La catira de La Pimienta

A Rudy y Hugo, dos ingenieros civiles, los invitaron a un congreso internacional de infraestructura, en Caracas, Venezuela, en junio de 2007, lo que aumentaría su experiencia en el campo y compartirían técnicas laborales.

Para ahorrar dinero, pernoctaron en un hotel de ciudad Salitre, Bogotá, ya que el pasaje directo desde Panamá a Caracas, la aerolínea panameña cobrara mil dólares, así que aprovecharon para darse una vueltecita por la capital colombiana.

Al llegar a Venezuela, se hospedaron en el hotel Gran Meliá Caracas, lujoso y para reyes, tanto que no había costos por llamadas internacionales.

Un lugar en el mismo centro de la capital, a pocos pasos del centro comercial El Recreo, donde podían andar, comprar, comer y hacer muchas cosas.



El primer día del congreso fue fabuloso porque hicieron contactos para posibles negocios y vieron nuevas formas de edificación en casas y apartamentos.

Terminado el evento el día uno, descansaron y ambos recorrieron el centro comercial, dieron vueltas, compraron ropa, aprovechando que cambiaron bolívares por dólar en el mercado negro a 6 mil “bolos” cuando la tasa fija era de dos mil bolívares por dólar.

Durante el paseo, a Rudy le llamó la atención el nombre de una discoteca llamada La Pimienta, se la mostró a Hugo, sonrieron y decidieron ingresar.

El antro lleno en su totalidad, con música de merengue, trance y salsa como en cualquier ciudad de América.

Los canaleros disfrutaron su ventaja de tener más bolívares, compraron una botella de güisqui, y siguió la rumba hasta que vieron una danza muy peculiar.

Un ritmo de tambores, de origen africano, en el cual debes mover la cintura y los pies muy rápido, dar vueltas, girar y girar, lo que le llaman el baile del tambor.

Rudy fijó su vista en una dama blanca, cabello rubio o catira, ojos verdes, alta y delgada, quien impresionaba porque dominaba la danza a la perfección.


El panameño, de 25 años, era alto, piel canela, cabello negro, ojos pardos y se afeitaba la cabeza, soltero y sin hijos.



Como había un círculo para animar a quienes bailaban, Rudy se fue hasta allá para aplaudir hasta que la rubia lo sacó a danzar.

No era muy experto en ese aspecto, pero intentó defenderse y lo aplaudieron, se retiró y posteriormente se encontró a la mujer, identificada como Roberta Machado, oriunda de la ciudad Mérida, estado del mismo nombre.

Entretanto, Hugo, de 51 años, era homosexual, así que no le interesaban las mujeres, pero estaba dispuesto a aconsejar a su amigo.

Terminaron la rumba, se retiraron porque había que asistir al congreso y fueron a dormir.

Durante los tres días que demoró el congreso, Rudy llegaba engomado al evento porque se iba en las noches a La Pimienta para verse con la catira.

El caballero enloquecido hasta que el último día antes de partir, entró a la discoteca donde vio a la mujer con un hombre de raza negra, alto, musculoso, y decidió marcharse.

Se imaginó que era la pareja, no quiso problemas, al regresar llamó a la habitación de Hugo, pero no respondió y al final Rudy se durmió.

De vuelta a Panamá, en el avión, Hugo le comentó que la pasó bien en La Pimienta, la última noche en Caracas, le preguntó a Rudy el motivo de su ausencia, sin embargo, el segundo respondió que su rubia estaba con un hombre de raza negra.

Hugo soltó la carcajada, le mostró en su celular una fotografía los tres: Hugo, la rubia y el masculino, quien también era homosexual y amigo de Roberta.

-¡Mierda, perdí por bruto!-, exclamó Rudy cabreado.

Un infarto en Bogotá

Jairo Aparicio estaba feliz porque saldría por primera vez del país, así que eligió la ciudad de Bogotá, Colombia para su periplo, porque el cambio de dólar a peso estaba por 4,500, lo que prácticamente lo convertiría en un príncipe de la hermosa urbe sudamericana, además pensaba recrearse la vista con sus hermosas mujeres.

No quiso irse en una excursión, ya que no cree en guías, le gustaba la aventura, caminar, hablar con la gente y ser un águila en pleno vuelo.

Lo que nunca hizo fue tomar un folleto de Bogotá, con el fin leer sobre sus calles, su comida, su clima, la altura que, en muchas ocasiones afecta a los visitantes por el mal de montaña, que no es más que la presión atmosférica y la reducción del oxígeno a grandes alturas.

Jairo se fue a la aerolínea, compró su pasaje y todo estaba preparado para que el miércoles partiera a la capital colombiana.



Sus amigos estaban felices, el chico de 25 años, ojos negros, piel canela, cabello lacio, estatura mediana y delgado, abordó el avión que lo trasladaría a la aventura de su vida o su primer viaje internacional.

