La sala de la vivienda contaba con dos sofás pequeños,
color azul, una mesita con una radio, un televisor de pared, algunos cuadros
baratos, llenos de telaraña, polvos y una esquinera con botellas de ron.
Azael Robinson, residía solo en una casa de tres
recámaras, en la casa, 95, de la calle 7-1/2, en El Tecal, Vacamonte, distrito
de Arraiján, Panamá, jubilado, de 62 años, donde atendía personas pudientes
para hacerle pociones y atraer suerte.
Mujeres víctimas de infidelidad, en busca de venganza
o de hacer daño a sus parejas quemonas, hombres con deseos de conquistar damas
o espantarlas, atraer más dinero o mejor suerte, era la mayoría de los trabajos
que hacía el hechicero de El Tecal.
El caballero nunca comía alimentos en la calle por
temor a ser envenenado por algún cliente cuyo trabajo no dio el resultado
esperado, bebía bastante ron y no atendía los fines de semana.
Aunque sus vecinos sospechaban de su modus vivendi, no tenían
evidencia porque la casa estaba cerrada con un inmenso muro, con espacio para
estacionar dos carros, por lo que sus clientes entraban, cerraba el portón y
solamente atendía con cita.
El ojo derecho pardo, el izquierdo estaba medio poblado por glaucoma, no
había cura, pero los médicos le detuvieron el avance, cojeaba del pie derecho,
supuestamente por una maldición que le regresó al intentar conquistar una dama durante
su juventud.
-Ven, a mí, que tus cabellos toquen mi pecho y cuando
eso ocurra, por siempre estarás en mi lecho-, fue el hechizo fallido que le
arrojó a la mujer cuando tenía 25 años, sin embargo, no prosperó y desarrolló
una deficiencia en la mencionada pierna.
Utilizaba bastón para andar, con barba y cabello invadido por la nieve, contrastaba con su piel canela y figura casi raquítica.
Lo cierto era que usaba su astucia para mover objetos
como bloques, ollas, alimentos, animales domésticos, con solo mirar un perro,
el can huía, encendía el fuego en la estufa con su varita y no necesitaba gas
butano para cocinar.
Era un maestro de la teletransportación, iba al supermercado y de pronto desaparecía con la carretilla llena de alimentos para aparecer en una puerta secreta de la habitación donde atendía a sus clientes.
Azael, casi nunca salía de día, pero cuando el sol
dormía, abría el portón, se sentaba afuera de su propiedad a fumar tabaco con
olor a canela, jazmín y lavanda.
El precio por poseer poderes era la soltería, ni
hijos, aunque tuvo varios amores efímeros que huían porque la propia naturaleza
del hechicero lo provocaba.
Alguien le seguía los pasos, otro hechicero joven,
identificado como Alberto Tigre, quien preparó una trampa para atraparlo en el supermercado.
Cuando se fue al comercio, Alberto, ingresó a la
vivienda de Azael, entró a la habitación-guarida, vio el marco de la puerta
secreta y sostuvo una lanza con la punta hacia adentro.
Alberto quería ser el rey de la zona y debía acabar
con Azael.
El anciano hizo su acostumbrado recorrido, luego sacó
un polvo mágico, lo arrojó frente a él, pero el carro con alimentos no podía pasar,
así que intentó solo y la lanza atravesó
su pecho.
Un chorro de sangre se disparó del cuerpo del anciano,
pero los clientes no veían la lanza, sino al viejo mientras se quejaba del dolor y sostenía algo en su pecho.
-No lloro en mi lecho de muerte. Me acompañará quien
pensó que con irme tendría mejor suerte y ocuparía mi lugar. Joven Alberto,
usted también en una tumba habrá de estar-, resaltó Azael Robinson y falleció
frente a la mirada de los sorprendidos clientes del supermercado.
Posteriormente, la lanza se zafó de las manos del asesino, se volteó y mató a Alberto.
Por ironías de la vida, fueron sepultados uno al lado
del otro, en el cementerio municipal de Vista Alegre.
Increíble que se den este tipo de prácticas. Pero al final no se pueden salvar ni ellos mismos.
ResponderBorrar