Los tortolitos de la azotea

Amalia Rosa, de 25 años, llegó a trabajar en la emisora HK-25, como reportera, tras una fugaz labor en el canal 9 de televisión, donde fue despedida por tener amoríos con el marido de la gerente.

Inteligente, muy capaz, astuta, con excelente redacción y puntería para conocer dónde estaba la noticia, la mujer tomaba su grabadora de mano para reportear en busca de primicias que elevaran la audiencia de HK-25, principal competidora de Estéreo D.

Atractiva en extremo, la mujer de piel canela, ojos pardos y senos voluptuosos era un imán para las fuentes de noticias, algunos embobados con deseos de darle una arrastrada por el colchón, sin embargo, no todos eran aceptados.



En la HK-25 trabajaba como operador de cabina, Roberto Beto Kaminski, un grandulón, pelirrojo, nieto de un polaco establecido en Tierras Altas de Chiriquí (Panamá) y quien, al ver a Amalia Rosa, amó su piel canela y la forma de los Himalayas femeninos.

No obstante, Amalia Rosa no era una chica fácil de conquistar, por tener un ejército de admiradores se daba el lujo de despreciar invitaciones, no era necesario deshojar las margaritas y siempre estaba segura de sus decisiones.

Pasaron las semanas, la periodista tuvo que cambiar de turno por un favor, para salir a las once de la noche, precisamente cuando Beto entraba a esa hora de la noche hasta las siete de la mañana.

Amalia Rosa acomodaba su cubículo cuando se presentó Beto con su sensacional sonrisa, ojos verdes y cabello sin peinar, le regaló tres girasoles a la fémina, ella sonriente las tomó y le besó la mejilla derecha muy agradecida.

Una fuente anónima le sopló al conquistador el cambio de turno de la dama, ambos se quedarían solos en la emisora y se presentó el momento del clásico: ahora o nunca.



Beto fue con todas sus divisiones verbales con la mujer, le editaría las noticias para que saliera rápido, la reportera llevaba varios meses sin sexo, así que una pequeña calentura de oídos fue suficiente para que sucumbiera ante los halagos masculinos.

Como había cámaras, fueron a la azotea, donde estaba las viejas antenas y otros aparatos, empezaron las caricias, con solo Beto colocar la yema de sus dedos en la espalda de Amalia Rosa, la mujer se quitó el vestido.

La abstinencia provocó que se entregaran el uno con el otro, mucha pasión, intercambio de fluidos, la excitación era tan grande que no se dieron cuenta de que el guarda de seguridad hacia la ronda escuchó un ruido, se acercó y vio la pareja en traje de Adán y Eva en pleno bicicleteo.

 Al día siguiente ambos fueron despedidos.

 Fotografía de Josh Hild y Jean Balzan de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

Los demonios de la guerra

Después de 40 años que se apagaron los fusiles en Vietnam, Jack Cooper necesitó respuestas que no encontraba en Estados Unidos, era como un volcán a punto de hacer erupción, recordaba siempre cuando se colocó el M-16 en su hombro derecho y subió al avión con destino a su país.

Pero las heridas de guerra no sellaron como la paz en el país asiático, el estrés postraumático, los sonidos de las bombas, las trampas vietnamitas, los gritos de sus compañeros heridos y otras aristas no lo dejaban tranquilo.

Llevaba un conflicto interno, antes de marchar para salvar a Vietnam del comunismo, cuando contaba apenas con 19 años, le hicieron un lavado de cerebro, odiaba al enemigo porque le inculcaron que todos debían desparecer de la faz de la tierra.



Un gigantesco tormento, sus amigos de guerra fallecidos como García, Thompson, Collins, Mancini, Kolawski y Ortega, muertos por las balas comunistas, no tuvieron la suerte de retornar como él, aunque en ocasiones prefería haber caído en combate que retornar.

El monstruo de la guerra lo atormentaba, recordaba las incursiones en las comunidades agrícolas, de techos de paja, con sembradíos de arroz, ganado y animales, muchos de ellos desaparecidos por las llamas del US Army ante la sospecha de ser guarida de guerrilleros.

Jack solamente contaba con un amigo, el güisqui, se emborrachaba, recorría las calles de Augusta, Maine, ante la mirada de los transeúntes de esa ciudad, quienes observaban con lástima a un hombre con aspecto de leñador que lloraba con un niño que perdió un juguete.

Tiempo después el veterano se enteró de que varios excombatientes regresaron a la tierra de mal, quizás la única forma de expulsar los demonios que lo poseían, así que con la ayuda de la asociación de veteranos logró viajar.



Halló a su propio yo, caminó calles, avenidas, estuvo en varios pueblos de Da Nang, donde  hacía cuatro décadas recorrió como soldado ante la mirada ahora benévola y hospitalaria de los campesinos.

