La pesadilla

 Constantino Cornejo, miraba sorprendido al pistolero que caminaba mientras disparaba un fusil ruso AK-47, se notaba las luces provocadas por la pólvora del arma de fuego.

A su alrededor, las personas se agachaban, en el mini súper de Chu Ming, frente al parque de Los Aburridos, los cristales presentaban los hoyos creados por el plomo al entrar.

Una niña de aproximadamente diez, años, acostada el piso para salvar su vida, ya que en los barrios donde las pandillas marcan sus territorios, es necesario aprender a la fuerza si quieres llegar a jubilarte.

En el antiguo mercado, unas señoras en el pavimento, con sus palanganas de comidas colocadas en mesas, algunas regadas en el suelo, macarrones, arroz, albóndigas, mondongo y ensalada de feria (papa, remolacha, apio y huevo con mayonesa), se mezclaba con la salsa roja.

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Del otro lado de la Avenida A, corregimiento de El Chorrillo, en la calle Juan A. Mendoza, dos muchachos disparan sus glock contra el pistolero.

Al sujeto le responden en un oeste moderno, caracterizado por barracas destartaladas, aguas negras, abundante pobreza, promiscuidad, falta de cultura y educación casera.

Una disputa por el tumbe de 10 quilos de cocaína, es el epicentro del conflicto entre dos pandillas rivales o una guerra sin cuartel porque alguien debe pagar por la mercancía perdida.

Constantino se agacha, se arrastra para no ser víctima de una bala, debido a que estas no conocen, ni llevan nombres completos, así que el caballero también aprende, aunque no es vecino de esa zona.

Sencillamente, fue desde Bella Vista, a comprar un ventilador para computadora personal porque la de su hijo se dañó y en las páginas de Internet demoraban dos semanas en traerlas a Panamá, por lo que la necesitaba de urgencia.

El único local de computadoras que tenía en Panamá la pieza requerida estaba en esa zona, así que se trasladó hasta el populoso sector y quedó en medio del salvaje y moderno oeste.



Los disparos no cesan, una automovilista herida en su pierna izquierda, intenta mover su carro, pero todos no circulan porque sus conductores no son pendejos o no quieren morir abaleados.

Constantino sigue arrastrándose hasta llegar a un lugar a salvo, lleva la pieza en la mano, el pandillero, apostado en la Avenida A, tiene los timbales grandes, ya que se coloca detrás de un poste de luz para cubrirse, recarga su arma y dispara otra vez.

Los viejos jubilados que juegan dominó, están detrás de dos árboles gruesos que pueden amortiguar el plomo, pero no Constantino.

En ese momento, el caballero siente un golpe en su pierna derecha, una bala se le introdujo en su muslo derecho, siente algo caliente, pero ve que la automovilista herida, gira hacia atrás.

Le grita que cuidado que está herido, ella no lo escucha, gira el volante hacia la izquierda para huir y coloca reversa con el fin de salir del atasco.

Los ojos de Constantino solamente ven el neumático cuando le pasa por su cráneo.

Abre sus ojos, está asustado, es domingo 30 de octubre de 2022, está sudado, orinado y fue una pesadilla.

Su mujer Glenda le pregunta si desayunará, el hombre responde que solo quiere café.

Se va al ordenador, entra a la plataforma de Amazon y compra la pieza de la computadora.

No quiere que la pesadilla sea una realidad.

Romance inmortal en Halloween

 Hadassa Ben Amir y Alfonso Ivanova, se amaban con intensidad universal, aunque las diferencias que los separaban eran abismales y luchaban por ese amor clandestino que caracteriza a los jóvenes que apenas tienen toda una vida por delante.

La religión y la pobreza, era los elementos que carcomía el romance de seis meses, ya que ella profesaba el judaísmo y residía en Punta Paitilla, mientras que el caballero era un católico no practicante, vecino de la calle 12 de Río Abajo, Panamá.

Hadassa era la hija de Suri, el dueño de un almacén en Calidonia, donde laboraba Alfonso como seguridad.

La fémina era toda una reina de belleza, blanca, delgada, ojos verdes, inmensa cabellera negra, paraba tráfico y sus padres le tenían un prometido llamado Salomón Chocrón, nativo de España o sefardita.



Alfonso era hijo de Sergei Ivanova, un marinero ruso, aventurero por naturaleza, cada vez que llegaba a Panamá se encontraba con Sofía, una residente en San Miguelito y quien laboraba en el muelle 18 del Pacífico panameño.

El jovencito heredó los ojos verdes de su padre, su cuerpo atlético y altura.

De su madre, piel negra, lo que lo convertía en un guapetón mestizo que enloquecía, no solamente a las mujeres de almacén, sino a la hija de patrón, lo que obligaba a encuentros secretos por lógicas razones.

