'Enloquecí por Mía'

Estaba recién llegado de Boston, donde terminé mis estudios secundarios, no quería estar más en Estados Unidos, así que a escondidas hice los exámenes para ingresar a la carrera de producción de cine y televisión.

Pasé, me matriculé en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de Panamá, cuando mis padres se enteraron, pegaron al grito al cielo porque su plan era enviarme a Oxford, Reino Unido.

Disculpen por no presentarme, soy Alberto Galindo Arias, un joven que algunos nos califican de rabiblancos u oligarcas, por nacer en cuna de oro, tengo 19 años, me gustan las chicas exóticas, ni rubias, ni blancas.

Mido 1.80 metros, rubio, ojos verdes, delgado, estudié en el colegio La Salle hasta sexto grado, luego mis padres me enviaron a Boston para perfeccionar mi inglés y prepárame en los negocios familiares.



Nada de eso me interesó, soy aventurero, loco, bohemio, de vez en cuando fumé monte para que mis ideas fluyan hasta que conocí a Mía, en la facultad.

La vi en el salón, sus ojos profundamente tristes y oscuros me llamaron la atención, su cuerpo de guitarra y la dulzura de su voz me enloquecieron.

Era muy pobre, vivía en una casa en Veracruz, Panamá Oeste, habitada por 15 personas, tenía un novio de la etnia guna, ella lo es también y empezó mi lucha por conquistarla.

Todo el salón sabía que me gustaba Mía, aunque ella pensaba que solamente la quería para sexo, luego abandonarla y no era así.

A los dos años de conocerla me enteré de que su novio embarazó a una paisana, ella lo dejó, lo que significaba que era mi momento para caerle, así que, durante las novatadas del 2010, fui como buitre con la chica guna.

Demoré en enamorarla, al final lo logré porque le demostré que aspiraba a una relación de novios, no de cama y Mía se hizo mi novia, a pesar de la oposición de mis padres.

Mis papás tenían una pareja para mí, con dinero y posición social, no obstante, no era de mi interés casarme con una mujer blanca porque en Estados Unidos, tuve una novia vietnamita.

En el club Unión se escandalizaron porque el hijo de los Galindo tenía una novia guna, no rabiblanca  e integrante de la alta sociedad, como dicen ellos.



Sabía que las cosas irían mal, conseguí un trabajo en una publicitaria en producción para aprender, Mía también en una empresa de venta de carros como asistente ejecutiva.

Nos cambiamos de turno para ir a clases en las noches, mis padres me presionaban para que dejara a Mía y me empatara con Lucrecia Hansen, del famoso club de ricos, pero me negué hasta que pasó lo impensable.

Mi novia tenía dos meses de embarazo, me fui de la casa para vivir con Mía, nos casamos en secreto, al enterarse mis papás se armó la gorda, amenazaron desheredarme y me dio igual.

Pasaron tres años, mi esposa tuvo un hermoso bebé bautizado con mi nombre, mi familia no se comunica conmigo, aunque me duele algún día deben comprender que el dueño de mi futuro y mi vida soy yo, no ellos.

Entre altas, bajas y con algunas necesidades sigo con mi mujer porque al final del camino, enloquecí por Mía.

Imagen de mujer cortesía de Dreamstime y no relacionada con la historia.


Pelea de travestis

Un círculo se formó en la populosa zona de Plaza Amador, con vecinos que compraban la polla ciega, jubilados, chiquillos que birriaban balompié en el cuadro, vendedores ambulantes y otros que reían al observar el hecho.

Dos travestis salieron de la cantina 7 Amores, ubicada en la esquina entre Calle 17, y la Calle B, en el corregimiento de El Chorrillo, para arreglar sus diferencias por un cliente del local.

Cristal, le reclamaba a Estrella que le quitó a un machigua que la acompañaba a beber cervezas y pagaría la suma de cinco dólares por un rato de placer en una de las pensiones baratas de Santa Ana.

Estrella lo negaba a gritos, argumentó que cuando entró al antro, el cliente se encontraba solo, le hizo una mirada sugestiva y fue correspondida.



