El diputado

 

Por  Michelina  Rossi

En medio  de  la penumbra  de  la  noche,  ha  despertado  de  su  oscuro  ataúd,   José Drakul,   y  ha  enfilado sus  pasos  hacia  el  recinto  legislativo  porque  ansia degustar sangre  joven de  nuevos  diputados  que  ahora  trabajan  allí.  

Sin que ellos se dieran cuenta,  mató  a  cinco jóvenes  diputados  independientes,  mordiéndoles  en  sus  hermosos  cuellos. 





Los depositó en unos  negros ataúdes  hasta  que  despierten buscando sangre fresca  en  la  siguiente  noche.       

Los diputados independientes, asesinados certeramente por José  Drakul,    se  han  despertado  bruscamente  de  un  profundo  sueño con  muchas  ganas  de  degustar    una  deliciosa  sangre  en  una  copa  de  vino. 

Se sienten extraños y caminan como si fueran zombies por  una  vía  muy  transitada  y llena  de  gente  de  la  Ciudad  de  Panamá.  

Inconscientemente, se mezclan entre  la  gente  y  muerden  a  unos  incautos    que  esperan  un  autobús,  después  se  los  llevan  a  rastras  a  un  sitio  apartado  donde  todos  beberán  a gusto  su deliciosa  sangre.   

Y  nadie  nunca  sabrá  por  quién  ha  sido  mordidos.

Arrechura mortal

Las coloridas luces alumbraban las mesas, las paredes y el rostro de los asistentes del  bar Encanto, ubicado en la avenida Circunvalar de Pereira, Risaralda, en Colombia, un sábado durante el primer fin de semana puente del año 2010, cuyo lunes 5 de enero era libre.

Marino Córdoba ingresó, vestido con una camisa blanca bien almidonada, un pantalón negro, zapatos oscuros muy lustrados y bañado en perfume.

El caballero era de raza negra, alto, de ojos oscuros, con corte de cabello bajo y una contextura física de atleta, lo que generó que las chicas, la mayoría de ellas blancas, miraran al visitante.

Obvio que no era de allí, Marino Córdoba vivía en Quibdó, departamento del Chocó, trabajaba como capataz en la construcción y el periplo en avión a Pereira, lo hizo gracias al Baloto.



El masculino acertó varios números y se ganó 50 millones de pesos colombianos, lo que al cambio en dólares en esa época representaba 26 mil 42, siempre y cuando el valor del peso estuviese en 1,920  por dólar.

Le llamó la atención de que en las mesas había copas gigantescas, desde donde las chicas bebían el coctel con pitillos (carrizos en Panamá o pajillas) y entre las damas había una rubia, ojos azules, de baja estatura y lindo rostro.

Marino Córdoba se sentó en una de las bancas de la barra, el lugar era al aire libre, se veía el resto de los negocios, los vehículos que transitaban por la famosa calle y los transeúntes en busca de un lugar para rumbear.

Bebió aguardiente, solo miraba a la gente y viceversa, hasta que colocaron la canción “De bar en bar” de John Alex Castaño, era música norteña que poco se escucha en la costa o la selva, si no en el eje cafetero colombiano.

Miraba a la gente bailando hasta que un caballero, blanco, de baja estatura, ojos avellana, le dijo que en Pereira nadie rumbeaba solo y lo invitó precisamente a la mesa donde estaba la rubia.

Era Pamela Keller, la hija de un rico hacendado, casada, de 28 años, sin hijos, y mientras su esposo estaba en Alemania ella parrandeaba.

Marino Córdoba era casado y con tres hijos, pero le inventó una historia y no le dijo nada su mujer de que se ganó la lotería porque quería darse unos días de farra.



El grupo, de seis chicas y los dos caballeros, la pasaron bien hasta que llegó las dos de la mañana, hora en que cerraban todos los negocios de diversión.

Los de la mesa se dieron cuenta de que hubo atracción entre Pamela Keller y el capataz, ya que un viejo refrán dice que carne blanca es perdición del negro.

Antes de irse, el chocoano compró una botella de aguardiente, se despidió y se dirigió a tomar un taxi, cuando se apareció un Mercedes Benz, blanco deportivo, se abrió la ventana del pasajero y Pamela Keller le dijo que lo llevaría al hotel donde se hospedaba.

Se desviaron hasta las afueras de la ciudad e ingresaron a uno de los moteles de ocasión que abundan allí.