La pareja se citaba a lugares clandestinos para no ser vistos, hacían el amor, aunque ella debía guardar la flor más preciada, por lo que el tren debía estacionarse en la parte trasera de la estación.

Sin embargo, eso no era impedimento y disfrutaban los intercambios de fluidos, en traje de Adán y Eva, las exploraciones montañeras del masculino y la erupción de la lava láctea.

Suri empezaba a sospechar que “había algo” entre Hadassa y Alfonso, ya que la gente no es pendeja, ata cabos, interpreta las miradas y lenguaje corporal. No siempre hay que hablar para meter la pata.

Así que el comerciante presionó al joven enamorado para que confesara.

Alfonso negó todo, Suri le ofreció 2 mil dólares para que se alejase de su hija y como se negó, lo despidió de su trabajo.

Sin fuente de empleo, el caballero de marras la pasaría mal, aunque su princesa lo ayudaría económicamente.



El tema de Alfonso fue netamente suerte porque hay hebreos que acceden a que sus hijos o hijas se casen con personas de otras religiones, no obstante, Suri era conservador y no quería, aunque Sara, la madre de Hadassa si aceptaba al novio de su descendiente.

Ese martes, 31 de octubre de 1989, la pareja decidió encontrarse en un hotel de lujo de la capital panameña, tenían todo planeado y sería un romance inmortal. Nada ni nadie podrá impedirlo.

Se registraron, bebieron, vino a montón, hicieron el amor como despedida, dos cuerpos pegados, tormentas de besos, aluviones de caricias, gemidos intensos, miradas profundas y diluvios en las mejillas de los enamorados.

Las toneladas de felicidad, momentáneas, pasaron al día siguiente a una desgarradora noticia cuando le notificaron a Suri y Sara, además de Sofía, de que sus hijos fueron encontrados muertos.

Ella lucía un traje de novia y él también, con los anillos de boda, ambos con zapatos, un ramo de rosas, vino y al lado una botella de veneno para ratas.

Los paramédicos dijeron que ninguno de los dos presentaba signos vitales, decidieron irse para convertir su amor en un romance inmortal.

La historia de Romeo y Julieta, se repite en numerosas ocasiones en el mundo, por diversas razones, y tampoco se detendrá.

Quizás, en alguna parte se encontrarán Hadassa y Alfonso, la chica rica y el joven pobretón.

Preso 16 años e inocente

Cuando Aníbal Pérez, escuchó el veredicto del jurado de conciencia, rompió a llorar en la sala de audiencias del Segundo Tribunal Superior de Justicia de Panamá, ya que pasó 16 años en detención preventiva por el cargo de homicidio.

No había evidencias de que el taxista de 46 años participó del asesinato a tiros del gallego Marcos Estévez, propietario de una cadena de restaurantes, en febrero de 1988, en Portobelo, Colón, en una finca de su propiedad.

Su único delito fue tomar una carrera de 100 dólares a un lugar tan lejano de la ciudad de Panamá, algo que le resolvería el día, sin embargo, Aníbal nunca se imaginaría la pesadilla por recoger a los colombianos Jhon Wilson Molina y Richard Escobar Maldonado.

A estos dos últimos, el jurado de conciencia los declaró culpables de homicidio y condenados a 20 años, de los cuales solamente le faltaban cuatro para cumplir la pena completa.



La muerte de Estévez fue por encargo de su primer hijo, Alfredo Estévez, quien huyó a Castro, Galicia, poblado de donde venía su padre cuando llegó al istmo durante la dictadura franquista y con 30 dólares en el bolsillo.

Aníbal perdió su matrimonio, tenía una hija de 5 años y otra de 3 cuando fue detenido, ellas lo visitaban de vez en cuando a la prisión, pero Marita, su exmujer, se “bajó del caballo” al estar ocho años tras los barrotes.

La fiscalía insistía en que el trabajador del volante estaba en componenda con los sudamericanos para matar al empresario, se negó a darle medida cautelar de país o ciudad por cárcel y lo mantuvo guardado hasta el final del juicio.

Uno de los pecados mortales del sistema judicial inquisitivo panameño que reinaba durante la época, es que el Ministerio Público, era dueño absoluto de la libertad corporal de las personas, aunque fueras sospechoso.

El Estado, en compensación, le entregó un vehículo y un cupo de taxi para que Aníbal se ganara la vida, a lo que el caballero decía que pasó 16 años preso y el gobierno lo trataba como un mendigo.

-Un cupo de taxi y un carro por estar 16 años detenido, siendo inocente es tratarte como si fueses limosnero-, comentó en una ocasión el taxista a un pasajero.

El asunto fue que le llovieron los abogados a Aníbal, uno de ellos presentó una demanda de daños y perjuicios contra el Estado panameño y pedía 10 millones de dólares como resarcimiento.