No obstante, cuando salió del aeropuerto El Dorado, las cosas empezaron mal, debido a que se quedó sin aire, le era prácticamente imposible cargar la maleta, respiraba muy profundo y se desesperó.

Tomó un taxi para irse a un hotel en la 85, el conductor del vehículo le dijo que lo tomara con calma, que no se esforzara mucho y descansara el primer día porque dudaba que hiciera algo.

Para el que viene del trópico con temperaturas de 32 o 33 grados Celsius, Bogotá es una ciudad donde es necesario adaptarse al frío porque su temperatura es de 19 grados Celsius como máximo y su elevada posición de 2,640 metros sobre el nivel del mar, jode al no nativo.

La única forma de no afectarse es yendo a zonas de baja altura y luego volver, es imposible hacer ejercicios, cargar peso e incluso hacer el amor porque el infarto está al pie del cañón.

Con todo y eso Jairo, se hospedó en el hotel del norte de la ciudad, descansó el primer día y al siguiente decidió andar para admirar sus edificios, casi todos iguales, construidos con ladrillos, le encantó el Transmilenio, la Autopista Norte y el Monserrate.

Pero la altura aún lo tenía mal, la segunda noche se acostó temprano y en la mañana se despertó a las siete menos quince, se fue en autobús a Chía para conocer el castillo Marroquín y sus alrededores.



En Bogotá le encantó la organización de la urbe, entre calles y carreras, porque un lugar tan extenso y con 10 millones de habitantes debe estar planificado.

En la tercera noche, caminó, vio un lugar llamado Bogota Beer Company, le llamó la atención la calefacción para los clientes y decidió entrar.

Observaba a los turistas comiendo con guantes de plásticos porque no daban cubiertos, lindas chicas y mucha música rock.

Llevaba como una hora bebiendo cerveza artesanal, fue al baño, pero se tropezó con una mujer, quien le tumbó el vaso con el pan líquido.

La dama se disculpó, Jairo le respondió que tranquila porque nada ocurrió, pero al regresar la femenina le envió una cerveza y el caballero hizo lo mismo.

Resultó que la chicha era Ángela Escobar, de 26 años, la hija de un senador del Partido Liberal, con mucho dinero, alocada, oriunda de Pereira, Risaralda, donde el Otún recorre la pintoresca y pequeña ciudad.

El canalero cayó en las garras de la fémina, de baja estatura, ojos verdes, cabello negro y un cuerpo de guitarra, quien posteriormente lo invitó a la mesa y luego se fueron a Agua de Panela de Cedritos a rumbear.

Con dificultad bailaba, se quedaba sin aire, la mujer medio ebria, lo invitó a una propiedad de su papá en Suba y allá quedaron en traje de Adán y Eva.

Bebidos, los dos se besaban con sabor al alcohol y tabaco, aunque eso no importaba, el caballero sentía el terremoto de la pasión.

No obstante, la excitación fue tan brutal que Jairo de pronto dejó de respirar, su brazo derecho se le durmió, estaba mareado y vino el infarto fulminante.

Al llegar los paramédicos lo encontraron sin signos vitales.

En definitiva, la altura afectó su corazón, no se cuidó, mientras que a Ángela la borrachera se le quitó.

El periplo y la vida de Jairo tuvo su final por su falta de preparación y lectura.


La novia de mi hermano

Les quiero contar mi historia y de la Fabiana Zaldívar porque no sé qué hacer en una situación tan difícil.

Mi nombre es Agustín Sanjur, tengo 22 años y Fabiana 23, es la novia de mi hermano y  luego él ganó una beca para estudiar mecánica de aviación en el Reino Unido.

La traté normal como a cualquiera de mis cuñadas, ella siempre me miraba como el hermano de su novio hasta que Iván partió hacia Londres hace un año y medio.

Había un grupo de jóvenes, como casi 20, todos no mayores de 25 años, que íbamos al parque, a la playa, jugamos balompié, hacíamos asados y asistíamos a discotecas.

Soy estudiante graduando de artes dramáticas en la Universidad de Panamá (UP), mis amigos me dicen que soy demasiado tímido para la carrera que elegí, sin embargo, me gusta y sé que al final lograré vencer ese obstáculo.



Soy blanco, de ojos miel, de mediana estatura y cabello castaño oscuro lacio, mientras que Fabiana de piel canela, cabello lacio negro, de baja estatura, ojos pardos y un cuerpo escultural.

Durante una estadía en una casa de playa, bebimos cerveza y Fabiana me sacó a bailar, pero eso no lo sé hacer, me dio vergüenza y corrí a la cocina para que no se burlaran de mí.

Fabiana me siguió, me consoló, me dijo que no me preocupara, me abrazó y sentí sus pechos que me dejaron armado como un soldado para la guerra.

