Un hombre loco

Américo Morales, de 45 años, blanco, ojos verdes, alto y delgado, era un libretista de ópera, quien residía en Vacamonte, Panamá, amaba la música clásica, por lo que ya tenía varios proyectos, algunos de ellos montados en escena.

Pensaba crear una nueva historia que rompiera las fronteras, cruzara al sur y norte del continente, por Europa y hasta Asia, lo que deducía que su ambición era de proporciones gigantescas.

Algo mejor que el Fantasma de la Ópera, que Bastiano y Bastiana, que las Bodas de Fígaro, que dejara al público boquiabierto, que superara a Carmen, el Barbero de Sevilla o Rigoletto, así que se puso a trabajar.

Llevaba las primeras cinco páginas cuando una noche, escuchó voces, se levantó de la cama y le preguntó a su hija América quién lloraba o se lamentaba.



Su descendiente respondió que ni una ni otra, que posiblemente era el sonido de las motocicletas que los jueves realizaban las carreras clandestinas en la autopista Arraiján-La Chorrera.

Volvió a dormir, pero tuvo una pesadilla donde veía monstruos, fantasmas, voces, gritos, cantos gregorianos, música como el Trino del diablo de Guiseppe Tartini  y Marcha fúnebre de Chopin.

Despertó como a la una de la madrugada, sudado, se fue a la ventana, encendió un cigarrillo, luego se colocó sus gafas y se fue a la computadora para redactar el sueño.

El letrado escribió 20 páginas y título la ópera “Un hombre loco” con el argumento de un caballero que tenía pesadillas y perdía el contacto con la realidad, tenía su propio mundo y universo.

A los ocho meses terminó el borrador, lo dejó descansar por cuatro meses y posteriormente lo rescató, lo presentó a un grupo y fue aprobado para que se presentara en escena.



Sin embargo, el daño ya estaba hecho, Américo Morales, se metió tanto en el personaje que los galenos le dictaminaron esquizofrenia y trastornos psicóticos.

El escritor perdió el juicio, de día y en las noches escuchaba voces, canciones, óperas, en ocasiones no reconocía a las personas e incluso a su propia hija.

Su sueño se cumplió, se montó la ópera y fue un éxito total en América, Asia y Europa, pero el creador quedó totalmente desquiciado.

Fue necesario internarlo en Instituto Nacional de Salud Mental de Panamá, lo que antes se conocía como el Hospital Psiquiátrico Matías Hernández o el antiguo Retiro.

Allí paso tres años hasta que le dieron de alta, su hija le daba los cuidados, lo alimentaba y le proporcionaba sus medicinas.

Las regalías de la ópera le dieron el dinero para vivir, sin embargo, los síntomas de la esquizofrenia nunca desaparecieron.

Durante los siguientes dos años, después que salió del manicomio, Américo Morales, no daba entrevistas a la prensa y vivía aislado hasta que un infarto acabó con su vida.

Se desconoce la razón de la enfermedad, posiblemente hereditaria, y un ambiente en el que vivía pudo desarrollarla, sin embargo, al morir dejó su legado de varias óperas, entre ellas “Un hombre loco”, la inspiración de su propio yo.

 

 

De pendejo a respetado

 Porfirio Blanco, era un chico de 12 años a quienes todos respetaban en Barraza, corregimiento de El Chorrillo, en Panamá pero para eso tuvo que sufrir la gota gorda entre los preadolescentes del empobrecido sector.

Vivía en un apartamento de la primera torre con su mamá, una maestra que dictaba clases en la escuela República de Chile., quien crio al niño con buenos modales, educado, correcto, no decía palabras groseras a nadie, menos delante de la autora de sus días.

Su mamá, identificada como Marina Blanco, oriunda de Garachiné, Darién llegó a la capital cuando tenía 20 años, con el vientre medio elevado porque su descendiente venía a ver la luz del mundo dentro de los próximos seis meses.

Víctima de un engaño masculino, la mujer se tragó su sapo, estudió, fue madre soltera, alta, de raza negra, atractiva, ojos negros y cabello rizado, tenía una barrera contra los varones, tras su triste experiencia.

El pequeño Porfirio, también de raza negra, le encantaba la lucha grecorromana, por lo que Alex Maestre, un maestro de educación física instó a Marina que incluyera a su nene en las clases que él dictaba en las tardes en el gimnasio de Barraza.

El también docente, blanco, con cuerpo de luchador, ojos miel, cabello castaño oscuro y alto, tenía cierto sentimiento de amor hacia su colega, sin embargo, no se atrevía confesarlo por temor a un rechazo.

