Una decepción amorosa la transformó en un monstruo con faldas para devorar todo masculino que se le pusiera en frente y posteriormente los dejaba con dos palabras o se acabó.
Era lógico, no de su forma de actuar, pero cuando
tienes dos años de noviazgo, una casa comprada con los muebles y solamente te
falta llevar tu cepillo de dientes con la ropa y te das cuenta de que tu novio te fue infiel con tu hermana, es un duro golpe.
De 25 años, mediana estatura, delgada, piel canela,
ojos muy pardos, cabellera negra corta y linda, además de una falsa sonrisa,
eran las características de Leticia Clemente, conocida como la ardiente.
Pintaba cuadros de cera, acrílicos, acuarela y al
óleo, también realizaba grabados que sorprendían los compradores, vivía de eso,
no tenía problemas económicos de ninguna índole.
Se acostaba con cualquier hombre,
no importaba la raza, credo, estatus social porque limpios y con plata,
blancos, chinos, negros y exóticos fueron víctimas de su venganza.
Pasó por varios consultorios médicos con resultados de
gonorrea, sífilis y herpes genital, esta última la alertó de perder su vida ante
un posible VIH, así que los masculinos debían colocarse el capote o nada de
sexo.
Iba a exposiciones de arte, óperas, conciertos, bares
de los casinos y discotecas con el fin de conocer un varón que saciara su
apetito sexual, mientras que quienes la conocían solo la saludaban.
Era experta cabalgando, en las felaciones, besos
pornográficos, con sus caricias, tenía una voz de princesa y una mirada de
emperatriz.
Una gonorrea la hizo volver a la clínica y allí vio a Manuel
Menéndez, un visitador médico, de 35 años, viudo, alto, blanco, flacuchento,
cabello negro y ojos pardos.
Leticia quedó enloquecida con el caballero y más porque
cuando la dama ingresó al consultorio dio los buenos días, Manuel volteó para
responder y no la miró más.
Era una de las pocas veces que no la admiraban, eso le molestó porque acostumbraba al ser el centro de la atención.
El vestido negro pegado al cuerpo que dejaba ver su hilo dental de calzón y sin sujetador no fue carnada para Manuel, quien fue a
recoger un cheque, dio la media vuelta y se marchó.
Leticia se transformó en una zorra enamorada, su
venganza contra los malditos hombres parece que llegaría a su fin porque el
amor a primera vista le atravesó la piel y su corazón.
Dio y dio hasta que se encontró con Manuel, este en un
principio la tildaba de trota calles, ella insistió y salieron un día a cenar
al apartamento arrendado de la mujer, en la vía Argentina de la capital
panameña.
Leticia se emborrachó con vino, lloró, le contó a su
acompañante, desde su decepción, sus faenas sexuales y le pidió perdón al
masculino.
Sorprendido Manuel, dedujo que la mujer se enamoró,
rompió el molde y su escudo protector porque a todos nos atrapa en alguna ocasión.
Con el pasar del tiempo, Leticia dejó sus locuras, se
hizo novia de Manuel, al año compraron una casa en Villa Lucre, vivieron 12
meses tranquilos hasta que la ardiente quedó embarazada.
Al cumplir el niño un año, la pareja se casó, la dama
cambió radicalmente su forma de vida, aunque nunca desapareció el apodo de Leticia
Clemente, la ardiente.
Imágenes ilustrativas de Dreamstime.
Me llama la atención la historia porque pocas veces las mujeres lo hacen por venganza (tener varios hombres al mismo tiempo) . Por lo general son los hombres que andan rompiendo corazones porque lo lastimaron ❄☃️
ResponderBorrar* los lastimaron
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