El sugar daddy

Michael Ortegón, es un comerciante bogotano con negocios en Cedritos y Chía, dueño de un restaurante en la primera localidad y de un bar en Chía, el hermoso suburbio de la capital colombiana, además de escape de los cachacos y otros del bullicio de la gigantesca urbe.

Nació en Antioquía, casado, con una paisa, tres hijos, todos rubios, de ojos claros y preciosos, llevaba una vida común y corriente con su mujer Alicia, con altas y bajas como tienen todos los matrimonios.

Alicia atendía el restaurante en Bogotá, mientras su marido estaba pendiente del bar en Chía, muy acogedor, amplio, con unas 30 mesas, pantalla gigante, decorado con madera laqueada y al estilo de las cantinas del oeste estadounidense y mexicano.

Michael reflejaba preocupación en su rostro por una crisis matrimonial, ya que a sus 50 años pasaba por el problema de numerosos hombres maduros que deciden mirar jóvenes para probar su virilidad masculina.



Un sábado por la noche, llegaron unas estudiantes de la javeriana a pasar un fin de semana en Chía, con el propósito de parrandear, conocer el centro comercial Chía, darse su vuelta por el castillo Marroquín, unos parques y terminar la Catedral de Sal de Zipaquirá.

Aburridas de ir a Andrés Carne de Res, cuando caminaban vieron en negocio de Michael, les encantó las puertas al estilo vaquero que recordaba las películas italianas del salvaje oeste.

El comerciante paisa levantó la vista, cuatro damas, una blanca y pelinegra llamada Sofía; otra mona de ojos azules, identificada como Daniela; una de piel canela, caleña, cuyo nombre era Teresa, y Estefanía, una chica de raza negra, oriunda de Quibdó.

De inmediato, el caballero miró las delgadas curvas de Estefanía, de 22 años, su cabello oscuro alisado, sus pequeñas montañas, ojos oscuros y una sonrisa cautivadora.

Le hizo señas a una de sus empleadas para que supiesen que él las atendería, dejó la caja para ir a la mesa, tomó cuatro cartas para las clientes, llevó un vaso grande con maníes y otro con aceitunas preparadas.



-Buenas noches, chicas, esto es cortesía de la casa-, dijo el masculino y lanzó una mirada profunda a Estefanía, quien obviamente se dio cuenta de que flechó al hombre maduro.

La afortunada estudiaba por una beca en la universidad, residía con Teresa y Daniela en un pequeño apartamento en Chapinero Alto, donde hacían parrandas y numerosas locuras.

Tres horas después, Michael dejó encargado a un empleado de la caja y se fue a una discoteca con las cuatro chicas.

En Colombia no se anda con cuento, así que Michael y Estefanía fueron al bicicletear esa misma noche.

El caballero quedó enloquecido con su jovencita, le arrendó un apartamento amplio, donde apreciaba los ojos negros de su novia y con sus labios nadaba en la piel de ébano de la futura doctora en medicina.

Complació todos los caprichos de su novia, viajes domésticos por Colombia, joyas, ropas, le regaló Renault Clio, color gris y una cuenta al banco donde le pasaba semanalmente miles y miles de pesos.

Sin embargo, todo tiene sus consecuencias, las finanzas familiares y de los negocios empezaron a tambalear porque metía la mano en el negocio para alegrar a su amante del Chocó.

Michael se peleó con su esposa, lo largó de la casa y esa noche se trasladó al apartamento en Chía para estar con su mocita, pero cuando abrió la puerta, el sugar daddy, sorprendió a Estefanía con un chico rubio y compañero del salón haciendo el amor.

Sacó su revólver, momentos de tensión, pero no disparó, les dijo que salieran de su propiedad en traje de Adán y Eva o los mataba.

La pareja se fue encuera a la calle, mientras que Michael lloró como un chiquillo porque su ilusión, su novia y su bizcochito le puso los cuernos con un hombre más joven que él.

Tardó dos años en reconciliarse con Alicia, casi se va a la quiebra, pero la inteligencia de su esposa salvó los negocios.

El viejo enamorado aprendió que las jovencitas son para pasar el rato porque una relación de pareja formal, con una diferencia de 28 años, termina mal.

