Lenteja y Macarrón

 A pesar de su juventud, dos imberbes llevaban una vida delictiva desde niños, los llevó pernoctar por varios meses en el Tribunal Tutelar de Menores, cuya estructura desapareció con la invasión estadounidense en Panamá en diciembre de 1989.

Lenteja y Macarrón, eran reconocidos carteristas, residentes en los multifamiliares de Barraza, el primero en la torre cuatro y el segundo en la siete, donde el poco espacio encerraba la esperanza de los padres de los antisociales de un giro en su vida antisocial a una sana.

Ni siquiera los llantos de ambas madres lograban que sus descendientes abandonaran sus acciones ilegales, ni las poderosas adolescentes, María de 15 años, novia de Lenteja, y Yasuri de 16, empatada con Macarrón.



Su trabajo principal era el de arrebatar carteras a las vecinas que esperaban los autobuses en la Avenida A, la parada del Lucianito y tórtolos que pululaban el rompeolas frente el Centro Escolar Manuel Amador Guerrero.

A Lenteja le metieron un balazo en su pierna izquierda y llevaba una cicatriz en su mejilla derecha, mientas que, a Macarrón a sus 17 años, le pegaron un plomazo en el hombro izquierdo, un miembro de la Guardia Nacional (GN) cuando lo perseguía por robarle a un turista coreano.

Nunca le presentaron el miedo a la policía, los barrotes, la muerte, el peligro y menos las golpizas que le daban a los maleantes los uniformados durante la dictadura militar panameña.

Los chicos desafiaban todo, así que un día decidieron hurtar en un apartamento en el edifico Lealtad, ubicado en El Chorrillo, pero se encontraron con la sorpresa de que la madre de un teniente de la GN estaba en el inmueble.

Macarrón la sostuvo, le tapó la boca y Lenteja le ató una sábana alrededor del cuello hasta matarla, se llevaron un botín de tres relojes, cuatro collares, cincuenta dólares en efectivo y una sortija de oro.



Como era imposible empeñarlos por ser menores, decidieron venderlos hasta que un inspector del Departamento Nacional de Investigaciones (Deni) escuchó el asunto y dio la alerta.

No hubo sumarias, la novedad llegó hasta los oídos de embrutecido teniente, así que con sus camaradas decidió cazar a los atrevidos y soberbios asesinos adolescentes.

Dos días después, los encontraron escondidos en un zaguán de la calle 19 Oeste con la calle Próspero Pinel y los introdujeron en una patrulla con rumbo desconocido.

A los siete días, los cuerpos de Lenteja y Macarrón aparecieron en la playa de La Plaza de Francia, golpeados, con signos de quemaduras y estrangulados.

Desafiaron al Leviatán y pagaron con su vida por ello.

Fotografía de Conades y Wikipedia no relacionadas con la historia. 

Fianza de 25 millones de dólares

 Kumal Mandal creó una complicada telaraña en la cual logró estafar 1,500 millones de dólares a inversionistas no solo de Estados Unidos, sino de Europa y Asia, dinero que entregaron a cambio de recibir jugosos dividendos.

Mandal, de 31 años, era un erudito en los números, un matemático por excelencia, hijos de migrantes de Mumbay, creció siendo el primero en su clase y respetado por los vecinos de Hell’s Kitchen, en la ciudad de Nueva York.

El negocio florecía a montón, así que se daba una vida de millonario con alquileres de aviones para llevar chicas a Londres, Paris, Madrid, Hong Kong y otras ciudades.



Solo el apartamento donde vivía con vista al Parque Central, costaba 10 millones de dólares, mientras que el Buró Federal de Investigaciones (FBI por sus siglas en inglés), le puso el ojo.

El error más grande del financista fue de figurar su ostentosa vida, a costilla de los incautos inversionistas que daban miles de dólares.

Publicaba en las redes sociales todo lo que podía, contaba con más de dos millones de seguidores y era la envidia de numerosos migrantes extranjeros y locales que pensaban enriquecerse de la noche a la mañana.

Con el pasar del tiempo, la pirámide creada por Mandal no resistió, el barco financiero comenzó a hundirse lentamente hasta que el Departamento de Impuestos le cayó a las oficinas en lujoso de alto Manhattan.