La primera era de raza negra, de mediana estatura, con senos creados por hormonas femeninas de pastillas, ojos pardos y cabello rubio (peluca), mientras que la segunda era acholada, de mediana estatura, cabello lacio, ojos oscuros y sin trasero.

Corría agosto de 1976, cinco dólares era una suma que hoy es irrisoria, sin embargo, para esa época los alimentos eran baratos y podías ir a la tienda para adquirir comida.

Entretanto, un vecino de Plaza Amador, intervino para evitar la riña, pero Estrella le pidió que no se metiera en peleas de mujeres, lo que provocó que el caballero se apartara.

Ambas se gritaron toda clase de insultos, cloacas, se cagaba en las madres que las parió, sus labios se transformaron en una gigantesca cloaca por la cantidad de palabras de grueso calibre pronunciadas.

De pronto, se acercó Cristal, tomó por el cabello a Estrella, esta hizo lo mismo, aunque, solamente le quitó la peluca para dejar al descubierto sus negros cabellos de afro.



El círculo se amplió para dar espacio al circo barato de pueblo.

Los niños gritaban que le diera duro, que le halara más el cabello, los  adultos reían y los jubilados que dejaron la fila para comprar la polla ciega comentaban sobre la pelea.

Estrella, con sus largas uñas pintadas de rosa, arañó a su contrincante que la soltó para tocar su rostro lesionado.

Cristal amenazó con sacarle la madre y enviarla al hospital.

-Te estoy esperando, ven-, respondió Estrella.

El travesti de raza negra, le metió una zancadilla a la cholita, cayó al pavimento, aunque de inmediato se levantó.

Sabía que era imposible tomar por los cabellos a Cristal, así que cambió de estrategia.

-Vamos a pelar como hombres carajo-, gritó Estrella.

Se cuadró y le metió un derechazo a Cristal que la dejó en la calle.

Todo el público soltó la carcajada, nadie se metió, luego una ronda policial a pie (ya fue eliminada) que recorría el barrio vio la novedad, detuvieron a los travestis y llamaron a una patrulla para trasladarlas a la corregiduría.

El disputado cliente se esfumó y ambas rivales fueron multadas con 25 dólares por riña callejera.

'Se jodió la vaina'

El capitán Isaac Velarde quedó impresionado cuando llegó un fax con copias de los pasaportes de cuatro colombianos que solicitaron arrendar tres helicópteros para usarlos en fumigación de sembradíos en Los Santos, en agosto del año 1999.

Presuntamente, era una nueva empresa dedicada a esta faena, pero Velarde sospechó porque uno de los nombres no correspondía a la real identidad de los clientes.

Lo que no sabían los extranjeros era que todas las solicitudes de alquiler de naves eran trasladadas hacia el Servicio Nacional Naval para su verificación.

Uno de los pasaportes tenía el nombre de William John Arismedi Molina, pero no era su identidad correcta, el capitán panameño lo reconoció como Jahiro Restrepo, su compañero en la academia José María Córdova, ubicada en Antioquia, Colombia.

De inmediato, alertó a sus superiores y la empresa, quienes explicaron que los sudamericanos estaban en una isla en Colón.



Entretanto, en el Caribe panameño, unos ocho hombres esperaban impacientes la llamada de la compañía que alquilaría los helicópteros, no con idea de fumigar, sino de transportar abundante material bélico.

Pistolas, fusiles rusos AK-47, estadounidenses M-16, balas, granadas, chalecos, uniformes de selva, cascos, güisqui, ron y alimentos.

Se trataba de integrantes del Bloque Córdoba de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) para combatir las izquierdistas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

La guerra en Colombia se trasladaba a Panamá, no era nuevo, no solamente en Darién y Guna Yala, sino en otros lugares para abastecerse, vía aérea o marítima, de armas, municiones y comida.

Paralelamente, mientras los paramilitares de derecha esperaban con impaciencia el visto bueno, durmieron tres días en carpas, hasta el cuarto día, casi amaneciendo, se escuchó el sonido de varios helicópteros.

