Hadassa Ben Amir y Alfonso Ivanova, se amaban con intensidad universal, aunque las diferencias que los separaban eran abismales y luchaban por ese amor clandestino que caracteriza a los jóvenes que apenas tienen toda una vida por delante.
La religión y la pobreza, era los elementos que
carcomía el romance de seis meses, ya que ella profesaba el judaísmo y residía
en Punta Paitilla, mientras que el caballero era un católico no practicante,
vecino de la calle 12 de Río Abajo, Panamá.
Hadassa era la hija de Suri, el dueño de un almacén en
Calidonia, donde laboraba Alfonso como seguridad.
La fémina era toda una reina de belleza, blanca,
delgada, ojos verdes, inmensa cabellera negra, paraba tráfico y sus padres le
tenían un prometido llamado Salomón Chocrón, nativo de España o sefardita.
Alfonso era hijo de Sergei Ivanova, un marinero ruso,
aventurero por naturaleza, cada vez que llegaba a Panamá se encontraba con
Sofía, una residente en San Miguelito y quien laboraba en el muelle 18 del
Pacífico panameño.
El jovencito heredó los ojos verdes de su padre, su
cuerpo atlético y altura.
De su madre, piel negra, lo que lo convertía en un
guapetón mestizo que enloquecía, no solamente a las mujeres de almacén, sino a
la hija de patrón, lo que obligaba a encuentros secretos por lógicas razones.
La pareja se citaba a lugares clandestinos para no ser
vistos, hacían el amor, aunque ella debía guardar la flor más preciada, por lo
que el tren debía estacionarse en la parte trasera de la estación.
Sin embargo, eso no era impedimento y disfrutaban los
intercambios de fluidos, en traje de Adán y Eva, las exploraciones montañeras
del masculino y la erupción de la lava láctea.
Suri empezaba a sospechar que “había algo” entre Hadassa y Alfonso, ya que la gente no es pendeja, ata cabos, interpreta las miradas y lenguaje corporal. No siempre hay que hablar para meter la pata.
Así que el comerciante presionó al joven enamorado
para que confesara.
Alfonso negó todo, Suri le ofreció 2 mil dólares para
que se alejase de su hija y como se negó, lo despidió de su trabajo.
Sin fuente de empleo, el caballero de marras la
pasaría mal, aunque su princesa lo ayudaría económicamente.
El tema de Alfonso fue netamente suerte porque hay
hebreos que acceden a que sus hijos o hijas se casen con personas de otras
religiones, no obstante, Suri era conservador y no quería, aunque Sara, la
madre de Hadassa si aceptaba al novio de su descendiente.
Ese martes, 31 de octubre de 1989, la pareja decidió
encontrarse en un hotel de lujo de la capital panameña, tenían todo planeado y sería
un romance inmortal. Nada ni nadie podrá impedirlo.
Se registraron, bebieron, vino a montón, hicieron el
amor como despedida, dos cuerpos pegados, tormentas de besos, aluviones de
caricias, gemidos intensos, miradas profundas y diluvios en las mejillas de los
enamorados.
Las toneladas de felicidad, momentáneas, pasaron al
día siguiente a una desgarradora noticia cuando le notificaron a Suri y Sara,
además de Sofía, de que sus hijos fueron encontrados muertos.
Ella lucía un traje de novia y él también, con los anillos de boda, ambos con
zapatos, un ramo de rosas, vino y al lado una botella de veneno para ratas.
Los paramédicos dijeron que ninguno de los dos
presentaba signos vitales, decidieron irse para convertir su amor en un romance
inmortal.
La historia de Romeo y Julieta, se repite en numerosas
ocasiones en el mundo, por diversas razones, y tampoco se detendrá.
Quizás, en alguna parte se encontrarán Hadassa y
Alfonso, la chica rica y el joven pobretón.