Subió varias colinas y todo era diferente porque los años no pasan en vano.

Conoció a Kieu Lan, una mujer, treinta años menor que él, como ya tenía tres meses de dar vueltas en un país extranjero, se casó con la oriental para quedarse, y aunque, parezca increíble, ambos se enamoraron.

Por ironías de la vida, se encontró con otros antiguos combatientes estadounidenses en Vietnam, quienes decidieron volver y sacar sus culpas de los pecados de guerra.

Aunque las pesadillas de los enfrentamientos no cesan, Jack por fin está en donde lo llevaron por odio y retornó para buscar la calma de los tormentosos recuerdos de la guerra.

Imagen de Makus Winkler de Pexels y archivo no relacionados con la historia.

El toro de Obaldía

Los vecinos vociferaban del avistamiento de un toro negro, con cachos largos, ojos rojos, con pezuñas de color oro, con su corcova muy brillante y un sonido repetitivo que se introducía en los oídos de las personas que llevaban la mala suerte de verlo.

Obaldía, es un corregimiento de la zona montañosa de La Chorrera, con largos caminos donde la selva de cemento no reemplaza los vistosos árboles, las gigantescas praderas, cercas de alambres de púas y en el que las estrellas son mejor observadas.

Con numerosos jorones y cantinas, recurridas por clientes que beben a pico de botellas los cuartos, medias o botellas de licor sin importar la hora de entrada a laborar al día siguiente porque allí no existen los relojes de marcar, ni con tarjeta, huella dactilar o reconocimiento facial.



Así que se corrió la bola de que el animal se paseaba, principalmente en las noches, alumbraba con sus terroríficas pupilas el camino donde andaba, bebía mucha agua de las quebradas y todo el que escuchaba su sonido enloquecía.

Peones, hacendados, maestros, chiquillos y a los turistas se les advertía que no se internaran en los caminos al dormir el sol porque podrían encontrarse con el toro y el mamífero se los tragaría o los dejaría traumados.

Mientras que, en la propiedad de los García, uno de los dueños una finca con larga historia familiar de terratenientes fue visitada por Gilda, una chorrerana casada con un español, con quien tuvo dos hijos.

Los chiquillos, de diez y doce años, salieron a jugar en el inmenso terreno verdoso, con árboles que daban mucha sombra, gozaban la dulce brisa tropical y tierna de la zona rural chorrerana.

Comieron mango, marañón curazao y fruta china, caminaron hasta ver el río, pero la cerca de alambre de púas les impedía tocar sus aguas, la extendieron, cruzaron hasta el afluente y anduvieron unos veinte minutos viendo el habitad.



El sol se había ocultado, Gepe y Vicente, en medios de risas y sudor, se encontraron con un animal famoso en España, aunque con distintas características al que acostumbran a ver en las ferias taurinas.

Un sonido peculiar del ganado hizo que ambos hermanos gritaran, el dueño de la finca los escuchó porque los buscaban, corrió con la escopeta en una mano y la Biblia en la otra, los llantos de la afligida madre se escuchaban hasta en Santiago de Compostela.

Don Luis, el finquero encontró a los infantes desmayados, la madre se quedó al cuidado de sus hijos y el valiente hombre fue a enfrentar al toro, mamífero que apenas lo divisó emitió su sonido, aunque a Luis no le importó, disparó dos veces al aire y luego leyó la biblia.

De forma increíble, el toro se transformó en Filogonio, uno de los peones de la otra finca desaparecido desde hacía 15 años, tenía un aspecto de mendigo, lo trasladaron a una iglesia donde le practicaron casi un exorcismo y al despertar nada recordó.

Un pacto con el diablo para conquistar una dama fracasó, el diablo lo transformó en ese animal como castigo hasta que alguien le quitara la maldición del toro de Obaldía.

Imagen de Jahir de León y Víctor (de Pexels) no relacionadas con la historia.

¡Sorpresa!

Mustafá andaba con dos chicas, una del turno matutino y otra del vespertino, en el Colegio José Antonio Remón Cantera, en Panamá, gozaba de mucha astucia para que los mediodías no lo pillaran con las manos en la masa.

Se turnaba para encontrarse con María y Cristina, la primera estudiaba el bachillerato en Ciencias, en la mañana, mientras que la segunda en Letras (en el salón de Mustafá), en la tarde, por lo que con la ayuda de compañeros del liceo salía bien librado.

Él de piel canela, sus novias, de baja estatura, buena figura y una piel semejante a una inmensa pradera de esas que existen en Siberia para noviembre, diciembre, enero y otros meses.



