El yoyo mágico

 Anais y Marcos, era una pareja de clase media, residían en Chanis, corregimiento de Parque Lefevre, en la periferia de la ciudad de Panamá, antes de que se privatizaran los Casinos Nacionales y llevaban una vida cómoda.

Ella media acholada, blanca, de baja estatura, delgada, ojos, cabello pardo y bocatoreña, mientras que su marido era capitalino, blanco, bajo, algo obeso, ojos color café y se afeitaba la cabeza.

Cada uno poseía su vehículo, sus dos hijos estudiaban en colegios privados, con colegial, vestían ropas de marca, joyas, viajaban mucho, sin embargo, sus ingresos laborales no compensaban tren de vida que acarreaban.

Anais trabajaba como gerente en un almacén y su esposo como vendedor de harina en las panaderías en las ciudades de Panamá y Colón, por lo que sus vecinos sospechaban que en algo andaban.

Una hipoteca de 300 dólares mensuales, televisión por cable, además de aire acondicionado central en toda su vivienda, evidenciaba que los gastos elevados no se sostenían con los salarios del matrimonio.



Los viernes y sábados la pareja frecuentaba los casinos de la capital, generalmente recorrían entre dos y tres, pero nunca perdían.

Avispados, utilizaban las monedas de la empresa estatal, le abrían un hueco y con hilo de nylon la ataban, posteriormente marcaban toda la cantidad de créditos posibles, luego jugaban algunos tiros y al rato apretaban el botón de cobrar.

El método conocido como “el yoyo” de subir y bajar la moneda con el hilo, tenía de vuelta y media a los casinos nacionales, aún no los sorprendían, regresaban a su vivienda muertos de la risa y con buco dinero.

Un costoso modus viviendi que debían costear a costilla de lo que sea, no obstante, usaron su astucia e inteligencia para mal y operaron por cuatro años incluso hasta en otras salas de juego del país.

Pero la ambición es la trampa de los delincuentes, querían más y crearon toda una red para desbancar a los casinos nacionales y se distribuían el dinero mediante la conocida estafa.

El clásico “nadie se dará cuenta” era común entre los diez que conformaban el grupo, hasta que por mala suerte una de las chicas fue pillada en momentos que manipulaba “el yoyo” en el casino de El Dorado, en la vía Ricardo J. Alfaro.



Fue detenida e interrogada, la mujer temerosa porque le informaron que pasaría al menos cinco años de vacaciones en la Cárcel de Mujeres de San Miguelito, se convirtió en testigo protegido.

La fémina tomó la guitarra y entonó toda la melodía posible, lo que generó que la policía y funcionarios de instrucción allanaran, a la semana, la residencia de Anais y Marcos, un sábado al mediodía frente a todos los vecinos.

En un principio se resistieron, no obstante, hubo una operación encubierta con video, le dieron seguimiento y todo fue captado. Cero escapatoria.

Confesaron sus delitos, los trasladaron a la cárcel y al resto de la banda, luego fueron procesados y condenados a 6 años de prisión por los delitos de hurto, asociación ilícita para delinquir y estafa.

La banda de Anais y Marco quedó desarticulada, “el yoyo” de monedas trucadas fue neutralizado, se mejoró el sistema de seguridad y posteriormente en 1995 los casinos fueron privatizados.

Su avaricia les costó caro, en prisión, perdieron casa, sus hijos quedaron con la abuela paterna y con la afrenta de ser reconocidos en público como delincuentes.

Sustrajeron semanalmente entre 400 y 600 dólares durante cuatro años, pero el dinero sucio siempre mancha la mano y la reputación.

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