Mientras que Alfredo Estévez, 17 años después, fue detenido en Vigo, llevado a un tribunal, pagó 100 mil euros de finanza (unos 99,579 dólares aproximadamente) para salir en libertad vigilada.

La vida en prisión es dura en extremo, no existe la privacidad, el encierro genera demencia, depresión, te codeas con criminales de alta peligrosidad como asesinos, asaltantes, violadores, ladrones profesionales y novatos, entre otros.

En ese mundo, Aníbal pasó 16 largos, adelgazó, perdió todo su cabello, su aspecto físico era de un hombre de 60 años, cuando en realidad salió con 46 años. Todo un desastre.

Alfredo Estévez es investigado en España, no puede ser extraditado por ser ciudadano español, mientras que Aníbal intenta recuperar su vida destrozada por sencillamente hacer su trabajo y un sistema judicial descarriado y  preñado de fallas.

Las hijas de Aníbal ya están casadas y con hijos, lo visitan todos los domingos en un cuarto donde vive en el corregimiento de Juan Díaz.

Cada vez que se marchan, el taxista llora porque no logró ver crecer a sus hijas, algo que ni 100 millones de dólares podrán recompensar porque el mango maduro no vuelve a verde.

 

 

 

 

 

Cómo crucé a Melilla

 

Hola:

Quiero contarles mi historia de cómo logré cruzar la peligrosa frontera de Mellila, un enclave español en Marruecos, rodeada de vallas con alambre de púas, cámaras, sensores y decenas de policías alertas con instrumentos de alta tecnología.

Muchos piensan que la migración es un asunto de México y Estados Unidos, sin embargo, no es así porque nadie quiere vivir en condiciones infrahumanas, aspiramos a trabajar, estudiar, formar una familia y pagar impuestos donde vamos.

No todos los migrantes somos ladrones o narcotraficantes, por el contrario, las mafias abusan de nosotros con pagos de 2 mil o 3 mil euros para obtener nuestro sueño de opio de mejores días y lograr cruzar.



Mi nombre es Abayomi, que significa “el que trae alegría”, pero a mis 20 años he sufrido, primero porque soy de Sudán, país conflictivo, lleno de terroristas, donde mis padres fueron asesinados por razones políticas.

Logré andar por carretera por Chad, Nigeria, Níger, Argelia y por fin entré a Marruecos, donde los guerrilleros del Frente Polisario me tuvieron prisionero por seis meses acusado de espía del rey.

Escapé hacia Mauritania, donde unos árabes me vendieron para ser esclavo de una tribu por un año, luego me soltaron porque pagué con trabajo mi libertad.

Dormía en una choza, en una cama de paja, sin servicio sanitario, me daban un litro de agua por día, un pedazo de pan y de vez en cuando carne de pollo para estar fuerte y laborar criando animales.

La vida del migrante es tan dura como la de los soldados en el frente de batalla, duermes poco, trabajas mucho, mal alimentado y con el corazón en la boca porque tu vida cada segundo corre peligro.

Con penurias, me uní a un grupo de migrantes de Angola y Sierra Leona, logramos caminar, con aventones y penurias ingresamos a Marruecos, unos se fueron con dirección a Ceuta y otros a Melilla.

Yo elegí la primera ciudad para entrar, fuimos en avalancha de personas, como 300, vi como unos quedaron atrapados entre los alambres de púas, los gritos de dolor eran desgarradores, mientras la policía disparaba gases lacrimógenos.



Unos 60 migrantes lograron cruzar, 8 murieron, producto de la pérdida de sangre, otros se golpearon la cabeza y fallecieron al instante.

Fui un cobarde y no subí las escaleras. No era mi momento.

Me trasladé hacia el monte Gurugú con otros africanos y árabes, estuvimos cuatro días hasta que nos avisaron que la policía marroquí venía a detenernos y corrimos a toda velocidad.

Atraparon a varios, entonces fue cuando decidí que no pasaría más por eso, dentro de dos noches cruzaría a nado por uno de los diques. Lo haría solo, sin ayuda de nadie.

Cerca de la frontera de Melilla me comentaron que fuese al Dique Sur porque había menos cuchillas, me encontré a Hassan al final de la valla, un sudanés paisano musulmán, quien me ayudó a vencer el obstáculo y cruzamos sin ser vistos por las patrullas que nos buscaban.

Tuve que lanzarme al agua, aunque no sé nadar y una lancha me pescó.

Fui atrapado, me trasladaron al hospital porque estaba deshidratado, mal alimentado y pedí asilo político que ahorita está en trámite.

Mi idea es irme a Burdeos, Francia, donde reside un tío propietario de una tienda de víveres, además es el único pariente vivo que tengo.

