Un pacto con el diablo

En la urbanización Altamira de Vacamonte, Panamá Oeste, nadie sabe que se hizo el tío Virgilio, un colonense, jubilado de Autoridad del Canal de Panamá (ACP), ya que el caballero desapareció sin dejar rastro alguno.

Ni la policía, ni sus familiares, ni los pandilleros consultados de la zona, conocían su paradero, no fue asaltado, no existía evidencias de asesinato y por las calles del barrio decían algunos que el diablo se lo llevó.

Resulta que Virgilio Brown, era viudo, de 61 años, con dos hijos que residían en Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos, mientras que la víctima vivía en su casa de tres recámaras, dos baños y un estacionamiento para su vehículo.

El día que se esfumó dejó su automotor para irse a pie hasta el billar Alex, ubicado en la entrada de Vacamonte porque no quería perder su licencia de conducir si lo pillaban conduciendo en tragos.



Como todo es un misterio, las autoridades consultaron con María Elena Aziz, su novia de 33 años, vecina del varón, linda, cabello negro, blanca como la nieve, ojos pardos, cejas pronunciadas tipo arábigo, ya que su padre era un palestino.

En la casa de Virgilio su novia tenía prohibido ingresar a una habitación cerrada con candado por razones desconocidas.

La gente de la urbanización rumoraba que Virgilio enamoró a María Elena a punta de trabajos de brujería, debido a que no había otra forma para que un hombre de su edad conquistara semejante penco de hembra. 

Recibía una jubilación de mil 400 dólares, su vivienda estaba cancelada y complacía los caprichos de su pareja, sin embargo, la dama le contó a la policía que tampoco sabía nada del paradero de su pareja.

—Me dijo que iría al Alex a tomarse unas cervezas y regresaba en tres horas, eso fue como a las ocho de la noche del viernes, pero no volvió—.

Un juez dio la orden de ingresar a la casa de Virgilio, como testigo, un sobrino nieto suyo lejano, para que observara la diligencia.

No hallaron el cuerpo, pero si un altar de brujería con todo lo necesario para realizar rituales en un cuarto cerrado con candado.

El altar tenía varios santos, una vela blanca, otra roja, una negra, la fotografía de María Elena, frutas como mangos, bananas, manzanas, tabaco, una botella de ron y unas yerbas, todo puesto encima de un mantel blanco.

La mujer casi se cae de nalga cuando le mostraron las imágenes del altar, se confirmaba que la guial cayó por la mística, sin embargo, seguía enamorada de su hombre mayor, de raza negra, cabello negro de afro, ojos pardos y mirada penetrante.



Pasaron tres años, hasta que una clarividente, de nombre Luz, entró a la casa del desparecido con María Elena y el sobrino nieto, identificado como Mario.

La mujer apenas abrió la puerta, entró en trance, levantó sus blancas manos, abrió más de lo normal sus verdes ojos, movía y cabeza y se acostó en el piso para narrar los hechos.

—Virgilio camina por la entrada de la urbanización, se le aparece un hombre en traje de calle, con sombrero de hongo, guantes blancos, zapatos muy lustrados, no tiene ojos, no se ve su rostro, pero sí una lengua de serpiente que movía mucho—.

—Llegó tu hora Virgilio. Ya obtuviste lo que querías con esa mujer joven, aunque ya el tiempo acabó y el momento de cobrar mi deuda—.

—Quiero más, por favor, estoy enamorado—.

—Esto no es juego de balompié. No hay tiempo extra—.

El desconocido hombre, llevaba un bastón, golpeó el piso, salió una inmensa llama, extendió su mano izquierda y por magia ingresó a Virgilio al fuego, posteriormente entró a las llamas que desaparecieron de inmediato—.

—¿Qué le pasó a mi marido? —, preguntó María Elena.

—Escuchaste muy claro, el diablo se lo llevó—.

María Elena lloró, su amor no volvería, una fatal atracción, una vieja deuda y un pacto con el diablo.

Imagen de la muerte cortesía de Dreamstime y de Altamira de Fígaro Ábrego.

El don Juan tacaño

Evaristo Gómez, no era diplomático de carrera, sin embargo, logró un nombramiento como Agregado de Asuntos Consulares, en la embajada de Panamá en Chile, por sus conexiones políticas.

