Durante un examen semestral de Técnica de la Información II, en 1996, Pepe Vega, no se sabía ni una letra del material dictado durante todo el semestre, así que recurrió a la vieja estrategia de copiar todo en la banca donde se sentaría y en la pared.
Era un excelente camarada, le gustaba cantar décimas
en las fiestas del salón y un galán infatigable porque tenía varias chicas que
intentaban que fuese su novio.
De mediana estatura, Pepe, lucía su cabello castaño
oscuro con gel, de piel canela clara y los ojos miel, todo un guapetón en la Facultad
de Comunicación Social de la Universidad de Panamá (UP).
Los compañeros de salón lo apreciaban mucho, pero le
decían que se equivocó de carrera porque no tenía la habilidad para el
periodismo, ni tampoco le gustaba leer o estudiar, algo fatal para un periodista.
Ese día del semestral, una trabajadora manual limpiaba
el salón del anexo cuando vio a Pepe escribiendo lo que en Panamá se conoce
como “batería” en la pared.
A las dos horas, llegó la profesora de Técnica de la Información
II para el examen final del segundo semestre, el salón estaba lleno, Pepe se
encontraba en la última banca de la esquina derecha y la noticia de la docente
le cayó como bomba.
La profesora anunció que se cambiarían de salón porque
el otro era más cómodo y amplio, Pepe preguntó si se podían llevar la banca, la
respuesta fue negativa y la educadora abandonó el lugar.
Toda la clase miró a Pepe, sabían de su travesura y
ahora estaba indefenso porque no tenía opción de copiarse, no obstante, sonrió
como si nada pasara.
El joven sacó del bolsillo de su pantalón una "batería" en papel porque hombre precavido vale por dos, así que también pensó en un
posible cambio de salón y ahora podía copiar clandestinamente las respuestas.
Pepe estaba preparado con su "chuleta" (así le llaman en España) para ir a la
guerra, cualquier cosa menos estudiar o prepararse porque ya no había tiempo.
A la hora de la prueba, como siempre, un bolígrafo, ni
un cuaderno o libro encima de la banca que pudiese ayudar a los estudiantes a
copiarse.
Generalmente, los profesores universitarios llevan un
asistente para que los ayude a vigilar a los copiones, pero la docente no lo
hizo porque contaba con experiencia en la materia, además alguien que estudia
no debe mirar al cielo raso sino a la prueba.
Cuando le entregaron el examen, la profesora detectó
algo irregular en Pepe, sudaba en un salón con aire acondicionado y las manos
le temblaban.
Un copión profesional nunca mira al resto de sus
compañeros, las ventanas, el cielo raso, el techo, el tablero o la profesora porque
esos son signos que no se preparó y una caída fatal.
Posteriormente, se concentró tanto en su trabajo que
no se dio cuenta de que la docente estaba detrás de él cuando tenía la “batería”
en su mano izquierda, mientras copiaba las respuestas a las preguntas de la
prueba.
-Señor Vega, por favor ponga su examen en el
escritorio y entregue la "batería" de su mano izquierda-, ordenó la profesora.
Pepe levantó la vista, sus ojos bailaban de terror y
sus manos eran un barco en medio de una violenta tormenta marítima.
No tuvo más remido que obedecer, le dio la “batería” a
la educadora y llevó el examen al escritorio de la docente. Era una efe
clarita, no había discusión porque lo pillaron con las manos en la masa.
Pepe logró pasar, a punta de copias y "baterías", todas
sus materias y logró diplomarse en licenciado en periodismo, sin embargo, hizo
su práctica profesional en una televisora, aunque no dio bola en la radio y
mucho menos en periódicos.
Con el pasar del tiempo nadie supo de Pepe, pero todos
recuerdan cuando la profesora Marcela Antúnez lo sorprendió copiándose en un semestral con una "batería" o "chuleta".
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