El viejo José Chanis conducía su vehículo japonés, a su lado iba con su nieto Esteban de 21 años, a quien tuvo que rescatar porque su novia lo invitó a cenar, él no contaba con dinero y ella prometió pagar, pero discutieron y la dama abandonó el comercio sin cancelar la cuenta.
Asustado, Esteban llamó a su abuelo para que lo auxiliara del gigantesco
embrollo y pagar la factura.
—Nieto de mi alma. No se debe salir sin dinero—.
—Pero abuelito, María, dijo que pagaría, peleamos y se marchó—.
—Te contaré lo que me pasó hace 40 años—.
En una discoteca llamada Foxi, en la capital panameña, la noche era fabulosa,
chicas, abundante música dance europea, luces y licor en exceso.
Me encontraba con Fabián, salimos de la universidad, yo feliz porque cazaría
chicas y mi compañero de clases me arrastró hasta el antro porque dentro de mi
cartera solo había un dólar.
Pidió una botella de ron con mezclador y cigarrillos, frente a nosotros un
grupo de estudiantes de Arquitectura nos miraban, Fabián atacó primero y
posteriormente yo.
Fue una extensa tanda de dance, trance, reggae y algo de merengue, estuvimos
90 minutos en la pista, íbamos a la mesa a servir los tragos, volvíamos y así
hasta que nos cansamos.
Las damas nos acompañaron, la mía era una culisa delgada, de lindos pechos
y cabello alisado, mientras que la acompañante de Fabián blanca como la espuma con
profundos ojos miel.
Hubo agarradas de manos, besos, caricias y de pronto la guial que estaba
con Fabián preguntó dónde estaba, respondí que quizás en el baño, pasaron 20
minutos y las mujeres se fueron porque era la una de la madrugada.
Busqué a mi pasiero en cada rincón del negocio, nada, luego decidí husmear
donde estacionó su automóvil cuando me llevé el trago amargo de que no estaba.
Se fue sin avisarme, el licor hizo efecto en él, yo jodido porque el taxi
cobraba dos dólares hasta mi casa y solo contaba con uno.
A nadie llamaría a los dos de la madrugada, mucho menos un miércoles, así
que emprendí la caminata desde El Dorado hasta Chanis, cayó un aguacero de
proporciones bíblicas y me refugié en un edificio hasta que escampó.
Entré a casa a las cuatro de la madrugada, me dije que eso no se quedaría
así, por lo que el jueves en la noche cuando entré al salón, Fabián fue a
saludarme, no respondí verbalmente, pero le metí un derechazo que le cayó al
suelo con los labios rotos.
Transcurrió tanto tiempo y nunca cruzamos una palabra, Fabián y yo, ni siquiera el
día de la graduación.
Por eso mi querido nieto ‘jamás salgas limpio’.
Imágenes de Trinity Kubassek y On Shot de Pexels no relacionadas con el
relato.