Cuando conocí al escritor panameño Michael Duncan, el autor de la novela El Vampiro de Casco Viejo, en un conversatorio,uno de los consejos que mencionó es que los escritores no deben “meterse” en las obras.
Recordé que eso lo hacen los actores y también que
durante mis años de alumno de secundaria quería irme a México o Argentina para
hacer una carrera de actor, hasta que un amigo estadounidense llamado Carlos
Hooker (q.e.p.d.) me aconsejó que mejor escribiera, ya que tenía “madera” para
eso.
Duncan ya había publicado su libro y yo un novato con
aspiraciones a lanzar al mercado La isla Camila, obra ya editada y en fila para
imprimirla, cosa que ocurrió un par de meses después.
Yo ya escribía la novela que siempre he dicho es mi
obra magna, titulada El Exorcista de Vacamonte, debido a que me generó mucho
trabajo redactarla, investigar sobre esos temas, leer la Biblia, el Ritual
Romano, ver documentales y películas relacionados con posesiones demoníacas.
Mi inspiración fue tan grande en mi segunda novela
negra que en las noches pensaba qué redactaría al día siguiente, lo que se
reflejó en terribles pesadillas, pero yo no estaba en ninguna solo miraba los
toros fuera de la barrera.
Y es que escribir de exorcismos tampoco es fácil, la
mente viaja muy rápido, en el subconsciente se archivan imágenes, voces,
predicciones, pasajes de Las Revelaciones y audios de entrevistas sobre
documentales.
Un demonio por aquí y otro por allá, dragones que
salen en ciudades destruidas, sueños de la matanza de Wounded Knee, espíritus
de cementerios y vudús para convocar al barón Samedi era demasiado para mí,
pero logré terminar la novela, la publiqué en Amazon en formato digital y en
tapa blanda.
Son cosas que pasan y que quiero compartir con ustedes
porque la vida de un escritor es como un mundo de quimeras, una realidad y un
conflicto donde debes ganar la guerra, aunque pierdas varias batallas.
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