 

  Imágenes ilustrativas de Dreamstime.

 

 

 

 

Leticia Clemente, la ardiente

Una decepción amorosa la transformó en un monstruo con faldas para devorar todo masculino que se le pusiera en frente y posteriormente los dejaba con dos palabras o se acabó.

Era lógico, no de su forma de actuar, pero cuando tienes dos años de noviazgo, una casa comprada con los muebles y solamente te falta llevar tu cepillo de dientes con la ropa y te das cuenta de que tu novio te fue infiel con tu hermana, es un duro golpe.

De 25 años, mediana estatura, delgada, piel canela, ojos muy pardos, cabellera negra corta y linda, además de una falsa sonrisa, eran las características de Leticia Clemente, conocida como la ardiente.

Pintaba cuadros de cera, acrílicos, acuarela y al óleo, también realizaba grabados que sorprendían los compradores, vivía de eso, no tenía problemas económicos de ninguna índole.



Se acostaba con cualquier hombre, no importaba la raza, credo, estatus social porque limpios y con plata, blancos, chinos, negros y exóticos fueron víctimas de su venganza.

Pasó por varios consultorios médicos con resultados de gonorrea, sífilis y herpes genital, esta última la alertó de perder su vida ante un posible VIH, así que los masculinos debían colocarse el capote o nada de sexo.

Iba a exposiciones de arte, óperas, conciertos, bares de los casinos y discotecas con el fin de conocer un varón que saciara su apetito sexual, mientras que quienes la conocían solo la saludaban.

Era experta cabalgando, en las felaciones, besos pornográficos, con sus caricias, tenía una voz de princesa y una mirada de emperatriz.

Una gonorrea la hizo volver a la clínica y allí vio a Manuel Menéndez, un visitador médico, de 35 años, viudo, alto, blanco, flacuchento, cabello negro y ojos pardos.

Leticia quedó enloquecida con el caballero y más porque cuando la dama ingresó al consultorio dio los buenos días, Manuel volteó para responder y no la miró más.

Era una de las pocas veces que no la admiraban, eso le molestó porque acostumbraba al ser el centro de la atención.



El vestido negro pegado al cuerpo que dejaba ver su hilo dental de calzón y sin sujetador no fue carnada para Manuel, quien fue a recoger un cheque, dio la media vuelta y se marchó.

Leticia se transformó en una zorra enamorada, su venganza contra los malditos hombres parece que llegaría a su fin porque el amor a primera vista le atravesó la piel y su corazón.

Dio y dio hasta que se encontró con Manuel, este en un principio la tildaba de trota calles, ella insistió y salieron un día a cenar al apartamento arrendado de la mujer, en la vía Argentina de la capital panameña.

Leticia se emborrachó con vino, lloró, le contó a su acompañante, desde su decepción, sus faenas sexuales y le pidió perdón al masculino.

Sorprendido Manuel, dedujo que la mujer se enamoró, rompió el molde y su escudo protector porque a todos nos atrapa en alguna ocasión.

Con el pasar del tiempo, Leticia dejó sus locuras, se hizo novia de Manuel, al año compraron una casa en Villa Lucre, vivieron 12 meses tranquilos hasta que la ardiente quedó embarazada.

Al cumplir el niño un año, la pareja se casó, la dama cambió radicalmente su forma de vida, aunque nunca desapareció el apodo de Leticia Clemente, la ardiente.

Imágenes ilustrativas de Dreamstime.


A escondidas

Tamara y Boris, llevaban ya dos años de una relación clandestina solamente de colchones, testosterona, intercambio de fluidos, caricias y abrazos, pero era de entender por el compromiso familiar de cada uno.

Ella con una hija, un esposo celoso en extremo, mientras que él con dos varoncitos, una esposa tímida, cohibida y sumisa, así que no era de extrañarse que la pareja no hiciera vida social.

Tamara, de 25 años, era muy deseada, en el Ministerio de Transporte y Comunicaciones de Panamá, blanca, delgada, ojos pardos, inmensa cabellera negra, pechos medianos y caminadito de coqueta.