La idea de que el chico hiciera deportes era buena, pero entró en un mundo de muchachos con graves problemas sociales o en riesgo, como ahora le denominan a los posibles maleantes.



Niños con padres presos, consumidores de drogas, mamás prostitutas, perequeras, ladrones o ladronas, escandalosas de barrio y vendedoras de estupefacientes, así eran la mayoría de los padres de los aspirantes a luchadores.

Había 12 muchachos en la clase, de inmediato, uno de 13 años, a quien apodaban “Sin Alma”, se la veló a Porfirio.

En el edificio donde residía los pelaos poco se metían con Porfirio, algunos lo molestaban, pero de ahí nada más.

Porfirio Blanco debía caminar desde el primer edificio donde vivía, a pocos pasos del colegio Centro Amador Guerrero hasta el último, ya que al lado estaba el gimnasio.

Todos los días lo esperaba “Sin Alma” para patearle el trasero delante de sus compañeros, la víctima no hacía nada, no lloraba, ni se defendía, sino que aceleraba el paso para entrar al centro de entrenamiento.

Pasaron tres meses, Porfirio conocía algunas tácticas de lucha grecorromana, no obstante, no las usaba para darse a respetar.

A los oídos del maestro llegó el rumor de que el muchacho era víctima de maltrato por otro compañero y Porfirio lo negó, lo que dejó dudoso al instructor.



El siguiente día, Alex Maestre, se escondió antes de que el preadolescente ingresara y vio cuando “Sin Alma”, le dio una fuerte patada en las nalgas a Porfirio, quien cayó al suelo y empezó a llorar.

El resto de los niños, quienes temían también a “Sin Alma”, reían por lo ocurrido, el maestro salió de su escondite, los regañó, le dijo a Porfirio que peleara porque era el momento de darse a respetar.

“Sin Alma” soltó la carcajada, pero el educado niño obedeció y “se cuadró”.

-Te voy a sacar la mierda-, dijo “Sin Alma”.

Dieron algunas vueltas, el chico malo tiró el primer golpe que dio en la cara de Porfirio, que cayó, pero se levantó, luego el malvado lanzó una derecha, que fue esquivada, el novato le zampó una izquierda en la barbilla a su contendor que lo dejó en el pavimento.

-¡No dejes que se levante-!, gritó el instructor a Porfirio, quien se acercó a su rival, le metió otra izquierda en la misma barbilla y luego una derecha en el ojo izquierdo de “Sin Alma”. Quedó fuera de combate.

El maestro tuvo que meterse para separarlos porque a “Sin Alma” lo remataban con golpes y al final resultó con ambos ojos hinchados y la boca rota.

Los chicos cargaron a Porfirio como si fuese un campeón mundial de peso ligero, mientras que la noticia se corrió por todo el sector y el  pendejo se transformó en alguien que los pelaos saludaban y respetaban.

La tía del derrotado quiso hacer un escándalo al entrenador, pero este fue claro de que se trató de una pelea limpia ante el abuso de su sobrino con un muchacho tranquilo.

El real nombre de “Sin Alma” era Pacífico Guevara, cuyo padre estaba preso y su mamá consumía marihuana, por lo que era obvio que tuviese problemas de personalidad y formación.

Posteriormente del encuentro boxístico, ambos ganaron medallas de oro, plata y bronce en competencias locales e internacionales, se graduaron de abogado, se cambiaron de vivienda y se hicieron compadres.

La madre se empató con el entrenador de lucha grecorromana.

En los barrios pobres hay miles de historias por contar y ahora el gimnasio de Barraza, fue rebautizado como Gimnasio Municipal de Boxeo Jesús “Master” Gómez.

¡Compa, desahuévese!

Dimas Benavides, de 40 años, era un vendedor internacional de ropa que laboraba en un almacén de la Zona Libre de Colón, por lo tanto, realizaba periplos a Argentina, Colombia, Venezuela, Ecuador, además de algunos países de Centroamérica.

Conocía Bogotá como la palma de su mano, también Medellín, Cartagena y otras ciudades porque su trabajo así lo obligaba.

En uno de sus viajes se arrancó a una discoteca ubicada en la calle 176, con Carrera 56, en Villas del Prado, de la capital colombiana, donde vivía un amigo suyo que era gerente de un almacén de prendas de vestir masculinas de marcas estadounidenses.

Omar Bustos, de 35 años, era un colombiano, oriundo de Montería y que residía en Bogotá, luego de separarse de su esposa porque lo pilló con una sensacional mona cuando vivían en Medellín, Antioquia.