Al ser llevado ante el juez Francis Gatto, este fijó la fianza en 24 millones de dólares, y ante la sorpresa de los periodistas que cubrieron la audiencia, Mandal la consignó y quedó en libertad.



Sus abogados le cobraron 30 millones de dólares por ser un caso complejo en extremo, al final del asunto, lograron un acuerdo entre el fiscal del distro del Este de Nueva York y la defensa.

Pactaron diez años de prisión, sin embargo, el pacto debía ser validado por Gatto, quien se negó al acuerdo por considerar que el financista estafó a muchas personas, por lo que la pena era muy baja.

Gatto dictó 25 años de prisión, al escuchar la sentencia a Mandal le faltó el aire, tuvo un ataque al corazón, llamaron a los paramédicos y cuando llegaron el acusado carecía de signos vitales.

Los federales se quedaron con parte de las cuentas bancarias y los estafados perdieron casi todos sus fondos porque creyeron en elevados dividendos cuando todo era una estafa gigantesca.

Fotografía de Christian Wasserfalen y Diego Caumont de Pexels, no relacionadas con la historia.

La correctora atractiva

Facundo buscaba la fama, la fortuna e incrementar su ego como novelista, tenía algo de madera para ello, le faltaba pulirse para coordinar sus ideas y aunque recibió consejos de veteranos literatos, no los escuchó porque pensó conquistar el mundo solo.

A pesar de que sus ideas eran buenas no obedecía, consiguió al final una correctora y editora, quien lo asesoró sobre su labor de letras y el camino a recorrer si buscaba el éxito.

Claro, la ayuda de Miriam Cisneros, de 28 años, fue fenomenal para el joven literato, atractivo, con facciones caucásicas, ojos miel y alto, mujeriego, tanto que sus amigos lo apodaban El unicornio.



Desde que vio a Miriam, quedó prendido con la mulata, hija de un chiricano y una darienita, de cabello oscuro, rizado, piel canela, delgada, atractiva y de carácter fuerte.

Mientras la profesional de las letras laboraba con el escritor, muy discretamente el varón la miraba con deseos de llevarla a un hotel para satisfacer su lujuria gigantesca.

Calló porque necesitaba publicar su manuscrito en un tiempo rápido, pero todo escritor sabe que una obra mal escrita no va a ninguna parte, por lo que esperó pacientemente hasta que el libro fue publicado.

Facundo hizo su presentación en la Biblioteca Nacional de Panamá con varios de sus colegas, invitó a la prensa, amigos y parientes, lo que lo convirtió en la estrella esa noche.

Imprimió 500 ejemplares porque planificó inundar las principales librerías con su obra de terror, El detective asesino, tapa blanda, de 250 páginas, con medidas de nueve pulgadas de largo por seis de ancho.



Tras acabar la actividad, el caballero invitó a su correctora y asesora editorial a una cena en su apartamento, la joven de 25 años aceptó gustosamente porque contribuyó a que la obra saliese al mercado.

Ella llevaba un traje rojo sencillo, zapatos bajos, sin embargo, era innegable que la mujer paraba tráfico y ambos se fueron a la propiedad del escritor.

Luego de consumir los alimentos, Facundo se volvió un Romeo, pero se encontró con la Julieta equivocada, la invitó a bailar, ella por diplomacia aceptó y el chico se pasó de listo.

Quiso manosearla toda, no obstante, un bofetón dejó su blanco rostro enrojecido por el impacto de la mano femenina.

Se quedó sin correctora por unicornio y ella cortó cualquier relación profesional con el novelista.

Al caballero le faltaba calle, nunca aprendió que en la guerra no se ataca sin antes conocer primero el terreno.

Imágenes de Andrea Piacquadio y Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

Los tesoros más preciados

Decidí poner un punto final a todos los fracasos que llevaba, desde algunos pequeños negocios, mujeres, ingresos de dineros y la caída de mi vanidad, así que tomé una decisión que daría un giro espectacular a mi vida.

Cuando la gente está en su punto de quiebra, derrotada, divorciada, acabada y sola y le caen las diez plagas de Egipto, buscan a Dios porque si nadan en plata, rodeados de damas y con fama se olvidan de él.