Laboraba como secretaria en el Departamento de Contabilidad, vestía muy sexi, siempre arreglada, con su cabello celosamente cuidado, aunque numerosas de sus compañeras la odiaban y la tildaban de trota calles.



El peor enemigo de una mujer es otra, a muchas no les gustaba que Tamara tuviese un carro, sencillo, pequeño, pero no andaba en chivas, ni taxis, lo que les revolvía la bilis a un montón de damas del ministerio.

Por su parte, Boris, de 31 años, era jefe del departamento de Mantenimiento, poseía un chunchito del 95, un Toyota, Corolla, color rojo, que en un día fue la envidia de otros y ahora un dolor de cabeza de su propietario porque casi siempre lo dejaba en la carretera.

Con 24 meses de amores a escondidas, los tórtolos aprovechaban la hora de almuerzo para irse a uno de esos hoteles en Calidonia o la Avenida Cuba para satisfacer su sed sexual.

La dama nunca reclamó una ida al cine, al parque, a la playa o recorridos en centros comerciales, tomados de la mano, sin embargo, en ocasiones lo pensaba y prefería no hallar conflictos con su compañero de cama.

En el ministerio viajaba la bola de corrillos que Tamara y Boris eran amantes, ella lo negaba, mientras él se cabreaba bajo el argumento que una mujer de ese calibre jamás se fijaría en él.



Pasaron tres años en lo mismo hasta que llegó a laborar una chica identificada como Claudia Martínez, de 23 años, trigueña, de piel canela, pocotona, cabello corto. castaño oscuro y ojos miel.

Le pegó al ojo a un hombre blanco, alto, cabello negro, ojos oscuros y cuerpo de luchador, no obstante, ya estaba casado y con una mocita que no era otra que Tamara.

Claudia enloqueció con Boris, lo correteaba, él la esquivaba porque era imposible tener dos frentes en un mismo lugar.

La nueva funcionaria averiguó todo, incluso hasta el número de teléfono de la mujer de Boris, la llamó y le contó que su marido tenía una amante.

Sharon, la esposa del infiel, no le creyó hasta que los siguió durante uno de sus encuentros y reconoció el carro de su marido por la matrícula cuando ingresaba al quilombo.

Una mujer sumisa, entró, pagó por una habitación, pero esperó en todo el tiempo en el pasillo, a los 45 minutos venía su esposo con su querida.

La esposa, era sumisa, pero no pendeja, así que abrió su cartera, sacó un Glock, su marido intentó calmarla.

-Los dos son unos hijos de puta-, gritó Sharon.

Disparó primero contra Tamara, quien no tuvo tiempo de correr y cayó muerta, la segunda bala impactó en el muslo izquierdo del infiel, Sharon se acercó a su media naranja y abrió fuego en su frente.

Con su rostro bañado en lágrimas, se colocó, con su mano derecha, la pistola en su sien derecha y disparó.

En un lago de sangre quedaron los tres cuerpos, la esposa quemada, el esposo infiel y la amante voluptuosa, porque en este mundo los pendejos son los más peligrosos cuando pierden los estribos.

 

Imágenes ilustrativas de Dreamstime. 

 

Juego peligroso

  

 

Durante una fiesta en la playa, tres parejas, bebían, comían, bailaban y la pasaban muy bien, en una propiedad en Coronado, donde abundaba la riqueza, los alimentos y el corte de luz o algún servicio no era motivo de preocupación.

Alonso con su novia Indira, Pedro junto con su pareja Amarilis y Luis, empatado con María Cristina, una chica que no pertenecía al poder económico, sin embargo, logró colarse en ese mundo gracias a una beca de estudios en un colegio privado y luego en la universidad.

A Indira se le ocurrió hacer una travesura, se fue a su lujoso Mercedes-Benz, abrió la cajuela y sacó un juego de Ouija.



Cuando presentó el tablero a sus compañeros, se sorprendieron, María Cristina lo rechazó, pero Amarilis la llamó cobarde, lo que provocó que la primera aceptara un juego tan peligroso para quien lo conoce.

Decidieron ir a la playa, encendieron una fogata para la luz, colocaron dos petates y se sentaron con una nevera portátil con cerveza, vino, güisqui y hielo.