Hijo de un médico y una abogada, Mustafá era inteligente, sin embargo, muy indisciplinado, la ausencia de sus padres, generaba su comportamiento errático que en ocasiones le costó la visita a la oficina de la subdirección y algunas suspensiones.

Así que el chico, entre una y otra, besitos, caricias, admirado por algunos compañeros y detestado por otros e incluso algunas damas suspiraban por hurtarle un ósculo al escuálido jovencito, pero con una labia impresionante.

Como los tres cursaban el duodécimo grado, habría graduación, lo que le preocupaba al varón infiel porque la ciencia y los avances científicos jamás harían que se dividiera en dos.

No obstante, decidió que en su momento tendría una solución, así que se dedicó a mejorar sus notas y neutralizar su disciplina, de lo contrario, el castigo parental sería fuerte. Todo menos dejar de ser infiel.

Llegó septiembre, había un festival musical, María le comentó que no podía ir porque sus padres viajarían a Chiriquí a visitar sus familiares, así que Mustafá respiró con tranquilidad porque Cristina sería la primera dama ese día.



Con su grupo de amigos, Mustafá disfrutaba la velada musical, agarrado de la mano con Cristina, ella orgullosa de su canelo, pelinegro y delgado, sonreía y no se le despegaba.

Pasaron dos horas, la novia del infiel, se fue al baño, transcurridos unos cinco minutos, venía María con Cristina y las dos se colocaron frente al masculino.

—Prima, te presento a mi novio, Mustafá—, dijo María.

El destino los había unido, el imberbe quedó mudo, también Cristina, quien respondió que ese chico era su novio desde el mes de mayo.

Mustafá sudaba, respiraba profundo e intentó excusarse, las dos parientes le gritaron una serie de insultos y los compañeros intervinieron antes de que algún inspector descubriera el suceso.

Ambas, se marcharon, cada una por su lado, en medio de un diluvio en sus ojos porque el cazador fue cazado por sus víctimas y recibió una sorpresa porque el viaje de María a Chiriquí se suspendió en último momento.

Durante el resto de período escolar Mustafá no tuvo más novias en ninguno de los dos turnos.

Imagen de archivo y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

¿Quién paga la cuenta?

Melquiades llevaba semanas afinando estrategias para conquistar a Leona, su compañera de trabajo en el centro de llamadas, así que al final se decidió por invitarla a cenar un sábado porque ambos eran casi vecinos.

Él residía en Río Abajo y ella en Parque Lefevre, por lo que la dama aceptó ir a comer con el Romeo, siempre y cuando la cita fuese en el restaurante Patagonia, ubicado en el corregimiento de San Francisco y cuyos precios eran elevados.

Melquiades contaba con cien dólares en efectivo y una cantidad similar en su tarjeta de débito por si se presentaba cualquier eventualidad de pensiones o casas de ocasión.



El caballero de tez blanca y ojos miel, se vistió con un pantalón diablo fuerte, color azul, una camisa blanca y zapatos negros, salió de su vivienda y abordó un taxi que lo trasladó hasta el restaurante.

Sin embargo, menuda sorpresa se llevó porque Leona estaba acompañada de una dama, quien se presentó como Carmen Lorena, vecina y quien compartió bancas en la secundaria con la codiciada operaria.

Al varón no le gustó el asunto, el encuentro no sería privado o de amor, ya que tres son multitud y lo que debió convertirse en una cita amorosa se transformó en un trío hueco.

De inmediato, Leona y Carmen Lorena pidieron ensalada César, chorizos, pan de ajo, luego se bebieron tres botellas de vino a 60 dólares cada una, mientras que Melquiades observaba la decoración de madera de todo el negocio.

Música de Mozart que se escuchaban desde las bocinas del techo, mesas gruesas y laqueadas, sillas rústicas, numerosos cuadros de distintas ciudades de Argentina y abundantes meseros.



La preocupación de Melquiades era tan grande que solo comió un chorizo y bebió agua, se dio cuenta de que las mujeres lo tomaron por pendejo, paganini o como se dice en Panamá lo estaban sangrando a proporciones mayores.

Para el plato fuerte las mujeres ordenaron churrasco, carne de cordero y matambre, pollo asado, vegetales y papas a la francesa, lo que dejó atónito al varón porque se preguntó de dónde salió tanta hambre.

Ambas mujeres eran humildes, la cuenta ya pasaba los 300 dólares y el camarero preguntó si la factura sería dividida entre los tres, a lo que Leona respondió que el que invita paga, así que su pretendiente era el responsable de cancelar la factura.

Melquiades estaba loquito con su culisa compañera de trabajo, no obstante, no tenía un pelo de idiota y le ordenó al camarero que envolviera sus alimentos mientras iba al baño.