Ella solamente sonrió, me dio un beso en la mejilla, me tomó de la mano y nos fuimos a donde estaba el grupo, todos me animaron y dijeron que no me avergonzara.

Una de las chicas dijo que Fabiana y yo hacíamos buena pareja, no obstante, le respondí que es la novia de mi hermano.

-Bobo, tu hermano está en Londres y allá se quedará-, respondió ella.

Eso fue el viernes en la noche, al día siguiente todo transcurrió normal y siguió la farra hasta que la gente quedó borracha.

Estaba algo mareado, pero recuerdo todo, fue cuando Fabiana me sacó a bailar una balada y mientras todos dormían ocurrió lo inesperado, no besamos con intensa pasión.

Sin hablar mucho nos fuimos a la cama, aprovechando la ebriedad de todos, nadé sobre su tórax y sin ser tan explicativo cabalgué desde Alaska hasta la Patagonia.



Todo siguió normal, con encuentros clandestinos en pensiones y hoteles, pero uno de los chicos que apodan “Rori” se dio cuenta de todo en la playa, me dijo que sabía y guardó el secreto.

Después de eso pasaron siete meses y llegó lo peor.

En uno de esos encuentros con Fabiana, el preservativo se rompió y ninguno de los dos lo descubrimos hasta cuando saqué el arma. 

Ahora la novia de mi hermano, que “Rori”, dice que es mi pareja en la actualidad, está embarazada de su cuñado y no sé qué hacer.

Hice mal, lo sé, soy un chico tímido, pero no pendejo, no pude resistirme con algo de alcohol en mi sangre y a los encantos de Fabiana.

¿Qué haría usted? 

De infieles a enamorados

A mediados de los años 90 del siglo pasado, se registró una de las relaciones amorosas que perduran después de 25 años como marido y mujer.

Una increíble historia de que cómo la gente se engancha sin darse cuenta porque pensaron pasar un rato agradable y el asunto se alargó.

Raquel Bravo laboraba como secretaria de un legislador (hoy diputado), era alocada, extrovertida, muy querida, parrandera y con un novio de 25 años, uno mayor que ella.

Mientras que Wigberto Castañeda, de 27 años, era sobrino de un legislador, de ideas contrarias al jefe de Raquel, tímido e introvertido, uno de los pocos de la bancada de oposición al gobierno de turno, pero que hacían mucha bulla.

Ambos, de tez blanca, cabello negro lacio y ojos pardos, sin embargo, en ocasiones la dama se hacía mechitas para darle un toque diferente, sumado con su delgadez hermosa paraba tráfico sin dudarlo.



Se conocieron en los pasillos del denominado primer órgano del Estado, como se le denomina a la Asamblea Nacional, porque sus miembros vienen de distintas corrientes, ideologías y partidos, además es el único cuyas reuniones o sesiones son abiertas al público,  transmitidas por la radio y la televisión.

Poco a poco se hablaron, coincidieron en algunas agendas de sus jefes porque eran miembros de varias comisiones de trabajo y luego llegó lo que jamás se imaginaron.

Wigberto tenía novia también y como le encantaba Raquel, decidió irse a una pequeña aventura amorosa durante una gira laboral en Santiago de Veraguas.

Trabajaron hasta nueve horas ese viernes, se fueron a sus respectivas habitaciones, se bañaron y se encontraron en el restaurante del hotel durante la cena.

La delegación era de 13 personas, así que mucha concurrencia, por lo que acordaron verse en otro lugar para una plática más privada.

El caballero le contó parte de su vida en la provincia de Herrera, su niñez, dónde estudió, le encantaba enlazar caballos y vacas, lo que dejó flechada a la mujer.

Por su parte, ella, platicó sobre su infancia en Coclé, describió el paisaje de su campiña, amaba su tierra, sus papás eran peones en una finca del abuelo del hoy su diputado jefe, entre otras historias.



Cada oveja con su pareja, los dos sin pedirlo, sin solicitarlo o programarlo, quedaron caídos de la mata, enculados, tragados, enamorados y enloquecidos.

Volvieron de la gira, transcurrieron varios meses, ninguno terminó con la relación que tenían, siguieron sus vidas hasta que en ese relajo pasó un año.

De forma clandestina, como dos fugitivos o prófugos de la justicia amorosa se encontraban en hoteles para hacer estallar sus deseos intensos de amor, fluidos y sentimientos.

Nadie quiso dar el primer paso, quizás por no hacer daño a sus parejas, pero el mundo es tan complicado, herimos con o sin intención, así que lo dejaron todo como estaba.

Lo que sí es cierto que es Wigberto y Raquel se amaban con toda la intensidad de una pareja.

Al cumplirse dos años de su primer encuentro en Santiago de Veraguas, era un domingo, Raquel salió con su novio al cine y Wigberto con su novia.