La pareja “café con leche” se desbordó de pasión, posiciones, gritos, gemidos, posteriormente entre el licor y los besos se durmieron.

Sonó el timbre de tiempo, ella aterrada porque debía irse a casa antes del amanecer, lo despertó, se vistieron y salieron del lugar.

Cuando se viaja por carretera hacia Pereira se debe subir unas lomas para entrar a la ciudad.

La dama iba como bólido en la vía, se pasó un camión de frutas, sin embargo, al intentar tomar el carril correcto perdió el control e impactó frontalmente con un contenedor.

Los ocupantes del auto de fabricación alemana fallecieron de forma instantánea, mientras que el conductor del camión resultó solo con algunas laceraciones.

Así culminó una arrechura mortal en Pereira.

El que a hierro mata...

Juan Camilo Molina, laboraba como Contador Público Autorizado (CPA) en el Ministerio de Minas y Energía de Colombia, ubicado en el Centro Administrativo Nacional (CAN), de barrio Salitre, Bogotá.

Ganaba un salario de un poco más de 2 millones de pesos colombianos, lo que equivaldría a  mil 40 dólares aproximadamente para el 2010, que es el año donde se desarrolla esta historia.

De baja estatura, blanco, ojos verdes, cabello negro, obeso y con pronunciadas mejillas, sus compañeros de la oficina se preguntaban lo que el caballero hacía para tener casi un ejército de mujeres detrás de él.

En los pasillos del ministerio decían que era un chulo, un brujo, un vividor, que estaba robando dinero al fisco colombiano, que era un prostituto de hombres y gran cantidad de rumores.



Juan Camilo Molina, tenía un Renault Grand Scenic, color gris, con vidrios polarizados y en cuya parte trasera cayeron gran cantidad de mujeres en el acto sexual.

Vivía en un apartamento en Suba, de dos recámaras, no tenía hijos, nadie le conocía un hermano o primo, solamente sabían que era del departamento de Casanare y se diplomó en la Universidad Nacional de Colombia.

Al ministerio llegó a trabajar Malena Varela, una cubana de raza negra, de 25 años, alta, con escultural cuerpo, cabello rizado y hermoso, además era economista, egresada de la Universidad de La Habana.

La dama era asesora del despacho superior y un día el colombiano quedó loquito con la mujer y pensó que sería su próxima víctima.

Intentaba meterle plática hasta que hubo una reunión y logró su objetivo, la invitó a almorzar cuando terminó el evento se fueron a la cafetería y acordaron tomarse unos tragos en el apartamento del masculino.

Malena Varela no era ninguna pendeja, Cuba es la tierra de todos los santos, babalaos, brujos, hechiceros, entre otras creencias no cristianas.

Ya en el apartamento, la escultural cubana se dio cuenta de que en unos de los tragos el caballero le agregó algo, se negó a beberlo, agarró otro vaso y se sirvió ron Caldas sin hielo ni mezclador, porque así se bebe en la isla.



Lo emborrachó y sin que se diera cuenta el varón, ella le dio a ingerir el trago que él le preparó, luego el hombre se quedó dormido, la mujer recorrió el apartamento, entró a uno de los cuartos y vio un altar. Era un brujo.

Con el pasar del tiempo, Juan Camilo Molina fue perdiendo peso, su cabello se caía, el carro se le dañó, no tenía dinero para repararlo y fue despedido de su empleo por acosador sexual.

Terminó en las calles de barrio Kennedy durmiendo entre los gamines (niños de la calle), los drogadictos y los ebrios.

Malena Varela se marchó a Miami, donde le ofrecieron un trabajo en una empresa especuladora de capitales y atrás dejó al conquistador “vuelto leña” porque el que a hierro mata a hierro muere.

'Pizza Topping'

Corría el año 1982 para Magda Carrizales, una adolescente de 13 años, quien residía con tres hermanas en un viejo caserón de mampostería, en la calle 5.a del corregimiento de San Felipe, en la Ciudad de Panamá.

Delgada, trigueña, pequeña estatura, cabello negro, lacio, ojos oscuros y una mirada triste que demostraba que no la pasaba bien, puesto que su madre era el sustento de la familia como vendedora en un almacén.