Era la aviación y la naval estatal que iban en busca de los extranjeros.

Restrepo vio con sus binoculares, los aparatos aéreos y las lanchas, corrió para alertar a sus camaradas.

-Se jodió, la vaina. Se jodió la vaina-, decía en momentos que tomó un fusil M-16 para enfrentar a las autoridades.



Tres lanchas se acercaron a la playa, una docena de hombres se bajó de cada una, tomaron posiciones, los helicópteros sobrevolaron los ranchos improvisados y por una alta voz se les pedía que se rindieran.

La superioridad era inmensa, los colombianos se rindieron, la noticia se conoció y el caso pasó al Ministerio Público para su investigación.

Tras tres años en detención preventiva, vino la audiencia preliminar (en esa época regía el sistema penal inquisitivo) y la defensa de Restrepo, logró conseguir una medida cautelar de casa por cárcel, ordenada por el juez.

Pasaron dos años más, entre recursos judiciales y nada de juicio, Restrepo se evadió vía marítima por Puerto Obaldía con un pasaporte falso.

Cuando vino la desmovilización de los paramilitares, fue libre totalmente, aunque estaba en la mira de la guerrilla y sus propios compañeros para que no abriera la boca.

En el 2006, el Restrepo fue liquidado con varios balazos en Medellín, presuntamente ordenado desde una cárcel en Bogotá por pugnas internas y nunca encontraron a los responsables.

Así terminó los días de un mando medio de las AUC.

Imágenes cortesía del Servicio Nacional Aeronaval (Senan).

La madrastra sexi

Isabel y Eduardo, establecieron su nido de amor, en una vivienda en Costa Verde, ubicada en La Chorrera, Panamá Oeste, una urbanización de clase media alta, ya que ambos como abogados gozaban de jugosas entradas de dinero.

Ella era juez de garantías, mientras que él laboraba como defensor público, lo que se traducía que ambos sumaban un salario de 10 mil dólares mensuales, nada malo para otros que sudaban la gota gorda con reducidos ingresos.

Se conocieron en el Órgano Judicial, como era lógico, él asistía a audiencias para defender clientes sin dinero, cuya representación legal la pagaban los contribuyentes panameños.

Una dama atractiva, alta, de piel canela, cuerpo sexi, cabello negro lacio, labios delgados, ojos pardos y que llamaba la atención, mientras que su pareja es alto, blanco, ojos oscuros, cabello negro lacio y cuerpo atlético.



Los dos asistían al gimnasio, así que están en forma, la fémina lucía excelente sus 45 abriles, mientras el marido ya casi llegaba a los 60 años, pero con cuerpo de luchador.

Isabel tenía una hija de 21 años, quien residía con su padre en Buenos Aires, donde estudiaba producción de cine, mientras que Eduardo dos hijos varones, uno casado y otro soltero.

La pareja tenía sus altas y bajas, peleas, ella era muy celosa porque el caballero era acosado, tanto por jovencitas como mujeres maduras, aunque él sabía manejar los sentimientos de su mujer.

Ya con un año de vivir juntos, llegó a la vivienda, William, el hijo menor de Eduardo, de 28 años, soltero, tímido, sin novia, ingeniero civil de profesión, residía en Santiago de Veraguas, donde laboraba en un proyecto carretero millonario.

William conocía a su madrastra por fotografías hasta que cuando ingresó a la hermosa vivienda y quedó impactado con el físico, la voz y la mirada de imán de la mujer madura.

Fue un flechazo desde primera vista y nada ni nadie podría detener los sentimientos del ingeniero.

En este caso, viene como anillo al dedo la frase de que tres son multitud.

William es el clon de su padre, físicamente hablando, pero casi un pendejo que en su vida tuvo dos o tres novias, no sabía bailar, leía, escribía cuentos de terror y se dedicaba a otras faenas.



Transcurrieron cuatro meses desde la llegada de William (venía una vez al mes), quien jamás le faltó el respeto a la mujer de su papá, este tampoco sospechaba y a la dama le gustaba el jovencito, sin embargo, marcó su distancia para evitar problemas.

