Cachita

 Jaimito y Pedrito, brincaban de alegría cuando su papá le trajo a su casa de Burunga, Arraiján, una perrita de dos meses, color negro con manchas blancas, animal que aumentaría la felicidad de la familia.

Rodolfo Campuzano, venía de Ecuador, tenía una panadería en calle 21 El Chorrillo y también un puesto de ventas de dulces, en el mercado periférico de ese corregimiento, donde sus hijos, Jaimito, de 10 años y Pedrito de 8, le ayudaban en el negocio.

Al can le pusieron el nombre de “Cachita”, juguetona, como todo ser cachorro, brincaba, corría, daba sus primeros mordiscos y con un ladrido de soprano que rompió la monotonía familiar.

Manuel era viudo, llegó sin dinero a Panamá, proveniente de Guayaquil, Ecuador con su mujer y sus descendientes, sin embargo, cuatro meses después de arribar al istmo, su esposa falleció en un accidente de tránsito.



El caballero se dedicó a trabajar arduamente, primero limpiaba una panadería, luego aprendió hacer panes y dulces, hasta que se le presentó una oportunidad y compró el negocio de calle 21 El Chorrillo.

Los niños asistían a la Escuela República de Cuba (hoy Centro Escolar Manuel Amador Guerrero), al lado de los edificios de Barraza.

Cachita no era de raza fina, si no como le dicen en Panamá “tinaquero”, pero muy bella, coqueta y amorosa.

Como no conocía el riesgo, en ocasiones cruzaba la calle del mercado, muy peligrosa para ella porque allí circulaban los autobuses de Arraiján, La Chorrera y Capira.

En ese lugar estaba la terminal y cientos de personas se desplazaban a diario para trabajar en la capital panameña, a comprar verduras o frutas en el mercado o comer en la fonda cercana.

Apenas llegaban a casa, los esperaba Cachita, can que saltaba y corría entre la vivienda de Burunga porque la dejaban sola, ya que Manuel no quería llevarla al negocio.

Los niños protestaban frente a su padre porque no querían dejar a su mascota sola en su vivienda hasta que retornaran, puesto que salían del colegio y se iban a la panadería de su papá hasta que cerraba y posteriormente se marchaban a su hogar.



Acordaron con Melche, la dueña de la fonda cercana, dejar a Cachita en sus alrededores porque la mujer tenía una hija de 7 años que podía cuidar a la mascota.

Marita, la hija del Melche, cuidaba a Cachita, era muy celosa, no la dejaba cruzar a la calle porque la colocó en un espacio cerrado con capacidad para la perrita se moviese.

Luego corría con ella en el estadio de Barraza, con amplio campo para que Cachita jugara sin peligro.

A los tres meses todo iba bien hasta que los niños y la niña no fueron a clases, posteriormente al llegar a casa su papá tenía un rostro de tristeza.

Jaimito y Pedrito, sintieron que algo pasaba, su padre movía la cabeza y decía lo siento.

Les contó que Cachita corrió hacia el mercado, momentos en que un bus de La Chorrera-Panamá venía, le aplastó la cabeza y la mató al instante.

Ambos chavales rompieron a llorar, su padre se les unió, los abrazó e intentó consolarlos.

Su mascota favorita se había ido, no lograron  acariciarla, los tres miraban las estrellas afuera de la casa en Burunga como para verla correr, brincar y ladrar entre las estrellas.

El golpe fue duro para los niños que apenas iniciaban sus vidas, pero siempre recordarán a su apreciada mascota Cachita que vive en sus corazones.

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