Era una noche muy estrellada, el cielo se admiraba con una hermosura de proporciones gigantescas, la luna alumbraba muy bien, el viento soplaba suave, mientras que el sonido de las olas rompía el silencio.

Al final decidieron jugar Indira con Alonso y Pedro Amarilis, la otra pareja sería meramente mirones de la acción.

Iniciaron, Amarilis preguntó mentalmente si su novio se casaría con ella, el tablero respondió que no y ella miró a su pareja con cierta duda.

-Porquería de juego. Esta vaina no sirve-

-Te cuidado-, advirtió María Cristina.- Si te ahuevas abrirás un portal difícil de cerrarlo-, lo que provocó risas de Amarilis.



Por su parte, Alonso preguntó (mentalmente) si sus negocios aumentarían, a lo que la Ouija dijo que sí.

Un silencio sepulcral, se oía el sonido de la fogata, era el momento de preguntar a Pedro, quien señaló que ese juego era una basura, que los espíritus no existían y no había evidencia de señales para normales.

Al minuto, la fogata se apagó, se formó un círculo azul, de allí salió una sombra.

Los jóvenes corrieron hacia la casa, se encerraron por temor al espíritu maligno, pero no lograron escapar del fantasma.

Un hombre, vestido de soldado español del siglo XVII, con botas color chocolate, pantalones largos de raya roja y amarillo, su casco, su camisa y cuello con un escudo que protegía su pecho.

El espíritu, ingresó, por debajo de la puerta de vidrio ante la mirada aterrador de los seis.

-Me desafías. Ahora sabrás que sí existo-, aseguró e ingresó al cuerpo de Alonso.

Posteriormente a la posesión, Alfonso se retorcía, sus pupilas se tornaron blancas, expulsó sangre por las orejas, se estremeció en el piso, defecó y orinó en sus pantalones.

Muy aterrados, al grupo no les quedó más remedio que cargar con el hombre a la iglesia más cercana a buscar ayuda de un sacerdote, a pesar de ser las once de la noche.

Era el momento para un exorcismo y sus amigos aprendieron que quien juega con fuego se quema porque arde.

 

 

 

 

 

 

 


Arroz con cebolla

En una humilde vivienda, ubicada en la urbanización San Antonio, en La Chorrera, Panamá, donde llovía esperanza de un mejor futuro, soplaban vientos de felicidad y se respiraba delincuencia, crecieron cientos de chicos y chicas, algunos terminaron como delincuentes y otros son profesionales hoy.

No había mejor momento que la hora de la comida con un racionamiento necesario para que los alimentos alcanzaran, una hojaldre, una molleja de pollo frita y un vaso de té en el desayuno.

El dinero no sobraba, mientras que a la hora del almuerzo y la cena se comía lo mismo, arroz con cebolla.

Un plato de arroz similar al que comen los marineros u obreros de la construcción porque necesitan energías para su labor con la fuerza, bruta, aunque en este caso se trataba de niños y dos madres solteras.



Doralis, tenía cuatro chiquillos varones y una niña, mientras que su amiga Samantha, tres niños e igual número de niñas, todos sedientos de alimentos, quienes comían el arroz con cebolla como si se tratase de un banquete navideño.

En total 13 bocas para alimentar, los tres golpes del día y aunque Samantha y Doralis, no eran parientes de sangre, la solidaridad, el hambre, las lágrimas y las ganas de luchar por sus hijos las unió hasta que la última falleció.

Hombres irresponsables que solo preñaban y desaparecían, al igual que sus parejas que se dejaban embarazar para luego tener dolores de cabeza correteando a los padres de sus hijos.

En el año 1976 en Panamá, ningún masculino iba preso por no mantener sus hijos, así que hombres humildes, clase media y los oligarcas tenían descendientes reconocidos o no y muchos nunca los atendieron.

Mientras que, volviendo al almuerzo, se servía el impresionante cerro de arroz, las cebollas eran cortadas en rodajas, se le agregaba sal, pimienta, vinagre y aceite, luego que colocaba encima del grano como decoración.

