Ana Lucía lloraba en la sala de audiencias del Segundo Tribunal Superior de Justicia de la capital panameña, su blanco rostro era casi rojo, su hermosa cabellera larga llamaba la atención y sus ojos negros profundos denotaban temor.
Vestía una blusa blanca, una falda larga azul, con una
abertura a su derecha que dejaba a la vista sus muslos, sus manos esposadas y pies
prisioneros con grilletes que lastimaban sus talones de Aquiles, llevaba una zapatos negros sin tacones.
El lugar lleno de reporteros judiciales, Ana Lucía
confesó que le propinó 19 puñaladas a su madre en un apartamento donde ambas
vivían en El Cangrejo, sin embargo, hasta el día del juicio no reveló la razón
del sanguinario acto.
Tanto los investigadores como los periodistas, sabían
que ese tipo de asesinatos eran pasionales, había odio y saña en el actuar de
la sindicada, una antropóloga de profesión, egresada de la Universidad de
Guadalajara, México, gracias a una beca.
Con un coeficiente intelectual de 150, que solo poseía
el 1% de la población panameña, la joven de 25 años, podría pasar un mínimo de
20 años de prisión si era encontrada culpable por el jurado de conciencia.
La defensa estaba a cargo de Gilberto Oro García, un
famoso abogado penalista, quien representó a expresidentes, políticos,
empresarios, agentes de la Mossad, narcotraficantes y otros delincuentes de
alto perfil.
Mientras que la parte del Ministerio Público la
realizaba Sofronio Mendoza, un fiscal de armas da tomar, bien preparado, con
experiencia, usaba gafas impresionantes y sus alegatos siempre convencían a los
jurados.
Este tipo de juicios con jurados de conciencia son una
caja de sorpresas o lotería donde cualquiera situación puede ocurrir, las
partes en controversia buscan llegar al sentimiento de los jurados.
A confesión de parte, relevo de pruebas, un juicio en
derecho sería fatal para la dama, así que la defensa como el Ministerio Público
utilizaban el poder del convencimiento y la retórica.
Durante el juicio se reveló que la víctima y la
victimaria, eran inteligentes, también bipolares, la última sufrió una
violación de cuatro desalmados mientras pasaba un fin de semana en una casa de
playa en Punta Barco.
La mujer se negó a subir al estrado por recomendación
de su abogado, sus familiares, principalmente su abuelo y dos tías, pidieron
clemencia al jurado de conciencia porque era la única nieta y sobrina que
existía en la familia.
Algo contradictorio porque en los casos de homicidios
los primeros que piden justicia o condena es la familia, no obstante, en ese
caso era lo contrario.
Terminó el juicio a las 9 de la noche, fueron tres
días, los periodistas y el público esperaron por una hora afuera de la sala de
audiencias cuando anunciaron que ya había un veredicto.
En los casos penales, civiles, laborales y
contencioso-administrativo alguien gana y alguien pierde, no hay empate y en
este juicio de homicidio, el jurado consideró que la imputada era “inocente”.
Las dos tías y el abuelo se abrazaron, lloraron, los
reporteros sorprendidos por el fallo, aunque nunca tomaron en cuenta que la
propia familia pedía otra oportunidad.
El fiscal agachó la cabeza, la decisión de los jurados
es inapelable y se debe aceptar.
Ana Lucía se negó a hablar, fue trasladada a la Cárcel
de Mujeres, en San Miguelito, donde un camarógrafo la grabó cuando salía del
penal feliz y con una sonrisa pícara como quien dice: “gané y soy libre”.
Nunca se supo la razón del homicidio, la vida le dio
una segunda oportunidad y posteriormente la antropóloga desapareció de la vida
pública.
Triste 😥 a su propia madre. Bipolaridad o algún secreto, pero realmente triste.
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