Javier Socarras, era un cubano residente en Vista Alegre, Arraiján y tenía un negocio de esotería en la carretera Interamericana, frente a una calle que dobla hacia el Casco Viejo de ese corregimiento.
Alto, cabello castaño oscuro, ojos verdes, delgado y
de hablado rápido, timaba a sus clientes, principalmente mujeres, con hechizos,
trabajos de limpieza, lectura de runas y cartas.
Sin embargo, todo era una estafa porque no tenía
conocimiento alguno de la brujería, a pesar de que en la isla caribeña existen
miles de sacerdotes o padrinos de religiones de origen africano.
Al caballero, de 45 años, le iba bien, tenía una casa
alquilada en Altos de Vacamonte, un vehículo de doble tracción, su esposa
cubana, dos hijos y una querida panameña, identificada como Patricia del Carmen
Araúz.
Nada hacía gratis, aunque le rogaran, clientes que
lloraban por infidelidad, amarres para que la pareja no la dejara, baños para
ganar la lotería, labores con muñecos y tierra negra.
Patricia del Carmen, una mulata de 21 años, “pocotona”
(voluptuosa), de cabello alisado, mirada de tigresa y pechos enormes, lo
presionaba para que el caribeño dejara a su mujer y se cambiara a su casa para
construir un castillo de amor.
El hombre la esquivaba con excusas de que recién trajo
a su esposa de Cienfuegos, por lo que era imposible abandonarla en esos
momentos, que ella debía estabilizarse con un trabajo y sus hijos aún no tenían
permiso laboral en Panamá.
Uno de esos días, llegó al negocio del falso brujo, un
caballero identificado como Víctor Garza, blanco, ojos oscuros, fisiculturista,
se afeitaba la cabeza, medía casi dos metros y con poder adquisitivo.
Era pasacable en la Autoridad del Canal de Panamá,
vecino de Playa Dorada, una zona exclusiva de Vacamonte.
Víctor Garza quería embrujar a una culisa que le robó
la calma en el bar Alex, ubicado en la entrada de Vacamonte y pocos pasos de la
regional de la Dirección de Investigación Judicial (DIJ).
Al ver la fotografía de la mujer, el estafador tragó
fuerte porque no era otra que su mocita, pero se hizo el loco y le tumbó (cobro
excesivo) 500 dólares por un amarre y unos baños mágicos que pondrían a la
mujer a los pies del enamorado masculino.
Casi tres semanas después nada que la dama “caía” y le
hicieron tres trabajos que ya sumaban mil 500 dólares, mientras el pasacable
perdía la paciencia porque quería “coronar” a la mulata.
Víctor Garza le contó al brujo que la mujer solo era
salida y dame dinero para esto, para el otro, aunque nada de entregar su
preciado tesoro que trajo consigo al nacer.
Se quejaba de que lo trataba como un cajero automático
y ni a “oler”.
El siguiente fin de semana, el pasacable estaba en La Chorrera
en un bar con unos compañeros de la ACP, cuando vio al brujo tomado de la mano con
su mocita y estalló el problema.
Víctor Garza le metió una trompada que lo dejó tirado
en el piso, el cubano se levantó y el hombre engañado, lo alzó y lo aventó a una
mesa donde estaban unas chichis lindas “chupando” cerveza, quienes lograron ver
al caballero en el aire y huyeron.
Víctor Garza fue donde el gerente, le dijo que pagaría
los daños con su tarjeta de crédito, lo hizo y se marchó antes que llegara la
policía.
Al cubano se llevaron al hospital donde se encontró la
moza con la esposa y esta última lo abandonó, además le quitó una pensión.
Una buena historia con un mensaje para aquellos que creen que con amarres y brujerías pueden atrapar un corazón. 🤣👌
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