Cuerdas de sangre

La única solución que tuvo para salir de los problemas extramaritales fue asesinar a Lucilda Benítez, una colonense de origen santeño, ultimada en Chepo, Panamá Este.

James García fue sorprendido por dos policías panameños mientras sepultaba en cuerpo de la hermosa dama, a quien el amor la llevó al más allá por querer mejorar la raza con su soldado extranjero.

Pensó en una cómoda vida, tarjeta verde, un automóvil, utilizar tarjetas de créditos y todas las fantasías que proyectan las producciones cinematográficas de Hollywood.

Lucilda creyó que su novio la amaba locamente, pero durante la audiencia en Fort Bragg, Carolina del Norte, EE.UU., se descubrió que García tenía una esposa en El Paso, Texas y dos novias más en Panamá.



Toda esta realidad fue ocultada por el militar a su pareja istmeña asesinada.

El criminal no tuvo más remedio que contar lo sucedido, lo calificó de accidente, sin embargo, la fiscal militar Anna Smith lo acusó de golpearla primero, la empujó de su automóvil y finalmente le aplastó la cabeza con el neumático trasero derecho.

El homicida fue entregado a las autoridades de la embajada de Estados Unidos en Panamá, ya que por ser asesor del Servicio Nacional de Fronteras (Senafront) contaba con inmunidad diplomática.

Los familiares de Lucilda calificaron de impunidad la situación, sabían que una corte militar jamás condenaría a García a prisión perpetua, además la asesinada no era estadounidense sino panameña.

Fallas del sistema legal y protección judicial para un hombre acusado de homicidio y adulterio, perdería sus 15 años en el ejército de Estados Unidos y con un futuro incierto sobre su pena.

Las amigas de Lucilda le advirtieron que tuviese mucho cuidado con andar con un hombre que poco conocía, no obstante, la fémina quedó prendida con la blanca musculatura y calva del atractivo hombre, de 35 años.



García era hijo de migrantes puertorriqueños que se establecieron en Nueva York para una mejor vida porque en la isla no hay futuro por culpa del Tratado de París de 1898 y la ley Jones 46.

Se enlistó como soldado raso y ascendió hasta sargento, luego lo trasladaron a Panamá como entrenador de los Senafront.

En un bar conoció a Lucilda, el militar se dio cuenta de que la mujer se caía de la mata por su atractivo físico y lo demás es historia.

Tras una semana de juicio, el soldado fue encontrado culpable de homicidio y adulterio, pero la mala noticia fue que lo sentenciaron a 15 años de prisión y con posibilidad de salir a los siete años.

Los padres de Lucilda lloraron en la sala de audiencia por la corta condena, mientras que los familiares del militar no hicieron ningún gesto.

Hay ventajas por ser ciudadano de un imperio, aunque hagas cuerdas de sangre.

Imagen de Brett Syles y Ekaterina Bolosvtsova de Pexels no relacionadas con la historia.

El Dandi

 Alero Caputo arrasaba con la mujer que se pusiera frente a él, no importaba la raza, tamaño, delgada, mediana contextura, obesa, aunque fuese un palo de escoba con faldas, les hacía el amor.

Laboraba como jefe de escolta de un candidato a la alcaldía de la ciudad de Panamá, era conocido como El Dandi, andaba con sus camisas, camisetas y pantalones planchados con almidón, además de zapatos siempre lustrados.

Secretarias, vendedoras, camareras, ejecutivas y una asesora de la campaña del candidato Armando Louis, cayeron ante los encantos y labia que poseía el caballero.

Era alto, mestizo, de ojos verdes, piel canela y cabello medio rubio de afro, hijo del marinero italiano Petro Caputo y Alicia Robinson, una vendedora de frituras de Río Abajo, que conoció al europeo y vivieron dos años juntos hasta que el caballero fue deportado a su país.



Alero formó parte de la Policía Nacional de Panamá durante ocho años, fue dado de baja porque se acostó con la esposa de un comisionado, así que por no respetar el mando y a un jerarca lo despidieron.

Melissa, su mujer, estaba harta de las andanzas del masculino, sin embargo, a pesar de las amenazas de dejarlo, sucumbía ante las tiernas palabras que Alero le decía al llegar al nido de amor, ubicado en el edificio Tuira.

El hombre era el terror de los compañeros de trabajo porque ninguno quería presentarle a su novia o pareja, temían que Alero las llevase al colchón y posteriormente despareciera.

Una tarde lo llamaron para notificarle que tomaría un curso en defensa personal y manejo de armas en Israel, lo que produjo una infinita felicidad del escolta y llantos de su media naranja.