El mesero vio cuando el hombre entró, salió del sanitario y luego se dirigió hacia la salida, se perdió entre los automóviles en un taxi y de inmediato fue donde las damas.

—Su amigo se marchó. ¿Quién paga la cuenta? —, preguntó

Sin saber qué hacer, Carmen Lorena tuvo que llamar a un primo para que le enviara dinero y Leona a un indostano prestamista para pagar. Todo vía Yappy.

No volvió a ver a Melquiades porque renunció a la compañía, pero quedó con la deuda de 160 dólares de la famosa cena.

Fotografía de Jonathan Borba y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

Vacaciones en Las Vegas

Chente se fue solo a la ciudad del Pecado de Estados Unidos, con cinco mil dólares en efectivo para jugar en las máquinas tragamonedas, ganarse un billetón y levantarse alguna que otra rubia que abundan en los casinos con el fin de vivir la vida.

Lo primero que le impresionó fue el sofocante calor seco de verano que oscilaba en los 40 grados Celsius, también ver a la gente con cerveza en las calles, algo que violentaba la ley en su natal Panamá y otros países.

Por algo Las Vegas es Las Vegas, con un ejército de hoteles y cientos de casas de trabajadores, donde todo puede ocurrir, pero lo que sucede en esa ciudad allí se queda, así que Chente llegó a la urbe a pecar en toda su expresión.



Chicas lindas, gran cantidad de turistas y locales en las calles, muchas fuentes, autos lujosos y  numerosos negocios de empeño, abiertos a quienes las salas de juego le vaciaban los bolsillos.

Se hospedó en el Park MGM Las Vegas, se bañó, durmió algo para subsanar las más de seis horas de vuelo desde la capital panameña y al despertar fue derechito a un casino.

Introdujo 200.00 dólares en una máquina, apostó 20.00 dólares por tiro, perdió y volvió a jugar 800.00 dólares, la tragaperras le pagó 5,000.00 y brincó de la alegría porque ganó 4,000.00 dólares.

Tras cambiar el boleto en efectivo, se fue al bar, donde vio una dama pelirroja, ojos verdes, vestida con un traje pegado, inmensos pechos y piernas pálidas que lo dejaron loquito.

Fue como un buitre que le cae a la cena, la mujer lo había visto cambiando y con el dinero en la mano, pidió champaña, bebieron, rieron, Chente dominaba muy bien la lengua de origen sajón.



Para un hombre piel canela, casi parecido a un indostano, la dama era toda una princesa salida de un castillo porque colores contrarios se atraen, así que ella lo besó y el hombre le propuso irse a un hotel.

Ella aceptó, le dijo que su automóvil estaba afuera, salieron del casino, al entrar al vehículo ella lo besó intensamente, le entregó un pañuelo rosa, Chente acarició los guantes negros de la dama y olió lo que la mujer le dio.

Tres horas después la policía de Las Vegas encontró a Chente, en un herbazal de los suburbios, desnudo, con su cartera que contenía documentos panameños, su pasaporte y sin un centavo.

La mujer lo drogó, se llevó un botín de 9,000.00 dólares en efectivo y cuando las autoridades le mostraron la fotografía, era Nancy White, una delincuente buscada en varios estados por su modus operandi.

Chente, de 24 años, se comunicó con sus padres para que le enviaran dinero y regresar al istmo.

El primer día se acabaron las vacaciones en Las Vegas.

Fotografías de Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

Nayuki Yamada García

La primera vez que la vi, fue en un funeral de su tío, ella jugaba Atari, vestida con un traje negro de encajes, llevaba su azabache cabello atado con dos colas en ambos extremos de su cabeza y sus ojos pardos brillaban.

Fui con mi madre al sepelio, quedé flechado con una niña de 12 años, yo tenía 14, me encantó la dulzura de voz, sus rasgos asiáticos, su inocencia y su fabulosa sonrisa, aunque yo era un adolescente y ella pensaba aún en pasar el tiempo con muñecas.

Había numerosas diferencias sociales porque el enamorado residía en una casa vieja de madera podrida en Calidonia, mientras que la musa en una vivienda en Altos del Chase, un elegante barrio de la capital panameña.



No volví a verla, tras cinco años, la dama y su mamá visitaron a la autora de mis días, Nayuki, me saludó con beso y parece increíble que me recordó, luego charlamos un rato sobre cuando nos conocimos.

Mi corazón se volcó de nuevo, la llama del amor se encendió, me fui a dar una vuelta al parque con mi espectacular chica, sin embargo, se notaba que era una adolescente caprichosa, mimada y muy egocentrista.

Su padre era un ejecutivo japonés, Nayuki me contó que estuvo todo ese tiempo en Japón con su papá, pero retornó a su país con el propósito de vivir con su mamá y volver a la tierra de su padre al terminar la universidad.