Por coincidencias de la vida, los clandestinos coincidieron en el mismo local, en un encuentro impactante, confuso y de mezcla entre la tristeza, el descubrimiento y el aceptar la realidad de que nacieron el uno para el otro.

Un diluvio brotó sobre las mejillas de Raquel, mientras que Wigberto quedó nervioso y mudo.

Sus respectivas parejas, sorprendidas en un principio, se preguntaban qué pasó, aunque el lenguaje facial de los tórtolos lo decía todo. No hubo reclamos, escándalos o bullas.

Tres meses después del sorpresivo encuentro, ambos se casaron por lo civil y al año por la iglesia católica.

El herrerano y la coclesana tuvieron dos hijas y un varoncito, su relación aún perdura, con bajas y altas como es normal.

Ninguno creyó o pensó que esa cita laboral en Santiago de Veraguas terminaría en un matrimonio.

 

 

 

Carla y Carlos

Ambos se conocieron cuando estudiaban licenciatura en español, en la Universidad de Panamá, ella era oriunda de Sábana Grande, provincia de Los Santos, mientras que él era nativo de La Palma, Darién, Panamá.

En un principio, ella no lo soportaba porque Carlos porque era muy popular en la Facultad de Humanidades, cantaba baladas, las notas de su voz enamoraban y así logró conquistar a la santeña.

La fémina era muy quisquillosa cuando estaban en el proceso de conocerse hasta que se dieron el primer beso y cayeron en el terremoto del sexo a montón.

El caballero acariciaba el negro cabello largo de su novia, admiraba sus ojos verdes, recorría sus montañas con picos rosados, besaba su blanca piel de pie a cabeza y el intercambio de fluidos era fuerte.

Durante tres días a la semana, se fugaban las primeras horas de clases para irse a la pensión Jamaica, ubicada en la Avenida Cuba, donde llovían los encuentros cuerpo a cuerpo, espalda con pecho y caricias acompañadas de sonidos espectaculares naturales que Carla emitía.



Posteriormente, regresaban a dar clases, el hombre de tez acholado, cabello lacio y ojos negros se sentía feliz y sus compañeros de salón ya sabían el origen de la felicidad de la pareja.

Carla, de 21 años, laboraba en una empresa de ventas de vehículos como recepcionista, era presa de muchos lobos al ataque que ofrecían prebendas, viajes, dinero, propiedades, casamientos y otras yerbas aromáticas.

Carlos, de 23 años, trabajaba como mensajero motorizado en una publicitaria, propietario de una extensa labia para las chicas, sin embargo, le era fiel a su novia, que lo enloquecía  y le daba de comer de la mano.

Se fueron a discotecas, a la playa, ella lo acompañaba cuando su novio tenía pequeños contratos para cantar en fiestas privadas o eventos en centros comerciales los fines de semana.

Un huracán de pasiones, volcanes de sexo, aluvión de besos y tormentas de caricias era la nota característica de los novios.

Carla le presentó a su prima, la única pariente que tenía en la ciudad de Panamá, lo que deducía que el asunto ya iba más allá porque cuando se presenta a la familia es porque la relación va en serio.



Todo iba viento en popa hasta que vinieron las vacaciones del primer semestre y la dama desapareció, no llamó, lo que dejó entristecido a Carlos.

Se preguntaba qué hizo, pero cuando volvieron las clases del segundo semestre, Carlos se la encontró en la cafetería de Humanidades, le pasó al lado y ni siquiera la determinó.

Luego ella se disculpó con vagas excusas no creíbles y el hombre la perdonó, aunque ya el daño y la duda fueron sembrados.

Siguieron con sus vidas de tórtolos, pasaron juntas las festividades de noviembre, Navidad,  Año Nuevo y el semestre terminado.

En febrero, ella lo citó al anfiteatro de la Universidad donde le informó que él era un buen hombre, no obstante, la relación debía acabarse, no explicó ni tampoco sustentó su decisión.

Carla dio la media vuelta y se marchó con el clásico adiós, colocando el punto final  a una aventura amorosa que duró  nueve meses.

Dejó a un hombre destrozado, con el corazón partido en mil fragmentos y un mujeriego en potencia que pasaría factura en el futuro a las damas que se encontrara en su camino.

 

 

 

 

 

Los asaltantes novatos

Los miembros de la policía se quedaron sorprendidos cuando descubrieron la verdad sobre la identidad de los asaltantes al Banco de Fomento Costarricense. No lo podían creer o era una historia para la televisión. 

Un miércoles del 2014, una dama se acercó a la sucursal bancaria de Tibás para depositar 35 millones de colones (unos 55 mil dólares aproximadamente), producto del ingreso de la empresa donde laboraba en el departamento de Contabilidad.

