El inolvidable Atá y un sistema segregado

 

Anabelle, Anabelle,

You can go to the heaven

And me go to the hell.

 


La primera vez llegó a mis manos en 1983, pero la rechacé por no estar de acuerdo en la forma como se enseña literatura en los colegios y seis años más tarde sí logré disfrutarla.

Adoré a su personaje Atá, el chombo-blanco de la novela Los Forzados de Gamboa, del escritor panameño, Joaquín Beleño (1922-1988), cuya obra me hizo recordar los años de mi niñez en el corregimiento de El Chorrillo y que limitaba con la antigua “quinta frontera” o  la desaparecida Zona del Canal.

Atá un birracial, mezcla de padre pelirrojo con mujer negra, como muchos panameños, fue el epicentro de una injusticia y un sistema de círculo de plata para los nacionales y negros y el círculo de oro para los estadounidenses blancos, con mejores salarios, viviendas y beneficios.

Beleño nos desnuda una triste realidad que no conocen las dos últimas generaciones o tribunales de justicia donde jueces blancos dictaban duras sentencias contra negros o panameños.

Una de ellas era dos años de prisión por tumbar mangos o disparos a los cazadores del antiguo poblado de Paja (hoy Nuevo Emperador en Arraiján) y que limitaba con la Zona del Canal.

Atá y Anabelle se amaban, él nunca la forzó a nada, ni la violó, solo que en esa época era imposible que una mujer blanca se empatara con un negro, debido a que el sistema racial separado así lo exigía.

Solo una pluma de oro como la de Joaquín Beleño, quien conocía la historia de Lester León Greaves, pudo plasmar en la novela todas las penurias de un sistema importado desde Estados Unidos.

Había cafetería, cines, viviendas, fuentes de agua, supermercados, salarios, escuelas, parques, cárceles y centros de diversión para ambas razas, algo que no ocurría del otro lado de “el límite” o Panamá.

Incluso Beleño denuncia el poco interés de las autoridades panameñas en exigir derechos a los panameños y ellos mismos entregaban a la policía zoneíta a los nacionales requeridos.

La pasión Greaves por Anabelle le costó quince años de prisión, de los 50 años a los que fue condenado y su novia fue enviada a los Estados Unidos para tapar la vergüenza de tener un chico negro panameño.




Sin embargo, Beleño, cubrió la historia como periodista y decidió contar lo que sucedió en su obra publicada en 1960, cuando aún prevalecía ese sistema segregado en la Zona del Canal y Estados Unidos.

Atá murió en la novela, muchos años después Greaves se nos fue por un infarto, pero para los lectores está  en los recuerdos imborrables de los pocos nacionalistas que quedamos, quienes conocimos la Zona del Canal y su policía zoneíta que te correteaba cuando tumbabas mangos.

El célebre protagonista en Los Forzados de Gamboa,  me inspiró físicamente  mi personaje Leandre Bergés, en mi novela El Exorcista de Vacamonte, haitiano, pelirrojo de cabello afro e hijo de un soldado estadounidense durante la ocupación de EE.UU. en Haití (1915-1934).

La historia jamás podrá ser enterrada porque con obras como las de Joaquín Beleño, nacen otras o nos inspiramos en personajes íconos de la injusticia como Lester León Greaves o el siempre recordado Atá.

Hoy la Penitenciaría de Gamboa tiene el nombre de Centro Penitenciario El Renacer. 

Pedrito, el morcillero

 

¡Morcillaaaa, triiiiipitaaaaaa. Morcillaaaaaaa, triiipitaaaaa! Era el año 1978, se escuchaban los gritos de Pedrito por las cantinas y bares de los corregimientos de Santa Ana, El Chorrillo y en el Mercado (San Felipe). A 25 centavos de dólar por cada bolsita, contenía una morcilla, platanitos verdes fritos y algunas tripitas.

El alimento era usado por los bebedores para neutralizar el alcohol que dejaba la cerveza o aguardiente que se zampaban mientras eran acompañados por algunas colombianas que los despojaban de sus problemas familiares y también del dinero ganado en sus faenas.



