Todos los martes, después de la misa en el Santuario Nacional, ubicado en el elegante Obarrio, de la capital panameña, Encarnación de Van Dalen, se quedaba para platicar con el párroco Marcos Cubillas.
La dama era de la alta sociedad panameña, integrante
del club Unión, accionista de varias empresas y dos bancos, además su esposo,
Juan Van Dalen, también nadaba en dinero, pero era un mujeriego.
Dicen que plata llama a la plata, la familia forrada
en miles de dólares, sin embargo, la infelicidad no entraba a la mansión que
tenían en urbanización Altos del Golf, en el corregimiento de San Francisco.
Encarnación le pedía consejos al sacerdote Marcos,
quien conversaba con ella para que la pareja encontrara una solución a sus
problemas.
La dama era toda una modelo, de 35 años, tres hijos,
sus rubios cabellos, blanca con abundantes pecas, ojos verdes, senos inmensos y
trasero arreglado en el quirófano, demostraban que la fémina paraba tráfico.
Marcos Cubillas era un cura oriundo de Bocas del Toro,
alto, de tez canela, ojos negros y cabello “sal y pimienta” lacio, con cuerpo
de atleta porque hacía ejercicios y con 50 años.
Sobre todas las cosas y sus votos de castidad, el
masculino seguía siendo un hombre, lo que hacía tambalear su rígida vida
religiosa cuando Encarnación se acercaba para plantearle sus conflictos
familiares.
Pantalones vaqueros ajustados, camisetas pegadas a su
tórax que mostraban sus volcanes naturales, que a veces tapaba con una
chaqueta, su sonrisa y ojos verdes brillantes, volverían loco a cualquier
varón.
Posteriormente de seis meses de pláticas, se
encontraron en un centro comercial y se fueron a comer, hasta que el cura no
soportó y rompió el hielo.
-La verdad Encarnación es usted tan linda, me perdona,
que no sé qué tiene en la cabeza su esposo, porque anda con otras mujeres-.
Ella, respiró y suspiró, le tomó la mano al cura.
-Gracias padre, lástima que usted es sacerdote y está
prohibido, ya sabe que-.
Por ser peligroso el asunto cambiaron de tema y a la
semana, ella lo llamó a las nueve de la noche, tras pelear con su esposo.
El sacerdote la recibió, ella lloró, conversaron, bebieron
güisqui y ocurrió, lo se avecinaba o un “bicicleteo” de dos horas en la pieza
del religioso.
Los encuentros fueron esporádicos, luego se
convirtieron en mensuales y posteriormente semanales, ella no le reclamaba nada
a su marido y este comenzó a sospechar que le pagaban con la misma moneda.
Al año y medio de los “bicicleteos” la dama quedó
embarazada, Marcos Cubillas aterrado porque sabía que era el accionista
mayoritario de la criatura.
Encarnación de Van Dalen, no abortó y tuvo al bebé, en
la elegante clínica de Paitilla, pero cuando le colocaron al varoncito a su
lado, venía el escándalo porque era toda la cara del sacerdote.
Los Van Dalen fueron la comidilla del club Unión o de
los rabiblancos panameños porque el bebé era de piel canela y a medida que
crecía se parecía físicamente a su padre biológico.
Obvio que si el matrimonio era de caucásicos y rubios, los descendientes serían iguales, pero en este caso no fue así.
A los tres años, al cura, por presiones del poder
económico, lo trasladaron a una parroquia en Darién como castigo, pero dejó su
semilla entre la oligarquía panameña, a pesar de ser un campesino bocatoreño.
Oiga, muy buena historia y bien 🔥🔥🔥
ResponderBorrarDónde hubo 🔥fuego, cenizas quedan. 🤣😂😅
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