Cada vez que terminaba el sorteo dominical de la lotería en Panamá, Aníbal Escalona, tomaba los chances y billetes que su mamá dejaba cerca de la caja del negocio, corría hacia afuera de la fonda y los quemaba.
Aníbal Escalona, era el único hijo varón de Manuel
Escalona y Afrodita Pérez, santeños, pero también tenía otras dos hermanas del
matrimonio, que eran María Lucía y María Sofía.
El pequeño restaurante estaba ubicado cerca del
Mercadito de Calidonia, una zona popular de la capital panameña, donde comían
conductores, transeúntes y las personas que se desplazaban del oeste de la
provincia de Panamá para trabajar en la urbe.
Como muchos santeños, Aníbal Escalona, era blanco, de
cabello crespo, castaño claro, ojos miel y con pecas en la cara.
Los vecinos y la gavilla de Calidonia lo llamaban “Caga
leche” por la pigmentación de su piel, principalmente cuando iba a San Miguel a
jugar “la lata” con sus amiguitos de tez oscura.
Su papá conducía un autobús de La Chorrera-Panamá y
residían en la urbanización San Antonio, todo un ghetto en su máxima expresión,
lleno de maleantes, fumadores de marihuana, zorras, pero también de gente que
luchaba por superarse.
Afrodita ya le había advertido a “Caga leche” que no
quemara los billetes ni los chances porque un día haría una trastada y le metería
tres correazos como castigo por desobediente.
Durante el verano, las dos niñas y el niño ayudaban en
la fonda, lavando platos, barriendo, limpiaban las mesas y haciendo mandados, pero
el muchacho seguía con su práctica al terminar los sorteos.
María Lucía Tenía 14 años, María Sofía 12 y “Caga
leche” diez años. Era el pequeño y más travieso de la familia.
Era marzo de 1977, empezó la transmisión por radio y
televisión, de la Lotería Nacional de Beneficencia, desde el parque de Santa Ana,
mientras en la zona se acercaban personas que buscaban la suerte en directo.
Cantaron los cuatro números del primer premio, luego
los del segundo y por último del tercero.
En el primero jugó 1367, en el segundo 7845 y el
último 0823, la mamá de “Caga leche” no hizo gesto ni de ganar ni de perder,
así que su descendiente tomó los chances y se fue afuera del negocio sin que su
madre se diera cuenta.
Sin saberlo tomó quince pedazos del chance 67, lo que
representaba 165 dólares, un dineral en ese tiempo y los quemó.
Cuando Afrodita descubrió la cagada de su hijo, corrió
hacia donde estaba el niño y vio como el fuego destruía los chances.
Para esa época un pedacito de chance (solo dos
números) pagaba 11 dólares en el primer premio, tres dólares en el segundo y
dos en el tercero.
Al llegar a San Antonio, después de llorar en su
negocio, la molesta madre, tomó el cinturón de su marido, se fue donde estaba
su hijo y le metió tres correazos como lo prometió.
El chico, con lágrimas en sus ojos, dijo que no lo
haría más y cumplió.
Por ironías de la vida, Aníbal Escalona, se graduó de
economía en la Universidad de Panamá y 30 años después de la rejera, el
caballero llegó a ser director de la Lotería. ¿Quién lo habría pensado?