Sin embargo, agarré el camino contrario y preferí convocar al Diablo para que lloviera todas esas cosas que antes no poseía, casi caigo en modo de que eso no existía hasta que se cumplió lo que solicité.

Devoré abundante material relacionado con la magia negra, brujería, hechicería y misas negras, por lo que empecé como un estudiante con ejercicios que no daban ningún resultado y mi situación personal empeoraba.



No obstante, una noche me encontraba en el río de Pacora, a las doce de la noche, con una chica que conocí y de pronto la voz de la dama cambió a la de varón, lo que me dio a entender que me pasé de tragos.

Gigantesca sorpresa me llevé cuando la mujer me dijo que era Lucifer, que durante todos esos meses escuchó mi llamado, pero me puso a prueba para corroborar si en realidad lo necesitaba.

Otra de las aristas que comentó fue de que me complacería en mis peticiones porque nada le costaba, aunque debía pagarlo con lo más preciado para mí, de lo contrario me llevaría al lago de Hades.

Se dio la media vuelta, se desvaneció y de pronto el dinero llovía. Los negocios florecieron hasta monté una fábrica de muebles y una panadería con cuatro sucursales en todo el país.

A los dos años conocí a Socorro Quiñones, una española de ojos azules, rubia y alta, así que nos empatamos, fuimos novios durante tres años, nos casamos y producto de ese matrimonio nacieron dos preciosos varones.

Pasaron tres años de felicidad familiar y bonanza hasta que una noche tuve una pesadilla en la cual Lucifer me pidió que le cancelara mi deuda con él.

Le respondí que me convertí en católico practicante y que Dios me ayudaría.

Mi antiguo prestamista contratacó para afirmar que solo las deudas de los humanos prescriben, la mía no, luego corrí hacia una iglesia y la pesadilla se acabó.

A las tres semanas, mi hijo Carlos, que lleva mí mismo nombre, caminó sobre la pared ante unos ojos aterrados de Socorro y su hermanito Luis,



Mi mujer quería comunicarse con el cura de la iglesia de Arraiján centro, en Panamá Oeste, y me negué.

Esa noche, cuando mis hijos dormían, le confesé todo a mi esposa. Su rostro era un puré de tomates de la impresión y llovía en su faz.

Me cuestionó, le manifesté que poco había que hacer y la única solución la tenía yo, porque no entregaría mis más preciados tesoros.

Mientras les narro mi cruel historia voy de clavado en los últimos pisos de un edificio de 40 plantas en Costa del Este porque el Diablo quiere que le pague, pero nunca le ofreceré a mis hijos.

Aprendí la lección, sin embargo, es tarde y lo único que me espera es el pavimento para que mi cuerpo impacte contra él y quede como estampilla.

 

Fotos de Juan Felipe Ramírez y Pixbay de Pexels no relacionadas con la historia.


La trinchera de Vovka

En noviembre de 1943, la temperatura estaba bajo en -40 Celsius, en las afueras de la ciudad de Brest, un grupo de partisanos esperaban una caravana de soldados alemanes para acabarlos sin piedad.

Entre los rebeldes estaba Vovka, de 19 años, un imberbe, cuyos padres fueron asesinados por el ejército alemán que buscaba derrotar a la gigantesca Unión Soviética, por lo que desplazó tres millones de soldados para acabar a Moscú y lograr su esperado espacio vital.

Detrás de unos gemelos, sus ojos semejantes al cielo observaban la estepa rusa, en espera del enemigo, el odio era grande, no había clemencia, sin padres, vecinos, su casa destruida y algunos lograron escapar.



A pesar de que el enemigo en común eran los alemanes, entre los insurrectos había divisiones, los polacos no gustaban de los bolcheviques, los judíos tampoco confiaban en los rusos y estos últimos miraban con recelo a los ucranianos.

Razones históricas, económicas y de otra índole generaban esta astilla en la mente de los partisanos, aunque al momento de combatir al invasor nazi, se unían por su causa.

Llegados de varias partes del gigantesco paraíso comunista, dormían en chozas improvisadas, comían de las donaciones de algunos residentes anti nazis y cazaban sin disparar lo menos posible porque revelaría su posición.

