Hola:
Quiero contarles mi historia de cómo logré cruzar la
peligrosa frontera de Mellila, un enclave español en Marruecos, rodeada de vallas con alambre de púas, cámaras, sensores y decenas de policías alertas con
instrumentos de alta tecnología.
Muchos piensan que la migración es un asunto de México
y Estados Unidos, sin embargo, no es así porque nadie quiere vivir en
condiciones infrahumanas, aspiramos a trabajar, estudiar, formar una familia y
pagar impuestos donde vamos.
No todos los migrantes somos ladrones o
narcotraficantes, por el contrario, las mafias abusan de nosotros con pagos de
2 mil o 3 mil euros para obtener nuestro sueño de opio de mejores días y lograr
cruzar.
Mi nombre es Abayomi, que significa “el que trae alegría”,
pero a mis 20 años he sufrido, primero porque soy de Sudán, país conflictivo,
lleno de terroristas, donde mis padres fueron asesinados por razones políticas.
Logré andar por carretera por Chad, Nigeria, Níger, Argelia
y por fin entré a Marruecos, donde los guerrilleros del Frente Polisario me
tuvieron prisionero por seis meses acusado de espía del rey.
Escapé hacia Mauritania, donde unos árabes me
vendieron para ser esclavo de una tribu por un año, luego me soltaron
porque pagué con trabajo mi libertad.
Dormía en una choza, en una cama de paja, sin servicio
sanitario, me daban un litro de agua por día, un pedazo de pan y de vez en
cuando carne de pollo para estar fuerte y laborar criando animales.
La vida del migrante es tan dura como la de los soldados en el frente de batalla, duermes poco, trabajas mucho, mal alimentado y con el corazón en la boca porque tu vida cada segundo corre peligro.
Con penurias, me uní a un grupo de migrantes de Angola
y Sierra Leona, logramos caminar, con aventones y penurias ingresamos a Marruecos,
unos se fueron con dirección a Ceuta y otros a Melilla.
Yo elegí la primera ciudad para entrar, fuimos en
avalancha de personas, como 300, vi como unos quedaron atrapados entre los
alambres de púas, los gritos de dolor eran desgarradores, mientras la policía
disparaba gases lacrimógenos.
Unos 60 migrantes lograron cruzar, 8 murieron,
producto de la pérdida de sangre, otros se golpearon la cabeza y fallecieron al
instante.
Fui un cobarde y no subí las escaleras. No era mi
momento.
Me trasladé hacia el monte Gurugú con otros africanos
y árabes, estuvimos cuatro días hasta que nos avisaron que la policía marroquí
venía a detenernos y corrimos a toda velocidad.
Atraparon a varios, entonces fue cuando decidí que no
pasaría más por eso, dentro de dos noches cruzaría a nado por uno de los
diques. Lo haría solo, sin ayuda de nadie.
Cerca de la frontera de Melilla me comentaron que fuese al Dique Sur
porque había menos cuchillas, me encontré a Hassan al final de la valla, un
sudanés paisano musulmán, quien me ayudó a vencer el obstáculo y cruzamos sin
ser vistos por las patrullas que nos buscaban.
Tuve que lanzarme al agua, aunque no sé nadar y una
lancha me pescó.
Fui atrapado, me trasladaron al hospital porque estaba
deshidratado, mal alimentado y pedí asilo político que ahorita está en trámite.
Mi idea es irme a Burdeos, Francia, donde reside un tío
propietario de una tienda de víveres, además es el único pariente vivo que
tengo.
Esta es mi historia corta, pocas veces nuestras vidas
salen en la televisión porque no venden, nos ven como personas que traemos
nuestros problemas a Europa y tengo dos preguntas que hacer.
¿Cuántos españoles, ingleses, franceses, italianos,
alemanes, irlandeses, rusos y otros europeos emigraron a América? ¿También los
tildaban de atrasados, ladrones y con problemas?
Tengo un futuro incierto, pero estoy vivo y en espera
de resolver mi petición de asilo político.
Que fuerza y valentía. A veces no conocemos lo que sufren las personas en su tierra natal y que debido a esto deben migrar. En reflexión con esta historia .
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