Antes de que la fémina entrara, un hombre, vestido con el uniforme de los Correos de Costa Rica, zapatillas negras y con un casco de motorizado, le golpeó la cabeza, la dama cayó al pavimento, mientras que el sujeto se agachó para recoger la bolsa con el “botín”.

Sin embargo, la reacción del guarda de seguridad del banco, vestido con traje de calle, fue la de sacar su arma de reglamento y disparar de inmediato contra el asaltante, quien respondió al fuego.



Las balas del antisocial fallaron todas, pero su cuerpo recibió un plomazo en el corazón, lo que lo dejó muerto en la escena del crimen.

Quien hacía el trabajo de conductor, al ver lo acontecido, se bajó y disparó al guarda de seguridad, que resultó herido, no obstante, desde el suelo le pegó un tiro al segundo hombre y el blanco fue en la frente.

El final del fallido intento del delito fue la de dos asaltantes fallecidos y el guarda seguridad, herido en el hombro con una bala que entró y salió.

La mujer inconsciente del golpe, fue llevada al hospital, mientras que la policía cercó la zona, llegaron los peritos forenses para realizar su labor de tomar fotografías de todo y llevarse los cuerpos.

La dama era Arlene Rojas de Izquierdo, vecina de Guadalupe, en Goicochea, su esposo era Fabián Izquierdo; tenía dos hijos; Alberto Izquierdo Rojas y Manuel Luis Izquierdo Rojas.

Los peritos revisaron los documentos de los asaltantes muertos, fueron identificados como Fabián Izquierdo y Manuel Izquierdo Rojas, de inmediato se comunicaron con los investigadores.



Se dieron cuenta de que fue un asalto planeado, entre la esposa, su marido y uno de sus hijos.

Arlene fue detenida en el hospital, su hijo Alberto, un estudiante de mecánica, de 19 años, no tenía la menor idea de lo acontecido hasta que la policía le informó la novedad.

Alberto quedó huérfano de padre, su hermano murió y la autora de sus días presa en la Cárcel de Mujeres Vilma Curling Rivera, conocida anteriormente como El Buen Pastor, de San José, Costa Rica.

Una familia inexperta en actos delictivos, planearon el crimen, pero no hicieron trabajo de campo o no inspeccionaron la zona, no vieron ruta de escape o qué hacer si había un obstáculo.

Así terminó la historia de los asaltantes novatos porque todo lo que empieza mal, así culmina.

El hombre que volvió de la muerte

El martes 18 de abril de 2006, se presentó un hombre a la estación de policía de Edimburgo, cuya descripción física era caucásico, ojos azules, cabello poblado por la nieve y medio calvo, de 1.85 metros de altura, quien dijo no recordar su identidad ni tampoco cómo llegó allí.

Los policías de inmediato comunicaron al jefe de la estación la novedad, que les ordenó llamar a una ambulancia para trasladarlo al hospital porque posiblemente se trataba de un caso de amnesia.

Para ayudar a identificarlo, su fotografía fue difundida en los medios de comunicación la isla, de inmediato sus hijas lo reconocieron y corrieron al hospital local para reunirse con su papá.

Era Samy Gordon, un antiguo funcionario del Departamento de Transporte del Reino Unido, hombre que desapareció seis años antes mientras navegaba en una canoa en las peligrosas costas del Mar del Norte.



Su embarcación apareció sin su ocupante, la policía y la Marina Real iniciaron la búsqueda de Samy, sin embargo, el caballero, de 51 años para el 2000, nunca apareció, por lo que fue declarado oficialmente muerto después.

La viuda de Samy, Mia Gordon, recibió medio millón de libras (hoy al cambio unos 545,455.31 dólares) y para esa época un poco menos, en concepto del seguro de vida de su marido.

Como las hijas del matrimonio escocés ya tenían sus parejas, Mia decidió vivir en la Ciudad de Panamá, Panamá, donde compró un apartamento en El Dorado, una zona de clase media alta.

Entretanto, las hijas Anna y Mary, felices de ver a su padre vivo, aunque este no las reconoció durante el encuentro, lo que se deducía que el hombre padecía de amnesia.

La noticia corrió por todos los periódicos, la radio y televisión y le dio la vuelta al mundo con el título de “El hombre de la canoa”.

No obstante, todo iba normal hasta que un sujeto llamó a la Scotland Yard para decir que el hombre que regresó de la muerte vivía en Panamá con su esposa y pidió una dirección con el fin de enviar la fotografía que encontró en una página de bienes raíces en Panamá, donde estaba Samy, Mia y el vendedor de propiedades.



Cuando la policía le mostró la imagen a Samy este quedó más blanco que un papel. Lo pescaron.

El caballero confesó que fingió su muerte porque tenía muchas deudas, se disculpó con sus hijas e informó que su esposa estaba en América, específicamente en el istmo de Panamá.