Los alemanes sabían de su existencia, se lanzaban a la caza de los opositores que los combatían apenas con fusiles entregados por el Ejército Rojo, los decomisados o robados a los germanos invasores.

En pleno invierno, le filtraron al comandante alemán el posible sitio donde estaban los partisanos, recibió ayuda de un granjero de apellido Becker, nieto de un migrante de Bavaria.



Mientras que los rebeldes construyeron trincheras para una ofensiva alemana que al final ocurrió, así que primero bombardeó la aviación y posteriormente la infantería con morteros, granadas, ametralladoras MG 130 (dispara 900 balas por minuto) y MG 150 (750 balas por minuto).

Solo 60 partisanos contra 500 soldados alemanes, había desventaja, Vovka recordó a sus padres, disparaba con excelente puntería, el enemigo caía, pero la proporción y las armas eran favorables para el invasor.

Uno a uno los partisanos fueron cayendo, Vovka se protegía, se le terminaron las municiones, tomó un fusil de un compañero muerto y al tiempo no había balas para disparar.

Nunca dejarse atrapar, tomó una pistola y la usó hasta que también se quedó sin municiones, luego se le encontró con un soldado alemán y lo mató de un tiro en la frente.

La muerte de Vovka y sus compañeros no fue en vano, con la liberación los colaboradores de los conquistadores fueron juzgados y ahorcados en la plaza pública de la ciudad.

Vovka sin experiencia luchó hasta su último aliento. 

Imágenes de archivo Segunda Guerra Mundial no relacionadas con el relato. 

El oficial goloso y peligroso

 La familia de Robert Parsons quedó perpleja cuando escuchó en la sala de audiencias la sentencia de 48 meses de prisión y tres años de libertad condicional por abusar de su cargo como supervisión de medidas cautelares a mujeres delincuentes.

Robert, de 55 años, sorprendió a la comunidad de Shepdsherville, Kentucky, Estados Unidos, ya que supuestamente asistía a misa los domingos con su mujer Alicia Carrasco, de origen mexicano y con sus dos hijos Robert Jr. y Carlos.

Sin embargo, dentro de esos ojos profundos semejantes al mar, había una lujuria total, abuso de poder, infidelidad e insatisfacción sexual con su pareja porque, además de acostarse con ellas, las fotografiaba.



Arrojó al océano casi 30 años de labor para el Departamento de Correcciones del estado de Kentucky, y a pesar de que cuando fue denunciado sus superiores no creyeron las historias, lo pescaron al final.

El varón obligó a 13 mujeres que cometieron delitos, a acostarse con él bajo la amenaza de que haría un reporte negativo sobre ellas y como no querían volver a los barrotes, accedían a sus pretensiones lujuriosas.

Mary, una de las afectadas, estuvo dos años en prisión por robo menor, le dieron cuatro años de cárcel, cuando se presentó su turno de libertad vigilada, le colocaron a Robert supervisar los pasos de la expresidiaria.

La dama fue víctima de todos los abusos del oficial hasta que le transmitió una enfermedad sexual, lo que llevó a presentar la queja ante las autoridades, Robert fue investigado, intervinieron sus comunicaciones y lo pillaron cuando amenazó a otra mujer.

Los investigadores citaron a todas las féminas bajo la supervisión de Robert y confesaron lo acontecido, cuando interrogaron al hombre, en un principio se negó hasta que le mostraron las evidencias.



Con el tiempo sería difícil ocultar la situación en un pueblo de casi 15 mil residentes, así que Robert tomó la guitarra judicial y cantó todas sus andanzas ilegales.

Robert Jr., Carlos y Alicia decidieron pasarse unas vacaciones en Los Mochis, de dónde emigró la afligida esposa con el fin de buscar un mejor futuro, consiguió un marido demonio con la máscara de religioso.

Un golpe difícil de soportar, pero el antiguo oficial de libertades vigiladas tendrá suficiente tiempo tras los barrotes para meditar.

Fotos de K105 y RDN Stock Project.

 

 

El ángel de la carretera

Pretérito no tuvo un buen domingo de labor en su taxi, había pocos clientes, dos neumáticos se le pincharon con una diferencia de tres horas y al final de a milagro salió para la cuenta del día o unos 35 dólares.