Cursaba el 8.o grado del colegio Bonifacio Pereira Jiménez (hoy Escuela Amador Guerrero que está, al lado de los edificios de Barraza) y en esa época funcionaba en las mañanas como escuelas repúblicas de Cuba, Argentina y Perú.

La chica caminaba a diario desde su casa, con sol o lluvia, ya que no había dinero para transporte colectivo y menos privado, además cuando tenía suerte su madre le daba 25 centavos de dólar.



Era la menor, todas sus hermanas estudiaban en otro colegio en la mañana y Magda iba en las tardes, lo que la dejaba en posición desventajosa.

Desayunaba dos trozos de pan, con una rueda de mortadela, partida en dos para que alcanzara y una taza de té. Muchas bocas que mantener por parte de su madre y un solo ingreso.

Eso era como a las 8:00 a.m. y su estómago no recibía alimentos antes de ir al colegio, así que tenía que sobrevivir, como dicen en Panamá “saltando garrocha” (pasar hambre) hasta regresar a casa, aproximadamente a las 6:30 p.m.

Magda tenía una amiga de nombre Viodelda, casi en las mismas condiciones, pero algo privilegiada porque solamente tenía un hermano.

Las adolescentes caminaban hacia el mismo colegio, aunque a veces Magda se presentaba unos 20 minutos antes de la salida.

Prácticamente, iba a mendigar un pedazo de pan con una salsa de tomate con hongos que Viodelda colocaba en un hornito de mesa. El producto se llamaba “Pizza Topping” y era popular en los años 80.



Se notaba la malnutrición de las chavalas, tanto en su tamaño diminuto como su contextura física, sin embargo, con libros prestados o idas a la biblioteca, las señoritas lograron terminar su secundaria, entre algunos fracasos, provocados por su situación socioeconómica.

Pasaron ya 25 años desde que se graduaron de bachillerato, Magda estudió Relaciones Internacionales y Viodelda, arquitectura, lo que les abrió las puertas a una mejor vida.

La primera fue embajadora de carrera en varios países y la segunda una famosa diseñadora de estructura, se casaron y tuvieron hijos.

Ninguna de las dos ocultó su origen humilde, se reunían cuando podían, bebían vino, en casa de algunas de una de las dos, a veces lloraban cuando recordaban lo difícil que es sentir el estómago, bailar y la “Pizza Topping” que numerosas veces les mató el hambre. 

La viuda

Por Michelina  Rossi

Celeste  Martínez, es una viuda de ochenta años, de tez blanca  y complexión  delgada,   se   encuentra  sola, triste  y  acongojada por el reciente fallecimiento de su esposo  Mario,  su  compañero  de  tantos  años.   

En medio de la soledad  y  los  recuerdos que la atormentan, Celeste empieza a  percibir  sucesos  extraños en su casa.    

Ella,  ha empezado  a  sentir  que  está  perdiendo  la  razón  porque  siente  la  presencia  del  que  se  fue  en  cada  rincón  de  la  casa, las   cortinas  se  mueven  en  ausencia  de  la  brisa, el  radio y el  televisor se encienden  solos, sin que los prenda  alguna  persona. 

El chirrido de una puerta que se abre, como si sus bisagras estuvieran oxidadas, y el  ruido que se oye al cerrarse.  



La estela de la fragancia cítrica de  la   Colonia   4711  invade  los  rincones  de  la  vivienda  cuando  la  presencia  de  Mario  se  hace  sentir  cerca  de  ella.

Se apoderan de su mente atormentada  los  recuerdos  del  vals  de  Johann Strauss,   que  ella  había  bailado  en  brazos  de su  amado  esposo  el  día  de  su  boda.  

Ambos,  bellamente  ataviados,  bailando  al  son   de  esta  melodiosa  música  en un  gran  salón    que  parecía  sacado  de   un  palacio  antiguo  austriaco.

Celeste,  aún no  comprende  lo  que  está  pasando  en  su  casa  y  en su  vida. En  medio  de  la  noche  y  en   la mitad  de una  pesadilla  vivida,   ella  empieza  a  temblar,   a  sentir  escalofríos  y  a  sudar  copiosamente.     

Porque,  además  de  la  presencia  de  su  esposo,    ha  empezado  a  sentir  que  se  apoderan  de  su  entorno  unas   entidades   mal  intencionadas   y  ahora  está  a  punto  de  enloquecer   porque   esas   apariciones  malévolas ahora   se  dedican  a  mover  mesas  vasos,  espejos  y  ella se siente  impotente  y más asustada  ante  tales  manifestaciones.