El diablo es puerco, las tentaciones son difíciles de evadir y los gustos exóticos atraen como imán, lo que hace inevitable los encuentros cuando el propio sentimiento los pide a gritos en la mente.

Durante un asado en la casa de la familia, con abundante tequila, güisqui, cerveza y ron, los asistes bebieron y comieron como cosacos.

El primero en caer fue Eduardo, pasado el alcohol, luego los asistentes se marcharon para que Isabel junto con William limpiaran el desastre dejado por los invitados.

Cuando el joven estaba en la cocina, Isabel fue a llevar unos vasos de vidrios, lo miró con deseo, William, quedó inmovilizado, ella se acercó y su hijastro la besó intensamente.

Sin decir una palabra, la tomó de la mano para llevarla a su habitación, donde se convirtió en un corderito alimentándose de las mamas de la fémina madura.

Besos, caricias, abrazos, ella tenía destreza en la mano, el alcohol solo fue una excusa para lo que ocurría inexorablemente.

Réquiem por una madrasta sexi no era lo correcto, no obstante, cuando terminaron las dos horas de lujuria y pasión, al día siguiente William se marchó a Santiago de Veraguas.

Un pecado, un secreto, nadie debía saberlo, Eduardo ni cuenta se dio, seguía con su mujer a todos lados y su hijo lejos, sin deseos de visitarlo porque la conciencia le remordía.

Las cancheras

Yasuri y Misuli, son dos chicas, de 22 y 24 años, vecinas de Cabo Verde, donde abunda la pobreza, la carencia, la falta de cultura, educación y una zona peligrosa en extremo si entras sin alguien conocido del barrio.

Ninguna trabajaba, tenían maridos de ocasiones o masculinos que le ofrecían entre 20 o 30 dólares por una hora de placer para estallar la testosterona, saciar la lujuria y descargar el volcán interno.

Sin duda alguna, eran atractivas, Yasuri, es una culisa, pocotona, con nalgas y pechos enormes, mirada falsa y de imán, ojos pardos y cabello negro corto, mientras que la segunda es blanca, ojos miel delgada, senos pequeños y bien parados y una abundante cabellera castaño oscuro.

Ambas usaban su físico para atraer clientes por las inmediaciones del corregimiento de Calidonia, en la capital panameña o por la Plaza 5 de mayo, donde abundan los bares.



Sus víctimas eran los masculinos que frecuentaban los antros de mala muerte del área.

Ellas les hacían insinuaciones de alto calibre a los hombres bebidos, los que aceptaban eran trasladados a una esquina, cualquiera de las dos les bajaba la cremallera y la otra le quitaba la cartera o revisaba los bolsillos.

Muy famosas en la zona, inseparables, en ocasiones Yasuri salía a “trabajar” sola y Misuli le cuidaba los dos hijos, cuyos padres eran dos varones distintos del mismo barrio.

Vivir en los ghettos no es fácil, balaceras, riñas de hombres o mujeres, olores fétidos, basura a montón, música a todo volumen a cualquier hora y día de semana y abundante droga.

Yasuri y Misuli, son las dos mujeres típicas que los zaguanes absorbe, se niegan a buscar un futuro mejor para ellas y sus familias, quieren comodidades, vida fácil o dinero mediante delitos o su vulva.



Pero no todos en las áreas pobres son delincuentes, ya que existe gente que se prepara para salir de las carencias y la inmundicia que los rodea.

Era tres de noviembre de 2021, las chicas se preparaban para “laborar”, activaron su “modus operandi”, le cayeron a un buay que salió de la Saoco hasta la zapatilla en licor fuerte.

Un hombre acholado, de baja estatura y con una mochila, andaba por los quioscos que abundan por esa zona cuando se le apareció Misuli.

La víctima primero se metió al casino que está frente al Mercado de Buhonería de Calidonia, se ganó 600 dólares y posteriormente ingresó a la Saoco a celebrar, donde estaban las cancheras y lo vieron contar el dinero.

Al escuchar la propuesta de hacer un trío, al cholito le brillaron los ojos y aceptó pagar 30 dólares a cada dama por la ponchera.