No supe más nada de ella hasta diez años después, llevó una vida loca, era amante de un ladrón de automóviles que había estado preso en diferentes ocasiones, me pregunté por qué no se fijó en mí y sí lo hizo con un delincuente.

A los meses, una tarde en la que revisaba las noticias de los reporteros, entró una llamada al móvil de un número desconocido, era Nayuki, consiguió localizarme y decidió telefonearme para un reencuentro.



No la dejaría escapar, terminé de revisar las notas porque laboro como corrector en una revista y fui a la cita con la que siempre aspiré a que fuese mi novia o esposa.

Cenamos comida chatarra, caminamos en un centro comercial y empezó los besos, caricias y le propuse hacer el amor, Nayuki aceptó y nos dirigimos de inmediato a una de esas pensiones de la Avenida Cuba.

Esas escenas de sexo se repitieron, quería preñarla para asegurarla, no obstante, Nayuki nunca salió embarazada, no tomaba pastillas, no usé preservativos y disparaba las balas adentro.

Mi amada se dio cuenta de que había un problema, ella ansiaba un hijo o hija, no era posible encargar, el médico me dictaminó infertilidad e imposible embarazarla a ella u otra fémina.

Nayuki tomó la decisión de terminar la relación, no la refuté, me moría por dentro, mi orgullo, dignidad y sentimiento de hombre se destruyeron, pero no me rebajaría a rogar o suplicar.

Cuatro años después la vi hablando japonés con un hombre y dos niñas, la esquivé para no llorar, esas hijas podrían haber sido mías, sin embargo, la vida me jugó una mala pasada y perdí a Nayuki para siempre.

Fotografías de Cottonbro Studios y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

La cacería humana

Las pupilas de pradera de Diana Paola se movían de forma intensa, la lluvia rodeaba su fina y láctea piel, respiraba profundo y en silencio para no delatar su posición ante la figura clandestina.

Pasos lentos, llevó su mano izquierda a su tórax, llovía fuerte, empapada por el agua, intentaba no delatarse del grupo de matones que acabó con la vida de su patrón, sus hijos y otros sirvientes.

La fémina emigró de Envigado hacia Bogotá con una familia de Medellín, con inmensas posesiones y propiedades producto de la exportación de la nieve a ciudades como Nueva York, Los Ángeles y Miami.



Había poca luna, el aguacero de proporciones bíblicas abre la puerta a un bajareque, Diana Paola, se coloca detrás de un árbol del bosque, el viento es suave, pero hace danzar las puntas de su cabello marrón.

Recordó sus días de felicidad y pobreza en una casucha de madera vieja de Envigado, la cambió por una elegante mansión con piscina, más de 10 habitaciones, cancha de tenis, una biblioteca y otras comodidades de los millonarios, pero a qué precio.

La dama vuelve a respirar, apenas escucha las hojas mojadas que son impactadas por botas varoniles, uno de los asesinos a sueldo del rival de su patrón se acerca.

Deudas, rivalidades de comercio ilegal y otras aristas, provocan una guerra entre traquetos.

El corazón de Diana Paola, lo administra un baterista de jazz, ahora tiene un diluvio en sus rosadas mejillas, sus dedos carecen de firmeza, las pantorrillas están en 7.7 grados Richter, mientras que su pecho imita una montaña rusa.

Una lucha por sobrevivir, ella posee un cuchillo, el hombre quizás un arma automática, el sol duerme en esa parte del globo terráqueo y se desconoce quién caza a quién.



Su ritmo vital se acelera, es asunto de vida o muerte, un paso en falso, toser, llorar o gritar, sería fatal para la mujer de 25 años, así que a tragarse sentimientos o expresiones.

Se queda en el árbol, se escucha una voz masculina que informa que deje el asunto así porque la mucama escapó y Diana Paola se tapa la boca.

Tras diez minutos de persecución, decide cambiar de posición y la sorpresa de su vida, unas pupilas negras se tropiezan con las verdes femeninas, a pesar de la baja temperatura, ambos sudan, él también teme porque sangra y respira.

Matar o morir, zas, Diana usa su mano izquierda, se escucha un grito desgarrador, el puñal entró directamente al estómago del sicario, la fémina obtiene fuerzas de su mente y lo mueve hacia arriba.

La carencia de energía eléctrica no le evidencia que el varón está neutralizado, ella da los primeros pasos lentos y luego se echa a correr, llega a la carretera, hasta que  unos policías en una patrulla de la miran y se detienen

Minutos después está a salvo y cuenta todo lo ocurrido en el cuartel.

Imagen de Elijah O’Donnell y Wallace Chuck de Pexels no relacionadas con la historia.