   

Con voz entrecortada, les pregunta directamente   quiénes  son ellos  y  que  buscan  en  mi  casa.

Le contestan con voz fuerte y  amenazante:   “tienes  que  salir  pronto  de  aquí porque nosotros  estamos  enterrados  debajo  de  tu  casa  y   estás  profanando  nuestras  tumbas”.

Los vecinos oyeron  que  la  anciana, sola, atormentada  y  desquiciada,  daba  gritos  y  alaridos  como  una  persona  demente.     

Tristemente, su  deterioro  fue  tal  que  la  llevó a terminar  sus días encerrada en una  institución para enfermos mentales.

 

Le robaron los huevos...

Manuel Delgado, era un empresario panameño, un oligarca de pura cepa, miembro del Partido Nacional de Panamá, pero donante de todos los candidatos presidenciales porque nunca ponía los huevos en una sola canasta.

Tenía negocios en bancos, inmobiliarias, financieras, terrenos, ganado, barcos pesqueros, transporte de carga, acciones en varias compañías, pactaba con todo lo que le producía ingresos, por lo que muchos decían que Manuel Delgado “fumaba bajo el agua”.

Como apostaba a los cuatro caballos ganadores, sus negocios crecían, trababa a cualquier pendejo que se atravesara en su camino, ya que tenía millones y poder, así que nunca lo investigaban o juzgaban.



Manuel Delgado tenía una preocupación porque los precios de los materiales de la construcción se disparaban, lo que generaba el alza de los precios y apartamentos y menos compradores.

Para el 2011, la migración masiva de venezolanos en Panamá era una realidad, estaban por todos los rincones del país, muchos trabajaban honradamente, sin embargo, otros venían hacer dinero “como sea”.

A la oficina del magnate, se presentaron tres chamos, identificados como Max Urdaneta, Alberto Ruiz y Efigenio Cardini, quienes venían en busca de socios panameños para un proyecto de edificar casas de material policloruro de vinilo (PVC) en todo Panamá.

La idea la tomaron del gobierno de su país porque había dado resultados, la ventaja era que los materiales eran baratos y una vivienda de 70 metros cuadrados se construía en una semana aproximadamente con la mano de obra de tres personas.

Los extranjeros le mostraron varios videos de la fase de construcción, costos y entrevistas a los compradores que elogiaban tener una vivienda digna, barata y que neutralizaba, tanto el frío como el calor.

Mario Delgado, le dijo que lo pensaría, investigó la página web, tenían una cuenta bancaria en Panamá, papeles en el Seguro Social y estaban registrados en la Dirección General de Ingresos (DGI).



Los citó, los tres llegaron en un flamante BMW, serie tres, color gris, del año 2010, lo que le intuyó al empresario que eran de fiar.

Pactaron que el istmeño daría cuatro millones de dólares, él entraría en la sociedad, transferiría el dinero y luego venía el resto porque ellos le presentaron varios títulos de propiedad de inmensas tierras.

Al mes de la transferencia, el caballero no tuvo noticias de los venezolanos, no respondían en celular, en las oficinas tampoco contestaban, decidió enviar un emisario, quien regresó con la mala noticia que el local estaba vacío.

Uno de los hombres más vivos de Panamá fue víctima de una estafa porque los foráneos, usaron identificación falsa, los títulos de propiedad eran alterados, retiraron el dinero y se marcharon del país.

Estaba cabreado, emputado y molesto, pero no tuvo más remedio que aceptar que le robaron los huevos al águila.

El sacerdote seductor

Todos los martes, después de la misa en el Santuario Nacional, ubicado en el elegante Obarrio, de la capital panameña, Encarnación de Van Dalen, se quedaba para platicar con el párroco Marcos Cubillas.

La dama era de la alta sociedad panameña, integrante del club Unión, accionista de varias empresas y dos bancos, además su esposo, Juan Van Dalen, también nadaba en dinero, pero era un mujeriego.

Dicen que plata llama a la plata, la familia forrada en miles de dólares, sin embargo, la infelicidad no entraba a la mansión que tenían en urbanización Altos del Golf, en el corregimiento de San Francisco.

Encarnación le pedía consejos al sacerdote Marcos, quien conversaba con ella para que la pareja encontrara una solución a sus problemas.