Supuestamente, se iban a la pensión que está al lado de la farmacia Britannica en calle 25 Calidonia, pero al casi llegar, Yasuri se colocó frente al hombre, lo besó y Misuli introdujo su mano derecha en el bolsillo izquierdo del masculino.



Lo bolsearon, se llevaron un botín de 540 dólares y corrieron con destino a la antigua empresa de hielo.

Sin embargo, lo que desconocían las féminas era que todo fue captado por las cámaras de seguridad del Municipio de Panamá y la Policía Nacional (PN) porque trabajan en conjunto.

Muertas de la risa, estaban en la esquina de calle 26 este y la avenida Perú, donde dos patrullas las interceptaron y detuvieron.

Las trasladaron a la estación de policía para ser entregadas al Órgano Judicial para su proceso legal por robo.

El golpe no resultó y ahora pasarán unas vacaciones en la cárcel de mujeres donde podrán reflexionar sobre su futuro.

Imágenes cortesía del Municipio de Panamá y el Ministerio de Gobierno.


El sofá y yo

Mi primo Fausto murió en una tragedia automovilística en Lima, Perú, donde vivía desde hace 20 años, tras casarse con Milagros Paniagua, una limeña periodista y abogada que conoció en un congreso en Panamá.

La mujer de mi pariente, me notificó de la triste noticia y me pidió que hiciera un inventario de la casa que él arrendaba en Santa Clara, corregimiento de Juan Díaz, donde yo viví cinco años mientras estudiaba administración de empresas.

Encontré la propiedad en buen estado, solo con algunas fallas en el techo, plomerías y daños que son normales por el paso del tiempo. Sus antiguos habitantes la cuidaron bien.

Fui a la parte trasera, vi el rancho que mi tío construyó y donde protagonizamos muchas parrandas, con chicas de mi facultad y la de él (mi primo), principalmente cuando el viejo se marchaba a Bocas del Toro, donde nació.



El muro necesitaba reparaciones, presentaba algunos musgos, rasgaduras, faltaba cortar el monte, el bar se encontraba intacto, la pequeña piscina requería algo de mantenimiento, pero hubo algo que me llamó la atención.

Un sofá, color azul para tres personas, que cuando residía allí lo colocaron en la segunda sala, se notaba carcomido con el paso de las horas, aunque mantenía en algunas partes su color del mar.

Las flores se veían, algunas opacas, rosas rojas, otras rosadas, presentaba huecos, parte de la madera comida por la polilla y aún sobrevivían los cojines rojos, ya desgastados.

Solo sonreí porque recordé que allí en ese mueble hice muchos “mates” con novias, compañeras de la universidad, vecinas y loquillas que conocía de momento y las traía para darle “materile” como decimos en el istmo cuando le hacemos el amor a una dama.

Lo acaricié, casi lloré y recordé muchos nombres de féminas que me dieron su amor, sin embargo, las desprecié por inmadurez, juventud y solo pensar en sexo.

Al voltear para entrar a la vivienda escuché una voz.

-¿A dónde vas?-, oí, creí que  me volví loco porque supuestamente estaba solo, giré mi cabeza en círculo para buscar el origen del sonido y luego di un paso cuando me hablaron.



-No te vayas, soy el sofá. ¿Acaso no me recuerdas? Soy tu conciencia, tu voz interna, me hiciste un kilombo, una casa de ocasión, un prostíbulo y aún tengo tus productos lácteos en mi piel-.

-¿Un sofá que habla?-.

-Como quieras calificarlo, un sofá, tu conciencia, tu pasado, tu historia. Aquí vi mujeres, besarte, llorar, las encuerabas, sexo oral y te burlabas de algunas, escuchaba tus pláticas cuando les decías que no más-.

-¿A ti qué carajos te importa cuántas mujeres me tiré?. Eres solamente un sofá. Fuiste mi cama o soporte de lujuria de juventud-.

