Cuando Aníbal Pérez, escuchó el veredicto del jurado de conciencia, rompió a llorar en la sala de audiencias del Segundo Tribunal Superior de Justicia de Panamá, ya que pasó 16 años en detención preventiva por el cargo de homicidio.
No había evidencias de que el taxista de 46 años
participó del asesinato a tiros del gallego Marcos Estévez, propietario de una cadena
de restaurantes, en febrero de 1988, en Portobelo, Colón, en una finca de su
propiedad.
Su único delito fue tomar una carrera de 100 dólares a
un lugar tan lejano de la ciudad de Panamá, algo que le resolvería el día, sin
embargo, Aníbal nunca se imaginaría la pesadilla por recoger a los colombianos
Jhon Wilson Molina y Richard Escobar Maldonado.
A estos dos últimos, el jurado de conciencia los declaró
culpables de homicidio y condenados a 20 años, de los cuales solamente le
faltaban cuatro para cumplir la pena completa.
La muerte de Estévez fue por encargo de su primer
hijo, Alfredo Estévez, quien huyó a Castro, Galicia, poblado de donde venía su
padre cuando llegó al istmo durante la dictadura franquista y con 30 dólares en
el bolsillo.
Aníbal perdió su matrimonio, tenía una hija de 5 años
y otra de 3 cuando fue detenido, ellas lo visitaban de vez en cuando a la
prisión, pero Marita, su exmujer, se “bajó del caballo” al estar ocho años tras
los barrotes.
La fiscalía insistía en que el trabajador del volante
estaba en componenda con los sudamericanos para matar al empresario, se negó a
darle medida cautelar de país o ciudad por cárcel y lo mantuvo guardado hasta el final del juicio.
Uno de los pecados mortales del sistema judicial
inquisitivo panameño que reinaba durante la época, es que el Ministerio Público, era
dueño absoluto de la libertad corporal de las personas, aunque fueras
sospechoso.
El Estado, en compensación, le entregó un vehículo y
un cupo de taxi para que Aníbal se ganara la vida, a lo que el caballero decía
que pasó 16 años preso y el gobierno lo trataba como un mendigo.
-Un cupo de taxi y un carro por estar 16 años detenido,
siendo inocente es tratarte como si fueses limosnero-, comentó en una ocasión
el taxista a un pasajero.
El asunto fue que le llovieron los abogados a Aníbal,
uno de ellos presentó una demanda de daños y perjuicios contra el Estado
panameño y pedía 10 millones de dólares como resarcimiento.
Mientras que Alfredo Estévez, 17 años después, fue
detenido en Vigo, llevado a un tribunal, pagó 100 mil euros de finanza (unos
99,579 dólares aproximadamente) para salir en libertad vigilada.
La vida en prisión es dura en extremo, no existe la privacidad,
el encierro genera demencia, depresión, te codeas con criminales de alta
peligrosidad como asesinos, asaltantes, violadores, ladrones profesionales y
novatos, entre otros.
En ese mundo, Aníbal pasó 16 largos, adelgazó, perdió
todo su cabello, su aspecto físico era de un hombre de 60 años, cuando en
realidad salió con 46 años. Todo un desastre.
Alfredo Estévez es investigado en España, no
puede ser extraditado por ser ciudadano español, mientras que Aníbal intenta recuperar su
vida destrozada por sencillamente hacer su trabajo y un sistema judicial
descarriado y preñado de fallas.
Las hijas de Aníbal ya están casadas y con hijos, lo
visitan todos los domingos en un cuarto donde vive en el corregimiento de Juan Díaz.
Cada vez que se marchan, el taxista llora porque no
logró ver crecer a sus hijas, algo que ni 100 millones de dólares podrán
recompensar porque el mango maduro no vuelve a verde.
Dios, como le dañaron la vida por "un error"
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