Tomás Calzadilla, era un hombre sin sentimiento alguno, sin solidaridad o empatía, debido a que sus primeros años fueron tan duros como una piedra gigantesca.
Su padre era un maleante de Río Abajo, corregimiento ubicado
en la periferia de la Ciudad de Panamá, y su madre, nadaba entre la marihuana y
el licor, lo que se traducía en que solamente vio, desde niño, desastres al abrir sus ojos.
“Tommy”, así le llamaban cariñosamente sus amigos y
clientes, ya que era un prostituto, tanto de mujeres como de homosexuales. Su
único interés era el dinero, lo que en ocasiones le costaba la cárcel.
Su vida transcurría con una temporada entre los
barrotes y otra en apartamentos o cuartos estudios prestados por sus novias o
clientes, hombres.
Nunca estaba “limpio” o sin dinero, bien vestido y
bañadito, en peluquerías para asearse o que le limaran las uñas de las manos.
“Tommy” medía casi dos metros, alto, de piel canela,
ojos oscuros, una caballera larga, negra y bien cuidada.
El caballero era un guapetón en toda su expresión,
aunque solo físicamente porque si el propio demonio o diablo lo veían corrían
asustados de miedo.
Su última estadía en el centro penitenciario de la
isla de Coiba (cerrado años después), fue de dos años y medio, tras una condena
por estafa y hurto de automóvil de un cliente suyo homosexual.
En ese penal conoció a Ana Laura Kangas, una abogada,
nieta de un finlandés, forrada en dinero, heredera de cuatro barcos
camaroneros, tierras en Chiriquí, acciones en un banco y otras empresas.
La abogada quedó impresionada con el hombre de marras
y una historia que le contó de su presencia en ese penal, sin embargo, todo
fueron toneladas de mentiras que la mujer le creyó.
Con sus contactos, Ana Laura, dio y dio hasta que consiguió
una rebaja de pena para “Tommy”, le dio dinero, le instaló en un apartamento en
la Vía Porras y le entregó un Nissan March, modelo 1986.
La letrada en leyes, era blanca, de ojos azules, de
baja estatura y con rasgos físicos escandinavos, con muchas pecas en su rostro
y piel, además de caballo rubio natural.
Esa ida a Coiba para acompañar a otra abogada a ver un
cliente le cambiaría la vida a Ana Laura.
Tenía dos meses de ser mujer oculta de “Tommy”, pero
el hombre se le perdía durante varios días, no respondía el teléfono
residencial (en 1988 no existían celulares), se iba de parranda con
homosexuales para obtener dinero y también con damas oligarcas.
Una de sus amigas le contó que su “tinieblo” era una
prenda de 18 quilates (hombre mal portado), “cacha cueco” y mujeriego, fumaba
marihuana y cogía cocaína.
La abogada, peligrosamente enamorada, tenía algo que la
protegía o una escuadra que su abuelo le regaló al cumplir 23 años y el mismo
día que terminó la carrera de leyes.
Molesta, humillada, herida y lesionada en lo profundo
de su corazón, Ana Laura Kangas, salió de su residencia en el elegante barrio
de Altos del Golf, se subió en su lujoso Audi, color negro, asientos de cuero y
todas las extras, para ir a la vía Porras.
La mujer entró al apartamento, no hizo ruido, vio dos
botellas de vodka, un cenicero lleno de colillas, la mesa con abrebocas, vino regado
por el tapete gris, dos pantalones vaqueros de distintas tallas, así como dos
pares de tenis, una camiseta blanca y otra azul.
Abrió la cartera, sacó el arma de fuego y se dirigió a
la habitación para ver a “Tommy” boca arriba, roncando, ebrio y a su lado un hombre
de tez blanca, ambos desnudos.
Le metió un disparo a su novio en la cabeza y luego otro en
el corazón, su acompañante despertó, pero sintió una bala en el estómago y otra
en la cabeza.
La sábana quedó teñida de sangre, la mujer bebió un
sorbo de una botella de vino tinto que estaba en la mesita a lado de la cama y
posteriormente se pegó, en la sala del apartamento, un tiro en la sien derecha.
Así terminó Tomás, su cliente y su novia.