No hay que llamarse engaño, existe la carrera diplomática y también las designaciones que los mandatarios hacen por asuntos políticos, partidistas o compromisos con donantes de sus campañas en el Ministerio de Relaciones Exteriores y otros.

Gómez, estaba feliz, de 65 años, casado con una dama, 35 años menor que él, recibía un salario de mil 500 dólares mensuales, más su jubilación de 700 dólares y otros ingresos que tenía, sería un rey en Santiago de Chile.

A su paga como diplomático, le proporcionaban para el alquiler de la vivienda en el exterior y los servicios, más sus gastos de representación de mil 500 dólares.



El ahora diplomático fue un cazador en su juventud y creía que a su edad podría serlo, así que ya en Santiago de Chile andaba en busca de presas, principalmente jóvenes, rubias y ojos claros.

Su contextura física es de baja estatura, ojos pardos, color de piel canela, cabello sal y pimienta, delgado y con rostro de soldado que acaba de terminar una batalla.

Con siete meses ya en el cargo, un día platicaba con uno de los carabineros que cuidaba la sede diplomática, cuando de pronto llegó una motocicleta y se estacionó frente a la embajada.

Quien conducía, se quitó el casco, se soltó el cabello para dejar a las pupilas de ambos masculinos una fémina de rubios cabellos, ojos verdes, con pantalón vaquero pegado a su escultural figura  y rostro de princesa.

Gómez de inmediato quedó loquito con la mujer, le anunció que la misión abría a las 8:00 a.m., pero que le podía ayudar en lo que necesitase con mucho gusto.

—¿No me reconoce licenciado? Soy Martha, la carabinera que cuida la embajada—.

El cónsul quedó boquiabierto, nunca antes la vio vestida así, sino con su cabello recogido, falda larga hasta debajo de las rodillas, zapatos sencillos y camisa con corbata que tapaba todas las curvas que ahora el diplomático admiraba.

Balbuceaba al responder y decidió atacar de inmediato a la policía porque luego otro varón se la volaría.



Sin embargo, había un detalle del masculino de que era tacaño en extremo, si se le perdía un peso chileno o un dólar estadounidense, sería capaz de llorar.

Como no tuvo reparos, le envió un mensaje a Martha con el otro carabinero para invitarla a desayunar en la embajada, a lo que la dama, de 25 años, aceptó gustosamente para conocer al canalero.

Pensando en su dinero, Gómez, envió a María, la señora que limpiaba la misión, a comprar cuatro empanadas y dos cafés negros para el encuentro.

A la mujer  le advirtieron de que su pretendiente era más duro que una roca de río y cuando llegó a la mesa, la esperaba el varón maduro con traje de calle y una coqueta sonrisa.

María trajo dos platos tapados y dos vasos con los cafés, cuando descubrió los alimentos, Martha casi se cae de la silla al ver las dos empanadas berlines de 1,100 pesos chilenos (1.25 dólares) cada una.

No dijo nada, habló muy amable con el cónsul y sencillamente al terminar se despidió del diplomático tacaño para solamente saludarlo cuando lo veía en las instalaciones de la embajada.

A los seis meses, la trasladaron a otra misión y cuando Gómez pidió su número de celular, el carabinero respondió que a la mujer no le interesaba verlo, no por pensar en plata, sino que no la valoraba.

—Si es un hombre pobre, lo entiendo y lo acepto, pero alguien con ingresos que me trate así, ni en familia pasan esas cosas. Soy una mina, no una mendiga—, leyó Gómez  el mensaje que la carabinera dejó en el celular de su compañero de trabajo.

Nunca volvió a ver a la hermosa policía chilena por ser un don Juan tacaño.

Imágenes cortesía de Pinterest.

Adinerada y ‘enjaulada’

 Rubiela Díaz se encontraba detenida en una celda preventiva, de la Policía Nacional (PN) en el corregimiento de San Francisco, Panamá, posteriormente que se entregó a las autoridades que la buscaban por homicidio.

Sus familiares presionaron a los medios de comunicación para que la noticia no fuese publicada, ya que eran accionistas de un banco, una fábrica de plásticos, tenían ganado y socios de numerosas empresas.

