Tamara y Boris, llevaban ya dos años de una relación clandestina solamente de colchones, testosterona, intercambio de fluidos, caricias y abrazos, pero era de entender por el compromiso familiar de cada uno.
Ella con una hija, un esposo celoso en extremo,
mientras que él con dos varoncitos, una esposa tímida, cohibida y sumisa, así
que no era de extrañarse que la pareja no hiciera vida social.
Tamara, de 25 años, era muy deseada, en el Ministerio
de Transporte y Comunicaciones de Panamá, blanca, delgada, ojos pardos, inmensa
cabellera negra, pechos medianos y caminadito de coqueta.
Laboraba como secretaria en el Departamento de Contabilidad,
vestía muy sexi, siempre arreglada, con su cabello celosamente cuidado, aunque numerosas de sus compañeras la odiaban y la tildaban de trota
calles.
El peor enemigo de una mujer es otra, a muchas no les
gustaba que Tamara tuviese un carro, sencillo, pequeño, pero no andaba en
chivas, ni taxis, lo que les revolvía la bilis a un montón de damas del
ministerio.
Por su parte, Boris, de 31 años, era jefe del
departamento de Mantenimiento, poseía un chunchito del 95, un Toyota, Corolla, color
rojo, que en un día fue la envidia de otros y ahora un dolor de cabeza de su
propietario porque casi siempre lo dejaba en la carretera.
Con 24 meses de amores a escondidas, los tórtolos
aprovechaban la hora de almuerzo para irse a uno de esos hoteles en Calidonia o
la Avenida Cuba para satisfacer su sed sexual.
La dama nunca reclamó una ida al cine, al parque, a la
playa o recorridos en centros comerciales, tomados de la mano, sin embargo, en
ocasiones lo pensaba y prefería no hallar conflictos con su compañero de cama.
En el ministerio viajaba la bola de corrillos que Tamara
y Boris eran amantes, ella lo negaba, mientras él se cabreaba bajo el argumento
que una mujer de ese calibre jamás se fijaría en él.
Pasaron tres años en lo mismo hasta que llegó a
laborar una chica identificada como Claudia Martínez, de 23 años, trigueña, de
piel canela, pocotona, cabello corto. castaño oscuro y ojos miel.
Le pegó al ojo a un hombre blanco, alto, cabello
negro, ojos oscuros y cuerpo de luchador, no obstante, ya estaba casado y con
una mocita que no era otra que Tamara.
Claudia enloqueció con Boris, lo correteaba, él la
esquivaba porque era imposible tener dos frentes en un mismo lugar.
La nueva funcionaria averiguó todo, incluso hasta el número
de teléfono de la mujer de Boris, la llamó y le contó que su marido tenía una
amante.
Sharon, la esposa del infiel, no le creyó hasta que los siguió durante uno de sus encuentros y reconoció el carro de su marido por
la matrícula cuando ingresaba al quilombo.
Una mujer sumisa, entró, pagó por una habitación, pero
esperó en todo el tiempo en el pasillo, a los 45 minutos venía su esposo
con su querida.
La esposa, era sumisa, pero no pendeja, así que abrió
su cartera, sacó un Glock, su marido intentó calmarla.
-Los dos son unos hijos de puta-, gritó Sharon.
Disparó primero contra Tamara, quien no tuvo tiempo de
correr y cayó muerta, la segunda bala impactó en el muslo izquierdo del infiel, Sharon se acercó a su media naranja y abrió fuego en su frente.
Con su rostro bañado en lágrimas, se colocó, con su
mano derecha, la pistola en su sien derecha y disparó.
En un lago de sangre quedaron los tres cuerpos, la esposa
quemada, el esposo infiel y la amante voluptuosa, porque en este mundo los
pendejos son los más peligrosos cuando pierden los estribos.
Imágenes ilustrativas de Dreamstime.
Fuerte. Por lo general las mujeres son más fuertes y en una infidelidad piden el divorcio, pero una que otra no aguanta esa traición.
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