Decidió retornar a La Chorrera, Panamá Oeste, donde vivía con su mujer y sus dos hijas, así que la pésima jornada laboral sería compensada con mayor tiempo dominical para estar con su familia.

Condujo desde Juan Díaz hasta calle 25, Calidonia, donde los residentes de Panamá Oeste utilizaban los vehículos informales o taxis piratas para retornar a sus hogares, tras salir de su trabajo o realizar cualquier diligencia.

Pretérito dio como cuatro vueltas, no había pasajeros, hasta que recogió un joven de 25 años, con aspecto de metalero, cabello largo, una pulsera y una cadena de punk pegada en su cuello.



El taxista lo vio con ojos de duda, sin embargo, era el único cliente y esos dos dólares que le cobraría por el viaje, representaban un pequeño incremento en el ingreso y para algo servía.

Dos vueltas más no funcionaron para encontrar clientes, así que el trabajador del volante guio su Kia Picanto  hacia la Avenida de los Mártires rumbo a La Chorrera y con la esperanza de recoger otros pasajeros en el camino.

Ambos caballeros platicaron sobre política, economía, de mujeres, fiestas e historia, el taxista descubrió que, a pesar del aspecto de loco del pasajero, era un hombre culto y letrado.

Siguieron la conversación, el roquero recibió un mensaje de su móvil, respondió un mensaje de texto cuando observó que el conductor incrementó la velocidad peligrosamente y se acercó a un furgón en la carretera de Loma Cová.

En cuestión de segundos, el jovencito le gritó al caballero que despertara porque se durmió con los ojos abiertos, el taxista se cambió hacia el carril izquierdo, el pequeño auto tambaleó, pero no se volcó.



Se disculpó con el cliente y le contó que el cansancio lo hizo dormirse sin darse cuenta.

Si el roquero no le avisa tendrían una muerte segura, luego el pasajero le pagó los dos dólares y se bajó en la entrada de Arraiján.

Cuando Pretérito volteó para saludarlo, el jovencito se desvaneció ante la sorpresa del conductor.

Al llegar a su casa, el taxista, en medio de un diluvio en sus ojos le contó a la mujer que no estaba loco, no obstante, un ángel bajó del cielo para que no se matara mientras viajaba en la carretera porque se quedó dormido al conducir.

Fotografía cortesía del Ministerio de Obras Públicas de Panamá y archivo no relacionadas con el relato.

Pan de pueblo


A pesar de que le dijeron a Chocolate, de 31 años, que Margarita, de 24 abriles, era pan de pueblo y la mitad del Ingenio en Betania, Panamá se la almorzó, al migrante darienita no le importó las críticas de la sociedad de esa zona.

La primera vez que la vio compraba una caja de cervezas donde la china del minisúper, observó sus largos cabellos negros alisados, su trasero enorme, ojos pardos y rostro de tristeza, pero no le habló.

En la agencia de apuestas de caballos del Ingenio le preguntó a don Papito quién era la dama, con notorios rasgos africanos como él y muy hermosa, aunque le disgustó la respuesta del veterano varón.

Una decepción amorosa hizo que Margarita se volviera una mujer fría, calculadora, ella decidía con quien se acostaba, no besaba a cualquiera y les sacaba dinero a los caballeros porque sabía que solo les interesaba llevarla a la cama.

Pueblo chico infierno grande, reza un viejo refrán, la bola de corrillo de que Chocolate estaba enamorado de Margarita llegó hasta los oídos de la migrante mulata de Bocas del Toro, quien sonrió cuando se enteró que Chocolate se derretía por ella.

A pesar de ser una zorra, Margarita no desayunaba, almorzaba y menos cenaba carne negra, la detestaba, sus preferidos eran de Veraguas, Chiriquí, Los Santos o Herrera con distinta pigmentación a la suya.

Una tarde, el enamorado masculino la vio en el lavamático y decidió atacar con toda su artillería verbal, no obstante, ninguna de las municiones dio en el blanco por las defensas de la dama.

Pasaron tres meses, la mujer tuvo un accidente, se cayó de la escalera del edificio donde residía, se la llevaron al hospital, le enyesaron la pierna derecha y el primer día se apareció Chocolate con un ramo de flores y la dama sonrió.



