Michael Ortegón, es un comerciante bogotano con negocios en Cedritos y Chía, dueño de un restaurante en la primera localidad y de un bar en Chía, el hermoso suburbio de la capital colombiana, además de escape de los cachacos y otros del bullicio de la gigantesca urbe.
Nació en Antioquía, casado, con una paisa, tres hijos,
todos rubios, de ojos claros y preciosos, llevaba una vida común y corriente
con su mujer Alicia, con altas y bajas como tienen todos los matrimonios.
Alicia atendía el restaurante en Bogotá, mientras su
marido estaba pendiente del bar en Chía, muy acogedor, amplio, con unas 30
mesas, pantalla gigante, decorado con madera laqueada y al estilo de las cantinas
del oeste estadounidense y mexicano.
Michael reflejaba preocupación en su rostro por una
crisis matrimonial, ya que a sus 50 años pasaba por el problema de numerosos
hombres maduros que deciden mirar jóvenes para probar su virilidad masculina.
Un sábado por la noche, llegaron unas estudiantes de
la javeriana a pasar un fin de semana en Chía, con el propósito de parrandear,
conocer el centro comercial Chía, darse su vuelta por el castillo Marroquín, unos
parques y terminar la Catedral de Sal de Zipaquirá.
Aburridas de ir a Andrés Carne de Res, cuando
caminaban vieron en negocio de Michael, les encantó las puertas al estilo
vaquero que recordaba las películas italianas del salvaje oeste.
El comerciante paisa levantó la vista, cuatro damas,
una blanca y pelinegra llamada Sofía; otra mona de ojos azules, identificada
como Daniela; una de piel canela, caleña, cuyo nombre era Teresa, y Estefanía,
una chica de raza negra, oriunda de Quibdó.
De inmediato, el caballero miró las delgadas curvas de
Estefanía, de 22 años, su cabello oscuro alisado, sus pequeñas montañas, ojos
oscuros y una sonrisa cautivadora.
Le hizo señas a una de sus empleadas para que supiesen
que él las atendería, dejó la caja para ir a la mesa, tomó cuatro cartas para las
clientes, llevó un vaso grande con maníes y otro con aceitunas preparadas.
-Buenas noches, chicas, esto es cortesía de la casa-,
dijo el masculino y lanzó una mirada profunda a Estefanía, quien obviamente se
dio cuenta de que flechó al hombre maduro.
La afortunada estudiaba por una beca en la
universidad, residía con Teresa y Daniela en un pequeño apartamento en Chapinero Alto, donde hacían parrandas y numerosas locuras.
Tres horas después, Michael dejó encargado a un
empleado de la caja y se fue a una discoteca con las cuatro chicas.
En Colombia no se anda con cuento, así que Michael y Estefanía
fueron al bicicletear esa misma noche.
El caballero quedó enloquecido con su jovencita, le
arrendó un apartamento amplio, donde apreciaba los ojos negros de su novia y
con sus labios nadaba en la piel de ébano de la futura doctora en medicina.
Complació todos los caprichos de su novia, viajes domésticos
por Colombia, joyas, ropas, le regaló Renault Clio, color gris y una cuenta al
banco donde le pasaba semanalmente miles y miles de pesos.
Sin embargo, todo tiene sus consecuencias, las
finanzas familiares y de los negocios empezaron a tambalear porque metía la
mano en el negocio para alegrar a su amante del Chocó.
Michael se peleó con su esposa, lo largó de la casa y
esa noche se trasladó al apartamento en Chía para estar con su mocita, pero
cuando abrió la puerta, el sugar daddy, sorprendió a Estefanía con un chico
rubio y compañero del salón haciendo el amor.
Sacó su revólver, momentos de tensión, pero no disparó,
les dijo que salieran de su propiedad en traje de Adán y Eva o los mataba.
La pareja se fue encuera a la calle, mientras que Michael
lloró como un chiquillo porque su ilusión, su novia y su bizcochito le puso los
cuernos con un hombre más joven que él.
Tardó dos años en reconciliarse con Alicia, casi se va
a la quiebra, pero la inteligencia de su esposa salvó los negocios.
El viejo enamorado aprendió que las jovencitas son
para pasar el rato porque una relación de pareja formal, con una diferencia de
28 años, termina mal.