Ambos caballeros sentados cada uno en sus sillas con una botella de aguardiente y cervezas, naranjas injertadas, vasos, hielo y rantan de mujeres en la pista de baile en el antro.

Los caballeros platicaban de sus problemas.

El istmeño era de piel canela, de mediana estatura, cabello lacio negro, ojos pardos, mientras que el costeño blanco, de baja estatura, algo obeso, ojos miel y cabello castaño oscuro.

Ya eran aproximadamente las diez de la noche cuando ingresaron unas cuatro féminas de entre 24 y 28 años, lindas, con sus abrigos, botas de gamuza que se usan mucho en ese clima. Parecían unas concursantes de belleza.

Si hay algo que tiene la mujer colombiana es que son generalmente atractivas, dependiendo de su lugar de procedencia son amables (costeñas o de Medellín), pero las bogotanas tienden a ser más reservadas.

Frente a la mesa de los dos veteranos, estaban tres chicos de aproximadamente 25 años, blancos, cabello negro acholado, pequeños y delgados, quienes miraban a la mesa de las cuatro mujeres.

Resulta que las damas eran turistas Tunja, capital del departamento de Boyacá, fueron a conocer la megalópolis de Colombia, donde en las mañanas debes ser un Sansón, tanto hombre como mujer, para subir al Transmilenio.

La más joven, era de piel canela, delgada, pechos llamativos y ojos oscuros, vestía un traje pegado, color azul y unas botas negras. Su atractivo robaba la mirada de los caballeros, incluso los acompañados.

Uno de los chicos de discoteca, identificado como José Castaño, se babeaba con la benjamín del grupo, pero no se atrevía a invitarla a bailar, lo que llamó la atención de los varones maduros quienes se reían del imberbe.

Para joder, Dimas Benavides, la sacó a bailar varias veces, la dama accedía y luego su amigo Omar Bustos le seguía la corriente, sin embargo, José Castaño solo observaba, a pesar de que sus amigos le decían que la invitara a la pista.



Colocaron la canción “Bad Romance” de Lady Gaga, la pista se llenó y las cuatro jovencitas bailaron y cantaron entre ellas.

Allí fue cuando Dimas Benavides, llamó a José Castaño, lo invitó a conversar afuera, encendieron un cigarrillo y el panameño le instó a atacar.

-¡Compa desahuévese! Esa chiquilla habló conmigo y usted le gusta, pero sentado ahí no harás nada-.

-Es que soy tímido, no como usted, señor.

-Si te ahuevas, otro te la vuela-, respondió el extranjero e ingresó a la discoteca.

Al cabo de media hora, José Castaño decidió romper su timidez, fue donde la señorita, le extendió la mano y la dama se fue con él a bailar.

Los veteranos abandonaron el antro, cada uno agarró su camino porque el panameño viajaba rumbo a Ecuador para un cobro al día siguiente.

Seis meses después de la historia del hombre tímido, Dimas Benavides y Omar Bustos, compraban güisqui en el Centro Comercial Panamá, cerca de la calle 182, con 20#91, cuando se encontraron con la pareja.

Los dos tórtolos tomados de la mano, la dama embarazada y el joven tímido que no cabía en su pellejo de felicidad por la conquista, la mujer vio al istmeño y al costeño, los reconoció y la pareja fue a saludarlos.

El panameño sorprendido, observó, la barriga de la fémina y peló los ojos.

-¡Puta madre! El pendejo era yo-.

Los cuatro rieron.

 

 

El yoyo mágico

 Anais y Marcos, era una pareja de clase media, residían en Chanis, corregimiento de Parque Lefevre, en la periferia de la ciudad de Panamá, antes de que se privatizaran los Casinos Nacionales y llevaban una vida cómoda.

Ella media acholada, blanca, de baja estatura, delgada, ojos, cabello pardo y bocatoreña, mientras que su marido era capitalino, blanco, bajo, algo obeso, ojos color café y se afeitaba la cabeza.

Cada uno poseía su vehículo, sus dos hijos estudiaban en colegios privados, con colegial, vestían ropas de marca, joyas, viajaban mucho, sin embargo, sus ingresos laborales no compensaban tren de vida que acarreaban.

Anais trabajaba como gerente en un almacén y su esposo como vendedor de harina en las panaderías en las ciudades de Panamá y Colón, por lo que sus vecinos sospechaban que en algo andaban.

Una hipoteca de 300 dólares mensuales, televisión por cable, además de aire acondicionado central en toda su vivienda, evidenciaba que los gastos elevados no se sostenían con los salarios del matrimonio.



