Porfirio Blanco, era un chico de 12 años a quienes todos respetaban en Barraza, corregimiento de El Chorrillo, en Panamá pero para eso tuvo que sufrir la gota gorda entre los preadolescentes del empobrecido sector.
Vivía en un apartamento de la primera torre con su
mamá, una maestra que dictaba clases en la escuela República de Chile., quien
crio al niño con buenos modales, educado, correcto, no decía palabras groseras
a nadie, menos delante de la autora de sus días.
Su mamá, identificada como Marina Blanco, oriunda de
Garachiné, Darién llegó a la capital cuando tenía 20 años, con el vientre medio
elevado porque su descendiente venía a ver la luz del mundo dentro de los
próximos seis meses.
Víctima de un engaño masculino, la mujer se tragó su
sapo, estudió, fue madre soltera, alta, de raza negra, atractiva, ojos negros y
cabello rizado, tenía una barrera contra los varones, tras su triste experiencia.
El pequeño Porfirio, también de raza negra, le encantaba
la lucha grecorromana, por lo que Alex Maestre, un maestro de educación física
instó a Marina que incluyera a su nene en las clases que él dictaba en las
tardes en el gimnasio de Barraza.
El también docente, blanco, con cuerpo de luchador,
ojos miel, cabello castaño oscuro y alto, tenía cierto sentimiento de amor
hacia su colega, sin embargo, no se atrevía confesarlo por temor a un rechazo.
La idea de que el chico hiciera deportes era buena, pero
entró en un mundo de muchachos con graves problemas sociales o en riesgo, como
ahora le denominan a los posibles maleantes.
Niños con padres presos, consumidores de drogas, mamás
prostitutas, perequeras, ladrones o ladronas, escandalosas de barrio y
vendedoras de estupefacientes, así eran la mayoría de los padres de los aspirantes
a luchadores.
Había 12 muchachos en la clase, de inmediato, uno de
13 años, a quien apodaban “Sin Alma”, se la veló a Porfirio.
En el edificio donde residía los pelaos poco se metían
con Porfirio, algunos lo molestaban, pero de ahí nada más.
Porfirio Blanco debía caminar desde el primer edificio
donde vivía, a pocos pasos del colegio Centro Amador Guerrero hasta el último, ya
que al lado estaba el gimnasio.
Todos los días lo esperaba “Sin Alma” para patearle el
trasero delante de sus compañeros, la víctima no hacía nada, no lloraba, ni se
defendía, sino que aceleraba el paso para entrar al centro de entrenamiento.
Pasaron tres meses, Porfirio conocía algunas tácticas
de lucha grecorromana, no obstante, no las usaba para darse a respetar.
A los oídos del maestro llegó el rumor de que el muchacho
era víctima de maltrato por otro compañero y Porfirio lo negó, lo que dejó
dudoso al instructor.
El siguiente día, Alex Maestre, se escondió antes de que
el preadolescente ingresara y vio cuando “Sin Alma”, le dio una fuerte patada
en las nalgas a Porfirio, quien cayó al suelo y empezó a llorar.
El resto de los niños, quienes temían también a “Sin
Alma”, reían por lo ocurrido, el maestro salió de su escondite, los regañó, le
dijo a Porfirio que peleara porque era el momento de darse a respetar.
“Sin Alma” soltó la carcajada, pero el educado niño
obedeció y “se cuadró”.
-Te voy a sacar la mierda-, dijo “Sin Alma”.
Dieron algunas vueltas, el chico malo tiró el primer
golpe que dio en la cara de Porfirio, que cayó, pero se levantó, luego el
malvado lanzó una derecha, que fue esquivada, el novato le zampó una izquierda
en la barbilla a su contendor que lo dejó en el pavimento.
-¡No dejes que se levante-!, gritó el instructor a Porfirio,
quien se acercó a su rival, le metió otra izquierda en la misma barbilla y
luego una derecha en el ojo izquierdo de “Sin Alma”. Quedó fuera de combate.
El maestro tuvo que meterse para separarlos porque
a “Sin Alma” lo remataban con golpes y al final resultó con ambos ojos
hinchados y la boca rota.
Los chicos cargaron a Porfirio como si fuese un
campeón mundial de peso ligero, mientras que la noticia se corrió por todo el
sector y el pendejo se transformó en alguien que los pelaos saludaban y
respetaban.
La tía del derrotado quiso hacer un escándalo al
entrenador, pero este fue claro de que se trató de una pelea limpia ante el
abuso de su sobrino con un muchacho tranquilo.
El real nombre de “Sin Alma” era Pacífico Guevara,
cuyo padre estaba preso y su mamá consumía marihuana, por lo que era obvio que
tuviese problemas de personalidad y formación.
Posteriormente del encuentro boxístico, ambos ganaron
medallas de oro, plata y bronce en competencias locales e internacionales, se
graduaron de abogado, se cambiaron de vivienda y se hicieron compadres.
La madre se empató con el entrenador de lucha
grecorromana.
En los barrios pobres hay miles de historias por
contar y ahora el gimnasio de Barraza, fue rebautizado como Gimnasio Municipal de Boxeo Jesús
“Master” Gómez.
👏👏👏
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