Mía Callaghan, llevaba viviendo dos semanas en Bogotá por razones judiciales, ya que acompañó a su madre desde el Ulster (Irlanda del Norte) porque su tío estaba preso en La Picota.
El pariente de la joven, de 24 años, era acusado junto
con otros tres irlandeses, de entrenar en fabricación de coches-bombas y
explosivos a miembros de las clandestinas Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC), en San Vicente de Caguán en agosto de 2001.
La señorita estaba con el abogado defensor de su tío,
y su madre, Lita de Callaghan, en Bogotá Beer Company, de la 85, mientras
platicaban, comían y bebían cerveza negra Chapinero.
Al lugar se presentó Augusto Grenald, de raza negra,
alto, delgado, con abundante cabello rizado, recién graduado de ingeniero civil
y era empleado de la Dirección de Ingeniería Municipal de la Alcaldía de Colón, en Panamá.
El hombre llegó acompañado de un señor rubio, de unos
46 años, ojos verdes, de baja estatura, algo obeso y de aspecto muy refinado.
Ambos hablaban un castellano que los delató porque no
eran colombianos, sin embargo, la entrada de Augusto Grenald cobró notoriedad entre
los clientes, ya que, aunque en Colombia hay negros, muy poco frecuentan los
restaurantes, bares o discotecas del norte de Bogotá.
El compañero del ingeniero no era otro que Salvador
Fuentes, el encargado de negocios de la embajada de Panamá en Colombia.
Carne blanca, perdición del negro y al revés, Mía
Callaghan, no le quitaba la mirada al hombre de tez oscura y en traje de calle
con sus rizos. Más que un profesional liberal parecía un deportista o
futbolista.
Luego Augusto Grenald, fumaba afuera del local cuando
llegó la dama irlandesa a solicitar un encendedor, con su mal castellano, pero
el chico sabía inglés porque sus antepasados del Caribe lo trajeron a Colón y
su madre se lo enseñó.
El ingeniero fue flechado con esos ojos azules,
cabello rojo natural y toda la retórica del colonialismo británico en Irlanda
del Norte.
Tras conversar con Mía Callaghan, Augusto Grenald
quedó impresionado por ser una mujer culta y preparada, así que atrás quedó lo
físico porque lo intelectual no se borra, pero si la belleza.
Una plática de 10 minutos terminó en intercambio de
números de teléfono y citas en otras partes de Bogotá.
Las vacaciones del profesional panameño fueron
fabulosas, sin embargo, todo tiene su final y ambos debían abandonar la ciudad para
ir sus respectivos países.
La distancia no impide que las personas
hablen, ella lo invitó al Ulster para conocer mejor la situación de los
católicos, a lo que el caballero alegó no poder ir por razones laborales.
Transcurrieron seis meses de ese encuentro, cuando a
Augusto Grenald, le comunicaron que una mujer lo buscaba en la recepción y al
salir estaba ella, con su sensacional sonrisa, una bandera irlandesa en su mano
izquierda y una de Panamá en la derecha.
-Vine solo a verte a ti, mi negro adorado-, dijo ella
en su mal castellano.