Irasema Cárdenas soportaba el inmenso calor que hacía en el hogar del Centro Femenino de Rehabilitación de Panamá, conocido popularmente como la cárcel de mujeres, donde cumplía una sentencia de cinco años por vender marihuana.
Una dura vida para la fémina, oriunda de Colón, hija de
un migrante santeño y una cocinera de Palenque, graduada del colegio Abel Bravo
y enamorada del dinero hasta que la pescaron con la droga.
Dentro del penal las cosas no se pintaban bien,
privacidad nula, las internas se encerraban en sus camarotes colocando retazos
de tela de ropa, sábanas, toallas o cualquier prenda de vestir para encerrarse.
La comida ni hablar, pésima, agresividad de las otras
detenidas, custodias lesbianas, policías que intercambiaban favores sexuales a
cambio de alimentos, drogas, dinero, especies o cualquier cosa que las hiciese
felices.
Catino, el novio de Irasema, un malandrín de esos que abundan en la capital de
la ciudad de Colón, fue quien le metió en ese embrollo, pero cuando la detuvieron
en un operativo, el caballero se pintó de todos los colores.
Los primeros meses fueron terribles, lloraba a montón,
la mayoría de sus amistades le dieron la espalda, casi toda su familia,
mientras que sus padres fueron los únicos que enfrentaron el viacrucis de su
hija.
El propio penal era un infierno, peleas entre las
internas, favoritismo de los administradores del centro, contrabando de toda
clase de mercancía y quien no contaba con dinero para conseguir algo, se jodía.
Las más privilegiadas estudiaban en una extensión de
la Universidad de Panamá que hay en esa cárcel, otras cocinaban, lavaban y para
entretenerse hacían fermentados de frutas.
Bajo los efectos del alcohol quedaban casi enloquecidas, lloraban,
bailaban, reían y cantaban para olvidar sus condenas por robo, asesinato, venta
de drogas, secuestro, peculado y otros delitos.
Sarita, una de las líderes del centro planificó una evasión,
ella pagaba una condena de 20 años por asesinato, a sus 45 abriles saldría los
65, así que aspiraba a pasar sus años de madurez en libertad.
Le avisó a Irasema su plan, sin embargo, la colonense
se negó porque carecía de sentido fugarse cuando le faltaban solo tres meses
para terminar su sentencia, pero Sarita siguió con el plan.
Sarita era la jefa máxima de las internas, con dos amantes,
controlaba el salón de belleza, las remesas de dinero, las ventas de licor,
prestaba dinero y vendía cigarrillos.
Mientras las internas dormían en vísperas de un Viernes
Santo, Sarita, Lolita, Adriana y Lisbeth, se mezclaron en el monte, salieron y llegaron
hasta una escuela cercana cuando una patrulla las divisó y los agentes las detuvieron.
Irasema y todas las presas vieron el espectáculo de las
internas, esposadas, lloraban porque les esperaba un proceso legal por evasión.
A pesar de todo lo que contaba Sarita en el penal,
decidió fugarse porque la libertad no tiene precio e Irasema se salvó, aunque pensó
en evadirse también y al final decidió lo contrario.
Imagen de la Defensoría del Pueblo de Panamá y de archivo
no relacionadas con la historia.
Mejor que Irasema no pensó en fugarse porqué hubiera corrido con la misma suerte que las demás prisioneras.
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