Ningún niño hambriento no ve esto en la comida, ya que requiere saciar su estómago, más cuando con el primer alimento del día no se satisface.

Pobreza a montón, zapatos rotos en las suelas, para rematar, uno de los hijos de Samantha se iba a la tienda del santeño para preguntar si no tenía un pan frío que le regalara, lo que le rompía el corazón al comerciante.



La frase quedó en todo San Antonio, y a Eduardo, como se llamaba el chico, le pusieron el apodo de pan frío.

Pero, en ocasiones, también se comía arroz con huevo, macarrones con carne molida, pollo o ensaladas, aunque el arroz con cebolla estaba en el menú unas tres veces a la semana.

Los ojos hundidos y el vientre hinchado producto de las lombrices por una inadecuada alimentación, era la nota característica en ese barrio.

Ni hablar de la leche Care que Estados Unidos entregaba al gobierno militar panameño, debido a que los niños desnutridos les causaba diarrea por su gran contenido de nutrientes. No la asimilaban.

Entretanto, detrás de la pequeña casa había un gigantesco patio que los carajillos usaban para jugar base por bola.

Con manillas hechas con cajas de cartón, pelotas de tenis, palos de escoba y otro madero para batear, las bases eran piedras, y no todos tenían las famosas manillas, sino que debían atrapar la bola con las manos desnudas.

Una enorme felicidad, a pesar de los Everest de necesidades, privaciones y trabajos que atravesó las dos familias.

El rico arroz con cebolla, un plato que nunca olvidaron, luego que los menores crecieron, algunos lograron graduarse de la Universidad para mejorar sus vidas y sus hijos viviesen en un mundo totalmente distinto.

 

 

 

 

'Te vi el cigarrillo'

Los años de la secundaria o universitarios son los mejores, primero por ser una época en la cual el individuo se forma, adquieren algunas experiencias de sus vidas y que se graban de forma imborrable en la mente.

Corría el año 1986, hubo una tarde de baile, en el gimnasio de la Escuela Profesional Isabel Herrera Obaldía (Epiho), con gran cantidad de chicas, tantas que se invitaba a varones del Instituto Técnico Don Bosco y la Escuela Náutica de Panamá (hoy Universidad Marítima Internacional de Panamá) porque los pocos varones de la Epiho no daban abasto.

Evidencia de ello es que el salón donde más varones había eran máximo 13, en los planes de bilingüe como cuatro alumnos y en Educación para el Hogar, ninguno.

Una banda incorregibles alumnos, ingresaba de forma clandestina cigarrillos y licores, mercancía que no solo era ilegal por tratarse de menores de 18 años y obviamente porque la actividad se desarrollaba en el colegio.



Para contrarrestar esto, un grupo de docentes hacía rondas con el fin de incautar el licor y los cigarrillos, pero los atrevidos jovencitos lograban esquivar a los profesores.

En ese baile estaba Plastiquito, El Metálico, Rayao, Rigo, Cesarín, Costa Rica e integrantes del famoso Clan Fuga, cuyo licor oficial era el ron Bacardí.

La afición por la fiesta era tan grande que a uno de los compañeros lo apodaban Bacardí porque no se perdía una rumba.

Todo un rosario de damas, los caballeros se daban banquete y el lujo de escoger esta sí o esta no, porque, a pesar de las invitaciones a los colegios mencionados, se quedaban cortos de masculinos y sobraban chicas.

Las mirabas con los brazos cruzados con ganas de bailar o esperar que un varón la eligiera. Si era fea se jodió.

En el centro de baile Plastiquito, El Metálico, Rayao, Rigo, Cesarín y su banda hacían de las suyas con licor y los famosos blancos.

Cortejando las alumnas del plan B (bilingüe) o las de Educación para el Hogar, que poco frecuentaban a la banda de diablillos del Clan fuga y los protagonistas de esta historia.

Plastiquito andaba alerta porque chifeaba a una de sus novias (tenía varias) y El Metálico, detrás de Lucrecia, una chica blanca, herrerana que lo volvía loco, mientras que Rayao con sus locuras de siempre.

Lo que no contaron los traviesos era que los profesores organizaron un grupo de alumnas como agentes encubiertos para pillar el contrabando de licor y tabaco.