Esta es mi historia corta, pocas veces nuestras vidas salen en la televisión porque no venden, nos ven como personas que traemos nuestros problemas a Europa y tengo dos preguntas que hacer.

¿Cuántos españoles, ingleses, franceses, italianos, alemanes, irlandeses, rusos y otros europeos emigraron a América? ¿También los tildaban de atrasados, ladrones y con problemas?

Tengo un futuro incierto, pero estoy vivo y en espera de resolver mi petición de asilo político.


'Batería' en mano

 Durante un examen semestral de Técnica de la Información II, en 1996, Pepe Vega, no se sabía ni una letra del material dictado durante todo el semestre, así que recurrió a la vieja estrategia de copiar todo en la banca donde se sentaría y en la pared.

Era un excelente camarada, le gustaba cantar décimas en las fiestas del salón y un galán infatigable porque tenía varias chicas que intentaban que fuese su novio.

De mediana estatura, Pepe, lucía su cabello castaño oscuro con gel, de piel canela clara y los ojos miel, todo un guapetón en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá (UP).



Los compañeros de salón lo apreciaban mucho, pero le decían que se equivocó de carrera porque no tenía la habilidad para el periodismo, ni tampoco le gustaba leer o estudiar, algo fatal para un periodista.

Ese día del semestral, una trabajadora manual limpiaba el salón del anexo cuando vio a Pepe escribiendo lo que en Panamá se conoce como “batería” en la pared.

A las dos horas, llegó la profesora de Técnica de la Información II para el examen final del segundo semestre, el salón estaba lleno, Pepe se encontraba en la última banca de la esquina derecha y la noticia de la docente le cayó como bomba.

La profesora anunció que se cambiarían de salón porque el otro era más cómodo y amplio, Pepe preguntó si se podían llevar la banca, la respuesta fue negativa y la educadora abandonó el lugar.

Toda la clase miró a Pepe, sabían de su travesura y ahora estaba indefenso porque no tenía opción de copiarse, no obstante, sonrió como si nada pasara.

El joven sacó del bolsillo de su pantalón una "batería" en papel porque hombre precavido vale por dos, así que también pensó en un posible cambio de salón y ahora podía copiar clandestinamente las respuestas.

Pepe estaba preparado con su "chuleta" (así le llaman en España) para ir a la guerra, cualquier cosa menos estudiar o prepararse porque ya no había tiempo.



A la hora de la prueba, como siempre, un bolígrafo, ni un cuaderno o libro encima de la banca que pudiese ayudar a los estudiantes a copiarse.

Generalmente, los profesores universitarios llevan un asistente para que los ayude a vigilar a los copiones, pero la docente no lo hizo porque contaba con experiencia en la materia, además alguien que estudia no debe mirar al cielo raso sino a la prueba.

Cuando le entregaron el examen, la profesora detectó algo irregular en Pepe, sudaba en un salón con aire acondicionado y las manos le temblaban.

Un copión profesional nunca mira al resto de sus compañeros, las ventanas, el cielo raso, el techo, el tablero o la profesora porque esos son signos que no se preparó y una caída fatal.

Posteriormente, se concentró tanto en su trabajo que no se dio cuenta de que la docente estaba detrás de él cuando tenía la “batería” en su mano izquierda, mientras copiaba las respuestas a las preguntas de la prueba.

-Señor Vega, por favor ponga su examen en el escritorio y entregue la "batería" de su mano izquierda-, ordenó la profesora.

Pepe levantó la vista, sus ojos bailaban de terror y sus manos eran un barco en medio de una violenta tormenta marítima.

No tuvo más remido que obedecer, le dio la “batería” a la educadora y llevó el examen al escritorio de la docente. Era una efe clarita, no había discusión porque lo pillaron con las manos en la masa.

Pepe logró pasar, a punta de copias y "baterías", todas sus materias y logró diplomarse en licenciado en periodismo, sin embargo, hizo su práctica profesional en una televisora, aunque no dio bola en la radio y mucho menos en periódicos.

Con el pasar del tiempo nadie supo de Pepe, pero todos recuerdan cuando  la profesora Marcela Antúnez lo sorprendió copiándose en un semestral con una "batería" o "chuleta".

 

 

 

 


La guial resultó ser un buay

Rommel Gutiérrez, es un estudiante de diseño gráfico, de 24 años, labora en el Ministerio de Comercio e Industrias (Mici), soltero y sin hijos, exigente en todos los sentidos, incluso para buscar pareja porque quería una rubia natural, pocotona y de ojos azules.

Su argumento es que como físicamente es de piel canela, cabello lacio, ojos oscuros y delgado, requería de una mujer exótica, hermosa y que parara tráfico porque necesitaba “mejorar la raza”.

A pesar de que varias chicas en el Mici intentaban que se fijara en ellas, el caballero de marras las rechazaba porque quería una fula que rompiera todo esquema.