Melissa, sabía que, si era imposible controlarlo en Panamá, en Israel debía ser peor, así que tomó cartas en el asunto para protegerse de numerosas infidelidades.



Alero llevaba dos meses en el Medio Oriente, cuando una tarde su esposa conoció a José Luis, un camarero de esas franquicias de restaurante de comida rápida y decidió tomar venganza.

Como se imaginaba las posibles travesuras de su marido en la llamada Tierra Santa, se paseaba con su novio por toda la capital panameña, agarrada de manos como dos adolescentes.

No obstante, la situación no era tal para Alero, donde estaba, la mayoría de la población era musulmana y hebrea, personas difícilmente acostumbradas a marcadas infidelidades como los cristianos.

Pasaron los tres meses, el varón regresó para darle la gran sorpresa a su esposa, pero la encontró en el apartamento con un cholito como ella, en traje de Adán y Eva.

El aprovechado agarró su ropa, huyó y se fue del apartamento, mientras que Alero se quedó llorando, aunque su mujer respondió que ella solo cometió una infidelidad y él muchas.

Alero lloró, pero la perdonó, la noticia se corrió y el escolta aprendió la lección de quien la hace, la paga.

Fotografía de Cottonbro Studio y Halley Black no relacionadas con la historia.

 

Sin conocer la nieve

Salustiano prometió salir de pobreza, una vez abandonó por tercera ocasión la cárcel La Modelo, donde estuvo detenido dos meses, en 1978, por intentar robar en una vivienda de Calidonia, Panamá.

Dentro del infierno vivido bajo el encierro, conoció a Miroslava, la hija del sastre que tenía su negocio en un caserón de madera, frente al parque de Los Aburridos, en El Chorrillo.

Fue la dama quien le consiguió trabajo como ebanista, aunque no sabía nada de ese oficio, inició primero como ayudante general hasta que fue afinando su técnica e ideó abrir su propio taller.



En esa cárcel, Miroslava visitó a un primo proveniente de Ecuador, ya que su padre era un migrante de Guayaquil, quien vino a Panamá en busca de mejores días que encontró con un sencillo trabajo en una casa destartalada entre heces y la hediondez.

Al año Salustiano se casó con Miroslava, acholada, de piel marfil, de baja estatura, con cuerpo escultura, rostro inocente y muy deseada por los varones del empobrecido barrio.

Tuvieron tres varones, dos de ellos dedicados al consumo de marihuana, a pesar de los esfuerzos de los padres, no obstante, el más pequeño nació con la estrella de tocar la guitarra, instrumento musical que desde los siete años ya dominaba.

El ebanista tenía un sueño desde su infancia que era conocer la nieve, cuando la vio por primera vez en una película de Charles Bronson y su proyecto final era tocarla, sentirla, mojarse y hacer muñecos.

No paraba de hablar de la nieve, el taller donde laboraba estaba repleto de periódicos amarillentos con fotografías, paisajes de montañas bañadas de blanco y volcanes cuyas cimas encanecían.



Tras 20 años laborando como cimarrón, logró abrir un pequeño taller de ebanistería en la Avenida Ancón, sus hijos ya grandes, casados, menos el primero que falleció de un disparo policial mientras asaltaba un banco con una peligrosa banda.

Salustiano y Miroslava planearon irse a Perú, a las montañas de Los Andes, carecían de vivienda propia, no eran sujeto de crédito hipotecario porque vender comida en la calle y hacer pantalones para varones era suficiente, sin embargo, lo importante era ver la nieve.

Tardaron ocho años en ahorrar, él con 53 y ella con 50, tenían todo listo para el periplo a tierras sudamericanas, cuando quince días antes del viaje el enamorado esposo sintió dolores en el pecho durante una chupata con vecinos del barrio.

La ambulancia llegó tarde y al presentarse los paramédicos, el ebanista no tenía signos vitales.

Miroslava, triste y hora viuda, lloró, falleció el amor de su vida y el padre de sus hijos.

Salustiano murió sin conocer la nieve.

Fotografía de S. Migaj y Pavel Danilyuck de Pexeles no relacionadas con la historia.

Matrimonio por conveniencia

Todo estaba listo para la boda de Canelita Galindo y Augusto Van Dijk, miembros de honorables familias poderosas de Panamá y reconocidos terratenientes.

La novia estuvo enamorada desde niña del futuro esposo, lloró porque durante el festival de debutantes del Club Unión, el caballero estudiaba en Holanda, la tierra de su abuelo y no fue su acompañante.

Canelita estudió en Estados Unidos, sus padres eran accionistas de dos bancos, contaban con grandes extensiones de tierras, poseían una distribuidora de automóviles, un hotel y otros negocios que les generaban millones de dólares.