Algunos sucumbieron ante las exigencias de la familia Díaz, otros no lo toleraron e incluso divulgaron su fotografía de la fémina, tanto en medios digitales y redes sociales porque la época de la dictadura de la información se acabó con el internet.

Rubiela, una semana antes, estaba con su prometido, Julián Vega, en un restaurante mexicano de Bella Vista, era celosa, malcriada, pechichona, chineada, ñañeca y caprichosa, a pesar de sus 25 años.



Como fue criada en cuna de oro, creía que todo se lo merecía, así que una chica saludó a su novio, dama que no era del agrado de Rubiela e inició la discusión.

Su novio no era un hombre rico, sino un caballero de clase media baja que ganó una beca para estudiar medicina en Cuba y luego se especializó en cardiología, laboraba en un hospital para millonarios y generaba buenos ingresos.

Por sus pataletas, los Díaz aceptaron a Julián, pero no lo tragaban, aunque su hija era feliz y debían complacerla en todo.

La noche de la desgracia, Rubiela, iracunda, salió del local, abordó su Audi RS Q8, color gris, de 120 mil dólares, antes de ingresar se tropezó con una señora de 65 años, discutieron y la jovencita le gritó cualquier cantidad de vulgaridades.

A pesar de recibir educación por salones de clases en el Reino Unido, Francia y Suiza, Rubiela empujó a la señora, identificada como Flor Cascante y le gritó perra pobretona.

La fémina caminó, Rubiela la siguió muy lento en su automóvil en los estacionamientos, luego la atropelló y le pasó el automotor dos veces por el cuerpo. La mató y se fugó.



Los investigadores vieron el disturbio menor en las cámaras del restaurante y de los estacionamientos, sin embargo, Rubiela se escondió con el fin de evadir la justicia, mientras sus padres usaban sus influencias para liberarla de toda culpa.

El rostro de la asesina estaba plenamente identificado y la matrícula del carro, así que no había dudas de quien era la responsable del crimen.

La víctima era una señora que laboraba como lava platos en el negocio de alimentos, salió por la puerta trasera y tomó ese trayecto porque los estacionamientos daban a una calle donde podía abordar un taxi.

El trabajo de las redes sociales fue excelente, la policía distribuyó el rostro de la sospechosa y placa del carro, a pesar de la oposición de los Díaz.

Se desató una lucha de clases sociales, la familia era pariente del ministro de Seguridad Pública, este se encontraba entre la espada y la pared porque estudió con el padre de la asesina.

El abogado defensor recomendó a los Díaz que Rubiela se entregara, negociara una pena porque tarde o temprano la atraparían, no obstante, el padre pensó en sacarla del país y el letrado en Derecho le comentó que sería una estupidez e iría preso por encubridor.

Los propios policías de turno se sorprendieron ver una dama, con aspecto monárquico, blanca, ojos verdes, escultural, linda como una muñeca, cabello rubio y mirada de angelito, cuando lloraba en la celda preventiva, antes de ser trasladada al Centro Femenino de Rehabilitación de Panamá.

Todo le salió mal, el padre pidió cinco años de cárcel, el representante del Ministerio Público refutó esa pena bajo el argumento de que no fue accidente, sino premeditado, así que 15 años como mínimo más una indemnización a la familia de la víctima.

Había que negociar antes de ir al juez de garantías, el abogado de los Díaz convenció de que aceptaran, de lo contrario su hija saldría a los 50 años y acordaron.

Ahora la malcriada se encuentra con mujeres de pueblo, ladronas, mulas (que llevan droga), asesinas, prostitutas y drogadictas por un momento de rabia.

Por cosas de la vida, Rubiela Díaz es ahora adinerada y enjaulada.


Cría cuervos...

Daniel Vega, de 35 años, era supervisor en una fábrica de plásticos, ubicada en Juan Díaz, Panamá, desde hacía ocho años, empezó desde abajo como jornalero y se ganó la confianza de sus patrones por ser un hombre trabajador.

El caballero tenía un vecino de nombre Denis Arosemena, sin trabajo, padre de dos hijos como Daniel, la pasaba muy mal económicamente y con dificultades con su mujer por obvias razones.