Los tres días que estuvo interna ninguno de los vecinos del Ingenio la visitó, mucho menos las mujeres de maridos infieles y algunas se lamentaron de que no fue peor el accidente.

Chocolate la esperó a la salida, la llevó en taxi hasta el viejo caserón de madera del Ingenio conocido como el Arca de Noé.

Margarita dio su brazo a torcer porque pocos hombres hacen esa acción, solo los enamorados, ella le confesó todo desde su decepción hasta que le pegaron gonorrea y logró curarse.

Cuando escuchó la historia de su futura novia, a Chocolate se le salieron las lágrimas, le dijo que no le interesaba su pasado, sino su futuro y presente porque él tampoco era ningún santo y bastantes féminas pasó por pensiones destartaladas, de colchones con sábanas de baratillo y ventiladores.

Todo el Ingenio se sorprendió cuando la pareja se casó, primero por lo civil y posteriormente por la Iglesia, tuvieron tres hijos y dejaron de residir en cuartos de alquiler para adquirir una vivienda en San Miguelito.

Margarita dejó de ser pan de pueblo para transformarse en una excelente esposa y madre que amó, tanto a sus hijos como su marido, hasta que murió al tener 35 años de casada.

Foto de Goldisable Jacob y Gustavo Fring de Pexels no relacionadas con la historia.

 

Oligarca y rebelde

 Francisco Carrizal era miembro de una de las familias más ricas de Colombia, poseían cientos de cabezas de ganado, sembradíos, acciones en bancos y fábricas, además la familia Carrizal estaban en la lista de los grandes latifundistas de la nación sudamericana.

El jovencito a los 15 años tuvo un encuentro con los trabajadores de una de las fincas de su padre, cuando vio las miserables condiciones de los empleados cambió su forma de ver la vida para convertirse en izquierdista y abanderado de las causas sociales.

Algo extraño para un oligarca, quienes siempre piensan en dinero, negocios y cuentas bancarias, Francisco era la excepción de la regla, se negó a estudiar Administración de Empresas en la Universidad San Ignacio de Loyola en California y la Javeriana de Bogotá.

Por el contrario, se diplomó en Economía de la Universidad Nacional de Colombia, obtuvo el primer puesto con su tesis y una noche salió a una reunión con antiguos compañeros de clases, el rebelde desapareció sin dejar rastro o huellas.



Toda la policía Colombia y el ejército peinaron varios lugares para encontrar al señor, pasaron tres meses y nada hasta que apareció en un video uniformado como miembro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), lo que sorprendió a su familia y los socios del club El Nogal.

Alfredo y Petita Carrizal, se encontraban avergonzados, su hijo, criado en una vivienda de 20 habitaciones, con nanas, cocineras, conductores y jardineros, se fue a vivir al monte entre los mosquitos de Casanare.

Mientras que en la selva se ganó el respeto de sus compañeros, aunque al principio no fue bien recibido, demostró poseer agallas, coraje, valentía y se ofrecía de voluntario a las misiones.

A los cinco años era directivo del Frente 28 de las Farc, rudo y letrado, enseñaba a los guerrilleros inglés, francés, literatura, matemáticas y economía.



Se enamoró a Tania, una guerrillera de raza negra, oriunda del Chocó y conocida por tener excelente puntería.

Una noche, aviones de ejército bombardearon el campamento, las bombas arrasaron con la zona, numerosos muertos, entre ellos Tania, al ver su cuerpo, Francisco se negó a retirarse y se quedó con un grupo para apoyar a que el resto de los sobrevivientes escaparan.

Después de cada bombardeo viene la infantería, eso ocurrió y luego el enfrentamiento con los soldados, Francisco disparó todas las balas hasta que la columna se quedó sin municiones.

Rebelde por naturaleza, primero morir porque nunca rendirse, tomó su escuadra y se pegó un tiro en la sien derecha.  No sería ser apresado por el enemigo.

Imágenes de archivo no relacionadas con el relato.

Encerrada

Irasema Cárdenas soportaba el inmenso calor que hacía en el hogar del Centro Femenino de Rehabilitación de Panamá, conocido popularmente como la cárcel de mujeres, donde cumplía una sentencia de cinco años por vender marihuana.