Mientras que la familia de Augusto se dedicaba a cultivar granos, la ganadería y eran propietarios de unas acciones en un colegio privado, sin embargo, la última generación de los Van Dijk eran pésimos administradores.

En contraposición con los Galindo, los Van Dijk despilfarraron en viajes, malas inversiones, no hacer reinversiones a sus negocios, drogas y amantes, lo que causó que Augusto estudiara en una universidad privada en Panamá.

No había salida, el casamiento era la llave de la salvación de los descendientes de holandeses, sus arcas se encontraban en rojo e incluso la directiva del club los acosaba para que pagaran las cuotas atrasadas.

Augusto tenía prohibido ingerir alcohol en reuniones familiares y cuando estaba con su novia, así que el caballero se iba a hoteles solo a empinar el codo y a encerrarse en la habitación del hotel para encontrarse consigo mismo.

En el vaivén del secreto, treinta días antes de boda, se reunieron un grupo de amigos en el club, estaba Canelita, su mamá, apodada Canela y otros empresarios.

La comidilla entre los riquitillos era que Augusto no sentía nada por su futura mujer, pero el poderoso don dinero y sus padres lo obligaron a casarse, tanto por lo civil como por la iglesia católica.



Durante el evento, el novio se negó a beber licor, sin embargo, le dieron güisqui, con mucha cola, limón y vino blanco, se fue por el dulce sabor del trago hasta que despertó el otro yo interno.

Todo un pajarraco, intentó tocar los genitales de un primo de Canelita, bailaba como Shakira y hacía gestos femeninos.

Confesó que era una mujer encerrada en el cuerpo de un hombre, que necesitaba ayuda, lloró y también lo hizo la novia ante la desagradable sorpresa de que su novio era un homosexual oculto por presiones de sus padres.

Ni el médico chino podría salvarlo, que le gustaran los hombres, no era malo, sin embargo, casarse obligado, sí, así que confesó todo a la que en un mes sería su esposa.

Ante los acontecimientos, la boda fue cancelada, el futuro de los Van Dijk rumbo al despeñadero de la quiebra total y la antigua novia internada en una clínica por depresión.

Fotografías de Emma Bauso e Isabella Mendes no relacionada con la historia ficticia.

El socavón

Iván escuchaba los gritos de un bebé al igual que los de una mujer, estaba en un bosque desconocido, las estrellas brillaban con intensidad, la luna acechaba e incrementaba el terror del joven de 23 años.

Las ramas de los árboles se semejaban a hojas secas cuando la brisa las estremece, a lo lejos el sonido de un búho invadía los tímpanos del imberbe, quien desorientado buscaba el origen de las voces.

¡Ayuda, por favor! ¡Sálvenme de este lugar!, oyó, ya reconocía la voz de una mujer, posiblemente joven y quizás la madre de la criatura, no obstante, provenía una zona algo despejada



Daba la impresión de que hicieron un campamento, troncos de pinos silvestres, humo, alguien hizo una fogata, posiblemente escapó o fue el victimario de la dama que solicitaba auxilio a todo pulmón.

Iván caminó tres metros hacia el norte, una coralina se atravesó en su ruta, se colocó estático pegado a un árbol, el reptil pasó por encima de sus lustradas botas de cuero negras y utilizadas generalmente para ir a las discotecas.

El masculino se preguntaba qué hacía allí porque vestía un pantalón vaquero azul, sus botas negras y una camisa del mismo color.

No eran prendas de vestir para irse de campamento, mucho menos en la selva de Darién, así que sus sentimientos se dividían entre el terror y la curiosidad de resolver la interrogante de los acontecimientos.

Tras cinco minutos, con su lámpara de querosene vio un pequeño socavón, se acercó y una dama caucásica, de unos 30 años, ojos azules, vestida con traje de la Edad Media.

La mujer cargaba un rubio niño de casi un año, la fémina le pidió que la ayudase a salir del hueco, así que Iván, como todo ser humano, le extendió su mano derecha con el fin de auxiliarla.



El grito del hombre se escuchó hasta en Tokio, el aspecto hermoso de la dama desapareció para convertir su rostro en un cráneo, de cuyas órbitas brotaban alacranes, mientras su dentadura estaba intacta con colmillos de jabalí.

Atrapado, observó como el bebé se convertía en una cobra, volvió a gritar, la osamenta lanzó una risa mortal, abrió su boca y se tragó a Iván.

Segundos después, se dio cuenta de que alguien cortaba la grama trasera de su patio. Fue una pesadilla.