Cuando en casa escasea el dinero, los problemas llueven a montón y parece que nunca escampa de la tormenta del futuro incierto.

Daniel platicó con el dueño de la empresa para ayudar a Denis, este último aceptó y lo contrataron como ayudante para colocar los plásticos en las cajas, lo que se traducía en que su salario no era elevado.



No le gustó la paga de 530 dólares desde el primer momento y aspiró a los 850 dólares mensuales que ganaba Daniel, porque su mujer le exigía demasiadas cosas materiales.

Tras tres meses de trabajar, Denis pasó la prueba y le declaró la guerra silenciosa a quien, en un momento tambaleante de su vida, le tendió la mano para ayudarlo a él y a su familia.

El masculino hablaba mal en las esquinas del supervisor, se convirtió en perrito faldero del propietario del negocio, hacía chistes, le llevaba café, además fue un lleva y trae de chismes en la fábrica.

Daniel descubrió que su antiguo amigo le volaba serrucho con el propósito de obtener su puesto, sabía que su ex camarada acosaba a una compañera identificada como Lucilda.

La dama, de baja estatura, ojos marrones, cuerpo de guitarra, piel oscura y cabello de rizos, era el dolor de cabeza de muchos compañeros, sin embargo, su marido era un gigantón, blanco, deportista y aficionado al karate.

El bomboncito no se atrevía a decirle nada a su esposo por temor a que le destruyera toda la contextura delgada de Denis, pero sí se lo informó a Daniel, quien, como no era ningún pendejo, ideó un plan de venganza.



Se puso de acuerdo para que el quita frío, de Lucilda le diese un susto mayor al acosador en momentos que dueño del negocio se encontrara.

Era un viernes en la mañana, Denis le dejó una nota en el bolsillo de la bata de Lucilda, en la que afirmaba que la esperaba a la salida para irse a tomar unas cervezas en el bar del frente y luego se fueran a bicicletear, lo que sería compensado con 30 dólares.

Como Denis mordió el anzuelo, en horas de la tarde se presentó el gigantón del marido de la fémina (su mujer lo llamó), le hizo un escándalo al hombre infiel, el comerciante vio todo, fue y preguntó qué pasaba.

Antonio, el esposo de Lucilda, le mostró la nota, lo que enfureció al empresario y le comunicó a Denise que pasara al día siguiente a buscar su cheque de liquidación porque no toleraba ni acosadores ni escándalo en su negocio.

Por tirársela de Don Juan, Denis quedó sin trabajo y a los cuatro meses su mujer lo dejó por limpio.

De nada le sirvió serrucharle el piso a Daniel, mientras que el último aprendió la lección de que cría cuervos para que te saquen los ojos.

Imágenes cortesía de Dreamstime.


El oso que quiso ser halcón

En los bosques de Alberta, Canadá, vivía el oso Fred, gigantón, cuerpo de 2.5 metros de alto, con casi 800 libras, con extremidades, garras, color marrón y mortales dientes.

Fred era un cazador, temido y respetado, tenía un amigo llamado Arlen, un halcón de casi dos libras de peso, volaba hasta 130 kilómetros por hora, gris en todo su cuerpo y su cabeza blanca.

Ambos hicieron una amistad, Fred le comentaba que su sueño era volar, recorrer todo el Ártico, conocer y viajar más rápido porque era muy lento para andar extensas zonas.



—Pero eso es imposible Fred, tienes la contextura de un animal temido, mucho peso, en menos de un minuto acabas con cualquier animal de este lugar y otros donde vayas—.

—Sí, pero no me siento satisfecho conmigo mismo. Busco otra cosa, te envidio a ti Arlen porque vuelas rápido y te cambias de área  en un abrir y cerrar de ojos—.

—Ten cuidado con lo que hagas. Naciste oso y morirás siendo un oso. Todo lo que hagas jamás podrá cambiar eso—.

Fred rugió, el halcón levantó vuelo y se marchó para surcar los grandes bosques en busca de su alimento, cruzaba nubes, ramas, ríos y gigantescas praderas de la hermosa Alberta.

Al oso se le ocurrió una brillante idea, la de cortar ramas de árboles y construir alas para subir a un precipicio y de allí lanzarse al vacío, mover con sus garras los maderos que serían sus alas.

