Hola Martita:
Desde que me condenaron ya mi vida no es, ni será
igual, puesto que ha girado de forma radical en esta prisión donde estaré hasta
que muera.
No veré crecer a nuestra hija Diana, que dé sus
primeros pasos, cuando vaya al colegio, al pasar de nivel en nivel, al
graduarse de secundaria, asistir a la universidad y diplomarse.
Además de esa puñalada que yo mismo me di, tampoco te
tendré entre mis brazos como antes de “caer”, no sentiré tus besos, ni mucho
menos disfrutaré de los momentos en que hacíamos el amor.
Tú, obligatoriamente, deberás hacer otra vida, con una
nueva pareja que te ofrezca estabilidad familiar, económica, amorosa y mucho
cariño para la niña porque soy un muerto viviente.
Crecí en mi natal Río Piedras (Puerto Rico), entre la
pobreza, las necesidades, en un barrio lleno de malandrines, vendedores y
fumadores de marihuana, pandilleros y mi madre quiso un cambio para mí.
Me envió al Bronx, Nueva York, donde la tía Poli para
salir de ese ambiente y para un mejor futuro, aunque el remedio fue peor que la
enfermedad porque acá existen más pandillas que en la Isla del Encanto.
Al mes me uní a los Latins Kings, para emerger del
lago de la pobreza que abunda en esta ciudad y quería ser respetado. Otro error más de mi vida.
Me da la impresión que los boricuas solamente tenemos
como futuro enlistarnos en el ejército de Estados Unidos o irnos a alguna
ciudad de este país para vivir de los contribuyentes. Soy el ejemplo vivo de
esta situación.
Para probar mi valentía, debía dispararle a alguien y
elegí a un ciudadano normal, común y corriente, un estadounidense blanco, de 25
años, recién graduado de la universidad e identificado como Gus Miller.
Pero alguien me delató y me pescaron, por lo que
perderé mi juventud hasta que Dios diga ya no más.
Jamás pensé que un disparo a un hombre cambiaría mi vida,
de un inocente que no conocía y escogí al azar. No quería matarlo, solo
herirlo.
La Isla Rikers, es un infierno repleto de homicidas,
narcotraficantes, drogadictos, mafiosos, pandilleros y ladrones, de todas las
etnias, además de nacionalidades y hasta mujeres que están separadas en otro
pabellón.
Haz tu vida, no vengas acá, busca un tercer país, vete
a Europa, cásate con un hombre bueno no un pandillero como yo que solo volaba
en un cielo de quimeras.
Quisiera que algún día los jóvenes leyeran esta carta para que aprendan que estar en una pandilla es una fantasía, el dinero fácil viene, pero se va rápido y que el que a hierro mata a hierro muere.
Estoy con una sentencia de por vida, acompañado por los
barrotes y a la espera de que otro preso pandillero me asesine o sea un anciano
para terminar esta eterna pesadilla.
Atentamente,
Robert Gómez
Desde la prisión de la Isla Rikers, Nueva York.
15 de marzo de 1995.