En una vivienda hecha de ladrillos de barro artesanal, vivía Francisco Paniagua, con su padre del mismo nombre y zapatero de oficio.
El joven, de 19 años, cursaba el primer año de
medicina en la Universidad de San Marcos de Lima, Perú, en momentos que el país
atravesaba una seria crisis de seguridad por los ataques y atentados del grupo
maoísta Sendero Luminoso.
Estaba cansado de dormir, estudiar y comer en la pobreza
extrema, pero su papá trabajaba como burro para que su descendiente se diplomara
como médico y se quitara esas ideas de la cabeza de unirse a los
revolucionarios.
Una economía destrozada, mínima inversión local y
extranjera, una divisa devaluada y gobiernos incapaces de solucionar los
problemas sociales, educativos, además de neutralizar al grupo extremista, era
la nota característica del Perú.
La pobreza-le aconsejaba su padre- se combate con preparación,
estudio y trabajo, no con armas porque los gobernantes de ambos extremos
terminan en lo mismo o robando al pueblo.
-Hijo, la corrupción es ambidiestra. No creas en la
derecha extrema y mucho menos en la izquierda extrema-, le decía.
Entretanto, en el salón había una muchacha, Alejandra
Garrido, blanca, de ojos verdes, de baja estatura y cabello lacio negro, físicamente
conocida en Perú como “gringa” (persona caucásica incluso del mismo Perú).
La dama era de clase media alta, hija de un abogado y la
dueña de un consultorio médico privado.
Alejandra Garrido era rebelde sin causa, y por
llevarle la contraria a sus padres, entró al senderismo como célula para
reclutar personas.
Desde que Sendero Luminoso hizo su primer ataque el 17
de mayo de 1980, los centros educativos superiores públicos se iban
transformando, poco a poco, en verdaderos núcleos de reclutamiento guerrillero.
Mientras que Francisco Paniagua, de baja estatura, “acholado” y delgado, hizo una amistad excelente con Alejandra Garrido, a quienes sus compañeros de clases la llamaban “pituca” (de clase alta).
Tres meses después de conocerse, los jóvenes no se
presentaron un lunes a clases, pero nadie le tomó importancia hasta que
Francisco Paniagua padre fue a la policía a averiguar por su hijo y
posteriormente a la Facultad.
Cuatro semanas sin su rastro, pegaron carteles en el
barrio y en la universidad hasta que un compañero de clases le informó al padre que su
hijo se juntó con una pituca y lo más probable es que se metieron a la
guerrilla.
El afligido padre lloró, odió a Abimael Guzmán,
conocido por sus seguidores como “Presidente Gonzalo”, el responsable directo
de muerte y destrucción en el Perú.
Solamente podía rezar para que su hijo desertara y
regresara con vida.
Sin embargo, un día la televisión informó que el
ejército abortó una operación insurgente en una estación de policía en Lima,
donde un grupo de guerrilleros intentaron robar armas.
Francisco Paniagua padre observaba las imágenes de los
insurgentes muertos a tiros, entre ellos su hijo, vestido de verde, con una
pañoleta con la bandera de Perú en el cuello y el signo de SL. A su lado estaba una joven de
tez blanca.
Seis meses después del triste hecho, Abimael Guzmán
fue hecho prisionero, lo que dejó a sus seguidores sin revolución y a muchos
padres sin hijos, como al humilde zapatero Francisco Paniagua.
Lamentablemente la juventud quiere buscar el camino que consideran más fácil, sin pensar en las consecuencias reales. Triste 😥
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