Con sus amigos asistía a parques, discotecas, bailes típicos, competencia de trajes de baño, recitales de poema o cualquier actividad masiva con el fin de encontrar a la rubia madre de sus hijos, como decía él.



Uno de sus pasieros le recomendó una aplicación de esas usadas en los celulares para encontrar novia o amiga con posibilidades de una relación y ¡Eureka!, la halló.

Rommel se encontró con Clio Ionescu, la nieta de un rumano que presuntamente vivía en tierras Altas de Chiriquí, hablaba y escribía castellano porque residió en Jaén, España, así que no habría problemas de comunicación.

La mujer dijo tener 20 años, pelirroja, ojos azules, de buena figura, soltera y que estaba en Panamá para cuidar a su abuelo porque tenía una enfermedad que requería atención y como era su nieta favorita, se la trajo desde la madre patria al istmo.

Rommel por fin encontró su media naranja y extranjera, se imaginaba muy orgulloso paseando por las calles de Vacamonte, Panamá Oeste, con su rumana pelirroja de ojos azules.

Sería la envidia de los cholitos y negritos de calle 10 ma Vacamonte, lo respetarían porque consiguió una chica deseada por todos.

En ese vaivén, llevaban seis meses platicando por la aplicación de WhatsApp, aunque solamente por conversación escrita, cero videollamadas o llamadas, ya que Clio se negaba, pero si le remitía videos grabados de ella para que su novio la viese.



Sus vecinos estaban ansiosos de conocer a la dama rumana, sin embargo, Rommel se excusaba de que por el momento no podía viajar a Panamá Oeste porque debía cuidar a su abuelo enfermo.

Transcurrieron ocho meses y todo seguía igual, Rommel sin ver a su novia en video o en directo, así que le consultó a viejo José Chanis, quien sin titubear le respondió que ese era tremendo maricón o estafador.

-Alguien que da esas excusas es porque quiere tapar su real identidad y ese es un hombre, no una mujer-, respondió Chanis, lo que no le gustó a Rommel y le quitó el habla.

Rommel se aisló de todos sus amigos, compañeros de trabajo y de su familia porque pensó que no deseaban su felicidad o lo envidaban.

Un día llegó a Vacamonte, un primo de Rommel, quien le propuso una solución fácil, colocó la imagen de un chico bien parecido en su aplicación de WhatsApp e hizo una videollamada y fue cuando respondió un hombre en el aparato de Clio.

-Así que tú eres Clio. Eres un hombre, no una mujer-, dijo Rommel.

El impostor, al verse descubierto, cerró la comunicación, luego Rommel le escribió desde su teléfono y se dio cuenta de que fue bloqueado.

Triste, derrotado y acongojado, el masculino enamorado, soltó a llorar y cuando se lo dijo al viejo Chanis, este le recomendó que dejara de llorar ahuevazones porque él mismo se buscó eso porque tenía varias admiradoras y las despreció.

-Querías una fula de tus huevos y conseguiste una con huevos-, respondió José Chanis.

Rommel reflexiona sobre su vida y el mal uso de las redes sociales porque al final la guial resultó un buay.


Enamorada de un loco

Encerrado en una habitación del Instituto Nacional de Salud Mental, con una camisa de fuerza, las paredes acolchonadas para evitar que atentara con su vida y un futuro incierto tenía Miguel Jaramillo, un científico y ex docente universitario.

A sus 35 años, le diagnosticaron trastornos psicóticos, producto posiblemente de los genes de sus familiares, demonio que estuvo oculto durante su infancia, adolescencia y parte de su vida adulta.

Mary Arjona, era la enfermera que lo cuidaba, no entendía cómo un hombre de esa edad, alto, blanco, ojos oscuros, cabello, sal y pimienta, quedó con ese aspecto cadavérico.

En ocasiones platicaba con el matemático, lo paseaba en una silla de ruedas por todo el instituto para que tomara aire fresco y algo de sol, lo que era parte de su recuperación.



Todo inició cuando Miguel buscaba una fórmula para viajar a través del tiempo, basado en la teoría de Einstein de que se puede hacer siempre y cuando se mueva el tiempo y el espacio.

Una tarea bastante engorrosa, principalmente en Panamá, donde no creen mucho en los científicos o teorías extrañas y cualquier invento es cosa de dementes.

Miguel se encerraba en una habitación, con un gigantesco pizarrón blanco y con cientos de números y fórmulas escritas con piloto, nunca se casó, no tuvo hijos, alguna que otra mujer que le robó la calma, pero más nada.

Sin embargo, eligió a los números como sus eternos acompañantes, amanecía trabajando los fines de semana encontrando una posible salida a su teoría hasta que empezó a ver figuras.

