Nunca me imaginé que los dos artículos literarios anteriores sobre el tema fueran polémicos, quizás porque desnudan la realidad de los literatos autopublicados en mi Panamá y de algunos autores con obras impresas por editoras.
Imposible de mencionar estadísticas de la cantidad de
libros vendidos o editados porque no existe, sin embargo, en la práctica se refleja
una dura batalla entre el público y los escritores.
Esto se nota en las ferias o bazares, ya que los
autores debemos aprender a ser unos malabaristas.
Una de las acciones realizadas es prácticamente jalar
al público, mostrar los libros e intentar convencerlos para que adquieran un
ejemplar de la novela, cuentos, obras de teatro, ensayos o poemas.
Esta acción me recuerda cuando era niño e iba con mi
madre a la Avenida Central porque los vendedores, principalmente de zapatos,
aplaudían y vociferaban ofertas.
Solo faltaba que estos señores llevaran de la mano a
los clientes para meterlos en el local y que compraran algún calzado.
Es entendible, debido a que el costo de la vida se
incrementa, el papel, los correctores y todo lo que conlleva a escribir, editar
e imprimir una obra literaria y hay que vender.
Ir a un bazar o feria de libro incluye el costo de
transporte, el esfuerzo mental, alimentación y una preparación psicológica para
aceptar que no venderás más de 10 libros, en la mayoría de los casos.
En ocasiones inviertes más dinero para ir de que lo
que vendes, no obstante, que un lector se lleve un ejemplar debe ser
satisfacción porque gota a gota la obra se leerá.
Si no tienes vehículo es necesario cruzar calles
peligrosas, aguantar sol, lluvia, viajar en colectivo, andar con un morral
pesado por los libros e incluso ir solo con el dinero del transporte bajo el
riesgo de “recoger algo”.
Por esas consideraciones es que digo que vender libros
en Panamá es como abrir un bar en Irán, por lo imposible que es y en un país
donde el mercado literario es prácticamente inexistente.
Algunos dicen que los escritores y poetas estamos
locos, puede ser y no lo refuto, pero en lo que redactamos reflejamos la
sociedad en que vivimos, transformamos lo irreal en real y contribuimos a
educar a la población.