Los viernes y sábados la pareja frecuentaba los casinos de la capital, generalmente recorrían entre dos y tres, pero nunca perdían.

Avispados, utilizaban las monedas de la empresa estatal, le abrían un hueco y con hilo de nylon la ataban, posteriormente marcaban toda la cantidad de créditos posibles, luego jugaban algunos tiros y al rato apretaban el botón de cobrar.

El método conocido como “el yoyo” de subir y bajar la moneda con el hilo, tenía de vuelta y media a los casinos nacionales, aún no los sorprendían, regresaban a su vivienda muertos de la risa y con buco dinero.

Un costoso modus viviendi que debían costear a costilla de lo que sea, no obstante, usaron su astucia e inteligencia para mal y operaron por cuatro años incluso hasta en otras salas de juego del país.

Pero la ambición es la trampa de los delincuentes, querían más y crearon toda una red para desbancar a los casinos nacionales y se distribuían el dinero mediante la conocida estafa.

El clásico “nadie se dará cuenta” era común entre los diez que conformaban el grupo, hasta que por mala suerte una de las chicas fue pillada en momentos que manipulaba “el yoyo” en el casino de El Dorado, en la vía Ricardo J. Alfaro.



Fue detenida e interrogada, la mujer temerosa porque le informaron que pasaría al menos cinco años de vacaciones en la Cárcel de Mujeres de San Miguelito, se convirtió en testigo protegido.

La fémina tomó la guitarra y entonó toda la melodía posible, lo que generó que la policía y funcionarios de instrucción allanaran, a la semana, la residencia de Anais y Marcos, un sábado al mediodía frente a todos los vecinos.

En un principio se resistieron, no obstante, hubo una operación encubierta con video, le dieron seguimiento y todo fue captado. Cero escapatoria.

Confesaron sus delitos, los trasladaron a la cárcel y al resto de la banda, luego fueron procesados y condenados a 6 años de prisión por los delitos de hurto, asociación ilícita para delinquir y estafa.

La banda de Anais y Marco quedó desarticulada, “el yoyo” de monedas trucadas fue neutralizado, se mejoró el sistema de seguridad y posteriormente en 1995 los casinos fueron privatizados.

Su avaricia les costó caro, en prisión, perdieron casa, sus hijos quedaron con la abuela paterna y con la afrenta de ser reconocidos en público como delincuentes.

Sustrajeron semanalmente entre 400 y 600 dólares durante cuatro años, pero el dinero sucio siempre mancha la mano y la reputación.

'Cada uno debe creer en sus sueños': José Ramonet

Desde la madre patria hasta el istmo, así es José Ramonet, un ingeniero que ama las letras, aceptó una entrevista con el portal “Fígaro Ábrego, el escritor de Vacamonte”, donde cuenta sus inicios e historia. No se pierda la interesante entrevista del literato panameño.

¿Quién es José Ramonet? Explique su mini biografía.

Un joven de 51 años, felizmente casado y padre de dos hijos, la mayor de 13 y el menor de 9.  Soy Ingeniero Técnico Aeronáutico graduado de la Universidad Politécnica de Madrid.  Residí por algo más de 15 años en la capital de España y regresé a Panamá hace unos 15 años también.

¿Cómo nace su pasión por la literatura?

Siempre me gustó leer.  Tomé ese "vicio" de mi madre que leía diariamente.  De pequeño leí comics y todas las historias de "Los tres investigadores".  Con unos 13 años hicimos un viaje a Costa Rica y pedí de regalo libros. 

Me apasionó Isaac Asimov y Stephen King.  Por esos tiempos escribí mi primera novela: "La conquista de la Tierra".  Una historia de ciencia ficción en la que una liga de planetas atacaba nuestro mundo.



 ¿Háblenos de Sueño de Lava?

¿En qué se basó para escribir su obra?

"Sueño de lava" es mi primera novela publicada.  La comencé a escribir como un cuento largo en la universidad. 

Tras haber leído a varios de los clásicos: Tolkien, Louise Cooper, Michael Moorcock y otros, me decanté por una historia de fantasía épica en donde quería darle una segunda vuelta de tuerca al género.

¿Cuál es su público lector?

En general, que les guste la fantasía.  Los jugadores de rol son muy propensos a este tipo de historias, pero, realmente, si profundizas en la historia, al haber tantos personajes, los lectores se identifican con muchos de ellos. 

Por ejemplo, mi hija tenía su favorito que era uno de los magos.  Otra chica de 12 que lo leyó, hija de uno de mis Betas, se identificó con un joven de su edad, pero casi enamorada del personaje.  Los adultos se inclinan por los mayores, por supuesto.