Se imaginaba en una nave atravesando las estrellas, viendo distintas épocas, guerras, diferentes prendas de vestir desde sombreros de hongos, las ropas romanas, la esquimal y migraciones por el estrecho de Bering.

En sus clases de cálculo daba ejemplos a sus estudiantes de que logró ver el diluvio, desde el cielo admiró cuando Pompeya desapareció por el Vesubio y contó miraba la gente asustada mientras huía de las piedras.

Aunque sorprendía algunos, sus colegas profesores, los administrativos y estudiantes concluyeron de que el profesor Miguel ya estaba tostado de la cabeza por sus pensamientos.



Le hicieron llamado de atención, no obstante, la tapa del coco fue una máquina que inventó que no funcionó bien, expulsó la hélice de un ventilador de techo hacia la calle, rompió el parabrisas de un automóvil en marcha, cerca de su vivienda en Juan Díaz, Panamá y casi mata a la conductora.

Tras ese incidente, sus hermanos y padres, decidieron internarlo en el hospital bajo el argumento de locura temporal, aunque en el sanatorio le diagnosticaron trastornos psicóticos porque perdió el contacto con la realidad.

Su única esperanza era Mary, la chica recién graduada, de 23 años, enamorada del erudito, confiada en la recuperación del caballero, mediante las medicinas, el tratamiento psiquiátrico y abundante amor.

Pasaron dos años, poco a poco, gota a gota, y palabra, las visiones de Miguel desaparecieron, mientras que, bajo un leve tratamiento de seguimiento, fue dado de alta del instituto.

El caballero logró vencer su mal, ahora trabaja como profesor en una universidad privada en La Chorrera y su esposa, Mary, en un hospital en ese distrito de Panamá.

Miguel no logró viajar en el tiempo, pero si obtuvo una preciosa parejita con su mujer, la enfermera, cabello castaño claro, blanca y ojos avellana   que le ofreció mucho más que terapia profesional.

Triple asesinato en Pico Rivera

Guadalupe Linares, de 21 años, logró cruzar la frontera Tijuana-San Diego, sin ningún inconveniente, ayudada por un tío suyo que se conocía el paso fronterizo internacional entre México y Estados Unidos, ya que el hombre era un “coyote”.

Bastante fatigada, fue trasladada desde el parque Balboa de San Diego hasta Pico Rivera, al sudeste de Los Ángeles, California, una comunidad de migrantes mexicanos, donde estaría a salvo de “la migra”.

Lupita, era de piel canela, alta, hermosa, ojos miel, cabello azabache, mitad india e hija de un capataz español que trabajó en una finca en Tamaulipas, donde se cultiva la mata de agave azul para hacer el famoso tequila.

Emigró porque el peso mexicano estaba por el piso en comparación a otras monedas internacionales, la situación se hizo difícil y el hacendado comenzó a despedir trabajadores para evitar cerrar el negocio.



Muchos, entre ellos Lupita, se marcharon “al otro lado” en busca de suerte, la dama se refugió en casa de su tía Efigenia viuda de Garza, quien residía con sus hijos Eleuterio, Francisco y Arturo.

Ya en Pico Rivera, no tenía problemas con el idioma inglés porque poco lo platicaban, le dieron oportunidad de trabajar sin papeles en una taquería del sector, enviaba dinero a su familia, aportaba con los gastos donde su tía y le quedaba algo.

Con esa vida llevaba seis meses hasta que Eleuterio, su tía, Francisco y Arturo llevaron a sus mujeres a Pico Rivera Sports Arena para la presentación del grupo norteño “No me rajo”, muy famoso en los estados que formaron parte de México hasta 1848 y pasaron a Estados Unidos.

En la arena bailaban, bebían tequila, reían, gritaban y la pasaban bien, aunque Lupe miraba con otros ojos a Eleuterio y este se caía de la mata con su prima, pero no cruzaban la línea por ser primos lejanos.

Lo que la dama callaba era que en la taquería llegaba a diario a enamorarla, un estadounidense caucásico, ojos azules, gigantón, rubio, identificado como Malcom Charles, un exveterano de Afganistán.

El hombre sufría de estrés postraumático, ansiedad, agresividad y otros problemas psiquiátricos causados por los efectos del frente de guerra.

Malcom se fue del peligroso barrio del Bronx, en Nueva York, a Pico Rivera, en busca de otra vida, no quería tratos con norteamericanos, blancos ni negros, por lo que escogió vivir en Pico Rivera, donde jamás pasaría por desapercibido.



Mientras la familia disfrutaba del concierto, el yanqui se apareció donde Los Garza, se presentó y saludó a Lupita, lo que dejó atónito a los parientes de la mujer porque jamás lo mencionó.

Sin embargo, lo recibieron bien, el anglosajón intentó ser amable con Lupita, pero era imposible platicar con la dama por el sonido de la música, ella no hablaba inglés y Eleuterio se dio cuenta de que le “volarían” a la chica, lo que lo enfureció.