Cuando Arlen lo vio desde al aire, Fred ya casi terminaba su experimento, le preguntó que hacía y Fred le respondió que, si la vida no le regaló alas, él las construiría de todas formas.



—Puedes morir en el intento. Es peligroso—.

—No pedí tu opinión Arlen. Solo mira cuando vuele a tu lado y te callarás—.

El oso anunció a todos los animales que se elevaría tan alto como las aves, todos se reunieron en la pradera para observar a Fred en el cielo cruzando las nubes.

El día del experimento, los animales y las plantas miraban a Fred con sus alas de madera puestas.

Una mañana de primavera, quedaba poca nieve, se mezclaban en el suelo los colores, verdes y blancos, los ríos iniciaban su recorrido porque el manto blanco se esfumaba por el cambio del clima.

El cielo muy azul, las nubes dibujaban figuras mitológicas y platicaban con el fuerte viento. Todos curioseaban.

Arlen y su pequeño hijo volaban, divisaron a Fred cuando corrió para tomar impulso, saltó de precipicio, pero el oso era demasiado pesado para moverse en el aire, la gravedad lo atraía, sus garras eran muy pequeñas para impulsar las falsas alas, cayó e impactó con las rocas.

Una triste escena, todo su cuerpo quebrado, la cabeza destrozada, la sangre se mezcló con la tierra y manchó las rocas.

—¿Por qué el oso quiso volar papá si no tiene alas? —, preguntó el halcón hijo.

—Sencillamente, porque no se aceptó a él mismo y no se puede alterar la naturaleza—.


Fotografía del oso cortesía de Wikipedia y el bosque de Dreamstime.


Matrimonio en el 'Rico' Cedeño

Efraín le tenía la sorpresa de su vida a Erika y decidió actuar en el estadio de base por bola "Rico" Cedeño, ubicado en Chitré, Herrera, en Panamá, un lugar que estaría abarrotado por el famoso clásico de Azuero o el partido entre las provincias de Herrera y Los Santos.

La pareja llevaba dos años de relación, se conocieron en ese estadio, en un juego entre las provincias rivales que exportaban fabulosos peloteros a otros países de América en ligas profesionales.

Efraín, de 30 años, blanco, de ojos miel, cabello castaño oscuro, alto y delgado, trabajaba como mecánico independiente, residía en el centro de Chitré, mientras que Erika es bajita, cabello negro, blanca, ojos pardos, muy sexi, tímida y labora como secretaria en el Ministerio de Obras Públicas.

El herrerano y ella santeña, residente en La Villa de Los Santos, zonas separadas y unidas por un puente a pocos metros, nunca se vieron en toda su vida, ni en bares, discotecas, actividades de carnavales u otra.



Antes de su relación, la dama se casaría con un paisano que la dejó con el traje de novia, a sus 24 años, sin explicar nada, el caballero se esfumó y la diva quedó traumada que no quiso saber de hombres durante tres años.

Ya con 27 abriles, ingresó a estudiar Administración de Empresas, con el fin aprender algo y superar el golpe duro que le propinó su antiguo novio.

Por ironías de la vida, a Erika no le gustaban los hombres blancos, sino de piel oscura o canela, Efraín no cumplía con ese requisito, ni tampoco su contextura física era atlética, como prefería su pareja antes de conocerlo.

El destino les tenía un encuentro, el día que se conocieron, Efraín fue al baño, posteriormente corrió hacia su asiento para no perderse el juego, se tropezó con su actual novia, quien llevaba un perro caliente y ¡Zasss!

Toda la salsa de tomate, mayonesa y salchicha se esparció por la camiseta naranja y blanca, con rayas negras de la mujer.

La fémina le gritó toda clase de insultos, el mecánico intentó disculparse en vano, ella lo abofeteó y casi se forma una trifulca entre ambas barras por el accidente.



Todo quedó ahí hasta que una semana después se encontraron en una actividad de enlace de terneros.

Erika lo reconoció, se fue a disculpar por su reacción, Efraín solo sonrió, la dama lo llevó donde sus amigos, contó la historia, luego rieron, bebieron, bailaron e intercambiaron números de celular.

