Ojo por ojo

 En una fiesta en el elegante barrio de Punta Paitilla, de la capital panameña, Hernán Peña  la pasaba bien entre los tragos de ron, seco, cerveza y las concurrentes a la parranda.

El inmueble era un apartamento de lujo con cinco recámaras, cuatro baños, una habitación para la mucama, un área social para eventos, una cocina de ensueño para todo aquel que ama la gastronomía, entre otras comodidades.

Hernán Peña fue con su novia Marisela Méndez, una dama oriunda de Chitré, Herrera, de piel canela, cabello lacio, de mediana estatura, ojos pardos, delgada y bastante alocada.

Fueron invitados por una de las asistentes a la parranda.

Hernán y Marisela, laboraban en una empresa distribuidora de medicinas como ejecutivos de ventas, se conocieron allí, y donde iban, hacían demencias sin medir las consecuencias.



La fiesta era de rock y trance, cuyos propietarios del apartamento eran italianos oriundos de Nápoles que tenían intereses económicos en Panamá, Costa Rica y Colombia.

Unas 20 personas andaban, bebían, otras bailaban frente a un espejo gigantesco en la sala principal, como esos que colocan en las discotecas de Taiwán, donde los clientes se ven mientras mueven el esqueleto.

Hernán Peña era también de piel canela, cabello encrespado, mediana estatura, ojos oscuros y medio atlético, así que llamó la atención de Alessandra Lombardi, una pelinegra italiana, blanca como un lago de leche, ojos azules, pechos grandes y de voluptuosa figura.

Entretanto, la pareja panameña bailaba trance, se coqueteaba e intercambiaban fluidos frente a la concurrencia, pero a nadie le molestaba porque al fin y al cabo eran novios.

La “ragazza” planeaba robarse el chico mestizo como le llamaba cuando hablaba con una amiga panameña. El caballero la tenía loca y no sabía cómo hacer para que la mirara.

Un plan orquestado entre Patricia López (la compinche de la fémina) y la mujer oriunda de la península itálica, fue de entretener a Marisela Méndez, mientras Alessandra atacaba.



Patty le dio de beber a Marisela un vino muy dulce que la dejó dormida con cuatro copas. Se quedó dormida en uno de los sofás y a merced del acecho de su rival.

Alessandra Lombardi sacó a bailar a Hernán Peña una tanda de trance, le dio vino y ya eran aproximadamente  las tres de la mañana, casi todos ebrios en la alfombra, en los sofás y al panameño no le interesaba su novia, de momento, porque la veía dormida y borracha.

La europea, ya era reincidente en esos casos, aunque su esposo, el también italiano Marco Mancini, lo sabía, pero callaba.

La donna voluttosa se llevó al panameño a uno de los baños, la luz estaba encendida, escuchó un quejido en la bañera, abrió la puerta de vidrio oscuro y vio a su esposo “bicicleteando” con la trabajadora manual del edificio, una mujer de raza negra, delgada y atractiva.

-Sonno ocupatto (estoy ocupado)-, dijo el italiano a su media naranja, lo que dejó a la extranjera estupefacta y con lágrimas en los ojos.

 

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