¿Qué género literario prefiere leer y escribir?

En general, me encanta leer terror y fantasía.  He leído mucho de Stephen King, Clive Barker, Dean R. Koontz, Robert McCammon, adicional de los clásicos como Shelley, Stoker, Lovecraft, Poe.  Muchos de los cuentos que escribí en la universidad eran de fantasía y terror.

¿Cuál es el género literario más leído en para usted? Explique.

El más leído por mí, lo comenté antes, terror y fantasía.

Si es el mercado allá afuera, creo que las novelas y los libros de autoayuda.
¿Qué opina del mercado literario?

En resumidas cuentas, la gente, desafortunadamente, no lee.  En Panamá todavía estamos en pañales, pero se aprecia una pequeña llama en los nuevos autores que debemos procurar avivarla. 

Creo que hay pocas ayudas y los lectores, me incluyo, por mucho tiempo hemos mirado hacia fuera a la hora de leer libros y debemos darle la oportunidad al talento nacional.  En mi caso, en los últimos meses he leído a más de 10 escritores panameños y me he llevado agradables sorpresas, pero también alguna que otra decepción.

Explique el camino del escritor independiente

Creo que hoy contamos con muchas más herramientas que hace 20 años.  La auto publicación está al alcance de todos.  Con los programas disponibles podemos revisar bastante bien la gramática y ortografía (no perfecto, pero algo es). 

Amazon y otras plataformas dan muchas facilidades, pero no debemos olvidar que competimos contra millones de libros.  Localmente, hay que moverse y sudar la gota gorda.



¿Es escritor de mapa o de brújula?

Empecé siendo de brújula.  Yo mismo me sorprendía de las cosas que iban ocurriendo en la historia.  Con "Sueño de lava" llegó un momento que el relato se complicó tanto que tuve que sentarme a organizar las ideas. 

Eso ocurrió el año pasado cuando, tras conocer a varios escritores independientes de España, decidí retomar mi proyecto universitario y luchar para que viera la luz. 

Al final, estamos hablando de una novela de casi 400 páginas, con un mundo completo de fantasía, decenas de personajes, razas inéditas y mucha magia.
¿En qué ocupa sus ratos libres?

Me gusta pasar tiempo con mi familia, el cine, leer (obvio), la TV, los videojuegos (soy gamer desde que salió el Atari 2600) y viajar.
¿Cuáles son sus proyectos literarios a futuro?

Estoy trabajando en el siguiente libro de "Las crónicas de Panameria".  Espero que no tome tanto tiempo como el primero.  También tengo en mente una historia de ciencia ficción ambientada en Panamá en el 2050 aproximadamente.
¿Qué tiene que decir a los escritores anónimos con miedo de publicar obras?

El escritor es el primero que tiene que creer en su obra.  Como le dijo Henry Jones a Indy en "La última cruzada": "Tienes que creer".  Una obra no está completa hasta que alguien, aunque sea sola una persona (que no sea el autor), la lea. 

Cada uno debe creer en sus sueños y luchar por hacerlos realidad, si es que realmente es algo que le apasiona.  Y hoy no hay excusa para no luchar por los sueños y más si son de lava.

 

Topos nocturnos

Cuando a Jacinto Arias lo llamaron el martes 5 de noviembre de 2002 para informarle de que la bóveda del banco Los Andes, fue saqueada durante el largo fin de semana, casi le da un infarto.

Era el gerente de esa sucursal, el comercio estaba al lado de una vivienda en La Chorrera, Panamá, el sábado 2 de noviembre de ese año, cuando arquearon todo estaba bien, se marcharon por los días patrios y al retornar fue la sorpresa.

De inmediato el lugar se llenó de inspectores de la Policía Técnica Judicial (PTJ), peritos del Ministerio Público, policías, camarógrafos, reporteros y fotógrafos que recogían la noticia del mes.

También se presentó Franklin Arosemena, el mismo director de la PTJ, lo que significaba que el asunto era más grave de lo pensado.

Las primeras investigaciones revelaron que se trató de tres hombres de nacionalidad colombiana, quienes arrendaron una vivienda al lado del banco, se llamó al propietario, estuvo detenido 24 horas, sin embargo, le dieron una medida de país por cárcel.

Los sudamericanos desconectaron la alarma, cavaron durante horas y eso lo evidenciaba la gran cantidad de tierra en la sala, la cocina, las habitaciones, el patio trasero e incluso en el baño la arrojaron.