 


Operación fallida

El resultado fue un desastre, realizado por los agentes del Mossad, Shimon Levine, Salomón Cohen y Ariel Lubotzky, quienes finalmente fueron detenidos en el aeropuerto internacional de Helsinki.

Un doble agente palestino les dio información falsa de que el libanés Abdul Shaheen, uno de los artífices en una matanza en Jerusalén, residía en la capital finlandesa, sin embargo, el objetivo era un obrero casado con una nativa de ese país.

Uno de los espías le metió un balazo en la cabeza, huyeron en un BMW, color negro y con los vidrios polarizados, aunque ya los vecinos del barrio obrero de Kallio sospechaban de los extranjeros por su aspecto físico  y que vigilaban a alguien.



Solo al comandante Michel Toledano, se le ocurriría enviar tres agentes de cabello oscuro, en un país donde la mayoría de sus habitantes son rubios, de ojos azules y pelirrojos.

Los residentes proporcionaron a las autoridades locales el número de matrícula del automóvil de fabricación alemana, la policía finlandesa los identificó y apenas entregaron el vehículo fueron capturados.

El muerto en realidad era Alí Shaheen, nacido de Egipto, emigró hacía dos años a Finlandia y laboraba como ayudante general en una construcción, su mujer Vladislava, una pelirroja, linda y delgada, estaba en su quinto mes de embarazo.

Los agentes del Mossad neutralizaron a su objetivo, mientras el caballero caminaba con su esposa hacia el automóvil porque ella lo trasladaría al trabajo, esa mañana del verano de 1978.

Ahora Shimon, Salomón y Ariel estaban por su cuenta, el gobierno israelí negó toda la participación en el hecho de sangre, la policía encontró documentos, los pasaportes de los  espías y fotografías de vigilancia del asesinado en varias faenas.



Los tres fueron condenados a 20 años de prisión, nunca dijeron los motivos del crimen, pero el Servicio Secreto de Finlandia recibió información de la KGB de lo que hacían allí.

Una venganza contra un grupo de extremistas que ultimaron a ocho ciudadanos israelitas en una feria en Jerusalén, llevó al gobierno a ordenar la ejecución de todos los involucrados en el acto.

Juego de espías, asesinatos, un Estado contra otro, religiones, razas y parientes porque árabes y judíos son de origen semita o primos, pero la vida y el poder los separó desde hace siglos.

Vladislava con su madre, lloraba en su apartamento a su marido, tres culpables que no confesaron sus motivos y había una sola pregunta: ¿por qué a su esposo?

Toledano, el jefe de la fallida misión fue trasladado a Panamá, donde se hizo amigo de la dictadura militar y su asesor de seguridad.

Diez años después, los asesinos fueron liberados sin explicación alguna, el gobierno israelí le dio un cheque de 100,000.00 dólares a Vladislava, a través de la embajada, aunque no hubo preguntas y todo quedó allí.

Muerte y tristeza fue el resultado de esa operación fallida.

Fotografías de Wikipedia y Cottonbro Studio de Pexels no relacionadas con la historia.

Mi mejor cliente

El caballero se me presentó como Mahmoud Al Zubi, comerciante panameño, nacido en Colón e hijo de migrantes jordanos, me ofreció un buen negocio de 500.00 dólares con el fin de que lo complaciera.

Sin embargo, mi sorpresa era que el varón hizo una propuesta explosiva porque me pidió que le consiguiera un travesti, algo que rechacé porque no trabajo con ellos y me pareció una locura gigantesca.

Antes que todo, mi apodo es Zafiro, vivo de la prostitución, llegué desde Bocas del Toro hace cuatro años a la capital para ganar dinero, mi prima me comentó que subastando lo que tengo desde que nací serviría de mucho.



Mientras que las palabras del colonense me sorprendieron, aunque luego me explicó que era casado con una libanesa, tenía tres hijos varones y una mujer, que viajaba desde Colón a Panamá por negocios y pernoctaba en esta última ciudad para hacer sus travesuras.

Llamé a mi prima, me consiguió uno, le dimos la dirección donde lo recogerían porque Mahmoud es muy guabinoso, no quería que lo vieran con una puta y un maricón, por ser musulmán.

He visto muchas cosas desde que empecé este trabajo, no obstante, nunca un hombre estar con un travesti y prostituta al mismo tiempo.

El caballero en momentos que me hacía el amor, le gustaba que el travesti lo besara y acariciara, allí descubrí que la gente tiene gustos exóticos y respeto eso porque él pagó esa noche bien.

Cada dos semanas hacía lo mismo, me daba 1,000.00 dólares y la misma cantidad al hombre vestido de mujer, cuando el teléfono timbraba y era él, sonreía porque representaba dinero fácil.