En un tanque de cinco galones, generalmente de pintura y lavado en agua caliente, se introducían 50 bolsitas del producto casero. La cuenta era de 12 dólares con 50 centavos, luego de entregar el dinero Pedrito se llevaba de comisión dos dólares con 50 centavos para su casa, pero cuando el hambre golpeaba bajo el intenso sol de esos arrabales de la ciudad de Panamá, se comía al menos dos bolsas. Eso era descontado de su comisión o cinco centavos de dólar por bolsa.

El dato del negocio se lo dieron sus dos vecinos, amigos y compinches: “Condorito” y “Pata Podrida”. Eran un trío que jugaba balompié en Plaza Amador y se bañaban en la piscina comunal donde “Toto” aplicaba la dura disciplina en un ambiente hostil con kilométricos problemas sociales de sus bañistas.

“Pata Podrida” vendía morcillas a lo escondido de su madre, una emigrante salvadoreña, propietaria de una pequeña abarrotería en una casa condenada y llamada El Muelle. “Condorito” era su vecino, nacido en la capital, de padres veragüenses. Su madre era ama de casa y su padre un conductor que laboraba con un chino dueño de una distribuidora en las inmediaciones del Mercado Público. El padre de “Condorito” era aficionado al licor y constantes eran los espectáculos cuando entraba con un alambique en su sangre a la casa de inquilinato donde residían.

Los vendedores llegaban donde Mercedes, la dueña del negocio, aproximadamente a las once y media de la mañana. Luego la patrona introducía el producto en los tanques y los entregaba, y la tropa de vendedores salía con los tanques montados en sus hombros.

La mayoría de los vendedores provenía de hogares separados, con problemas de consumo de drogas por algunos de los padres o hermanos, maleantes, fumadores de marihuana u oledores de pegamento o con problemas legales de todo tipo que incluían robo, hurto, venda de estupefacientes, homicidio y otros.

Pedrito salió su primer día de la casa de Mercedes, ubicado cerca del edificio la Penonomé en El Chorrillo, para seguir su ruta de venta y ganarse unos reales para llevarse al cuarto que tenía como casa.

Quería comprar unas zapatillas, cuyo costo eran de 10 dólares con 95 centavos, por lo que debía “mulear” (caminar) bastante para lograr su objetivo, porque su madre tenía otras dos niñas, Lucrecia y Laura, a quienes mantener y el dinero que ganaba como planchadora en casas de familia no alcanzaba para satisfacer las necesidades de sus dos adolescentes y Pedrito.

Pedrito entra a una cantina de Calle 12 de Santa Ana y observa a los bebedores, cuya conversación poco se entendía por el alto volumen de la música y los efectos del licor.

-¡Mooooorcillaaaa, triiiipitaaaa, a “cuara”!-, coreó.

­-Pelao, ven acá-, dijo un cliente de la cantina.

-Son a 25 centavos señor. ¿Cuántas bolsitas quiere?-, preguntó Pedrito

-¡Coño madre!  ¿Un "cuara" por cada una? Esa vaina está cara, si quieres te la compro a 20 centavos-, dijo el bebedor.

-No, señor, cuestan un “cuara” y no se pueden bajar-, respondió Pedrito.

-Bueno, dame tres. Una para mí y las otras se las llevas a las damas que están detrás de la barra atendiendo-, ordenó el borracho.

-Claro señor, voy para allá-, respondió Pedrito.

El niño fue donde las colombianas, les entregó las bolsitas con la morcilla. Una de ellas le dio un dólar y le dijo que metiera el producto en el tanque sin que el ebrio lo descubriera.

-Toma, papito, y vete, que ese viejo me tiene mamada—, comentó una de las meseras, rubia de farmacia, de baja estatura, nalgona, ojos verdes y con acento de Antioquia.

Pedrito le dio las gracias y salió del establecimiento comercial con su pregón de vendedor. ¡Moooorcillla, triiiiipitaaa, a “cuara”!

Iba feliz, como suele pasar con los ebrios, porque no descubrió la devolución de las bolsitas. Ya tenía un dólar de ganancia libre de polvo y paja. Si vendía todo tendría tres dólares con 50 centavos de paga.

Entró a la cantina Chucuchucu del Mercado. En la esquina derecha, una mujer bailaba abrazando a un borracho, en una mesa observó tres nativos de Guna Yala dormidos con los brazos extendidos. Ya Bachus hizo su trabajo, mientras que una señora “acholada” limpiaba con un trapeador los vómitos de un cliente ebrio.