Fotografía de Heber Vásquez y Rakicevic Nenad de Pexels no relacionadas con la historia.

Los chicharrones de McLean

En el populoso sector de Concepción, Juan Díaz, ubicada en las afueras de la capital panameña, residían dos caballeros que se jodían entre ambos con fuertes bromas, chistes pésimos e indirectas.

La puja y repuja era entre dos hombres de raza negra, el primero conocido como Cabeza de Padre y el segundo llamado McLean, siendo ambos descendientes de trabajadores de Barbados que llegaron al istmo para la construcción del Canal de Panamá.

Vecinos, agua y aceite, día y noche, alegría y felicidad, era las notas características de los masculinos, quienes solo los separaban siete casas de distancia entre el uno y el otro.

A McLean le gustaba vacilar, sin embargo, no aguantaba cuando lo molestaban o le aplicaban los famosos pregones panameños.



Cabeza de Padre era alérgico a los camarones, se brotaba, así que, para jugarle una broma, su vecino McLean le envió una sopa de este crustáceo colada y después de ingerirla con picante y limón, se le infló toda la cara.

Todo un fin de semana estuvo mal, a punta de Loratadina, en cama y emputado por la acción de su amigo de beber seco a pico de botella.

A los cuatro días lo vio, lo saludó y no le reclamó, tenía planificado su venganza, así que diez días después, los amigos y rivales se encontraban bebiendo cerveza, Cabeza de Padre, donde un vecino que residía frente a McLean.

Este último tomaba ron al ritmo de la música de Dorindo Cárdenas, cuando a la media hora pasó Saco Roto, un jubilado de la Caja de Ahorros que vendía chicharrones para complementar su baja paga de retiro.



Como McLean se la debía a Cabeza de Padre, el caballero le pidió a Saco Roto que le enviara dos chicharrones a su vecino y el vendedor, como buen comerciante, cobró y entregó el alimento.

Hubo gritos y gran cantidad de palabras de grueso calibre porque el regalo enloqueció a McLean, sencillamente porque casi carecía de dientes, así que imposible masticar.

Encolerizado, cruzó la calle, le arrojó los chicharrones a Cabeza de Padre, quien no paraba de reír, luego el bromeado lanzó un golpe que impactó en el hombro izquierdo del bromista y este respondió con un derechazo en la barbilla de McLean.

Los vecinos observaban el encuentro boxístico callejero hasta que las parejas de ambos intervinieron para que no se hicieran más daño.



Al llegar a la policía, nadie vio nada y dijo nada, los agentes del orden público se retiraron, mientras que los afectados no se hablaron por tres meses hasta que se dieron la mano en una famosa chupata del popular barrio.

Fotografía de Dreamstime y José Félix Ardines Jaén no relacionadas con la historia.

Mala noche

Pitágoras salió de un bar en la calle de la Amargura, en San José, Costa Rica, donde su novia Liliana terminó su relación con el caballero, de 25 años, y se encontraba cabizbajo y preñado de tristeza.

No comprendía la razón, ella no le explicó, solo le dio el famoso corte porque no estaba preparada para estar más tiempo con él, el varón dio la media vuelta y se marchó del antro.

Así que Pitágoras tomó un taxi para irse a Planet Mall con el fin de ingresar a una discoteca, cuando lo dejaron afuera de las instalaciones encendió un cigarrillo, pero decidió irse a uno de los bares de San Pedro de Montes de Oca.

Ingresó a uno de reggae, pidió una cerveza, se la entregaron, cuando se metió la mano en el abrigo se dio cuenta de que su cartera la había perdido, solo contaba con dos billetes de 10,000 colones (unos 37 dólares aproximadamente).



Observó las luces, muchas chicas morenas, machas, negras, música trance, los clientes bailando y disfrutando, pero la mente de Pitágoras solamente pensaba en Liliana.

Se zampó tres cervezas más, se fue al baño, cuya ubicación era en un sótano, debía bajar las escaleras, cuando faltaban tres escalones, se enredó y fue a dar abajo.

La boca rota, ensangrentada, dos rubias lo miraron, se rieron, quizás se imaginaron que el mae estaba ebrio, le gritaron algunos insultos y se marcharon a la pista.

El masculino se levantó, se dirigió al inodoro, no obstante, la puerta del orinal no abrió porque debía pagar 200 colones, introdujo la moneda y realizó su necesidad fisiológica.

Subió y se encontró en la barra con una extraña mujer que le envió unas cinco rondas de güisqui, se fue a bailar con ella, se besaron y cuando Pitágoras colocó su mano derecha allá abajo sintió un bulto.