Ellas eran sus ojos e ingresaban en el tumulto de parejas que bailaban, fumaban y bebían sin causar sospechas. Una excelente idea.

Una de las espías era una señorita blanca, cabello castaño claro, ojos avellana y de baja estatura, sorprendió a Plastiquito cuando recibía un cigarrillo de Cesarín, y la dama dio la voz de alerta.

-¡Te vi el cigarrillo!-, gritó, luego llegaron dos estudiantes más.

Plastiquito quedó sorprendido, posteriormente se presentó el profesor Valdés (de música), se acercó dónde Cesarín y le extendió la mano derecha al estudiante.

Con rostro de cabreado, Cesarín introdujo su mano derecha en el bolsillo y sacó un paquete de Marlboro rojo para entregarlo al docente.

Valdés hizo un gesto de desaprobación con su cabeza, dio la media vuelta y se marchó.

El lunes siguiente, antes del canto del Himno Nacional, los famosos del colegio y unidades del Clan Fuga comentaban los hechos.

Por ironías de la vida, la agente secreta pasaba, miró a Plastiquito, El Metálico pensó en molestar la paciencia.

-Te vi el cigarrillo-, gritó El Metálico.

Todos soltaron la carcajada e incluso la jovencita que pilló a Plastiquito.

La frase quedó grabada de por vida.

Panamá (Te extrañaré)

Por: Hermógenes  L. Mora

Un buque atraviesa el canal

en busca del océano, de la vida, de la libertad.

Sigo con la mirada su larga estela,

que poco a poco, es devorada por el horizonte

en el brillo callado y apacible de tus aguas.

Dejad que me pierda solo un instante

¡Oh patria!

Permitid que llore la tristeza, que me causa dejarte,

dejad que goce la aventura del retorno,

allá, donde paciente espera mi tierra y mi gente.

Yo no me voy para siempre. Por siempre me quedo.

Os dejo mis letras, en la gran biblioteca me quedo.

En las marcas que dejo,

en las montañas y senderos que recorrí.

En el joven, en el viejo

en el árbol que planté; en las personas que conocí.

 


En tus serranías, ¡oh India Dormida!

¡Allí me quedo!

En tus cascadas, en tus aguas frías.

¡Bendito Sosa, que con sus letras te inmortalizara!

Benditos caminos y senderos de la tierra panameña

que en compañía inolvidable recorriera

a pasos ligeros entre el verde de tus bosques,

¡Oh patria bendita!

Amelia, fiel defendió tu soberanía

con “Patria” te inmortalizó Miró

y yo, con estos humildes versos

que perfuman mi alma de melancolía

me voy, ¡oh patria istmeña!

llevando en la sangre: “amor grande por ti”.

 

Panamá, 23 de julio 2021


'Enloquecí por Mía'

Estaba recién llegado de Boston, donde terminé mis estudios secundarios, no quería estar más en Estados Unidos, así que a escondidas hice los exámenes para ingresar a la carrera de producción de cine y televisión.

Pasé, me matriculé en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá, cuando mis padres se enteraron, pegaron al grito al cielo porque su plan era enviarme a Oxford, Reino Unido.

Disculpen por no presentarme, soy Alberto Galindo Arias, un joven que algunos nos califican de rabiblancos u oligarcas, por nacer en cuna de oro, tengo 19 años, me gustan las chicas exóticas, ni rubias, ni blancas.

Mido 1.80 metros, rubio, ojos verdes, delgado, estudié en el colegio La Salle hasta sexto grado, luego mis padres me enviaron a Boston para perfeccionar mi inglés y prepárame en los negocios familiares.



Nada de eso me interesó, soy aventurero, loco, bohemio, de vez en cuando fumé monte para que mis ideas fluyan hasta que conocí a Mía, en la facultad.

La vi en el salón, sus ojos profundamente tristes y oscuros me llamaron la atención, su cuerpo de guitarra y la dulzura de su voz me enloquecieron.

Era muy pobre, vivía en una casa en Veracruz, Panamá Oeste, habitada por 15 personas, tenía un novio de la etnia guna, ella lo es también y empezó mi lucha por conquistarla.