La barra estaba llena de bebedores, pero los gritos de su producto eran imposibles de escuchar por el exagerado volumen de la música de tamborito.

-No venderé ni una bola aquí. Todos están borrachos—, pensó en voz alta el infante, quien cursaba el quinto grado en el colegio Manuel José Hurtado.

No obstante, una de las meseras lo llamó y Pedrito acudió donde estaba. La dominicana le pidió siete bolsitas de morcilla, le pagó con dos dólares y le regaló el cambio.

Salió del local y se fue de cantina en cantina en busca de sus reales para un mejor futuro que sin su propia ayuda no tendría jamás.

Ya en casa, tras un arduo día de venta, le dio un beso a su madre y saludó a sus dos hermanas.

-La familia aumentará Pedrito. Con tantas necesidades y ahora Laura está preñada del hijo del mecánico. ¡Santa madre, me dará un faracho! —, comentó Teresa, la madre de Pedrito.

-¿"Amarillo"? Ese lo único que sabe hacer es robar y fumar “canyac” (marihuana) mamá. Salió hace dos meses del “Tribu” (prisión del antiguo Tribunal Tutelar de Menores).

-Si lo sé y lo enviarán a Chapala porque en su casa no lo aguantan. Cualquier vaina que ve mal puesta se la lleva para venderla y comprar droga. De todos los pelaos del barrio mi hija se mete con un “canyacsero”, pero lo peor es que se deja preñar a los quince años. Mientras yo trabajo planchando para ustedes, Laura se va a “volar tripa” con un maleante-, se quejó la afligida madre.

-Mamá, tranquila. No llores, que lograremos salir adelante porque venderé morcillas a diario y cuando salga de la escuela. Haré las tareas de noche-, concluyó Pedrito.

Abrazó a su madre, quien lloraba desconsolada. Un nuevo integrante en la pobre familia, en una habitación-casa, donde apenas cabían los tres y ahora su hermana la cagó con una barriga, como sucedía en muchos de los hogares en esa zona chorrillera.

Una sola cabeza de familia debía trabajar para obtener el sustento, mientras que sus hijos quedaban pululando por las calles sin ningún tipo de supervisión. Era imposible estar en dos lugares al mismo tiempo y la conciencia no existía en sus mentes infantiles.

Sin embargo, como era un niño se fue a jugar la lata con sus amigos “Condorito” y “Pata Podrida” porque aunque haya miseria se tiene que vivir inexorablemente y sin dogmas.

Pedrito lucía sus zapatillas nuevas ante la mirada de sus amigos de El Muelle, mientras jugaban base por bola con pelotas de tenis y palo de escoba como bate.

-Mira “Foca-Foca”, las compré vendiendo las morcillas de Mercedes. Me saqué la madre, pero las tengo y son bonitas-, agregó Pedrito a su amigo de El Muelle.

-No importa que sean “gallitos” las zapatillas, sino que las luzcas porque fue tu esfuerzo. Yo empezaré a vender contrabando de la Zona que compra el marido de Belermina. El paga bien Pedrito y no tienes que doblarte tanto el lomo   de cantina en cantina por ahí. Saldremos de este “cuchitril” algún día, y cuando esté grande, buscaré una beca para ser estudiar milicia en Perú. Mi tío me dijo que me ayudaría en la comandancia con sus jefes-, apuntó “Foca-Foca.

-Yo quiero ser arquitecto, me gustaría crear edificios originales y bonitos, ganar plata para ayudar a mi mamá y a mis hermanas, mucho más ahora que Laura está preñada del maleante de “Amarillo” -, señaló Pedrito.

Como a diario salía para las cantinas a vender sus morcillas, se encontró una tarde en una cantina de El Chorrillo con una trifulca de proporciones gigantescas. Botellas, sillas, vasos, cuchillos y mesas rodaban por todo el local hasta que una esquirla de una botella de güisqui se le enterró en el cuello del infante.

Un chorro de sangre salió de su anatomía hasta que fue auxiliado por una mesera. El español, dueño del negocio, con terror lo llevó al Hospital del Niño donde lograron salvarlo de a milagro.