Se hicieron muy amigos, luego novios y pasaron dos años, el masculino quería una familia, platicaron sobre eso, pero nunca de casarse.

El día del clásico de Azuero, ya Efraín planeó todo, llevó el anillo de compromiso y sabía lo que debía hacer.

Fue muy chistoso ver a la mujer con la camiseta de Los Santos y al hombre con la de Herrera, tomados de la mano mientras veían el partido, aunque cada uno iba a su provincia.

La dama recibió unos mensajes en la aplicación de WhatsApp, lo que aprovechó su novio para sacar de su bolsillo el anillo, se arrodilló, cuando Erika levantó la vista casi se desmaya.

Su pareja le mostró el anillo, las lágrimas bañaron sus mejillas, se acomodó la gorra y observó al público porque todos miraban.

—Cásate conmigo Erika—.

Un bullón le hicieron los fanáticos de ambas provincias, ella movió la cabeza en señal de aceptación y lo besó.

A los tres meses fue la boda católica.

 

 

La Hijastra Seductora

Normita Jaén, de 22 años, siempre culpó a su madre Norma, de 45 años, del divorcio de su padre porque alegaba que no lo quería, aunque nunca supo que quien la engendró le fue infiel a su mamá.

La afectada tardó seis años en tener pareja, se empató con un antiguo compañero de labores, caballero que nunca se rindió en su plan de conquista.

El disgusto de Normita se incrementó cuando Norma le informó que su novio, Belisario Pinzón, de 50 años, le propuso vivir juntos a su residencia, en Tocumen, Panamá Este, e ideó un plan para que la relación de la autora de sus días fracasara.

La mente maquiavélica de Normita fue la de seducir a su padrastro con el propósito conocido porque no aceptaba la separación de sus padres y su sueño era que volviesen.

Su inmadurez, la falta de carácter e inexperiencia la llevaron a que en la primera semana atacara a su presa, caminaba en interiores, le lanzaba coquetas miradas, se acariciaba sus pechos frente al marido de su mamá y le tiraba besos a escondidas.



Como Belisario no es ningún pendejo, evitó a toda costa quedarse en casa si su mujer salía hacer alguna diligencia o todo menos estar con Normita solo en humilde vivienda.

Norma y su concubino se conocieron en una cooperativa donde trabajaron como cajeros, cuando quebró, la primera se fue a laborar a un almacén en Juan Díaz y el segundo quedó instalado en un banco cerca de su casa.

Una mañana, mientras Norma se cepillaba los dientes, tras desayunar, su hija abiertamente le pidió a su padrastro hacer el amor sin preservativos y que eyaculara adentro porque le gustaban los hombres maduros.

Normita es trigueña, delgada, con lindos pechos, cabello negro, ojos pardos y de mediana estatura, parecida a su madre, mientras que su padrastro blanco, ojos miel, alto, delgado y caballo castaño claro.

Belisario se negó, la hijastra lo amenazó con acusarlo con su madre de espiarla en las noches, por lo que el caballero decidió grabar todas las conversaciones porque en algún momento la bomba estallaría.

Así pasaron cuatro meses, Normita acosando al marido de su mamá para seguir con su plan y el masculino, grabando todo sin que la jovencita lo supiese.



Norma tuvo que trabajar un domingo, fue cuando Normita hizo su último intento, se le presentó en traje de Adán y Eva al cuarto nupcial donde Belisario miraba un partido de balompié.

Pero, antes, llamó a la autora de sus días para que fuera a la casa de urgencia, lo que hizo Norma, al llegar vio su hija desnuda en el cuarto matrimonial en momentos que discutía con Belisario.

La madre gritó toda clases de vulgaridades a ambos, Belisario intentó explicar y su mujer afirmaba que lo traicionó con Normita, a quien llamó puta por acostarse con su macho.

Entonces, Belisario mostró todas las grabaciones desde el celular del acoso de su hijastra, lo que dejó muda a Norma, posteriormente al verse desarmada Normita rompió a llorar y pidió perdón.

Su excusa fue que quería que su madre y padre estuviesen juntos, lo que generó que Norma avisara a su antiguo marido para que se llevara a su descendiente y este se negó argumentando que su esposa no la quería.

