El matrimonio de narcos

La policía peinaba varias urbanizaciones, mientras que los funcionarios de instrucción buscaban pistas para encontrar a los esposos Rubén y Paola de Barcelona, desaparecidos 24 horas antes, en su residencia en Chanis, corregimiento de Parque Lefevre, en la periferia de la ciudad de Panamá.

Ambos eran blanco de una investigación de la Fiscalía Primera de Drogas, ya que presuntamente andaban en negocios turbios, su tren de vida aumentó de la noche a la mañana, así como sus cuentas bancarias.

Los fiscales husmeaban que, de pronto, dos contadores públicos autorizados, tenían terrenos, propiedades, un lujoso yate, un palacete en la playa Gorgona, además de numerosos viajes a paraísos en el Caribe y Europa.

Nunca a Estados Unidos por temor a ser detenidos y pasar por la penuria de los famosos narcotraficantes colombianos sentenciados a largas penas de prisión en las celdas del tío Sam.



Un informante le comentó a la Policía Técnica Judicial (PTJ), que unos colombianos estaban molestos porque se perdieron 30 quilos de cocaína y todo apuntaba a que los Barcelona hicieron en “tumbe”.

Las autoridades sabían de antemano que, si los sudamericanos atraparon a la pareja, irían directamente a la morgue judicial porque no perdonan, aunque les confiesen dónde escondieron la mercancía ilícita.

Esa cantidad de droga, tomando en cuenta que en Panamá el quilo cuesta 5 mil dólares, sumaba 150 mil; si lograban venderlo a otros contactos, la suma elevaría su valor y más al ingresar a territorio estadounidense.

Los consumidores norteamericanos pagan aproximadamente 50 dólares por una bolsita pequeña de cocaína, que no es pura y se sospecha que, en Nueva York, el quilo cuesta un máximo de 35 mil dólares, sin embargo, asimismo son las extensas condenas por narcotráfico.

El negocio es redondo, así que algunos viven el momento de emperadores hasta que son pescados, asesinados o huyen como conejos asustados como el matrimonio de los Barcelona.

Mientras que ya pasaron diez días de la desaparición de los escurridizos esposos, hasta que un vecino, residente en una barriada de clase media alta, en Betania, llamó a la policía para informar que en la vivienda del al lado olía mal.

Cintas amarillas de no pasar, los agentes y peritos se topan con olor a muerte, cuerpos repletos de moscas y gusanos que se dan banquete con la carne podrida.

La primera escena es de terror, entre las mejillas de ambos, palillos usados para colocar carne que estaban atravesados. Significa que fueron torturados para que “cantaran”.



Las manos atadas, el cuerpo de la dama mostraba sus pezones cortados y al caballero su pene cercenado. Numerosos golpes en su tórax y plantas de los pies, posiblemente hechas con un bate de béisbol o un objeto contundente.

Un sufrimiento fatal, los narcotraficantes no tienen respeto por la vida y el cuerpo de ninguno de sus enemigos o quienes intenten pasarse de listos con ellos.

Para la mafia italiana, la familia se respetaba, pero los colombianos no conocen eso, si no aparece quien se llevó la mercancía o no cumplió la orden, paga la esposa, novia, hijos, hermanos, querida o moza.

La petejota encuentra las carteras de ambos, la de ella tiene 200 dólares en efectivo y documentos, la del esposo 500 dólares y sus papeles.

700 dólares es una suma de dinero que no les interesa a los traquetos de alcurnia porque es para pagar el desayuno. Buscan el plato fuerte.

Se conoce la noticia, Panamá se estremece, los Barcelona se voltearon la cocaína, fueron torturados y asesinados a golpes, no obstante, se desconoce si confesaron dónde escondieron la “nieve”.

Una estadística más de casos de violencia relacionada con estupefacientes, pero algunos no aprenden la lección porque narco detenido o muerto, siempre tiene un ambicioso sucesor, aunque sepa que al entrar a ese mundo sus serán días contados.

Los asesinos de los Barcelona nunca fueron atrapados.

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