Su madre, medio aturdida de la noticia, invadió a gritos la sala de urgencias del nosocomio hasta que lo halló.

-Chiquillo culicaga’o, ¿estás bien? ¡Ya no más morcillas, carajo! O haces otra cosa o las tareas apenas llegó a la casa, tras planchar-, resaltó la autora de los días del niño en momentos que lloraba.

-Mami, no tengo la culpa, fueron los borrachos que peleaban. Tengo que trabajar para ayudarte con los gastos de la casa-, respondió con una voz tierna e inocente Pedrito.

-Pues no, carajo. Ya no más ventas de morcillas y tripitas porque si tenemos que comer arroz con huevo o cebolla, lo haremos, pero no más trabajo en la calle-, advirtió Teresa.

Pedrito recordó la propuesta de “Foca-Foca” de vender comida de la Zona del Canal que compraba el marido de Belermina. Ahora su negocio sería el contrabando de comida zoneíta porque algo había que hacer en este mundo.

Sabía que no era legal vender contrabando de la Zona del Canal, pero también que los diputados, oficiales de la Guardia Nacional y políticos lo hacían. Tampoco era tema de imitar, sino uno de hambre, que ninguno de los mencionados lo tenía, ni mucho menos pasaban trabajo o necesidades como él y su familia.

Una semana después de salir del hospital, Pedrito se fue al caserón donde vivía Belermina y su marido. Allí vio gran cantidad de comida procedente del supermercado de Balboa de la Zona del Canal.

-¡Bingo! -, dijo el niño mientras brincaba y reía.

Carta para Tita

 

Hola Tita:

Ya pasaron 15 años desde esa vez que me dejaste en la banca de la universidad, donde nos conocimos estudiando Derecho. La misma banca donde te ti el primer beso apasionado, lleno de energía, de amor y que hizo estremecer la tierra. La misma banca donde lloraste la primera vez cuando te puse las cartas sobre la mesa que no jugarías conmigo. Mientras reclamaba tus acciones incorrectas y poco amorosas conmigo, un diluvio caía sobre tus mejillas. Tu blanco rostro enrojeció, tus ojos, semejantes a la miel, se impactaron de mis fuertes vocablos al cual tus tímpanos pocas veces escucharon.



Lágrimas de cocodrilo, dicen por ahí, aunque los cocodrilos no lloran. Por eso esa frase se dice cuando alguien llora en falso. ¿Eran de verdad? ¿Era cierto eso que llorabas porque sabías que era un “buen hombre”, como dijiste, y me perderías o solo querías ganar un premio de actuación?

Son tres quinquenios desde ese 24 de febrero. Prometiste que me corresponderías y me amarías como yo a ti. Te adoraba como no tienes idea, y era la primera vez que me enamoraba de verdad, sin embargo, hiciste cambiar mi vida. Nunca volví a ser el mismo. Mi vida giró como no tienes idea, me torné un ebrio, un mujeriego, alguien sin corazón, que perdió la esencia de vivir y un irrespetuoso de mi sexo contrario por tu culpa.

Me transformé en un cliente de los locales de calle J, adicto de las trabajadoras quisqueyanas y de la tierra de Alfonso Marroquín. Sus consejos cayeron en oídos sordos para mí mientras me exprimían todo mi sueldo sudado cada 15 días. Quedaba sin el mínimo para transportarme en autobús.



Sólo Jenny me esperaba los 15 y los 30 para escuchar mis locuras, pero así mismo llenarse de dólares y enviarlos a la Romana en la isla a sus hijos sedientes de trigo y derivados lácteos.

No tienes idea de lo que sufrí. Lo siete mares quedaron pequeños ante el vital líquido que salió de mis glándulas lacrimales, ni la cantidad de tabacos que mis pulmones se alimentaron. Ni siquiera los aztecas se llevaron tanto en su interior, pero por el por el dolor uno aguanta amor.

Recuerdo esas fugas universitarias cuando visitábamos las pensiones baratas, de mínimo aire eléctrico que no neutralizaba el sudor ante el movimiento corporal de los dos.

No tienes idea ver a un hombre destrozado. Una cobra huye si te divisa, una hiena llora al sentir el olor de tu cabello, sin embargo, yo como no aprendo la lección seré como el esclavo que ante el azote de sus amos se pone el postre de tu ser para arrastrarme ante tus caprichos que solo atrapan la prisión de pasión.