Belisario, le dijo a su mujer que la amaba, nunca le sería infiel porque le costó seis años conquistarla y de que perdonara a su hija, pues no contaba con madurez suficiente.

Entre altas y bajas, Normita aceptó la situación y con el pasar de los años aprendió a querer a su padrastro, quien luchó para formar una familia y adorar a la que un día fue su enemiga.

Imágenes ilustrativas cortesía de Dreamstime.

¡Están bota’os!

Mi nombre es Laureano, de 23 años, les contaré la historia de cómo perdí mi trabajo en una planta procesadora de mariscos en Parque Lefevre, Panamá,  de una mujer que fue mi amiga con derecho y ahora es mi concubina.

Paquita llegó a trabajar unos dos meses después que ingresé a laborar, empacábamos productos del mar, nos pagaban 500 dólares de salario mensual, un lío para cancelarnos las horas extras, el dueño nos descontaba el seguro social y no lo reportaba.

Era un pillo, le llevaron varias citaciones del Ministerio de Trabajo y Desarrollo Laboral (Mitradel), aunque tenía allí un padrino que lo protegía porque no perdía ni un caso.



Paquita, de 31 años, emigró de la comarca Emberá-Wounaan, de mediana estatura, cabello lacio, abundante y negro, ojos oscuros, senos inmensos y excelentes curvas, lo que dejó loquito al propietario Andreas Marotti, de 54 años.

Hacíamos las travesuras en el turno de amanecer o de 11 de la noche hasta las siete de la mañana porque la vigilancia era nula, por lo que nos trasladábamos hacia los depósitos de las cajas de cartón con el fin de bicicletear.

Soy alto, de raza negra, cabello de afro, flaco como un palo de escoba, pero dicen por ahí que tengo una labia y con ella Paquita cayó en mis garras.

Aclaro que soy soltero y no tengo hijos.

La fémina tiene dos hijos, separada y por la planta corría el huracán de que el viejo italiano Marotti se la almorzaba o gustaba de la nativa, sin embargo, ella negó que tuviese algo con el empresario.

Pasaron tres meses más, seguía con mi idilio con Paquita hasta que me comentó asustada que la regla no le bajaba, así que sentí la sombra del terror porque con ese miserable salario nos iría muy mal.

A la semana de confirmar la noticia de que mi novia clandestina estaba preñada del chombo, o sea yo, las cosas se pusieron peor.

El italiano eliminó los recargos dominicales y las horas extras.



Todos cabreados con la explotación laboral del europeo, con conexiones con el gobierno de turno.

Luego mi mujer llevaba dos meses de embarazo, un día me encontraba donde se colocan los plásticos para empacar los mariscos, platicaba con el viejo Marotti porque me informó que me ascendería a supervisor y aumentaría 300 dólares.

Con 800 míos y 500 de mi guial, ya serían 1,300 dólares, se puede boxear,  fue entonces cuando la dama se apareció,  empezó a platicarme de temas sexuales y lo que ella quería que le hiciera en esa noche.

Dijo que gran cantidad palabras de grueso calibre del acto sexual y mi aparato reproductor, luego salió el italiano la miró sorprendido.

—Tú y él son marido y mujer—.

Quedé blanco como un papel.

—¡Pues si son novios, los dos están bota’os!—, dijo el caballero encendido en los celos. Era cierto que le gustaba Paquita.

Como mi mujer esta encinta, en el Mitradel, Marotti canceló todo el año del fuero maternal más las prestaciones. No la quería ver ni en pintura.

Ahora estamos mal, a mi concubina nadie le da trabajo por su estado y yo buscando como loco una plaza laboral, mientras espero el pago de mis prestaciones.

Imágenes cortesía de Dreamstime.


¡QUÉ SERÍA!

 Por: Hermógenes L. Mora




¡Qué sería del mundo

sin la sonrisa de una mujer,

qué sería del mundo

sin el dulce llanto

de un bebé al nacer!

 

¡Qué sería de las mañanas

sin la luz de la aurora,

qué sería de las mañanas

sin el trinar de las aves!

 

¡Qué sería de una playa

sin sus arenas,

qué sería del océano

sin sus playas!

 

¡Qué sería de la poesía

Si no existieran los poetas,

qué sería de la razón

si no existiera la lógica!