La dama era toda una modelo, de 35 años, tres hijos, sus rubios cabellos, blanca con abundantes pecas, ojos verdes, senos inmensos y trasero arreglado en el quirófano, demostraban que la fémina paraba tráfico.

Marcos Cubillas era un cura oriundo de Bocas del Toro, alto, de tez canela, ojos negros y cabello “sal y pimienta” lacio, con cuerpo de atleta porque hacía ejercicios y con 50 años.

Sobre todas las cosas y sus votos de castidad, el masculino seguía siendo un hombre, lo que hacía tambalear su rígida vida religiosa cuando Encarnación se acercaba para plantearle sus conflictos familiares.

Pantalones vaqueros ajustados, camisetas pegadas a su tórax que mostraban sus volcanes naturales, que a veces tapaba con una chaqueta, su sonrisa y ojos verdes brillantes, volverían loco a cualquier varón.

Posteriormente de seis meses de pláticas, se encontraron en un centro comercial y se fueron a comer, hasta que el cura no soportó y rompió el hielo.

-La verdad Encarnación es usted tan linda, me perdona, que no sé qué tiene en la cabeza su esposo, porque anda con otras mujeres-.



Ella, respiró y suspiró, le tomó la mano al cura.

-Gracias padre, lástima que usted es sacerdote y está prohibido, ya sabe que-.

Por ser peligroso el asunto cambiaron de tema y a la semana, ella lo llamó a las nueve de la noche, tras pelear con su esposo.

El sacerdote la recibió, ella lloró, conversaron, bebieron güisqui y ocurrió, lo se avecinaba o un “bicicleteo” de dos horas en la pieza del religioso.

Los encuentros fueron esporádicos, luego se convirtieron en mensuales y posteriormente semanales, ella no le reclamaba nada a su marido y este comenzó a sospechar que le pagaban con la misma moneda.

Al año y medio de los “bicicleteos” la dama quedó embarazada, Marcos Cubillas aterrado porque sabía que era el accionista mayoritario de la criatura.

Encarnación de Van Dalen, no abortó y tuvo al bebé, en la elegante clínica de Paitilla, pero cuando le colocaron al varoncito a su lado, venía el escándalo porque era toda la cara del sacerdote.

Los Van Dalen fueron la comidilla del club Unión o de los rabiblancos panameños porque el bebé era de piel canela y a medida que crecía se parecía físicamente a su padre biológico.

Obvio que si el matrimonio era de caucásicos y rubios, los descendientes serían iguales, pero en este caso no fue así.

A los tres años, al cura, por presiones del poder económico, lo trasladaron a una parroquia en Darién como castigo, pero dejó su semilla entre la oligarquía panameña, a pesar de ser un campesino bocatoreño.

Terror en el banco

Cuando Mario y Marisol entraron al Banco de Fomento Agrario, ubicado en Betania, en la Ciudad de Panamá, nunca se imaginaron la película de terror que vivirían y los uniría.

Era un jueves 17 de agosto de 2000, él trabajaba como asistente de contabilidad en una empresa de automóviles y ella se ganaba el pan como recepcionista en una publicitaria.

Aproximadamente a las 9:30 a.m. entraron tres sujetos, con fusiles rusos AK-47, vestidos de negro, con pasamontañas, uno con acento colombiano, gritó que era un asalto y ordenó a los clientes se colocaran boca abajo en el piso.

Las cajeras aterradas alzaron sus manos, corrieron donde los clientes y los imitaron, mientras solamente se escuchaba los gritos de cloacas de los maleantes, quienes amenazaron con disparar en la cabeza si no obedecían.



Marisol y Mario, no se conocían, quedaron uno a lado del otro, él le decía en voz baja que mantuviera la calma, ella quería gritar, pero el hombre extendió su mano derecha para unirse a la de la mujer como si fuesen pareja.

Ambos eran de mediana estatura, cabello lacio, piel blanca, ojos pardos y delgados

Dos de los asaltantes eran altos y el otro pequeño, pero este último daba las órdenes para que sus compañeros sustrajeran el dinero de las cajas, luego pidió que llamaran al gerente de la sucursal.

El ejecutivo preñado de miedo, mientras le apuntaban en la cabeza con el fusil europeo, respondió que la apertura bóveda era automática y se abría a las once de mañana, ya que por seguridad se cambiaba el horario.