Pasaron los dos grupos teloneros y venía el principal, cuando Malcom se molestó con Lupita porque abrazó a su primo Eleuterio, el gringo lo empujó y el mexicano cayó.

Ebrio y drogado, Malcom gritaba obscenidades en inglés a Lupita, lo que entendían los tres caballeros, el primero en defender a la dama fue Francisco, luego Arturo y de último Eleuterio, pero su contextura física no era para luchar contra un camión como Malcom.

Los tres quedaron en el suelo, sin embargo, Eleuterio le levantó, rompió una botella, el anglosajón le tiró un derechazo que el mexicano esquivó y le hundió la botella en el vientre.

El público miraba todo, la policía se acercaba y vio cuando Malcom sacó una escuadra para posteriormente dispararle a los tres hermanos.

Al día siguiente, Los Angeles Times tituló en la sección de crime and courts: ‘Veteran kills three mexican brothers in Pico Rivera Sports Arena’.

Malcom lleva diez años en el corredor de la muerte en espera de una cita con la inyección letal por acabar con tres inocentes vidas.

La maestra de francés

Manuel Mesas, de 29 años, como todas las mañanas llevaba a su pequeña Rosa al colegio francés, ubicado en Paitilla, Panamá, donde cursaba el segundo grado y a las dos de la tarde la recogía para traerla a casa.

Su trabajo era de vendedor ejecutivo, así que tenía movilidad laboral para entrar y salir de su oficina e incluso ni siquiera marcaba tarjeta porque sus jefes le dieron ese beneficio porque el tipo sabía bien su trabajo.

Rosa es la única hija de Manuel con Rosa María, una antigua recepcionista de la empresa donde antes laboraba el caballero, se conocieron, tuvieron sus amores, nació la bebita y a los tres años Rosa María dejó a Manuel por un chacal.

El masculino llevó su vida normal, criaba a su hija, con la ayuda de su madre, quien cuidaba la nena mientras él laboraba en la venta de automóviles de una concesionaria alemana.



Durante una actividad sabatina del colegio, Manuel conoció a Lorette Martin, una canadiense, de 25 años, trabajaba como directora del Departamento de francés del plantel, quien vino desde Ciudad Quebec a impartir clases de la lengua gala en Panamá.

En su complicado castellano, Lorette le informó a Manuel que su acudida era la mejor en francés, lo que enorgulleció al padre, pero lo complicó porque no sabía una sola palabra en ese idioma y no la podía ayudar en casa.

Se lo hizo saber a la maestra, sin embargo, la norteamericana le respondió que no importaba, solo que le pusiera música y programas franceses para reforzar, tampoco que no se asustara porque la niña no se enredaría con dos lenguas.

Quedaron bien y se despidieron para posteriormente coincidir en un hotel de playa, Manuel estaba con su madre e hija y la canadiense con un grupo de amigas, alegres, felices y disfrutando en una de las piscinas.

Ella lo reconoció, el masculino no la había visto porque almorzaba con su familia, pero la dama se acercó, los saludó, le habló francés a Rosa y la niña respondió en el mismo idioma.

La pasaron normal, aunque intercambiaron números telefónicos para futuros encuentros, no obstante, Manuel no era un hueso fácil de roer, su mala experiencia con la madre de su hija lo convirtió en un hombre solo dispuesto a “colisión y fuga”.

Pasaron cuatro meses, se acabó el año escolar y empezaron las visitas o encuentros entre el panameño y la canadiense de origen galo, lo que acarrearía complicaciones en el futuro.



Estaba prohibido las relaciones entre empleados del colegio y con los acudientes, lo que significaba que, si los descubrían, Lorette sería despedida de su empleo. Eso tampoco les importó.

Físicamente, la pareja exótica, ella blanca, ojos verdes, delgada, cabello negro, mientras él era de raza negra, alto, jugador de fútbol, ojos negros y se rapaba la cabeza.

Cuando Rosa María se enteró del romance, pegó el grito al cielo porque no le fue bien con el chacal, la metió en un cuchitril y la trataba mal, por lo que pensó en volver con el padre de su hija para ser una reina como en el pasado.

Manuel el dio bola negra a la madre de su hija y la mujer enfurecida, denunció a Lorette en el colegio por violar el reglamento, la llamaron a capítulo, aceptó el romance con el padre de una estudiante y la botaron el mismo día.

Lorette era de armas a tomar, quería darle una trapeada, sin embargo, Manuel le propuso casarse e irse a Quebec los tres. La extranjera aceptó.

En el juzgado de menores, Rosa María se negaba a firmar el permiso de salida de Rosa.

