Alberto Ng, era hijo de un chino que llegó sin un centavo a Panamá en 1935, se instaló en su colonia, ubicada en las inmediaciones del antiguo Mercado Público de la Ciudad de Panamá, casi inexistente en la actualidad, ya que la mayoría de los negocios se mudaron detrás del centro comercial El Dorado.
Su padre logró subir un par de escalones, su hijo lo
imitó y lo superó, siendo un contratista, dueño de tierras en varias partes del
país y de una importadora de productos provenientes de China Continental.
Alberto Ng, tenía un empleado de confianza llamado
Ramón Lezcano, un chiricano, oriundo de David, enemigo del alcohol y del
tabaco, pero todo un doctor en la conquista del sexo contrario.
Ramón Lezcano, se graduó de maestro de obras, en el
colegio Artes y Oficios, lo que en los años 40 y 50 equivalía prácticamente a
un título de ingeniero civil y ganaban mucha plata.
Una vieja costumbre en la campiña interiorana del
Panamá de ayer, era que los “pelaos” (jóvenes) tuviesen hijos y los dejaran al
cuidado de sus abuelas, debido a lógicas razones y la de edad.
También había otro problema al reconocer a los menores,
debido a que el registrador pedía el acta matrimonial, de no poseerla se
inscribía a los niños o niñas como hijo ilegítimo.
Eso de colocar en las actas si el hijo era legítimo o
ilegítimo terminó durante una de las presidencias de Arnulfo Arias Madrid.
Paralelamente, el chino y el chiricano tenían buena
amistad, el primero le daba trabajo al segundo, lo que generó que comprara
numerosas tierras en la periferia de la capital a bajo costo, por estar poco
habitadas.
A Ramón Lezcano le gustaba una prima de Alberto Ng,
identificada como Sunita Ng Wong, una china-panameña de segunda generación, y
cuya familia tenía un supermercado en Calidonia.
En 1957, Panamá era una sociedad conservadora y
machista con la tradición de que los oligarcas preñaban a las domésticas de
fincas, casas de campo o residencias, algunos de ellos ni reconocían al menor
ni mucho menos daban manutención.
El chiricano era uno de esos, su verdadero padre era
un “rabiblanco” de apellido Blair, pero nunca lo reconoció.
Entretanto, Alberto Ng, planeó una reunión de negocios
en su casa de Bella Vista, invitó a su prima Sunita y a Ramón Lezcano, a ver si
ambos “enganchaban”.
El conquistador era alto, blanco, con figura de
futbolista, ojos miel y poco cabello lacio oscuro.
Días antes, Alberto Ng, contrató a Diana, una mucama
chiricana, blanca, de mediana estatura, cabello negro, ojos pardos, delgada y
linda, con tan solo 16 años y recién llegada de su provincia.
Ambos invitados se presentaron, el anfitrión los
recibió y todo estaba preparado con anticipación.
Dos horas después, los tres platicaban sobre negocios y
daba la impresión que Sunita y Ramón tenían química.
Los abrebocas se acabaron y el chino-panameño fue a la
cocina para pedirle a Diana que friera más alas de pollo para los invitados y
trajera unas cervezas.
La chica, con su traje de mucama, llevaba en una bandeja
las bebidas, los convidados estaban de espalda, ella no los había visto cuando
llegaron, al voltearse Ramón Lezcano, a la adolescente se le cayó lo ordenado
al reconocerlo.
Se le salieron las lágrimas y solo dijo muy pausado: “Es
usted… Papá”.
La vida tiene kilométricas historias de encuentros
sorpresivos.
Una historia que lleva un claro mensaje a esos padres que abandonan a sus hijos 👏👏
ResponderBorrar