Juego peligroso

  

 

Durante una fiesta en la playa, tres parejas, bebían, comían, bailaban y la pasaban muy bien, en una propiedad en Coronado, donde abundaba la riqueza, los alimentos y el corte de luz o algún servicio no era motivo de preocupación.

Alonso con su novia Indira, Pedro junto con su pareja Amarilis y Luis, empatado con María Cristina, una chica que no pertenecía al poder económico, sin embargo, logró colarse en ese mundo gracias a una beca de estudios en un colegio privado y luego en la universidad.

A Indira se le ocurrió hacer una travesura, se fue a su lujoso Mercedes-Benz, abrió la cajuela y sacó un juego de Ouija.



Cuando presentó el tablero a sus compañeros, se sorprendieron, María Cristina lo rechazó, pero Amarilis la llamó cobarde, lo que provocó que la primera aceptara un juego tan peligroso para quien lo conoce.

Decidieron ir a la playa, encendieron una fogata para la luz, colocaron dos petates y se sentaron con una nevera portátil con cerveza, vino, güisqui y hielo.

Era una noche muy estrellada, el cielo se admiraba con una hermosura de proporciones gigantescas, la luna alumbraba muy bien, el viento soplaba suave, mientras que el sonido de las olas rompía el silencio.

Al final decidieron jugar Indira con Alonso y Pedro Amarilis, la otra pareja sería meramente mirones de la acción.

Iniciaron, Amarilis preguntó mentalmente si su novio se casaría con ella, el tablero respondió que no y ella miró a su pareja con cierta duda.

-Porquería de juego. Esta vaina no sirve-

-Te cuidado-, advirtió María Cristina.- Si te ahuevas abrirás un portal difícil de cerrarlo-, lo que provocó risas de Amarilis.



Por su parte, Alonso preguntó (mentalmente) si sus negocios aumentarían, a lo que la Ouija dijo que sí.

Un silencio sepulcral, se oía el sonido de la fogata, era el momento de preguntar a Pedro, quien señaló que ese juego era una basura, que los espíritus no existían y no había evidencia de señales para normales.

Al minuto, la fogata se apagó, se formó un círculo azul, de allí salió una sombra.

Los jóvenes corrieron hacia la casa, se encerraron por temor al espíritu maligno, pero no lograron escapar del fantasma.

Un hombre, vestido de soldado español del siglo XVII, con botas color chocolate, pantalones largos de raya roja y amarillo, su casco, su camisa y cuello con un escudo que protegía su pecho.

El espíritu, ingresó, por debajo de la puerta de vidrio ante la mirada aterrador de los seis.

-Me desafías. Ahora sabrás que sí existo-, aseguró e ingresó al cuerpo de Alonso.

Posteriormente a la posesión, Alfonso se retorcía, sus pupilas se tornaron blancas, expulsó sangre por las orejas, se estremeció en el piso, defecó y orinó en sus pantalones.

Muy aterrados, al grupo no les quedó más remedio que cargar con el hombre a la iglesia más cercana a buscar ayuda de un sacerdote, a pesar de ser las once de la noche.

Era el momento para un exorcismo y sus amigos aprendieron que quien juega con fuego se quema porque arde.

 

 

 

 

 

 

 


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