También manifestó que regresó porque necesitaba ver a sus hijas y la conciencia le remordía.

Los tabloides titularon la historia como “El hombre que volvió de la muerte” y fue la comidilla del momento.

La bomba estalló, todo se descubrió y Londres le dio un plazo a Mia para retornar a la isla, lo que hizo, fue detenida en el aeropuerto y trasladada a prisión.

Ambos fueron procesados, en un juicio mediático internacional y posteriormente condenados a seis años de prisión por estafa.

Samy y su mujer cumplieron la pena completa, se divorciaron y él se fue a vivir a Filipinas, donde se casó con una mujer 25 más joven.

Ann y Mary, nunca más le digirieron la palabra a sus padres, pero, quedó la historia imborrable del hombre que volvió de la muerte.

Los libros quemados de Tafán

En el reino de Tafán, había una consejera del rey llamada Ineida, no apta para el cargo, sin embargo, era de extrema confianza del monarca, por lo que nadie se atrevía a meterse con ella ni contradecir sus instrucciones.

Como el rey Tafán tenía demasiados problemas en su casa y tampoco sabía gobernar, le dio amplios poderes a sus consejeros para resolver los conflictos sin hacer tantas consultas para evitar ser molestado.

Ineida era una mujer fría, bruja, malévola, interesada por las monedas de plata y oro, calculadora, manipulaba el rey con sus hechizos, convertía el día en noche, escondía a la luna y apagaba las estrellas con sus poderes.



En un mundo donde los gusanos trabajaban duro y las hormigas eran explotadas en las minas de maíz, el reino tenía una biblioteca con 10 mil libros de enseñanza, literarios, religiosos, de motivación y todo tipo de lectura.

Varios consejeros nunca le prestaron atención a que el comején y los ácaros atacaban las páginas de importantes libros, un empleado de la biblioteca desde hacía tiempo le comentó a la directora que poco a poco se dañaban, por lo que necesitan restauración urgente.

El problema llegó hasta los oídos de Ineida, quien era enemiga de los libros porque ellos son la autopista del camino correcto, contra el atraso, la pobreza, la ignorancia, el subdesarrollo y a favor de la superación.

Un montón de libros, muchos de ellos con décadas en la biblioteca del reino, es un peligro para el rey, su corte y sus esbirros que le besan la mano para obtener prebendas y negocios.

Sí señores, los aprovechados están en cualquier mundo, dimensión, época e historia literaria o real.



Así que la consejera Ineida reunió a todos sus secuaces para planificar la “solución final” al problema de los libros, lo harían durante las fiestas del cumpleaños del rey Tafán para que nadie lo descubriera.

Había miles de monedas de oro para repararlos, no obstante, ese no era el plan.

Las festividades duraban una semana con licor de rosas, vino de palma, güisqui de mango y abundante carne de armadillo con pan para un pueblo hambriento de alimentos y de conocimiento.

Como la mayoría de las personas no están preparadas para pensar y discurrir, sino vivir a la velocidad de la luz para solucionar sus problemas, la orden fue ejecutada al pie de la letra. 

Decenas de carretas llevaron los libros en sacos de tela y fueron arrojados a las fogatas usadas para alumbrar la parranda semanal y ninguno se salvó.

Diez años después de la quema, el rey Tafán murió, su reino fue invadido por otro, fueron derrotados porque no había libros sobre guerra, estrategia militar, curar a enfermos, de gobernar y otros temas.

Ni siquiera Ineida pudo salvarse porque llegó otra hechicera con más poderes que ella y la convirtió en una piedra que arrojó en las aguas del río que rodeaba la demarcación de Tafán.

La cultura e historia del reino de Tafán desapareció, fue absorbida por los Azones, el invasor que si cuidó sus libros y preparó a su pueblo para el futuro.


 

 

La Viudita

Durante los años 50 y 60, Santa Fe de Veraguas, en Panamá, seguía siendo un pueblo atrasado, pobre, con mucho latifundismo, campesinos escuálidos, explotados y humillados por los patrones.

Fue foco de historias y pasiones, de un nacimiento insurgente conocido como “El levantamiento del Cerro Tute”, que terminó con varios muertos y detenidos.

En la iglesia de ese pueblo, en ocasiones asistía a misa, una señora vestida de negro de pie a cabeza, con un velo para evitar revelar su rostro, lo que generaba muchas preguntas sobre su identidad.

La mujer era la última que llegaba misa y la primera que salía, posteriormente se perdía entre los oscuros caminos, ya que para los años 60 aún no había energía eléctrica en Santa Fe.



Algunos decían que era Marita, la empleada de un hacendado francés, quien desapareció del pueblo para marcharse a la capital en busca de mejor vida, pero nunca volvió.