Empujó al travesti, se fue de la pista, mientras el público lo miraba muerto de la risa porque su borrachera le impedía razonar que bailó con un hombre vestido de mujer.

Salió del local, por estar ebrio ninguna unidad quería trasladarlo hasta Guadalupe, Goicochea, donde residía con su madre.

A los diez minutos divisó un grupo de unos veinte muchachos, eran los temidos Chapulines, infantes que robaban y mataban a golpes a sus víctimas.

Por suerte venía un taxi, le rogó para que lo llevara, el hombre accedió, Pitágoras subió, se quedó dormido hasta que el conductor lo despertó y le pagó tres mil colones.

Antes de entrar vomitó la vida, se sentó afuera de su casa a llorar como un chiquillo, sin novia, con la boca rota, sin cartera y documentos.

Fue una mala noche.

Fotografía de Luis Poletti de Pexels no relacionadas con la historia.

El chino de Bogotá

En Villas del Prado, Bogotá, vivía Xiao Zhang, pero era popularmente conocido como el chino, respetado, admirado por los vecinos de la zona popular, principalmente por las mujeres mayores de 40 años, con o sin marido.

Xiao también era llamado por los parroquianos como Raúl por la difícil pronunciación de su nombre en castellano, más cuando se metía sus tragos de aguardiente en el negocio del paisa Arturo al ritmo de la cumbia.

Se ganaba la vida cocinando para empresarios, diplomáticos y en banquetes, sus 50 años no fueron impedimento para tener como media naranja a María Doris, una escultural rubia de 28 años, oriunda de Garzón, Huila.

Pocos sabían la forma cómo llegó el oriental a la capital colombiana, sin embargo, uno de sus secretos era ser clarividente, por lo que en una ocasión un traqueto lo mandó a buscar.



El chino se presentó a la residencia del narcotraficante, ubicada en el elegante barrio de San José de Baviera, el mafioso lo recibió como un rey con chicas y tragos.

Tras un par de horas, Raúl y el caballero, identificado como Patricio, le mostró un mapa, posteriormente el chino trazó la ruta por donde debía navegar la lancha con los 500 kilos de cocaína.

El trayecto era el Darién panameño, bordeando las aguas internacionales, en el Pacífico, hasta llegar a México, y luego transportarla por tierra en un camión con productos cárnicos, escondidas dentro de cerdos.

Patricio le pagó dos millones de pesos o un poco más de mil dólares para el año 2010 y el extranjero se marchó con su dinero en efectivo.

El asunto fue que el traqueto coronó, y aunque Xiao tenía miedo, siguió trabajando para el narcotraficante antioqueño.

Cada tres meses trazaba la ruta para que la mercancía ilegal y siempre coronaba hasta que la agencia antidrogas DEA le empezó a seguir los pasos a Patricio, con pinchazos y vigilancia de su modus vivendi.



Una redada internacional capturó a Patricio, otros 12 narcotraficantes, la policía cargó con Xiao mientras todos los vecinos de Villas del Prado vieron el operativo sin saber la razón por la cual se llevaron detenido al oriental.

Era obvio, como la DEA estaba involucrada, los capturados serían enviados a Estados Unidos donde les esperaba una larga condena por tráfico internacional de drogas.

Xiao, llevaba dos días preso, solicitó que le dieran un tabaco para fumar, su adicción era inmensa, los policías le consiguieron uno, lo encendió y aspiró hasta crear una cortina de humo.

Los patrulleros de la celda preventiva vieron el asunto, empezaron las bromas hasta que el humo desapareció y el chino también.

Sorprendidos buscaron en otras celdas, no estaba el extranjero, se avisó por los medios de comunicación, no obstante, Xiao Zhang jamás apareció.

Un colombiano que estuvo por Guangzhou dice haberlo visto caminando por las calles, pero no estaba seguro, lo único cierto es que el asiático no solo era clarividente, sino un brujo.

Fotografía de Carlos Escobar y Lee Starry de Pexels no relacionadas con la historia.

 

Dos pasajes a Bariloche

Alberto Centolla era un estafador, quien estuvo dos veces en prisión porque no conocía otro modus vivendi que robar a las demás personas con el propósito de andar en carros BMW, rentar apartamentos de clase media alta y salir con chicas lindas.

En el año 2000 se juntó con una gallada de venezolanos, quienes le enseñaron varias formas de cometer crímenes como clonar tarjetas de créditos, ventas de mercancía irreales y otros hechos punibles.

La Dirección de Investigación Judicial (DIJ), en el año 2010, intentaba capturarlo por varios delitos cometidos, entre ellos la no devolución de 30,000 dólares que le solicitó a una empresaria de origen árabe para un negocio que nunca operó.