-Presta atención, es la primera vez que platico. ¿Has escuchado la frase de que si este sofá hablara? Pues lo hago. ¿Recuerdas Rubiela, Sofía, Teresa, María Cristina, Estefanía y un montón que te cogiste mientras yo escuchaba todo?

¿Y a ti que mierda te importa?-.

-¿De qué te sirvió? Tienes 50 años, sin hijos, no maduras, ya no eres un cóndor cazador, estás viejo, no tienes vivienda propia, ni un legado que dejar en este mundo-.

-Insisto que no es tu asunto. Mañana llamo para que te desmantelen, no jodas y te vayas a la misma mierda. Recuerda que soy Vicente Gómez, un macho de pura cepa-.

-Hazme leña si quieres. Te lo digo en tu cara, recapacita, aún estás a tiempo de hacer un giro en tus días.

El sofá calló y me puse a llorar porque nadie nunca hizo una radiografía sobre mí loca vida e inmunda  en tan poco tiempo 

Poema a la Santa Compaña

 


Por: Michelina Rossi

Por siglos y milenios,

La Santa Compaña

Ha recorrido los bosques sagrados de Galicia

En el día de los difuntos.

Son almas en pena

Que caminando en santa procesión van

Con túnicas negras

Y cadenas de presos sonoras 

Anuncian su fantasmal presencia

Por los pueblos y montañas gallegas

Buscando a algún desprevenido aldeano

Para sumarlo a su marcha de huesos y osarios caminantes.


Secuestro burlesco

El propio estado mayor de las Fuerzas de Defensa de Panamá (FF. DD.) no tenía idea de lo acontecido con el secuestro del empresario y banquero, Luis Thomas, mientras salía de uno de sus negocios, ubicado en la Zona Libre de Colón, en el caribe panameño.

Un caballero de esta talla, con ciudadanía panameña, estadounidense e israelí, fue sacado del país sin que los militares, quienes gobernaban con mano dura en 1987, se dieran cuenta, lo que representaba una burla a toda la seguridad estatal y la inteligencia en el G-2.

Ya habían pasado seis meses, los familiares de la víctima no contactaron más a los uniformados, sin conocer el paradero de un hombre poderoso, popular y querido en el país.

Los investigadores, en ese momento del Departamento Nacional de Investigaciones (Deni), concluyeron que solamente los grupos armados revolucionarios contaban con la astucia para llevar una operación arriesgada en extremo.



No era de extrañar, el centro bancario del istmo y su famoso “secreto bancario” permitía que dictadores, grupos de derecha e izquierda, espías, narcos y disidentes, depositar millones de dólares sin muchas preguntas.

Aunque con el tiempo los bancos aplicaron la política de “conozca a su cliente”, antes eso no existía y los depositantes eran bien recibidos, no se podía investigar ni en Panamá, ni desde el exterior porque el famoso secreto no lo permitía.

En todos los cuarteles de la FF. DD. había una foto de Thomas, con su nombre abajo, sin embargo, eso no servía de nada porque el hombre no estaba en Panamá.

Estados Unidos e Israel, informaron al gobierno panameño sobre la preocupación que un ciudadano de esas naciones fuese secuestrado y no había noticias.

Al año de la privación de la libertad, un hombre arribó a Panamá con un pasaporte boliviano con el nombre de Manuel Pavel, ingresó normalmente, tomó un taxi y salió de la terminal aérea.

Días después, los familiares informaron en los periódicos que la víctima fue liberada, que no pagaron rescate, estaba sano y salvo, pero nunca escuchó una voz de sus secuestradores.

Los tres oficiales de migración de turno esa noche y que no reconocieron a Thomas, fueron despedidos de sus cargos, ya que su fotografía estaba en las oficinas de la entidad y que ese tiempo formaba parte de las FF. DD.



Familiares de Thomas contaron que lo metieron en una habitación, sin ventanas, con un sanitario, un sujeto encapuchado le pasaba la comida, cada mes un médico lo visitaba para cuidar su salud, lo que se deducía que lo necesitaban vivo.

Explicaron que solo había un tragaluz lejos para escalar o una fuga imposible.