Usaron máscaras de luchadores de El Matemático, El Santo y Tinieblas, además de guantes para no dejar evidencias de ADN, y eso fue lo que salió en el video de la grabación de seguridad.

Tuvieron suficiente tiempo, pero la pregunta que se hacían los inspectores era que cómo sabían exactamente el punto donde estaba la bóveda, porque para excavar y llegar a la zona equis tan exacta, alguien les proporcionó los planos.

El banco calculaba que aproximadamente había 200 mil dólares en la bóveda, ya que se trataba de una sucursal pequeña, pero los periodistas no creyeron el cuento y sabían qué había más.

Durante las sumarias, se conoció que el banco le compró una propiedad a un colombiano (la convirtieron en local comercial), quien falleció hacía diez años, lo que inducía que probablemente uno de sus familiares obtuvo los planos, planearon el golpe y lo ejecutaron.

Solicitaron una asistencia judicial a Colombia que demoró unos cuatro meses en responder, mientras tanto nadie preso, el seguro pagó el monto hurtado y los inspectores se rascaban la cabeza porque los ladrones se esfumaron.

El inmueble fue arrendado a Jairo Arboleda, un nombre tan común en Colombia como los árboles, la asistencia judicial resultó en que no había nadie con ese número de cédula y la fotografía del pasaporte pertenecía a un hombre oriundo de Medellín, asesinado en el año 2000.

Pasados siete meses, el caso se congeló, uno de los investigadores apuntó a que podrían ser zapadores de las fuerzas armadas colombianas o la guerrilla, debido a la velocidad del trabajo era necesario excavar muy rápido sin hacer el menor ruido para no levantar sospechas.

Los antisociales no dejaron evidencias, ni alimentos, botellas de aguas, colillas de cigarros, pisadas, todo lo limpiaron y era como si la misma tierra se los hubiese tragado.

Al año del hurto, el dueño de la vivienda, identificado como Rafael Centella, escuchó la voz conocida de un hombre con acento colombiano, almorzaba con dos caballeros, luego salió del local, encendió un cigarrillo, sacó su móvil y marcó a la PTJ.



En 20 minutos llegaron los petejotas, detuvieron a los tres colombianos, quienes reclamaban que solo comían.

Los interrogaron y todos confesaron ser los autores del hurto en el banco, planificaban dar otro golpe, abusaron de su suerte y los pescaron.

Les dictaron una sentencia de siete años de prisión por asociación ilícita para delinquir, hurto con fractura y destrucción de la propiedad privada.

En la sombra terminaron los topos nocturnos porque su ambición los acarreó a los barrotes porque la fortuna solamente llama una vez a la puerta.

 

19 puñaladas

Ana Lucía lloraba en la sala de audiencias del Segundo Tribunal Superior de Justicia de la capital panameña, su blanco rostro era casi rojo, su hermosa cabellera larga llamaba la atención y sus ojos negros profundos denotaban temor.

Vestía una blusa blanca, una falda larga azul, con una abertura a su derecha que dejaba a la vista sus muslos, sus manos esposadas y pies prisioneros con grilletes que lastimaban sus talones de Aquiles, llevaba una zapatos negros sin tacones.

El lugar lleno de reporteros judiciales, Ana Lucía confesó que le propinó 19 puñaladas a su madre en un apartamento donde ambas vivían en El Cangrejo, sin embargo, hasta el día del juicio no reveló la razón del sanguinario acto.

Tanto los investigadores como los periodistas, sabían que ese tipo de asesinatos eran pasionales, había odio y saña en el actuar de la sindicada, una antropóloga de profesión, egresada de la Universidad de Guadalajara, México, gracias a una beca.



Con un coeficiente intelectual de 150, que solo poseía el 1% de la población panameña, la joven de 25 años, podría pasar un mínimo de 20 años de prisión si era encontrada culpable por el jurado de conciencia.

La defensa estaba a cargo de Gilberto Oro García, un famoso abogado penalista, quien representó a expresidentes, políticos, empresarios, agentes de la Mossad, narcotraficantes y otros delincuentes de alto perfil.

Mientras que la parte del Ministerio Público la realizaba Sofronio Mendoza, un fiscal de armas da tomar, bien preparado, con experiencia, usaba gafas impresionantes y sus alegatos siempre convencían a los jurados.

Este tipo de juicios con jurados de conciencia son una caja de sorpresas o lotería donde cualquiera situación puede ocurrir, las partes en controversia buscan llegar al sentimiento de los jurados.

A confesión de parte, relevo de pruebas, un juicio en derecho sería fatal para la dama, así que la defensa como el Ministerio Público utilizaban el poder del convencimiento y la retórica.