Una dura vida para la fémina, oriunda de Colón, hija de un migrante santeño y una cocinera de Palenque, graduada del colegio Abel Bravo y enamorada del dinero hasta que la pescaron con la droga.

Dentro del penal las cosas no se pintaban bien, privacidad nula, las internas se encerraban en sus camarotes colocando retazos de tela de ropa, sábanas, toallas o cualquier prenda de vestir para encerrarse.

La comida ni hablar, pésima, agresividad de las otras detenidas, custodias lesbianas, policías que intercambiaban favores sexuales a cambio de alimentos, drogas, dinero, especies o cualquier cosa que las hiciese felices.



Catino, el novio de Irasema, un malandrín de esos que abundan en la capital de la ciudad de Colón, fue quien le metió en ese embrollo, pero cuando la detuvieron en un operativo, el caballero se pintó de todos los colores.

Los primeros meses fueron terribles, lloraba a montón, la mayoría de sus amistades le dieron la espalda, casi toda su familia, mientras que sus padres fueron los únicos que enfrentaron el viacrucis de su hija.

El propio penal era un infierno, peleas entre las internas, favoritismo de los administradores del centro, contrabando de toda clase de mercancía y quien no contaba con dinero para conseguir algo, se jodía.

Las más privilegiadas estudiaban en una extensión de la Universidad de Panamá que hay en esa cárcel, otras cocinaban, lavaban y para entretenerse hacían fermentados de frutas.

Bajo los efectos del alcohol quedaban casi enloquecidas, lloraban, bailaban, reían y cantaban para olvidar sus condenas por robo, asesinato, venta de drogas, secuestro, peculado y otros delitos.



Sarita, una de las líderes del centro planificó una evasión, ella pagaba una condena de 20 años por asesinato, a sus 45 abriles saldría los 65, así que aspiraba a pasar sus años de madurez en libertad.

Le avisó a Irasema su plan, sin embargo, la colonense se negó porque carecía de sentido fugarse cuando le faltaban solo tres meses para terminar su sentencia, pero Sarita siguió con el plan.

Sarita era la jefa máxima de las internas, con dos amantes, controlaba el salón de belleza, las remesas de dinero, las ventas de licor, prestaba dinero y vendía cigarrillos.

Mientras las internas dormían en vísperas de un Viernes Santo, Sarita, Lolita, Adriana y Lisbeth, se mezclaron en el monte, salieron y llegaron hasta una escuela cercana cuando una patrulla las divisó y los agentes las detuvieron.

Irasema y todas las presas vieron el espectáculo de las internas, esposadas, lloraban porque les esperaba un proceso legal por evasión.

A pesar de todo lo que contaba Sarita en el penal, decidió fugarse porque la libertad no tiene precio e Irasema se salvó, aunque pensó en evadirse también y al final decidió lo contrario.

Imagen de la Defensoría del Pueblo de Panamá y de archivo no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

 

El ladrón de Heathrow

 James Molina viajaba todos los años en diciembre para llenarse los bolsillos de dinero a costa de los viajeros que arribaban al aeropuerto internacional Heathrow, en Londres, Inglaterra y retornaba a su natal Medellín, diez días después.

Llevaba ya ocho años haciendo el mismo trabajo, era muy escurridizo con la policía londinense Y el cuerpo de seguridad, sabía dónde se encontraban las cámaras, por lo que sus actos ilícitos los realizaba a ciegas de la tecnología.

Turistas y nativos presentaban la denuncia ante las autoridades, la Scotland Yard, carecía de pistas para capturar al antisocial y el único dato que poseían era de que durante diez días se incrementaban los hurtos en la terminal aérea.



James era astuto en extremo para evitar ser detenido, no elegía una fecha específica, sino que lo llevaba a cabo al azar, lo que enloquecería a las autoridades de la capital británica por no contar con un patrón.

Cuando retornaba a su tierra, el paisa, aterrizaba lleno de dinero abundante porque el cambio de una libra esterlina a pesos colombianos rondaba por 5 mil, algo que representaba mucha plata.

El último año James logró hurtar 7 mil libras esterlinas en efectivo y joyas, lo que le dejó una ganancia de 35 millones de pesos con los que podía vivir tranquilamente durante varios meses en San Javier.

