela con ojos verdes. Una pareja exótica.
El ciudadano británico, de 35 años, le contó a la
policía que su suegro no gustaba de él y que en varias ocasiones lo amenazó
para que dejara a su hija porque ella se casaría con un indostano.
Llevaba tres meses de novio con la istmeña y planeaba
irse a Edimburgo, donde desarrollaba su carrera de bajista del grupo “Sin”
(pecado en inglés), pero con el delito los planes se destruyeron, por el
momento.
Mientras que, en un cuarto, dos hombres desconocidos
tenían a la señorita, amarrada en una silla, con esparadrapo en la boca para
evitar que gritara, cada 10 minutos uno de los secuestradores ingresaba a la
habitación para ver que estuviese bien.
Una pieza pintada de blanco, pequeña, sin guardarropa,
ventanas sencillas con su tela metálica, lo que se deducía que el apartamento
era de estrato popular, aunque Lucrecia no tenía la menor idea donde estaba.
Las autoridades, con la información de Rogers,
sospecharon de inmediato que había gato encerrado en ese caso porque transcurrieron
10 horas y nadie se comunicaba con la familia de la víctima para pedir dinero.
Todo investigador sabe que las primeras 48 horas con
cruciales en casos de homicidio y secuestro, así que solicitaron intervenir el
teléfono de la vivienda de los Singh, además de los móviles del padre y el
novio de la universitaria.
La autora de los días de Lucrecia no dejaba dormir a
su marido con llantos, gritos, estrés y el caballero se mantenía firme en que
su hija aparecería, no obstante, sus glándulas lacrimales estaban secas.
La intervención de los teléfonos fue de vital
importancia, debido a que grabaron la plática entre Narenda y un desconocido
hombre, a quien el primero le decía que no la soltara hasta que el británico se
marchara.
La policía detuvo al padre y cantó que no hizo nada
malo, sino proteger a su hija de un mestizo aventurero sin futuro, también
confesó que la jovencita estaba en el edificio 18, apartamento 1 de Villa
Lorena, Río Abajo.
Con la información, hombres uniformados, con armas de
grueso calibre, tumbaron la puerta del apartamento, los dos sujetos se
rindieron y rescataron a Lucrecia sana y salva, aunque con la cara hinchada de
llorar y angustiada.
-Bienvenida a la libertad señorita-, le dijo un policía
cuando la desataban.
La noticia salió en todos los periódicos que contaban
la historia de un padre que ordenó privar de libertad a su hija para evitar que se
casara y marchara del país.
Eso no ocurrió, Narenda fue detenido con sus
cómplices, Lucrecia se matrimonió con Rogers y se marchó a Edimburgo, Reino Unido.
Cuando iban en el avión, Rogers le dijo a su esposa que intentara perdonar a su padre, a lo que ella le respondió que necesitaría tiempo
para curar una herida tan grande.
Los Singh terminaron divorciados.