Todo el salón sabía que me gustaba Mía, aunque ella pensaba que solamente la quería para sexo, luego abandonarla y no era así.

A los dos años de conocerla me enteré de que su novio embarazó a una paisana, ella lo dejó, lo que significaba que era mi momento para caerle, así que, durante las novatadas del 2010, fui como buitre con la chica guna.

Demoré en enamorarla, al final lo logré porque le demostré que aspiraba a una relación de novios, no de cama y Mía se hizo mi novia, a pesar de la oposición de mis padres.

Mis papás tenían una pareja para mí, con dinero y posición social, no obstante, no era de mi interés casarme con una mujer blanca porque en Estados Unidos, tuve una novia vietnamita.

En el club Unión se escandalizaron porque el hijo de los Galindo tenía una novia guna, no rabiblanca  e integrante de la alta sociedad, como dicen ellos.



Sabía que las cosas irían mal, conseguí un trabajo en una publicitaria en producción para aprender, Mía también en una empresa de venta de carros como asistente ejecutiva.

Nos cambiamos de turno para ir a clases en las noches, mis padres me presionaban para que dejara a Mía y me empatara con Lucrecia Hansen, del famoso club de ricos, pero me negué hasta que pasó lo impensable.

Mi novia tenía dos meses de embarazo, me fui de la casa para vivir con Mía, nos casamos en secreto, al enterarse mis papás se armó la gorda, amenazaron desheredarme y me dio igual.

Pasaron tres años, mi esposa tuvo un hermoso bebé bautizado con mi nombre, mi familia no se comunica conmigo, aunque me duele algún día deben comprender que el dueño de mi futuro y mi vida soy yo, no ellos.

Entre altas, bajas y con algunas necesidades sigo con mi mujer porque al final del camino, enloquecí por Mía.

Imagen de mujer cortesía de Dreamstime y no relacionada con la historia.


Pelea de travestis

Un círculo se formó en la populosa zona de Plaza Amador, con vecinos que compraban la polla ciega, jubilados, chiquillos que birriaban balompié en el cuadro, vendedores ambulantes y otros que reían al observar el hecho.

Dos travestis salieron de la cantina 7 Amores, ubicada en la esquina entre Calle 17, y la Calle B, en el corregimiento de El Chorrillo, para arreglar sus diferencias por un cliente del local.

Cristal, le reclamaba a Estrella que le quitó a un machigua que la acompañaba a beber cervezas y pagaría la suma de cinco dólares por un rato de placer en una de las pensiones baratas de Santa Ana.

Estrella lo negaba a gritos, argumentó que cuando entró al antro, el cliente se encontraba solo, le hizo una mirada sugestiva y fue correspondida.



La primera era de raza negra, de mediana estatura, con senos creados por hormonas femeninas de pastillas, ojos pardos y cabello rubio (peluca), mientras que la segunda era acholada, de mediana estatura, cabello lacio, ojos oscuros y sin trasero.

Corría agosto de 1976, cinco dólares era una suma que hoy es irrisoria, sin embargo, para esa época los alimentos eran baratos y podías ir a la tienda para adquirir comida.

Entretanto, un vecino de Plaza Amador, intervino para evitar la riña, pero Estrella le pidió que no se metiera en peleas de mujeres, lo que provocó que el caballero se apartara.

Ambas se gritaron toda clase de insultos, cloacas, se cagaba en las madres que las parió, sus labios se transformaron en una gigantesca cloaca por la cantidad de palabras de grueso calibre pronunciadas.

De pronto, se acercó Cristal, tomó por el cabello a Estrella, esta hizo lo mismo, aunque, solamente le quitó la peluca para dejar al descubierto sus negros cabellos de afro.



El círculo se amplió para dar espacio al circo barato de pueblo.

Los niños gritaban que le diera duro, que le halara más el cabello, los  adultos reían y los jubilados que dejaron la fila para comprar la polla ciega comentaban sobre la pelea.

Estrella, con sus largas uñas pintadas de rosa, arañó a su contrincante que la soltó para tocar su rostro lesionado.

Cristal amenazó con sacarle la madre y enviarla al hospital.