Otra versión era de que la dama fue asesinada por el terrateniente galo en un ataque de celos porque era su amante y la sepultó de forma clandestina.

La fémina no hablaba con los vecinos, se marchaba inmediatamente, apenas terminaba la misa, y como causaba temor entre los parroquianos, nadie se sentaba en la banca donde ella se colocaba.

Sin embargo, dos niños traviesos, conocidos en el pueblo como Dany y Taco, decidieron seguir a “La Viudita” para saber dónde vivía.

Ese domingo, se colocaron afuera de la iglesia para espiar a la mujer, quien salió y ellos tomaron distancia para andar detrás de ella.

Pasó media hora, como había luz de luna, pudieron continuar al ver la sombra de la figura hasta que ingresó al cementerio de Santa Fe.

Los traviesos chicos no corrieron, por el contrario, les llenó de curiosidad que la mujer no caminaba, sino que levitaba, así que se imaginaron que sería un fantasma del que tanto hablaban en el poblado o Marita, la asesinada.



Dany, sacó de su bolsillo una linterna de su papá, y alumbró para caminar por todo el cementerio con la finalidad de descubrir la tumba de la fémina.

Buscaron 20 minutos, alumbraron, las criptas de varias familias hacendadas, de dos sacerdotes, tumbas viejas y no hallaron absolutamente nada.

Decidieron marcharse, cuando de pronto, una luz tenue apareció y estaba “La Viudita" frente a ellos.

Su aspecto era terrorífico, esos ojos oscuros grandes y pronunciados, rostro sin piel, huesos frontales, colmillos de coyotes, dientes amarillos, le salían gusanos de sus fosas nasales y entraban por la boca.

-No busquéis entre los muertos, sino entre los vivos, porque ellos son los que hacen daño. Soy Marita y fui asesinada por mi patrón-, dijo el fantasma.

El culillo fue tanto que Dany se cagó en sus pantalones, mientras que Taco se orinó ahí mismo.

-No somos malos señora, solo queríamos saber quién era usted-, respondió Taco.

-Bien chiquillos culicagaos, vayan a sus casas y no digan nada de lo que vieron y oyeron. Yo no saldré más a la misa. La escuchaba para que mi alma estuviese en paz, pero ya como me descubrieron, mi espíritu se irá al cielo-

Los pelaos, corrieron durante diez minutos, llegaron a la iglesia, alumbrada con guaricha en todas las esquinas.

Nunca contaron que vieron a “La Viudita” y guardaron el secreto.

 

Tony 'Plaga'

 El cementerio Amador, en el corregimiento de El Chorrillo, en ciudad de Panamá, Panamá, estaba repleto de antisociales, luego de la muerte de Antonio Fajardo, conocido como “Tony Plaga”.

Una bala de agentes de Panamá Policía, acabó con su vida en momentos que lo correteaban por robar con un cuchillo a dos turistas francesas, que pululaban cerca de la iglesia de Santa Ana, donde el antisocial tenía su radio de operaciones delictivas.

Durante el sepelio, los maleantes gritaban, bebían ron, fumaban marihuana y coreaban consignas contras las autoridades de la dictadura militar, ya que era el año 1979 y ellos eran quienes gobernaban.

Integrantes de La Guardia Nacional (GN) no temían de sacar su arma de reglamento, disparar al aire en dos ocasiones como advertencia, de lo contrario una tercera bala iba directamente hacia la pierna o en cualquier parte de la anatomía del malandrín perseguido.



Tony ‘Plaga’, era un buaycito de 21 años, estuvo dos años preso en la cárcel La Modelo, por robo, lo enviarían a la isla de Coiba, sin embargo, se salvó de que, como era su primer crimen como adulto, el juez lo dejó en la cárcel que construyó Belisario Porras en 1922.

Una incipiente vida de delitos, desde los 16 años, cuando entraba y salía del Tribunal Tutelar de Menores, ubicado en la avenida de los Poetas, donde los internos planificaban diversos actos contra la ley, fue su nota característica.

El jovencito, estaba enloquecido con Marian Zambrano, la hija de un migrante ecuatoriano que se ganaba la vida como sastre, en un viejo caserón de madera frente al parque Los Aburridos.

La adolescente de 17, acholada, de escultural cuerpo y rostro angelical, se negaba a mirar a Tony ‘Plaga” con sus oscuros y pronunciados ojos, tampoco a que tocara sus piernas y acariciara su blanca piel, además de cabello negro azabache.



Mientras que el antisocial le enviaba dulces, perfumes y otros regalos, comprado con dinero de su modus vivendi, aunque la señorita rechazaba todo porque ni hablar de tener un marido maleante.

En esa época era marido de inmediato porque en los barrios pobres, la mayoría de las chicas no usan métodos anticonceptivos, sino que iban en “carne viva”, lo que generaba embarazos no planificados o “bichos raros”.