Alberto era buscado por todas partes, no obstante, no lo hallaban porque el caballero era muy escurridizo, se le escapaba a la policía en sus propias narices y usaba distintos métodos para despistarlos.

El hombre blanco, de ojos pardos, baja estatura y cabello negro, se dejaba crecer la barba, se afeitaba la cabeza, se pintaba el cabello e incluso se vestía de mujer para desorientar a sus captores.

Rania Hussein Hassan, fue la mujer estafada por Alberto, casada, con dos hijos y quien era la novia oculta del panameño de 35 años, pero ella no se atrevía a contarle a su marido porque no quería problemas en su matrimonio.

Así que la afectada se presentó en la DIJ con un fabuloso plan para atrapar al escurrido estafador, una idea que lo haría morder en anzuelo entero.



Inventó enviarle un mensaje de texto a su número celular y posteriormente una llamada desde un aparato sin número identificable para notificarle que se ganó dos pasajes a Bariloche, Argentina, hotel, alimentos y 800 dólares en efectivo para otros gastos.

El hombre recibió la comunicación, preguntó dónde podía recoger los pasajes, se dirigió en horas de la tarde a reclamar el premio ganado supuestamente por comprar en un almacén de electrodomésticos.

 Alberto iba feliz, viajaría con su novia de turno Mariana y fue a buscarla para ambos fotografiarse con los pasajes.

Cuando el estafador se presentó en las oficinas de la supuesta agencia de viaje, la atendió una linda rubia, quien le ofreció café y emparedados a la pareja, posteriormente los llevó a una sala de espera.

A los dos minutos ingresaron tres agentes de la DIJ que leyeron la orden de detención por el delito de estafa, lo esposaron y se lo llevaron.

Mariana quedó con parte del emparedado en su mano, sorprendida del acontecimiento y la fabulosa idea para capturar a su novio, mientras que Raina resultó con el corazón roto y estafa por el guapetón istmeño.

Imagen de Dreamstime y Jimmy Chan de Pexels no relacionadas con la historia.


Mundo fabuloso

Guadalberto Moreno caminaba por un inmenso paisaje, donde se respiraba aire puro, un cielo espectacular, cuyas nubes dibujaban margaritas y campos de maizales, árboles gigantes y figuras mitológicas.

Un mundo sin guerra, sin contaminación, sin hambre, donde los chicos se alimentaban bien, las grandes transnacionales fabricantes de medicamentos revelaron sus secretos para la cura de enfermedades como el cáncer, Sida y otras que mataban.

La pobreza era nula, también en analfabetismo, los países no dominaban a otros, los territorios coloniales se convirtieron en soberanos y tampoco existían armas de destrucción masiva.

Guadalberto se sorprendía al ver árabes y judíos comiendo en las mismas cafeterías, cero racismos, los matrimonios mixtos se multiplicaban, la religión no se imponía en los colegios y los padres eran libres de elegir su credo.



Un globo terráqueo donde se cuidaban los mares, no se arrojaban desechos industriales a los afluentes y océanos, las naciones se ayudaban mutuamente cuando una necesitaba de la otra.

El chico estaba feliz porque en ese mundo no se registraban asesinatos, ni violencia doméstica, maltrato infantil, pedofilia y prostitución, porque las mujeres eran respetadas en todos los pueblos.

Culminó el calentamiento global, el mar contaba con millones de peces, las cárceles cerraron por falta de presos, no se contabilizaban delitos y se cuadruplicaron la siembra de  alimentos.

El mundo de Guadalberto, feliz, el chico de 24 años, andaba por el bosque donde los pajarillos entonaban melodías de felicidad, la tecnología no hurtaba vidas ni separaba a las parejas.

Nadie se imaginaría de vecinos que no se peleaban, quien no contaba con dinero, el buen samaritano lo ayudaba, los agiotistas se extinguieron, los envidiosos y malvados también.



Las fábricas de armas de fuego personales y de guerra cerraron operaciones, sus empleados se dedicaron a laborar en imprentas para llevar al mercado miles de libros para impartir conocimiento.

En momentos que Guadalberto se iba a bañar en un lago, un timbre resonó en su tímpano y quedó en una habitación oscura, mientras escuchaba el movimiento del ventilador.

Todo fue un sueño, un mundo de quimeras, una realidad impensable e imaginable de un planeta lleno de guerras, racismo, colonialismo, dominación económica, asesinatos, senadores y presidentes inmorales.