-Te estoy esperando, ven-, respondió Estrella.

El travesti de raza negra, le metió una zancadilla a la cholita, cayó al pavimento, aunque de inmediato se levantó.

Sabía que era imposible tomar por los cabellos a Cristal, así que cambió de estrategia.

-Vamos a pelar como hombres carajo-, gritó Estrella.

Se cuadró y le metió un derechazo a Cristal que la dejó en la calle.

Todo el público soltó la carcajada, nadie se metió, luego una ronda policial a pie (ya fue eliminada) que recorría el barrio vio la novedad, detuvieron a los travestis y llamaron a una patrulla para trasladarlas a la corregiduría.

El disputado cliente se esfumó y ambas rivales fueron multadas con 25 dólares por riña callejera.

'Se jodió la vaina'

El capitán Isaac Velarde quedó impresionado cuando llegó un fax con copias de los pasaportes de cuatro colombianos que solicitaron arrendar tres helicópteros para usarlos en fumigación de sembradíos en Los Santos, en agosto del año 1999.

Presuntamente, era una nueva empresa dedicada a esta faena, pero Velarde sospechó porque uno de los nombres no correspondía a la real identidad de los clientes.

Lo que no sabían los extranjeros era que todas las solicitudes de alquiler de naves eran trasladadas hacia el Servicio Nacional Naval para su verificación.

Uno de los pasaportes tenía el nombre de William John Arismedi Molina, pero no era su identidad correcta, el capitán panameño lo reconoció como Jahiro Restrepo, su compañero en la academia José María Córdova, ubicada en Antioquia, Colombia.

De inmediato, alertó a sus superiores y la empresa, quienes explicaron que los sudamericanos estaban en una isla en Colón.



Entretanto, en el Caribe panameño, unos ocho hombres esperaban impacientes la llamada de la compañía que alquilaría los helicópteros, no con idea de fumigar, sino de transportar abundante material bélico.

Pistolas, fusiles rusos AK-47, estadounidenses M-16, balas, granadas, chalecos, uniformes de selva, cascos, güisqui, ron y alimentos.

Se trataba de integrantes del Bloque Córdoba de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) para combatir las izquierdistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

La guerra en Colombia se trasladaba a Panamá, no era nuevo, no solamente en Darién y Guna Yala, sino en otros lugares para abastecerse, vía aérea o marítima, de armas, municiones y comida.

Paralelamente, mientras los paramilitares de derecha esperaban con impaciencia el visto bueno, durmieron tres días en carpas, hasta el cuarto día, casi amaneciendo, se escuchó el sonido de varios helicópteros.

Era la aviación y la naval estatal que iban en busca de los extranjeros.

Restrepo vio con sus binoculares, los aparatos aéreos y las lanchas, corrió para alertar a sus camaradas.

-Se jodió, la vaina. Se jodió la vaina-, decía en momentos que tomó un fusil M-16 para enfrentar a las autoridades.



Tres lanchas se acercaron a la playa, una docena de hombres se bajó de cada una, tomaron posiciones, los helicópteros sobrevolaron los ranchos improvisados y por una alta voz se les pedía que se rindieran.

La superioridad era inmensa, los colombianos se rindieron, la noticia se conoció y el caso pasó al Ministerio Público para su investigación.

Tras tres años en detención preventiva, vino la audiencia preliminar (en esa época regía el sistema penal inquisitivo) y la defensa de Restrepo, logró conseguir una medida cautelar de casa por cárcel, ordenada por el juez.

Pasaron dos años más, entre recursos judiciales y nada de juicio, Restrepo se evadió vía marítima por Puerto Obaldía con un pasaporte falso.

Cuando vino la desmovilización de los paramilitares, fue libre totalmente, aunque estaba en la mira de la guerrilla y sus propios compañeros para que no abriera la boca.

En el 2006, el Restrepo fue liquidado con varios balazos en Medellín, presuntamente ordenado desde una cárcel en Bogotá por pugnas internas y nunca encontraron a los responsables.

Así terminó los días de un mando medio de las AUC.

Imágenes cortesía del Servicio Nacional Aeronaval (Senan).