Durante el juicio se reveló que la víctima y la victimaria, eran inteligentes, también bipolares, la última sufrió una violación de cuatro desalmados mientras pasaba un fin de semana en una casa de playa en Punta Barco.



La mujer se negó a subir al estrado por recomendación de su abogado, sus familiares, principalmente su abuelo y dos tías, pidieron clemencia al jurado de conciencia porque era la única nieta y sobrina que existía en la familia.

Algo contradictorio porque en los casos de homicidios los primeros que piden justicia o condena es la familia, no obstante, en ese caso era lo contrario.

Terminó el juicio a las 9 de la noche, fueron tres días, los periodistas y el público esperaron por una hora afuera de la sala de audiencias cuando anunciaron que ya había un veredicto.

En los casos penales, civiles, laborales y contencioso-administrativo alguien gana y alguien pierde, no hay empate y en este juicio de homicidio, el jurado consideró que la imputada era “inocente”.

Las dos tías y el abuelo se abrazaron, lloraron, los reporteros sorprendidos por el fallo, aunque nunca tomaron en cuenta que la propia familia pedía otra oportunidad.

El fiscal agachó la cabeza, la decisión de los jurados es inapelable y se debe aceptar.

Ana Lucía se negó a hablar, fue trasladada a la Cárcel de Mujeres, en San Miguelito, donde un camarógrafo la grabó cuando salía del penal feliz y con una sonrisa pícara como quien dice: “gané y soy libre”.

Nunca se supo la razón del homicidio, la vida le dio una segunda oportunidad y posteriormente la antropóloga desapareció de la vida pública.

Rosa y los trogloditas

Rosa, Orlando y Johnny, eran tres jóvenes que se la pasaban en discotecas, fiestas patronales, arranques, matanzas, laboraban en lugares distintos, pero muy unidos como si fueran casi hermanos, pero no tanto porque entre ella y el último pasó un tórrido romance breve.

La dama, de 23 años, era oriunda de Chitré, Herrera, blanca, cabello rojizo de tinte, ojos miel, delgada, pechos atractivos y mirada inocente, mientras que Orlando, capitalino, de 24 años, era de baja estatura, algo obeso, abundante cabello negro, ojos pardos y blanco.

Johnny, de 23 años, capitalino, tenía la piel canela, facciones acholado, ojos oscuros, musculoso, cabello negro y de mediana estatura.

Se pegaban unas jumas bravas en las discotecas, en ocasiones no se sabía quién cargaba a quién, principalmente en los bares abiertos los días de semana, aunque ninguno faltó a su centro laboral, tras los arranques.



En una ocasión, el padre de Rosa, le prestó el automóvil para que el grupo acampara en la playa, se fueron a Gorgona y encontraron una vivienda sin habitar con mobiliario.

Contaba con aire acondicionado, equipo de sonido, camas, televisor, cable, ollas, alimentos, cerveza y güisqui, así que montaron su fiesta con música trance, salsa, merengue y típico.

Al terminar la parranda, cruzaron el muro, ebrios, se instalaron a 500 metros de la propiedad y cuando la policía se presentó todos respondieron que pensaron que una fiesta privada y más nada.

Los tres estudiaban diseño gráfico en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Panamá (UP), sus compañeros los llamaban “Rosa y los trogloditas” por parranderos, comelones y unidos.

Otra noche, fueron de paracaídas a la celebración de un matrimonio en el Hotel Panamá, la cuñada del novio quedó enamorada de Orlando, el chico manejó la situación, pero no le gustaban las damas.

Se colaron en los pisos de las habitaciones para pasar la noche después de la farra, le comunicaron a la dama de la limpieza que le consiguiera la llave magnética maestra, Johnny la convenció y mujer accedió.



Cuando salió el sol, de forma clandestina, salieron sin ser descubiertos por el resto de los empleados del hotel.

Llevaban dos años y medio en ese ritmo, casi a punto de terminar materias para posteriormente el proceso de tesis, decidieron celebrar al culminar el último semestral.

Como a las doce de la noche, Orlando yacía en uno de los sofás de la discoteca hasta la zapatilla en licor cuando vino la bomba.

Rosa le confesó a Johnny que siempre lo amó, que el romance breve y el sexo la enloqueció, simuló todo lo que pudo, tuvo vacilones con otros chicos de semanas, sin embargo, él era el hombre de su vida.

Un aluvión de nuevos días se acercaba para la pareja porque el caballero respondió lo mismo, que su inmadurez no le permitía aceptar que se moría por ella, le ofreció disculpas por pasearle mujeres en su cara.