Una Tierra preñada en contaminación, armas nucleares, de fuego, esclavismo, de la tecnología, analfabetismo, sin embargo, el muchacho, tras la ilusión nocturna, escribió relato que tituló Mundo fabuloso, un lugar que no existirá en el Universo.

Imagen de Tom Swinnen y Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

Unidos por la vida

Anselmo Urrutia era un mecánico, hijo de un nicaragüense y la chiricana Margarita Pitti, llegó a la capital panameña en busca de mejores días, ya que en David había poco empleo y no contaba con capital para montar un taller.

Durante su niñez su madre le contó que tenía un hermano en Managua, que su padre, del mismo nombre, fue un mujeriego empedernido, lo que generó que ella lo abandonara ante las infidelidades.

El chiricano vio a su papá hasta los diez años, no de forma permanente, porque el trabajo de conductor de contenedores requería de grandes ausencias y viajes.

Creció con el gusanillo de conocer a su hermano, su mamá se negó a tener más hijos ante el impacto de le noticia que su antiguo marido le ponía los cuernos en cada esquina de Centroamérica.



Un tumor en los testículos impidió que Anselmo padre tuviese otros descendientes, aunque se dedicó a conquistar mujeres, le transmitieron Sida en Guatemala, no se trató y murió.

Mientras que, al año de laborar en un taller en Panamá, el dueño decidió abrir una sucursal en San José, Costa Rica y otro en Managua, así que envió a dos empleados, entre ellos a Anselmo hijo.

El joven de 27 años se llevó a su mamá para la capital nicaragüense, no la dejaría sola y la señora aceptó irse con su hijo porque ambos no tenían nada que perder.

Todo bien, Anselmo hijo era supervisor, los ojos del patrón, el negocio iba de viento en popa hasta que un día llegó una clienta, conductora con un vehículo averiado y le urgía su reparación.

Cuando la joven, identificada como Carolina Urrutia, vio al jefe panameño, se quedó estática y muda porque el parecido entre ambos fue increíble, era como si a Anselmo hijo le colocaran una falda y lo maquillaran.

Había algo, así que Carolina, de 27 años, una presentadora de un programa radial muy famoso en Nicaragua, le solicitó el número del móvil al mecánico y se hicieron amigos.

Durante un domingo de asado, la joven invitó a Anselmo hijo a su vivienda, este fue con su madre, la pasaron bien hasta que se apersonó la autora de los días de la comunicadora social a la reunión.



Al observar doña Sofía al panameño quedó también congelada de la semejanza, Carolina se lo presentó, al escuchar el nombre del caballero casi se desmaya de la noticia y peor cuando Anselmo hijo comentó que su papá era nicaragüense, conductor de camiones y fallecido.

Carolina y Anselmo hijo, eran hermanos, corroborado por ambas madres, los invitados también descubrieron que no era casual el parecido físico como un a copia impresa de carne y hueso. .

Margarita, Sofía, Anselmo y Carolina, lloraron, se abrazaron, no era un hermano que Anselmo hijo tenía en Nicaragua, sino una dama porque el camionero dio falsa información para despistar a la chiricana.

La vida lo unió sin ellos pedirlo.

Fotografía de Roberto Zúñiga y Kelly de Pexels no relacionadas con la historia.

Tiro en la frente

José Santander se escapó desde San Javier, en Medellín, hacia Cedritos, en Bogotá, Colombia, con diez kilos de cocaína, mercancía valorada en aproximadamente 15,000 dólares, a razón de 1,500 por kilo.

La droga debió ser entregada a una mula que viajaría desde el aeropuerto El Dorado de la capital colombiana hacia Madrid, España, sin embargo, el intermediario nunca se presentó en el hotel a entregar la nieve.

Furioso, Luis Gordillo, jefe de los mafiosos y dueño de la mercancía, ordenó buscar por todo el país a José para darle un escarmiento y los narcotraficantes peinaron Antioquia con el fin de hallar al avispado chico, de 24 años.



José quería hacerse rico de la noche a la mañana, inspirado en las leyendas urbanas de boca a boca en Medellín, de que los traquetos contaban con millones de pesos colombianos, autos lujosos, chicas lindas y ropa cara.

Pensaba en adquirir un palacete en Envigado para hacer fiestas con mujeres desnudas, en piscinas imaginarias, llevar a sus amigos íntimos y nadar en pesos o dólares estadounidenses.

Mientras era cazado, el caballero logró vender la cocaína y montó un pequeño bar en Cedritos, donde pagaba protección a la policía, un concejal y contaba con dos escoltas.

El negocio era una fachada donde se traficaba no solo licor, sino marihuana, éxtasis y cocaína a ricachones, profesionales y todo aquel que pudiese pagar para pasar un rato en el Marte de Cundinamarca.