Llegaba en su Mercedes-Benz, color negro, con papel muy ahumado que nada se veía, le gustaba que vistiera ropa de cuero, con una mascara y un látigo para darle pequeños azotes que disfrutaba.



Durante unos dos años hicimos esa práctica, cuando tenía el periodo no hacíamos el amor, aunque si muchos besos, el travesti le hacía felaciones con intensos besos y pagaba siempre lo mismo.

Una de esas noches, al salir del motel, un volquete chocó el carro que lo dejó volteado, yo sin lesiones, el travesti murió y Mahmoud con tres costillas rotas y con varios golpes.

El accidente fue publicado en videos y fotos en los noticieros, salió la fotografía de los tres, lo que inferí que el negocio mío acababa allí porque los musulmanes son muy estrictos.

Lo gocé hasta donde pude, sin embargo, esa colisión espantó a mi mejor cliente porque me enteré que lo enviaron a Jordania con su familia.

Fotografía de Vita Glitter y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

El Paso del Padre

 Barriga de Tómbola y Pata de Elefante, regresaban desde Las Lajas adentro hacia el pueblo chiricano, borrachos, producto del guarapo que se zamparon en la casa de su abuelo, en el año 1960.

Para esa época en Panamá existían poblados que no contaban con energía eléctrica, aunque en Las Lajas algunas partes sí tenían el servicio de la antigua empresa Fuerza y Luz.

Dos pasos para adelante, uno para atrás, abrazados, vestidos con pantalón corto, diablo fuerte, cutarras y Pata de Elefante, llevaba una botella de vidrio con la bebida fermentada, mientras cantaban la canción Don Goyo, de Graciela Arango de Tobón.



—Ese muerto no lo cargo, yo, que lo cargue el que lo mató—, coreaban los hermanos, en medio de una noche con luna llena, con brisa suave, muchas estrellas y árboles tupidos.

Los vecinos les advirtieron que no jugaran con fuego porque en ese trayecto les podría aparecer el cura sin cabeza, figura que supuestamente se presentaba a los peatones, principalmente cuando el sol se retiraba a descansar y con luna llena.

Era como la quinta vez que pululaban en la madrugada desde la casa de su pariente, así que, al terminar de chupar, se marcharon por el famoso camino conocido como El Paso del Padre.

Los vecinos narraban del fantasma del religioso, quien murió supuestamente decapitado por un demonio durante un exorcismo en 1950 y recorría el camino de tierra en busca de venganza contra el hijo del diablo.

Así que los hermanos andaron hasta que sintieron que alguien los seguía, voltearon en tres ocasiones, no vieron nada, luego escucharon pisadas en la hierba seca y el clima cambió a muy frío.



Intentaron correr, Pata de Elefante cayó, su hermano Barriga de Tómbola, se agachó para ayudarlo, al levantarlo, las pupilas de los jovencitos de 21 y 23 años, casi se les sale por que lo estaba frente a ellos.

Con su usual vestido de cura, color negro, su respectivo alzacuello, zapatos, negros, tría consigo en ambas manos bolsas plásticas oscuras, que provocaban una hediondez por contener animales muertos, lo divisaron.

La figura no tenía cabeza, por su cuello salían pequeños talingos que posteriormente crecían y desaparecían entre las estrellas y la luna llena.

Barriga de Tómbola abrió la boca del susto, imposible gritar, se desmayó y Pata de Elefante, intentó despertarlo, pero al ver el fantasma dirigirse a él, perdió el conocimiento.

A las seis y media de la mañana del domingo, Don Roberto, el dueño de la cantina de Las Lajas, descubrió los hermanos, quienes despertaron en medio de gritos y llantos, contaron que sí era cierto la existencia del cura.

En el pueblo los tildaron de borrachos y locos, no obstante, no volvieron a caminar en la noche por el Paso del Padre para evitar reencontrase con el famoso sacerdote.

Fotografía de Mart Production y archivo no relacionadas con la historia.

Sin nada

Ceréndulo Ruíz Salerno, regresó a principios de 1990 a Panamá, luego de más de dos años en el exilio que le impuso la dictadura militar, que lo envió a Ecuador y luego el hombre, aprovechó su ascendencia materna italiana para residir en Roma.

Sin embargo, el varón no se fue solo, se llevó a su amante de 25 años, a quien le doblaba la edad y era su secretaria en la firma de abogados, donde Ceréndulo era socio.

La esposa Miriam de Ruíz, tuvo un papel muy duro ante la alta sociedad panameña al soportar la vergüenza de que su marido se llevara a la querida y no a ella junto con sus dos hijas.



Cuando ingresaba a las actividades sociales, la gente la miraba y se reían en su espalda, pero, aunque ella lo sabía, prefirió guardar silencio para no reñir con los asociados, no solo de vida social, sino también de actividades comerciales.