Cuando penetraba tu interior, gozaba y me transportaba. Olvidaba el dolor y cubría el espanto porque sabía que tu no tenías para mí amor. Era un vil engaño como darle a un niño y caramelo para que luego fuera azotado de dolor.

¿Dime que hice malo para merecer este dolor? Solo te ofrecí mi corazón y me introdujiste  en una celda donde ni Mefistófeles aguantaría el dolor.

Han pasado 15 años para enterrar esta situación.

Tus besos estallaban y mis labios lo gozaban una vivencia que sabía que algún día tendría terminación.

¿Por qué no me dejaste si sabía que no me querías mientras subía entre tus andinas montañas de color y las nieves de espesor?

¿Si sabías que culminaría en una destrucción, pero seguiste y me diste el arma para jugar la ruleta rusa?

Hoy me entero que fuiste abandonada por un sujeto, quien te debió de beber un trago amargo que tu vida sucumbió.

Ahora andas en el subsuelo y delgada casi cadavérica porque te atrapó el cáncer del desprecio y la burla.

Me duele que sufras, sin embargo, más sufrí yo todas esas noches interminables, sedientas del alcohol y venganza cotidiana.

Ojalá puedas superar esa dura prueba como lo hice en mi momento, solo, sin ayuda alguna, como un árabe que camina en el desierto sin protección contra el sol y el viento; como un soldado que va al frente sin un fusil para disparar contra el enemigo y como un médico que debe curar solo con sus manos desnudas.

Adiós Tita. Supera esta situación y recuerda que la vida da vueltas a montón. Quien apuesta gana, gana y gana, no obstante, el algún momento en la ruleta del amor también se pierde.

Ojalá que nunca sufras tan duro como yo, que tengas una salida a ese laberinto dónde estás, que logres esquivar las balas de la inseguridad, las bombas del desprecio y huyas de la trinchera del infierno.

Mateo Garrido

Publicar literatura y morir

 








En tiempos de pandemia es poco probable que haya garantías de un futuro y reducidas esperanzas de un mañana, por lo que no sabremos quiénes vivirán o los que sobrevivirán al Covid-19.

Mientras estaba con mi contrato suspendido escribí un manuscrito titulado “La casa pifiosa” que narra la historia de tres parejas atrapadas en una mansión de 6 mil metros cuadrados de terreno en El Valle de Antón, provincia de Coclé.

El borrador fue terminado el 10 de junio, cuando el cerco sanitario y las restricciones de movilidad llevaban menos de dos meses y el mundo se contagiaba del famoso bicho endemoniado poco a poco.

En “La casa pifiosa” también queda atrapado un indígena, personaje llamado Amable Ábrego, gigantón, fortachón, guapetón y de alta estatura, cuya vida cambiará por el encierro.

Considero que había que narrar o contar una historia de lo que pasó en mi natal Panamá y el mundo, debido a que debe haber un legado para el futuro y para cuando pasen 20 o 30 años quede plasmado lo que sufrimos, perdimos, lloramos y vivimos.

Y como no hay un mañana garantizado para nadie, decidí que este 29 de enero de 2021, la publicaré en la plataforma de Amazon Kindle para que los lectores de mi nación y otras, se enteren de cómo fue el encierro y lo que hacen los protagonistas de la novelette.

No hay otra opción que publicar porque para eso creamos historias y es con el fin de divulgarlas para que los lectores sean jueces de nuestros inventos literarios, nos amen, nos odien, nos critiquen o nos elogien.

Para ellos trabajamos porque sin los miles de lectores mundiales los escritores no existiríamos, por eso mi campaña en Panamá de “Ama las letras porque ellas no muerden”, ya que deseo que en mi país se incremente el hábito de la lectura.

Cosas de la vida porque hay un futuro incierto, aunque quedarán las narraciones, crónicas, novelas, cuentos, obras de teatro, canciones y óperas que dirán los hechos.

Saludos del escritor de Vacamonte.

Entre manuscritos y pesadillas

 

Cuando conocí al escritor panameño Michael Duncan, el autor de la novela El Vampiro de Casco Viejo, en un conversatorio,uno de los consejos que mencionó es que los escritores no deben “meterse” en las obras.