Así pasaron cuatro meses, los buscadores del nuevo traqueto no lo encontraban hasta que una noche una paisa identificada como Lucrecia, una de las mocitas de Luis Gordillo, ingresó al negocio de Luis y lo identificó.

De inmediato, Lucrecia le notificó a su amante que el caballero que se robó la droga era propietario de un concurrido negocio nocturno en Cedritos e incluso se fotografió con el narcotraficante como prueba.



Luis Gordillo no le perdonaría la afrenta causada y los conflictos generados por sus distribuidores turcos de la droga, así que ordenó proceder sin clemencia contra su antiguo empleado.

A los tres días, José estaba en un restaurante con una de sus noviecitas, cuando un supuesto comensal ingresó al restaurante del norte de Bogotá, pidió una bandeja paisa y una cerveza.

El caballero estaba frente a su víctima, preguntó dónde estaba el baño, los escoltas de José se encontraba afuera del local, mientras que el sicario se levantó de la silla, al pasar por donde el antiguo distribuidor, sacó una escuadra, apuntó directo a la frente y apretó el gatillo.

Un solo tiro frontal contra José, los escoltas se batieron a tiros con el asesino, quien murió de cinco balazos y la acompañante de la víctima resultó herida en el brazo izquierdo.

Los días de José Santander terminaron y su sueño de ser un traqueto naufragó siete pies bajo tierra.

Imagen de Andrés Segura y Mario Alejandro González de Pexels no relacionadas con la historia.

La última relación

 Jennifer Lee miraba el noticiero de televisión de su ciudad en Phoenix, Arizona, Estados Unidos, cuando observó que la policía capturó a Dana Jensen, un carpintero guapetón, de ojos azules, alto y fortachón como un actor de cine.

Sobre Dana recaían sospechas del asesinato de 13 mujeres en todo el estado, con el patrón de que eran pelirrojas, ojos azules, de mediana estatura y delgadas, lo que inducía que el presunto criminal padecía algún trauma con damas de esa descripción.

Jennifer de inmediato empezó a cartearse con el hombre, era el año 1981, no existía redes sociales, no había otra forma de comunicarse con desconocidos en la prisión y aunque parezca mentira, el presunto asesino le respondió.



La fémina padecía de hibristofilia, una condición que hace que tanto hombres como mujeres, sientan atracción física o sexual por criminales de alto perfil y asesinos en serie.

Mientras tanto, un equipo de cinco asistentes del fiscal de Arizona se preparaba para solicitar a un gran jurado, formular cargos al trabajador e incluso, luego del veredicto del jurado de conciencia, pedir la pena de muerte.

Los psiquiatras descubrieron que Dana fue despreciado por una chica identificada como Mary, con iguales descripciones físicas que las víctimas, cuando el enfermo mental residía en Nueva Inglaterra.

La niñez destrozada, hijo fuera del matrimonio, maltratado por tres de sus padrastros, creció con un resentimiento hacia su madre por no defenderlo y con las mujeres pelirrojas porque las comparaba con Mary.

Nada de eso fue impedimento para que Jennifer, también de cabello rojizo, conociera en prisión al presunto criminal, sus amigas le advirtieron de cualquier peligro y otras la admiraban porque Dana se convirtió en una celebridad.

El masculino recibía cartas de varios lugares de Estados Unidos, todas de mujeres dispuestas a ser su esposa, no les preocupaba su instinto de matar a sangre fría, pero sí placer sexual de estar con él.



Transcurrió un año, Jennifer se casó con Dana en la cárcel, le hacía visitas conyugales, se convirtió en una dama famosa porque las televisoras y los medios de comunicación la presentaron como la mujer que pedía clemencia para el homicida en serie.

Cuando se desarrolló el juicio, este se convirtió en un circo barato y el imputado aprovechó la transmisión en directo por televisión para hacerse publicidad sobre su personalidad psicópata.

El juez ordenó desarrollar la audiencia en otra sala porque el público la llenaba con un 80% de féminas admiradoras del varón.

Como había pruebas, fue encontrado culpable, sentenciado a la pena máxima con la inyección letal, y mientras esperaba el resultado de las apelaciones en el famoso corredor de la muerte, su esposa lo visitaba.

Posteriormente de un encuentro conyugal, los custodios hallaron a Jennifer sin signos vitales, con una sábana amarrada en su cuello y utilizado como soga.

Dana estranguló a Jennifer porque la naturaleza del alacrán es picar, aunque intentes salvarlo.

Imagen de Ron Lach y Ekaterina Bolovtsova no relacionadas con el relato.