Manuel Montero laboró durante cuatro años para preparar su cuarto mágico, con toda la tecnología e invertido miles de dólares, casi estaba en la ruina porque debía a los bancos, su vivienda heredada estaba a pocos pasos de ser rematada porque la hipotecó y no pagaba.
Su meta era terminar su proyecto dentro de esa habitación con el fin de viajar
a través del tiempo, aunque había que mover el tiempo y el espacio.
El motivo, su antigua compañera de clases, Sarah Auerbach, graduada también
como física en la Universidad Humboldt de Berlín, sin embargo, como Manuel era católico,
la familia judía de Sarah no lo aceptaba.
Una beca no fue suficiente para un chico de piel canela, de padre negro y
madre indígena de Panamá, quien atraía a las chicas alemanas del centro
superior de estudios por ser exótico y solo tenía ojos para su amada.
Antes del trabajo final, Manuel probó sus aparatos para trasladarse hasta
las tres Guerras Púnicas, luego hasta la decapitación de Luis XVI en Francia,
algo asustado cuando los galos gritaban muerte al rey y a la creación del
imperio del Genghis Khan.
Todo funcionaba casi a la perfección, su única falla es que viajaba a
través del tiempo y espacio del futuro o pasado, no del presente, era imposible
trasladarse en el mismo año de un país a otro.
Durante el tercer día de las pruebas se fue al siglo 3000, vio una Tierra con
gente viviendo en cuevas, con pocos lugares para cultivar, muchas peleas con
palos y piedras para obtener alimentos.
Lo dijo Alberto Einstein que el cuarto conflicto mundial se pelearía con
palos y piedras, el uso de las armas nucleares entre las potencias generó la
destrucción de las dos terceras partes del planeta.
No obstante, el panameño regresó a la época donde se conoció con Sara, le
daría una sorpresa, la llevó al futuro cuando sus padres rechazaron la relación
entre el americano y la alemana.
Sarah lloró, estaba entre la espada y la pared, si aceptaba la propuesta de
su enamorado jamás se encontraría con sus padres, hermanos y otros parientes.
Manuel estaba en las mismas, corrían muchos riesgos, pero cuando se es
joven la revolución y amor palpitan en el corazón en extremo, así que la
pareja decidió irse para no ser molestados.
Las miradas de Sarah y Manuel denotaban nervios, felicidad, tristeza e incertidumbre
con un futuro incierto, un mulato con una chica alemana llamaría la atención, aunque
eso no interesaba, sino escapar hacia la felicidad.
Los novios ingresaron a la habitación viajera, Manuel la programó para el 14 de
agosto de 1900, en Buenos Aires, Argentina.
Nadie supo más de ellos.
Imagen de George Becker de Pexels y Juan Franco Lazzarini.