James se hospedaba en hoteles de mala muerte, apenas comía y tenía un horario distinto durante su actividad delictiva, era rubio, de ojos verdes, alto y atlético, aspecto físico que lo hacían confundir como un británico o europeo más.



Si fuese negro, de piel canela o de aspecto exótico, no podría pasar por inadvertido.

A su llegada, el primer día el colombiano decidió descansar porque el cambio de horario no le permitiría trabajar sereno y cansado no se concentraría bien.

El primer día usó un uniforme de trabajador manual de aeropuerto, logró hurtar 2,000 libras esterlinas en efectivo a varios incautos viajeros, así que a su salida hacia el hotel iba reído.

La policía y la seguridad de la terminal aérea colocaron nuevas cámaras e identificaron al ladrón porque el uniforme de la sección de limpieza y mantenimiento fue cambiado, lo que despertó las sospechas cuando James se colocó la ropa antigua de los trabajadores manuales.

El segundo día, lo detectaron apenas ingresó a Heathrow, los policías encubiertos lo detuvieron de inmediato, le hablaron inglés, James no lo sabía y se lo llevaron a un cuarto donde un agente dominaba la lengua castiza.

El colombiano confesó su delito, apenas vio el video que captó su modus operandi. Todo acabó, la racha duró ocho años y fue condenado a 84 meses de cárcel.

 

El brujo de Hato Montaña

En esta urbanización de Panamá Oeste, residía Ventocinio Redondo, un ingeniero en sistemas y pirata cibernético, recién salido del juzgado de familia que lo divorció, tras ocho años de matrimonio con Roberta y de inmediato se casó con Luciana.

Sin embargo, a pesar de que el caballero se unió con una dama de piel lactosa, delgada y ojos miel, seguía en sus andanzas de conquistador y para ello usaba como recurso la brujería.

Le gustaba invitar a las chicas a almorzar o cenar, cuando ellas se descuidaban le agregaba a la bebida una poción mágica para que cayeran en su red sexual, las gozaba durante unos meses y posteriormente las dejaba enamoradas.



Ventocinio laboraba en una empresa y en las noches era profesor en un instituto técnico, donde también se daba banquete con las alumnas, principalmente las acholadas porque le fascinaban de 23 años, ya que el caballero contaba con 38 años.

No bebía, no fumaba, no consumía ningún tipo de drogas y su debilidad era las mujeres porque tenía una virilidad increíble.

Sus compañeros de trabajo se preguntaban qué hacía el caballero para conquistar tantas damas, principalmente porque no era físicamente nada atractivo, aunque el masculino no revelaba su secreto.

Era de piel canela, labios grandes, un ojo más pequeño que el otro y de contextura gruesa, no obstante, esto no fue obstáculo para levantarse a María Cristina, una chiquillona, de 21 años, pocotona y oriunda de Parita, Herrera.

María Cristina cayó en las garras de Ventocinio y no lo dejaba tranquilo hasta que Luciana se enteró de las andanzas sentimentales de su marido y la casi niña herrerana.



Un día la herida esposa, revisó las pertenencias de su pareja, encontró la fórmula de la poción para romper corazones, así que la fémina decidió hacerla y guardarla para dársela Ventocinio.

La escondió durante dos semanas hasta que Lucinda organizó un asado en casa e invitó a Cacoso, un vecino que bateaba para el otro equipo y residía con su madre.

Una mujer herida es peligrosa, así que, durante el evento, Ventocinio le pidió una gaseosa a Lucinda, esta le dijo que la buscaría, le agregó la poción, se la dio a Cacoso para que él se la entregara a Ventocinio.

Cosas de la vida, Ventocinio ingirió la bebida y fue todo, aunque no pasó nada en el asado, al día siguiente quedó enloquecido con Cacoso y lo buscó hasta el caballero lo trabó.

Todo Hato Montaña quedó sorprendido al enterarse de que después de viejo el hombre conquistador de mujeres se convirtió en maricón, sin embargo, nunca supieron que se trató de una venganza femenina.

Imagen de William Fortunato y Ketut Subiyanto de Pexels no relacionada con la historia.