Bernardo, de 24 años y Berta, de 23 años, era un matrimonio joven que asistía
a misa todos los domingos a las 7:00 a.m. para escuchar el sermón del cura
Andrés y tomar el sacramento de la Eucaristía e intentar cambiar sus vidas.
Los chicos se conocieron tres años antes en una actividad
de la iglesia Perpetuo Socorro de Betania, sus padres eran católicos,
ultraconservadores, romanos y apostólicos, intolerantes y regidos por la ley de
Dios en todos los sentidos.
Ambos estudiaban en la Universidad Santa María La
Antigua, leyes, él obtuvo su bachillerato en el Colegio Javier y ella en María
Inmaculada, lo que evidenciaba que la religión era una parte esencial en sus faenas.
De novios, salían al cine, a comer u otra actividad
diurna, los padres de ella, no la dejaban asistir a discotecas, ni fiestas
nocturnas, mientras que Bernardo, cuando podía la besaba en momentos que miraba
los ojos pardos de la dama y acariciaba sus blancas piernas.
Los dos laboraban como pasantes en distintas firmas de
abogados y antes de casarse, como es normal, cada loro en su estaca, sin
embargo, querían llegar al momento culminante entre las sábanas y no podían.
Decidieron unirse legalmente, algo que no aprobaron
los padres de ella, pero al final se salieron con la suya porque ya eran
mayores.
Bernardo estaba feliz porque los días de besos y
caricias con ropas que le dejaban sus interiores manchados quedaron atrás y
ella creyó que su esposo le ayudaría a curar un mal secreto que padecía.
Se fueron de luna de miel a Boquete, Chiriquí, en las
tierras altas de Panamá, y fue cuando estalló la bomba.
La noche de bodas, él escaló entre las cimas de sus
rosadas montañas, sus papilas gustativas se deslizaron en la nevada espalda de
su esposa, gozaba sus negros cabellos, hubo un intercambio de fluidos abundante
y sus cuerpos disfrutaron hasta el mínimo segundo.
Al llegar el momento de la felación, la dama competía
con Mía Khalifa, tenía destreza con sus dedos y lengua, por lo que el volcán de
su esposo a los tres minutos hizo erupción.
Tomaron un descanso y siguieron hasta que la estrenada
esposa pedía más y más.
Era una ninfómana, era su secreto y pensó que su
pareja le ayudaría a resolver el problema, no obstante, Bernardo no estudiaba
medicina, sino Derecho.
Berta nunca le contó al hoy marido su inquietud que le
afectaba, en las noches se masturbaba, no se atrevía a confesar su mal y como
católica se mantuvo pura para su esposo.
Como Bernardo no probó la miel antes de ir al juzgado
desconocía el tema, su piel canela se tornaba blanca y sus oscuros ojos
brillaban más de terror al ingresar al apartamento y su mujer lo esperaba con
negligés de distintos colores.
Atrás quedó la religión y todos los sermones, porque
la dama siempre quería más y más sexo que no distingue credo ni raza, así que
los ejercicios diarios de la pareja tenían al caballero como un palillo de
dientes.
Sin embargo, como la mujer solamente deseaba
arrastrarse entre las sábanas, anduvo con dos compañeros del salón y posteriormente
con un abogado de la firma donde trabajaba.
El entristecido esposo se enteró de que era un venado,
lloró, se pegó varias jumas y decidió conversar con su esposa para terminar el
matrimonio. Afortunadamente, no se casaron por la iglesia.
Berta gritó, lloró y pataleó, le respondió que lo amaba, su ninfomanía
era incontrolable y le pidió una última oportunidad.
Bernardo aceptó con la condición de buscar ayuda
profesional, fueron al médico, quien le recetó antidepresivos a la mujer,
psicoterapia y un grupo de autoayuda.
Los excesivos regaños de sus ultraconservadores
padres, insultos, la imposición de la religión sobre todas las cosas, el no dejar que viviera
una niñez, una adolescencia normal y una estrictica crianza, la arrastraron a
una baja autoestima que compensaba con un apetito sexual incontrolable.
Con ayuda profesional Berta, controló su situación y
el matrimonio salió a flote, algo que jamás podría hacer la religión que le
impusieron desde su infancia.
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