Recordé que eso lo hacen los actores y también que durante mis años de alumno de secundaria quería irme a México o Argentina para hacer una carrera de actor, hasta que un amigo estadounidense llamado Carlos Hooker (q.e.p.d.) me aconsejó que mejor escribiera, ya que tenía “madera” para eso.

Duncan ya había publicado su libro y yo un novato con aspiraciones a lanzar al mercado La isla Camila, obra ya editada y en fila para imprimirla, cosa que ocurrió un par de meses después.

Yo ya escribía la novela que siempre he dicho es mi obra magna, titulada El Exorcista de Vacamonte, debido a que me generó mucho trabajo redactarla, investigar sobre esos temas, leer la Biblia, el Ritual Romano, ver documentales y películas relacionados con posesiones demoníacas.

Mi inspiración fue tan grande en mi segunda novela negra que en las noches pensaba qué redactaría al día siguiente, lo que se reflejó en terribles pesadillas, pero yo no estaba en ninguna solo miraba los toros fuera de la barrera.

Recordé el consejo de Duncan, no obstante, ya era demasiado tarde y lo que hacía era levantarme, tomar apuntes y posteriormente incluir las pesadillas en El Exorcista de Vacamonte.

Y es que escribir de exorcismos tampoco es fácil, la mente viaja muy rápido, en el subconsciente se archivan imágenes, voces, predicciones, pasajes de Las Revelaciones y audios de entrevistas sobre documentales.

Un demonio por aquí y otro por allá, dragones que salen en ciudades destruidas, sueños de la matanza de Wounded Knee, espíritus de cementerios y vudús para convocar al barón Samedi era demasiado para mí, pero logré terminar la novela, la publiqué en Amazon en formato digital y en tapa blanda.

Son cosas que pasan y que quiero compartir con ustedes porque la vida de un escritor es como un mundo de quimeras, una realidad y un conflicto donde debes ganar la guerra, aunque pierdas varias batallas.

 

Video de La isla Camila


 

El Trébol de la Muerte


 

El difícil trabajo de mercadear obras

 

Todo escritor emergente (nuevo o novel) sabe que tiene un largo camino por recorrer para que los lectores busquen sus obras y las devoren con sus ojos.

No es nada fácil para alguien desconocido entrar a un mundo donde hay grandes, medianos y los pequeños, siendo estos últimos quienes deben escalar un Everest de obstáculos, sin mascarillas y sin tanque de oxígeno para conseguir un nombre, su propia marca y respeto de la comunidad literaria internacional. Esta incluye escritores de renombre y los millones de lectores en el globo terráqueo.




Es claro que lo que no se anuncia no se vende y si usted aspira a ser escritor también debe tener algún conocimiento o nociones de mercadeo, de lo contrario no venderá. De nada vale que tenga un excelente cuento, novela, ensayo, poemario u obra de teatro si nadie la conoce.

Lo primero que debe hacer es buscar asesoría con escritores con experiencia, de alguien que domine las técnicas de mercado y, sino tiene suficiente dinero, entonces debe convertirse en un creativo a tiempo completo.

Con ayuda de mi hija Britannia, empecé a crear videos promocionales y fotografías para mercadear La isla Camila, El Exorcista de Vacamonte y El Trébol de la Muerte, tres de mis obras que se venden en formato digital en Amazon Kindle.

No solo tuve que ser editor de videos, sino convertirme en actor, usando los pocos conocimientos que aprendí cuando era niño al tomar algunas clases de teatro en la iglesia de Santa Ana, ubicada en la capital panameña.




Encerrado desde una oficina que tengo en mi casa de Vacamonte, planifico cómo crear nuevos videos, anuncios y subirlos a las redes sociales, las mejores armas con que contamos porque no hay plata para gastar en publicidad en los medios de comunicación tradicionales.

No todos tienen la suerte de publicar de forma independiente y en menos de un mes tener 5 mil o más de 10 mil descargas digitales, a esos en mi país se les llama “lechudos” (suertudos), por lo que debe ser constante, trabajar duro y no claudicar.

Lo más probable es que vea pocas ventas en los primeros meses, pero entienda que en solo en Amazon hay como cuatro millones de libros, tampoco va a vender miles de descarga en poco tiempo.