-Lo siento tanto Rosa. Mi mente de chiquillo no vio más allá, no acepté que te amo y que buscaba una salida, pero esa salida eras tú-.

-Eso no importa, ya que también hice lo mismo con algunos hombres. Lo que acontezca en el futuro es lo que vale-.

Cuando se graduaron, a Orlando le ofrecieron un trabajo en Guadalajara, México, se marchó en busca de nuevos horizontes, mientras que Rosa y Johnny terminaron en la Catedral Metropolitana unidos en matrimonio católico.

Solo quedaron los recuerdos de las noches y las locuras de jóvenes inmaduros universitarios, dos de ellos que se juraron amor eterno y tuvieron tres hijos varones.

Por su parte, Orlando se consiguió un novio en México y se mudó con él, por lo que feneció el grupo de “Rosa y los trogloditas”.

 

 

 

 

 

El diablo a la italiana

La gente de Nuevo Tonosí, en Colón, se preguntaba cómo Eusebio Herrera, de 30 años, en tan solo un quinquenio, tenía hectáreas sembradas de arroz, maíz y más de 60 cabezas de ganado, cuando llegó a la población para vender ropa y zapatos.

El masculino era blanco, ojos miel, cabello castaño claro, alto y atlético, se le conocían varias mujeres y dos hijos, pero los trataba de la patada como si fuesen parte de su finca.

Algunos decían que el caballero tenía un pacto con satanás para que le proporcionara tierras, dinero y poder, ya que fue uno de los pocos que se estableció en esa zona sin plata y se volvió rico.

Todos los fines de semana mataba una res, hacía grandes fiestas con lindas chicas, güisqui, abundante cerveza, comida y música típica con orquestas. ¿De verdad llamó al diablo?

Eusebio Herrera ostentaba un lunar en la frente, en forma de una media luna, lo que inducía a los vecinos del pueblo de que era una marca que satanás le colocó para identificarlo antes de llevarlo al infierno.



Los rumores eran más fuertes a medida que transcurría el tiempo y el hombre adquiría más terrenos, aumentaba su volumen de vacas y toros, además las cosechas eran excelentes.

Ninguno de sus animales sufría de enfermedades, no le cayó una sola plaga a sus cultivos y el masculino tampoco padecía de afectaciones a su salud.

Jamás asistía a la misa, a pesar de que el párroco solicitó numerosas citas con el latifundista para convencerlo de la palabra de Jesucristo, por el contrario, sus contribuciones al clero local eran nulas.

Pasaron dos años, en el pueblo se estableció una italiana llamada Speranza Rinaldi, de 40 años, blanca, hermosa, de ojos verdes, cabello negro, voluptuosa, quien compró algunas tierras colindantes a las de Eusebio Herrera.

Parecía que todo iba bien entre Eusebio Herrera y Speranza Rinaldi, hicieron buena amistad, bebían juntos, pasaban mucho tiempo los dos y para que no lo jodieran, el caballero envío a sus dos hijos a estudiar a España.

La dama, oriunda de la península itálica, cautivó a los varones de Nuevo Tonosí, menos al párroco del pueblo, llamado Oscar Vasco.

El laico estaba convencido de que la mujer era el mismo demonio porque fue la única que logró domar al hacendado capitalino, algo que no sucedió con otras damas.



Tiempo después, en las noches, los vecinos escuchaban aullidos de animales, perros, coyotes y de pronto en otras fincas amanecían muertos, ganado porcino y bovino, menos en la de la italiana y su novio.

Se contaron avistamientos de una figura nocturna con cachos y cola, por lo que los residentes de Nuevo Tonosí, decidieron encerrarse cuando el sol se ocultaba.

Para la noche del 3 de abril de 2015, era Viernes Santo, los moradores escucharon gritos, el ganado de la finca de Eusebio Herrera, enloqueció, emitían su peculiar sonido y corrían hasta caer al pasto.

Algunos vecinos salieron de sus casas y vieron fuego, pero nadie se atrevió a entrar a la propiedad ajena.

Al amanecer, todos los animales murieron, al llegar la policía con funcionarios del Ministerio Público, encontraron tres cruces al revés, enterradas, dos vacías y en la del centro estaba el cuerpo de Eusebio Herrera con los ojos abiertos.

Quedó el rumor de que Speranza Rinaldi era el diablo en el cuerpo de una mujer y se llevó al capitalino para cobrar su deuda.

La fémina nunca apareció y de allí nació la historia del diablo a la italiana en Nuevo Tonosí, Colón.