 

¡Qué sería del universo

Si no existieran las estrellas,

qué sería de los besos

si no hubiese labios qué besar!

 

Panamá 8/10/19




Siete balazos

 

Tony Valenzuela, parecía más un imputado que un abogado penalista por los embrollos que buscaba, cruzaba la línea de la ética y por dinero estuvo dispuesto hacer cualquier cosa con el fin de facturar.

Desde su juventud en la Facultad de Derecho de la Universidad de Panamá (UP) tuvo problemas con sus compañeros porque los trababa o quitaba dinero mediante engaños y nunca pagaba.

Toda una vida de tracalería, de niño, durmió varias veces en el desaparecido Tribunal Tutelar de Menores, antes ubicado en la Avenida de los Poetas, en El Chorrillo, Panamá, donde en la actualidad existen unos edificios de renovación urbana.

En su larga lista de hazañas se incluía viajar hasta la ciudad de Guatemala para sobornar unos funcionarios de la Dirección del Sistema Penitenciario, con el propósito de obtener una boleta de libertad falsa para un empresario panameño detenido.



El comerciante canalero estaba preso por lavado de dinero, pero la astucia de Valenzuela logró sacarlo de ese país y trasladarlo en un vuelo privado el mismo día que salió del penal.

Reconocido por jueces y funcionarios de instrucción por su modus operandi, también le abrieron un proceso por alterar la firma de un fiscal para descongelar varios millones de dólares cautelados, tras unas sumarias por lavado de activos.

Le gustaba la buena vida, costosos vinos, viajes, los Mercedes-Benz, tenía varias mujeres jóvenes, rubias, naturales o con peróxido, no mayores de 25 años y también pasó por hospitales privados para curarse de gonorrea tres veces.

Fue multado por no asistir a audiencias penales, compraba a médicos para obtener certificados de salud y amaba el deporte equino.

Poseía una suerte, algunos de sus colegas abogados decían que tenía un pacto con el diablo porque el masculino nunca pisó una cárcel, a pesar de las travesuras que hacía, presentaba  recursos judiciales para evitarlo.

Sin embargo, en este mundo llega alguien más listo que otro pillo porque tigre no come tigre y eso le ocurrió a Valenzuela.

En una operación antidrogas se detuvo a varios narcotraficantes panameños y colombianos, entre ellos a Julian Patrón, oriundo de Cali, y Valenzuela asumió el rol de procurador judicial del extranjero.



A las tres semanas, le pidió medio millón de dólares para presuntamente sobornar a cinco magistrados de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), a razón de 100 mil por cada uno.

Le contó que interpondría un habeas corpus, los cinco declararían ilegal la detención y podría huir a Colombia sin problemas.

Transcurrieron tres meses y nada, el sudamericano estaba desesperado, preso y con ganas de ahorcar a su abogado, mientras este le contaba historias de que pronto el recurso judicial bajaría porque el proyecto circulaba entre los magistrados.

-Ya tengo los cinco votos, otros cuatro no querrán liberarlo, pero ya está listo el negocio-.

-Mejor que salga hermano, de lo contrario le doy piso-.

Valenzuela lo calmó, dos meses más, hasta que el fallo del habeas corpus bajó a la Secretaría General del Órgano Judicial, pero los magistrados declararon por unanimidad legal la detención de Patrón.

Al enterarse, el colombiano le envió un mensaje a Valenzuela que ni lo visitara, el letrado en Derecho intentó buscar una salida para salvarse de la estafa hecha a un narco.

Cero negociaciones porque el extranjero estaba mama’o.

A las dos semanas, Valenzuela se encontraba en un establo del hipódromo revisando sus caballos, cuando se le apareció un hombre, le apuntó una escuadra con silenciador y le pegó siete tiros.

Tres en el pecho, uno en la frente, uno en el estómago, uno en sus partes íntimas y otro en la boca, el asesino profesional abandonó la escena del crimen y nunca lo encontraron.

Quienes conocían a Valenzuela no les extrañó el pase de factura por la vida que llevaba el abogado porque tarde o temprano terminaría muerto o en la cárcel.

Primera imagen cortesía de la Policía Nacional de Panamá.

Segunda imagen cortesía de Dreamstime.