Solo con trabajo, esfuerzo y sacrificio puede abrirse en una “Aldea Global” (Marshall McLuan) de titanes, mitologías modernas y guerreros dispuestos a llegar a la cima.

Escriba a britanico0268@gmail.com

 

Los personajes en las obras

 

Cuando empiezo una nueva obra es necesario antes afinar los detalles, los capítulos que tendrá la novela o el cuento, la cantidad de páginas, su estructura, el eje central y los personajes.

Para mi estilo no coloco un solo personaje principal, sino que en la mayoría de mis obras todos son importantes, aunque habrá siempre figuras secundarias en los escritos.

¿Cómo obtener los nombres y el carácter de los personajes de tus obras? Muy sencillo puedes usar los nombres de tus amigos, vecinos compañeros de trabajo, de estudio, parientes y utilizar el carácter más su descripción física.

Es en extremo importante la descripción física de los personajes porque el lector debe tener una idea o imagen de cómo es la persona, su forma de pensar, su carácter, sus gustos, debilidades y fortalezas.






Un manuscrito no es de piedra, debido a que puede variar en su estructura, cantidad de páginas y así usted va sacando un as de la manga para traer nuevos personajes a su historia, dependiendo de lo que redacte.

Cuando terminé la novela La isla Camila, me di cuenta que había algo que no me gustaba porque el capítulo tercero debía estar en el primero y dejar el resto seguir su camino. Eso hice y agregué dos personajes más porque consideré necesario incluirlos en la historia.

Igualmente, ocurrió lo mismo al escribir La Casa Pifiosa (será publicada el otro año) porque la historia trata de tres parejas encerradas en una mansión en El Valle de Antón por la cuarentena.

Había algo que faltaba, entonces se me ocurrió crear un personaje de la plebe mezclado entre los seis oligarcas, ricos, millonetas o yeyesitos como les dicen en mi país a los de la clase alta.

Un indígena, guapetón, fortachón, de cabello largo y bien parecido fue lo que llegó a mi mente y así quedó en la historia.

En un momento decisivo nació el indio Amable Ábrego en La Casa Pifiosa, obra que sé que les encantará a los lectores, no solo porque se trata de la cuarentena del Covid-19, sino que encierra pasiones, sexo,traiciones y sorpresas.

La isla Camila

 


En ocasiones aprovechamos nuestros sueños para hacerlo realidad. Eso fue precisamente lo que ocurrió con mi primera novela impresa La isla Camila, porque en una noche, de las tantas, tuve un sueño.

Un grupo de marineros atrapados en una isla deshabitada aparentemente, oyeron la voz de una anciana que pedía ayuda y el eco los llevó a una serie de aventuras hasta llegar a una casa victoriana en medio de la selva, en el Pacífico panameño.

La obra es un hervidero de pasiones desde la época colonial en Nueva Granada hasta el primer año del siglo XXI en mi natal Panamá. ¡Más de 300 años de diferencia!




Para que mi memoria no me traicionaría, como nos ocurre en numerosas ocasiones, levanté de la cama, tomé una libreta   y anoté los datos del sueño para no perderlos.

Otras veces me pasó lo mismo cuando soñaba, luego decía que cuando me despertara escribiría lo que soñé, sin embargo, la descripción se la llevó el viento y nadó entre las nubes.

En febrero de 2019 fue publicada su primera edición con 100 ejemplares y meses más tarde, con el apoyo del Ministerio de Cultura, participé en mi primera feria del libro de la Ciudad de Panamá. Con orgullo y todo pechón porque logré editar mi primera obra.

Soy un escritor emergente, en un mundo literario donde es difícil darse a conocer, pero logré cumplir con mi promesa de publicar un manuscrito y no dejarlo engavetado o archivado en la computadora.

Hoy tengo tres títulos publicados en Amazon Kindle, entre ellos La isla Camila, El Exorcista de Vacamonte y El Trébol de la Muerte. Faltan otros cuatro por publicar y en eso estoy.

Solo quería compartir con mis lectores que nunca dejes de soñar, no te rindas y batalla hasta el final porque si La isla Camila nació en una noche, usted también tiene la capacidad de hacer cumplir sus metas.

britanico0268@gmail.com