Manuel mostró todas las pruebas de que la dama no aportaba ni un maní para la alimentación y educación de su hija, por lo que la juez ordenó la salida y una pensión por parte de la madre.

Rosa María aceleró su propia desgracia, ahora sin hija, sin marido y a comer soberbia porque eso le sobra.

El taxista seductor

 

Gustavo Quintero, es un taxista de 26 años, residente en Villa Lorena, corregimiento de Río Abajo, Panamá, unido con la veragüense Irma Tamayo, de 23 abriles, tienen una hija en común llamada Noris.

El caballero se despertaba a las cuatro de la madrugada, su mujer le prepara el desayuno para que fuese a laborar con energías, ella posteriormente dormía unas dos horas, levantaba a su pequeña, la bañaba y la alimentaba

Luego la dama se aseaba y al final llevaba a la niña a una guardería para recogerla a las seis de la tarde cuando salía del almacén.

Todo iba aparentemente bien, como todas parejas con altas y bajas, sin embargo, Tavo era un “unicornio” porque cuando recogía a una mujer sola y esta le platicaba, el taxista aprovechaba para tirarle toda la caballería.



Negras, blancas, cholitas, chinitas, rubias o cualquiera representante del sexo femenino con dos senos, era blanco del ataque por parte del trabajador del volante.

Por los corrillos del almacén, donde laboraba Irma, se escuchaba que el marido de la veragüense tuvo un romance con una de las compañeras, lo que dejó a la fémina avispada y al pie del cañón.

Luego de dos meses, hubo reclamos, Tavo lo negó y respondió que solamente la recogió un domingo en la mañana para llevarla a la iglesia, aunque su mujer no le creyó ni una sola palabra.

Tavo no consumía licor, ni fumaba, su único y peor vicio era ir detrás de las faldas, algo fatal para los hombres con compromisos.

Entre carrera y carrera, conoció a Desirée Capote, una venezolana, con 31 años, pocotona, alta, nalgona, pechos de misil tierra-aire, blanca como los copos de nieve y sonrisa que embruja.

La mujer era camarera en uno de los restaurantes de comida rápida en Los Pueblos, Juan Díaz, muy cerca de la tienda donde trabaja Irma.

Para Tavo, acholado, piel canela y delgado, Desirée era el trofeo de caza más grande que podía obtener hasta ese momento.

Para muchos es conocido que algunas chamas, no todas, vienen a “sumar” a Panamá, dejan a sus maridos en su país, tienen en el istmo marchante local, lo sangran y en el momento menos pensado se van.



Un domingo, Irma vio a su marido y a Desirée dándose el respectivo beso de despedida y le preparó una trampa.

El muy habilidoso taxista desbloqueaba su celular con su pulgar derecho, esa noche, Irma insistió en tomar vino, lo enfuegó y grabó con una masilla la huella, abrió el teléfono y vio los mensajes entre la extranjera y su quita frío.

Irma no reclamó, no obstante, sabía que la pasaban por la parrilla y decidió vengarse.

Logró clonar el teléfono de su marido, lo que le permitió acceso a todas sus comunicaciones, mientras que en el almacén había un trabajador manual conocido como “Capulina”, loco y eterno enamorado de Irma.

“Capulina” era de baja estatura, de 23 años, cabello negro y acholado, un migrante ecuatoriano llegado hace cuatro años al istmo, quien no creía que Irma lo miraba con otros ojos, ya que anteriormente de a milagros le daba los buenos días.

Herida en su orgullo de mujer, Irma sabía que ese sábado, a las 8 de la noche, su marido se encontraría con Desirée para irse a La Birra, de Juan Díaz, así que se armó de valor y se llevó a “Capulina” para el mismo lugar.

De forma increíble, llevaban dos horas los cuatro, pero no se veían porque lo abarrotado que estaba en local de baile y licor.

Como a las once de la noche, Irma vio a Tavo bailar con la chama, así que sacó a su pareja y se colocó justamente al lado de su marido, quien quedó más blanco que un papel al verla acompañada.

Irma abrazó a “Capulina”, luego lo besó, el hombre le siguió la corriente, intervino Tavo para separarlos, sin embargo, el trabajador manual pensó que irrespetaban a su pareja, le zampó un derechazo en la cara que lo dejó en la pista de baile.

Se formó el lío, Irma se llevó a su nuevo macho, detrás iba Tavo, cuando Desirée le preguntó quién era, el masculino respondió que su mujer, algo que no agradó a la sudamericana, le metió una gaznatada y abandonó el lugar.

Esa noche Tavo durmió en un hotel, cuando llegó al día siguiente, su ropa estaba afuera, Irma cambió la cerradura y le advirtió que no jodiera o llamaría a la policía.

El conquistador quedó sin su mujer, ni su pocotona chama, pero “Capulina” logró poco a poco demostrarle a Irma que la amaba y al final se casaron.