Dimas Benavides, de 40 años, era un vendedor internacional de ropa que laboraba en un almacén de la Zona Libre de Colón, por lo tanto, realizaba periplos a Argentina, Colombia, Venezuela, Ecuador, además de algunos países de Centroamérica.
Conocía Bogotá como la palma de su mano, también
Medellín, Cartagena y otras ciudades porque su trabajo así lo obligaba.
En uno de sus viajes se arrancó a una discoteca
ubicada en la calle 176, con Carrera 56, en Villas del Prado, de la capital
colombiana, donde vivía un amigo suyo que era gerente de un almacén de prendas
de vestir masculinas de marcas estadounidenses.
Omar Bustos, de 35 años, era un colombiano, oriundo de
Montería y que residía en Bogotá, luego de separarse de su esposa porque lo
pilló con una sensacional mona cuando vivían en Medellín, Antioquia.
Ambos caballeros sentados cada uno en sus sillas con
una botella de aguardiente y cervezas, naranjas injertadas, vasos, hielo y rantan
de mujeres en la pista de baile en el antro.
Los caballeros platicaban de sus problemas.
El istmeño era de piel canela, de mediana estatura,
cabello lacio negro, ojos pardos, mientras que el costeño blanco, de baja
estatura, algo obeso, ojos miel y cabello castaño oscuro.
Ya eran aproximadamente las diez de la noche cuando
ingresaron unas cuatro féminas de entre 24 y 28 años, lindas, con sus abrigos,
botas de gamuza que se usan mucho en ese clima. Parecían unas concursantes de
belleza.
Si hay algo que tiene la mujer colombiana es que son
generalmente atractivas, dependiendo de su lugar de procedencia son amables
(costeñas o de Medellín), pero las bogotanas tienden a ser más reservadas.
Frente a la mesa de los dos veteranos, estaban tres chicos de aproximadamente 25 años, blancos, cabello negro acholado, pequeños y
delgados, quienes miraban a la mesa de las cuatro mujeres.
Resulta que las damas eran turistas Tunja, capital del
departamento de Boyacá, fueron a conocer la megalópolis de Colombia, donde en
las mañanas debes ser un Sansón, tanto hombre como mujer, para subir al
Transmilenio.
La más joven, era de piel canela, delgada, pechos
llamativos y ojos oscuros, vestía un traje pegado, color azul y unas botas
negras. Su atractivo robaba la mirada de los caballeros, incluso los
acompañados.
Uno de los chicos de discoteca, identificado como José
Castaño, se babeaba con la benjamín del grupo, pero no se atrevía a invitarla a bailar, lo que llamó la
atención de los varones maduros quienes se reían del imberbe.
Para joder, Dimas Benavides, la sacó a bailar varias
veces, la dama accedía y luego su amigo Omar Bustos le seguía la corriente, sin
embargo, José Castaño solo observaba, a pesar de que sus amigos le decían que
la invitara a la pista.
Colocaron la canción “Bad Romance” de Lady Gaga, la
pista se llenó y las cuatro jovencitas bailaron y cantaron entre ellas.
Allí fue cuando Dimas Benavides, llamó a José Castaño,
lo invitó a conversar afuera, encendieron un cigarrillo y el panameño le instó
a atacar.
-¡Compa desahuévese! Esa chiquilla habló conmigo y
usted le gusta, pero sentado ahí no harás nada-.
-Es que soy tímido, no como usted, señor.
-Si te ahuevas, otro te la vuela-, respondió el
extranjero e ingresó a la discoteca.
Al cabo de media hora, José Castaño decidió romper su
timidez, fue donde la señorita, le extendió la mano y la dama se fue con él a
bailar.
Los veteranos abandonaron el antro, cada uno agarró su
camino porque el panameño viajaba rumbo a Ecuador para un cobro al día
siguiente.
Seis meses después de la historia del hombre tímido,
Dimas Benavides y Omar Bustos, compraban güisqui en el Centro Comercial Panamá,
cerca de la calle 182, con 20#91, cuando se encontraron con la pareja.
Los dos tórtolos tomados de la mano, la dama
embarazada y el joven tímido que no cabía en su pellejo de felicidad por la conquista, la mujer vio al
istmeño y al costeño, los reconoció y la pareja fue a saludarlos.
El panameño sorprendido, observó, la barriga de la
fémina y peló los ojos.
-¡Puta madre! El pendejo era yo-.
Los cuatro rieron.
Ja ja ja divertida historia
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