Un sonido de impacto, un golpe de culata en la cabeza del gerente, lo dejó tirado en el piso con un hilo de sangre.

Tres minutos después se escuchó el sonido de un megáfono de la Policía Nacional.



Daban instrucción a los asaltantes para que liberaran a los rehenes y salieran con las manos en alto, debido a que estaban rodeados, no había ruta de escape y nadie debía salir ileso.

El colombiano caminó a la puerta principal, abrió fuego y un plomazo de un francotirador impactó sobre su frente, lo que lo dejó muerto en el piso y la forma de la bala en el pasamontaña. Quedó tirado boca arriba y al lado el fusil.

Los demás maleantes se rindieron sin robar nada, los clientes y empleados del banco corrieron, Mario, de 30 años, le extendió la mano a Marisol para abandonar el local, la dama, de 25 años, no paraba de llorar.

Afuera él la abrazaba para consolarla, aunque nunca tuvo intención de conquista, si no fue solidaridad.

El resto de los asaltantes fueron detenidos, la pareja fue interrogada por la policía, ambos iban a cambiar un cheque de XIII mes (una bonificación en Panamá), pagado dos días antes.

Se hicieron compinches, con el tiempo Mario y Marisol se enamoraron, se casaron y vivieron una vida normal, como muchas parejas, sin imaginarse que unos minutos de terror los uniría hasta que la muerte los separara.

 


Jessica

Cuando Mariano vio a Jessica, salir del colegio con su uniforme de falda chocolate, camisa blanca, zapatos color café, bien lustrados, su cabello negro ensortijado, ojos oscuros y cuerpecito de guitarra, quedó enamorado.

Ella iba con Roxana, blanca, con pecas, cabello lacio y castaño, de baja estatura y delgada, quien era novia de Fernando, amigo de Mariano, todos adolescentes de 16 años.

Las chicas estudiaban en Instituto Justo Arosemena (IJA) de Casino (ya demolido), ubicado al final de la vía España, en la Ciudad de Panamá, y ese miércoles, tenían la tarde libre, ya que ese colegio es de doble turno.

Se fueron a la casa de un amigo en Río Abajo, mientras que Roxana y Fernando se deban besitos en el patio trasero, Mariano y Jessica miraban la televisión.

Él tímido, apenas hablaba y ella rompió el hielo.

-Tú poco abres la boca-

-Es que soy tímido-, respondió el adolescente en momentos que miraba los dulces ojos de la señorita.



Él se acercó más a ella, quien cambió el canal para ver la telenovela mexicana “Sí. mi amor”.

Rieron chistearon, la otra pareja ni se asomaba porque no querían ser molestados.

Mariano preguntó si ella tenía novio, la respuesta fue negativa, él dijo que era soltero, pero se notaba una electricidad entre ambos adolescentes.  

Al terminar la telenovela, el chico encendió la radio y sonaba la canción “Get down” de Dixie Band, y la sacó a bailar, ella se levantó del sofá y vino el baile.

No hablaban y solamente se miraban a los ojos. Posteriormente, vino el beso apasionado.

Mariano estudiaba el V año en el Colegio Richard Neumann y ese día no tenía clases, así que decidió acompañar a su amigo a buscar a la novia, pero nunca imaginó que conocería a Jessica.

Vino la despedida, no intercambiaron teléfonos, no obstante, ella le comentó al chico, de piel canela, cabello lacio, ojos pardos y de baja estatura, que se verían el próximo miércoles.



Desde ese día, todos los miércoles, el chico se paveaba del colegio para encontrarse con Jessica.

Un amor sano, de adolescentes, quienes apenas empezaban a vivir, había miércoles que no se veían y los fines de semana los padres de la señorita no la dejaban salir sola.

Era un vaivén de los chicos hasta que discutieron porque Mariano le reclamó que solamente se citaban los miércoles en las tardes, ella intentó defenderse con el argumento de que “estaba tapada”.

Un conflicto que terminó mal porque ella se fue molesta de la casa donde se veían, no la dejaban hablar por teléfono fijo (en 1985 no había celulares) y tampoco salir sola.

Varias veces Mariano pasó por Juan Díaz, por donde vivía Jessica, pero nunca la volvió a ver ni tuvo noticias de ella.

Transcurrieron 35 años, y al Mariano escuchar la canción “Get down”, recuerda su amor de adolescencia de nombre Jessica.