La llegada de Betty Mosquera a Burunga, revolucionó a la comunidad de Panamá Oeste, la dama vino solamente con los 500 dólares que exigía el Servicio Nacional de Migración (SNM) y su hija de dos años.
El acento de Betty era el clásico bogotano o cachaco, sin embargo, su
aspecto físico de piel oscura, reducido tamaño, trasero gigantesco, ojos pardos
y cabello largo alisado, no demostraba ser nativa de Cundinamarca.
Sus padres eran migrantes de Quibdó, en el departamento de Chocó, que se
marcharon a la capital colombiana en busca de una mejor vida para sus cuatro
hijos y se instalaron en Ciudad Bolívar, el barrio más pobre de esa ciudad.
La fémina cerró sus ojos, muchas veces lesionados por su pareja, agarró sus
maletas para instalarse en el istmo donde una tía para que huyera de los puños
de acero del obrero que un día le robó el corazón.
Se ganaba el sustento en un salón de belleza, donde desarrollaba sus habilidades y
aconsejaba a las clientes detalles para mantenerse hermosa, además de cuidar de
su piel.
Betty era un imán para los varones, casados, solteros, unidos y a los oídos
de la mujer desfilaron promesas de palacios inexistentes, matrimonios por
cualquier religión y fantasías dignas de la literatura.
Ella lloraba en las noches, recordaba el infierno vivido por su pareja,
quien le atribuía los males por el color de su piel, en su mente se dibujaba las
golpizas recibidas y que nunca se atrevió a denunciar.
Dependía de los ingresos de su marido, así que cualquier cosa menos
recurrir a las autoridades para alertar sobre las acciones de su rubio quita
frío.
Mientras que en Burunga trabajaba seis días a la semana, utilizaba una
motocicleta pequeña para desplazarse, con su uniforme de pantalón negro pegado,
camiseta negra y pocas veces maquillada porque no lo necesitaba.
La espectacular mulata rechazaba todas las propuestas de conquista,
sencillamente porque no superaba el trauma de su última relación que la dejó
herida hasta lo profundo de su corazón.
Al año de vivir Betty en Burunga, regresó Alfredo, recién graduado de la
Universidad de Los Andes, en Venezuela, como químico, fue acompañar a su madre
al salón de belleza y vino el flechazo.
El uno para el otro, la dama se puso nerviosa y él gagueaba cuando intercambiaron
palabras. Todos en el local comercial se dieron cuenta de la situación y sabían
lo que sucedía.
Se frecuentaron, Alfredo la llevó donde un psicólogo para que Betty
superara el espantoso capítulo de la violencia protagonizado por su antiguo marido.
Una de cal y otra de arena, por todo Burunga se diseminó que la motociclista
colombiana se empató con Alfredo, el hijo de la chiricana y el español de la
fonda de la esquina.
Betty huyó del mal, no obstante, los demonios también viajan a cualquier
parte del mundo y la única forma de derrotarlos en combatirlos.
Fotografías de RDNE Stock Project de
Pexels no relacionadas con la historia.