Entretanto, en el entierro, el ataúd era pequeño porque el fallecido era de baja estatura, delgado y antes de que lo cerraran, los amigos de Tony “Plaga” le arrojaron marihuana, disolvente de pintura y pachas de ron.

Todo terminó, unos 25 malandrines abandonaron el camposanto y frente a la entrada estaban dos policías que recibieron los insultos.

-Chucha de tu madre, hijos de puta asesinos-, fue parte de lo gritado a los agentes del orden público.

Para evitar problemas porque estaban en desventaja, ingresaron al otro cementerio.

Así terminó Tony ‘Plaga’, sepultado siete pies bajo tierra, una madre destrozada y el ejemplo de muchos jóvenes para que aprendan lo que no se debe hacer.

 

Imagen del Cementerio Amador cortesía del Municipio de Panamá.

 

 

 

 

Privada de su libertad

La policía peinaba toda la ciudad de Panamá en busca de Lucrecia Singh, de 21 años, estudiante de la carrera de diseño gráfico, de la Universidad de Panamá (UP), quien fue llevada a la fuerza por tres hombres que viajaban en dos vehículos, cuando salía de la Facultad de Arquitectura.

Su padre Narenda Singh, un panameño de origen Indostán ,y su madre, la tableña Lucrecia Mendoza, estaban aterrados, ya que se decía que era secuestro, sin embargo, los delincuentes, pasadas dos horas, no pedían rescate.

La estudiante, de estatura mediana, de piel canela como su padre, ojos verdes y cabello negro, tenía amores con Rogers Taylor Markov, un cantante  y bajista de música rock, hijo de un migrante de Barbados y una rusa, quienes se establecieron en Edimburgo, Escocia.

Lucrecia y Rogers se conocieron en un hotel de playa de Antón, ambos estaban con un grupo de amigos y llegó el flechazo en una de las piscinas.



A ella le encantó el hombre mestizo, blanco, de cabello rubio, con forma de rulos y ojos miel, mientras que a él le encantó la mezcla de piel canela con ojos verdes. Una pareja exótica.

El ciudadano británico, de 35 años, le contó a la policía que su suegro no gustaba de él y que en varias ocasiones lo amenazó para que dejara a su hija porque ella se casaría con un indostano.

Llevaba tres meses de novio con la istmeña y planeaba irse a Edimburgo, donde desarrollaba su carrera de bajista del grupo “Sin” (pecado en inglés), pero con el delito los planes se destruyeron, por el momento.

Mientras que, en un cuarto, dos hombres desconocidos tenían a la señorita, amarrada en una silla, con esparadrapo en la boca para evitar que gritara, cada 10 minutos uno de los secuestradores ingresaba a la habitación para ver que estuviese bien.

Una pieza pintada de blanco, pequeña, sin guardarropa, ventanas sencillas con su tela metálica, lo que se deducía que el apartamento era de estrato popular, aunque Lucrecia no tenía la menor idea donde estaba.

Las autoridades, con la información de Rogers, sospecharon de inmediato que había gato encerrado en ese caso porque transcurrieron 10 horas y nadie se comunicaba con la familia de la víctima para pedir dinero.



Todo investigador sabe que las primeras 48 horas con cruciales en casos de homicidio y secuestro, así que solicitaron intervenir el teléfono de la vivienda de los Singh, además de los móviles del padre y el novio de la universitaria.

La autora de los días de Lucrecia no dejaba dormir a su marido con llantos, gritos, estrés y el caballero se mantenía firme en que su hija aparecería, no obstante, sus glándulas lacrimales estaban secas.

La intervención de los teléfonos fue de vital importancia, debido a que grabaron la plática entre Narenda y un desconocido hombre, a quien el primero le decía que no la soltara hasta que el británico se marchara.

La policía detuvo al padre y cantó que no hizo nada malo, sino proteger a su hija de un mestizo aventurero sin futuro, también confesó que la jovencita estaba en el edificio 18, apartamento 1 de Villa Lorena, Río Abajo.

Con la información, hombres uniformados, con armas de grueso calibre, tumbaron la puerta del apartamento, los dos sujetos se rindieron y rescataron a Lucrecia sana y salva, aunque con la cara hinchada de llorar y angustiada.

-Bienvenida a la libertad señorita-, le dijo un policía cuando la desataban.

La noticia salió en todos los periódicos que contaban la historia de un padre que ordenó privar de libertad a su hija para evitar que se casara y marchara del país.

Eso no ocurrió, Narenda fue detenido con sus cómplices, Lucrecia se matrimonió con Rogers y se marchó a Edimburgo, Reino Unido.

Cuando iban en el avión, Rogers le dijo a su esposa que intentara perdonar a su padre, a lo que ella le respondió que necesitaría tiempo para curar una herida tan grande.

Los Singh terminaron divorciados.