Ceréndulo se dio la vida de rico en Roma, aprovechó que contaba con varias propiedades, mantenía cuentas bancarias en Estados Unidos, Italia y el Reino Unido, así que el dinero no era un asunto que le preocupara.

Antes de regresar a su país, el esposo infiel envió a su amante una semana de anticipación para evitar conflictos con su familia, no obstante, creía que su cónyuge desconocía que vivía un exilio dorado con una pollita.

Miriam le preparaba su mejor recibimiento, su esposo llamó desde el aeropuerto hacia la residencia familiar, ubicada en el elegante barrio de Altos del Golf, sin embargo, nadie respondió.



Ya era de noche, Ceréndulo cansado de un vuelo de más de diez horas, con escala en Madrid, tomó un taxi desde el aeropuerto de Tocumen hasta la casa, sin embargo, al llegar se encontró la sorpresa de su vida.

En venganza por hacerla pasar la vergüenza más grande de su existencia, la propiedad fue vendida, transacción que hizo con ayuda de los militares en el poder.

Ceréndulo, observó las estrellas, la media luna, la brisa casi secó la lluvia en sus mejillas, mientras sus ojos casi se nublaban del disgusto padecido por semejante noticia.

En la calle, con poco dinero, se fue a un teléfono monedero para hablar con un amigo que le ofreció albergue por unos días.

Temprano en mañana del día siguiente, se enteró de que su mujer, aprovechó su ausencia, se divorció y lo dejó si nada por infiel.

Las propiedades que ambos poseían fueron traspasadas a terceros, alquiladas y las cuentas bancarias cerradas.

Fotografías de Max Vahkbovycn de Pexels y archivo no relacionadas con la historia.

 

 

La señora del paraguas

A finales de los años 70, en la capital panameña eran común los robos en la bajada de la Salsipuedes, principalmente en horas de la madrugada cuando los transeúntes recorrían la zona para dirigirse hacia el Mercado Público.

Comerciantes, buhoneros y los clientes de las cantinas junto con los prostíbulos eran víctimas de los amigos de lo ajeno, quienes, sin piedad, y en ocasiones con armas blancas, despojaban a las personas del poco dinero que llevaban para sus compras.

Entre ellos estaba Cesarín con su madre Doralia, propietaria de una fonda en la desaparecida terminal de autobuses de Arraiján, Chorrera y Capira, ubicada en el Mercado Periférico del Chorrillo, donde hoy se ubica el Centro de Operaciones de la compañía estatal Mi Bus.



Madre e hijo andaban aproximadamente a las cuatro de la madrugada con el fin de adquirir víveres para el negocio de la señora, cuando de pronto se apareció un sujeto, acholado, con diente de oro y un cuchillo.

El antisocial le exigió a Doralia el dinero, la mujer asustada tomó su monedero, abrió, sacó 20 dólares, las lágrimas corrieron en sus mejillas porque la plata estaba programada para arroz, granos, trigo, aceite, café y azúcar.

Sin compasión el ladrón se abalanzó sobre sus víctimas, pero el impacto de un paraguas en la cabeza se lo impidió, no se detuvieron los golpes, la punta era de metal, la señora no paró, por el contrario, le metió varios paraguazos al sujeto, quien dejó caer el billete y huyó.

La presencia de la misteriosa dama, vestida con traje blanco, con una mancha roja en el pecho, gafas redondas, cabello sal y pimienta, zapatos negros de tacones pequeños y el paraguas negro, salvó a la comerciante y su hijo.

Era una noche fría, de las pocas existentes en la cálida ciudad de Panamá, con viento fuerte, muy estrellado y una luna llena que brillaba más de lo normal, pero la anciana despareció antes de que Doralia le diera las gracias.



Ambos se fueron al Mercado Público, terminaron sus compras y en la mañana Doralia les contó a sus otros dos hijos los hechos.

En la fonda un vendedor indostano escuchó, explicó que se hablaba del fantasma de una mujer asesinada por un ladrón en esa área, cuyo fin era proteger a los transeúntes, aunque destacó que solo era una leyenda.

Diez años después cuando Cesarín estudiaba periodismo, fue a la Biblioteca Nacional a realizar un trabajo de investigación en la hemeroteca, se sorprendió al ver en un periódico viejo, la foto de una anciana, identificada como Sujheis Alcántara, natural de Colombia, asesinada en la bajada de Salsipuedes de una puñalada en el corazón.

El parecido físico de la fotografía y la mujer que lo salvó a él y a su madre era como dos gotas de agua.

No había dudas de que el fantasma de Sujheis los ayudó a enfrentar al antisocial.

Fotografías cortesía del Municipio de Panamá y Rahul Pandit de Pexels no relacionadas con la historia.