Con el pasar del tiempo, los investigadores supieron, por la inteligencia colombiana, que el origen del delito se inició cuando Jaime Bateman, el líder guerrillero del Movimiento 19 de Abril (M-19), murió en un accidente de avión en Darién.

Venía supuestamente a conversaciones de paz secretas con el gobierno colombiano, acompañado por el político derechista y piloto de la nave, Antonio Escobar Bravo. Nueve meses después de la tragedia, sus cuerpos fueron descubiertos.

Representantes del M-19, vieron a Panamá a reclamar el dinero del grupo insurgente, unos 10 millones de dólares depositados en el Banco de Fomento e Inversión, que fundó el abuelo de Thomas.

En el banco, les informaron a los guerrilleros que las cuentas cifradas no existían, lo que molestó a los revolucionarios, luego la cúpula del M-19, decidió secuestrar a Thomas hasta que pagara el dinero y los intereses.

Al final, el banco soltó la plata, liberaron al comerciante y los militares en el poder fueron totalmente burlados.

Siempre hay uno más astuto que el otro. Eso nos muestra la vida.


Fotografía de Jaime Bateman, cortesía de Wikipedia y del tragaluz de Dreamstime.

 

 

La pesadilla

 Constantino Cornejo, miraba sorprendido al pistolero que caminaba mientras disparaba un fusil ruso AK-47, se notaba las luces provocadas por la pólvora del arma de fuego.

A su alrededor, las personas se agachaban, en el mini súper de Chu Ming, frente al parque de Los Aburridos, los cristales presentaban los hoyos creados por el plomo al entrar.

Una niña de aproximadamente diez, años, acostada el piso para salvar su vida, ya que en los barrios donde las pandillas marcan sus territorios, es necesario aprender a la fuerza si quieres llegar a jubilarte.

En el antiguo mercado, unas señoras en el pavimento, con sus palanganas de comidas colocadas en mesas, algunas regadas en el suelo, macarrones, arroz, albóndigas, mondongo y ensalada de feria (papa, remolacha, apio y huevo con mayonesa), se mezclaba con la salsa roja.

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Del otro lado de la Avenida A, corregimiento de El Chorrillo, en la calle Juan A. Mendoza, dos muchachos disparan sus glock contra el pistolero.

Al sujeto le responden en un oeste moderno, caracterizado por barracas destartaladas, aguas negras, abundante pobreza, promiscuidad, falta de cultura y educación casera.

Una disputa por el tumbe de 10 quilos de cocaína, es el epicentro del conflicto entre dos pandillas rivales o una guerra sin cuartel porque alguien debe pagar por la mercancía perdida.

Constantino se agacha, se arrastra para no ser víctima de una bala, debido a que estas no conocen, ni llevan nombres completos, así que el caballero también aprende, aunque no es vecino de esa zona.

Sencillamente, fue desde Bella Vista, a comprar un ventilador para computadora personal porque la de su hijo se dañó y en las páginas de Internet demoraban dos semanas en traerlas a Panamá, por lo que la necesitaba de urgencia.

El único local de computadoras que tenía en Panamá la pieza requerida estaba en esa zona, así que se trasladó hasta el populoso sector y quedó en medio del salvaje y moderno oeste.



Los disparos no cesan, una automovilista herida en su pierna izquierda, intenta mover su carro, pero todos no circulan porque sus conductores no son pendejos o no quieren morir abaleados.

Constantino sigue arrastrándose hasta llegar a un lugar a salvo, lleva la pieza en la mano, el pandillero, apostado en la Avenida A, tiene los timbales grandes, ya que se coloca detrás de un poste de luz para cubrirse, recarga su arma y dispara otra vez.

Los viejos jubilados que juegan dominó, están detrás de dos árboles gruesos que pueden amortiguar el plomo, pero no Constantino.

En ese momento, el caballero siente un golpe en su pierna derecha, una bala se le introdujo en su muslo derecho, siente algo caliente, pero ve que la automovilista herida, gira hacia atrás.

Le grita que cuidado que está herido, ella no lo escucha, gira el volante hacia la izquierda para huir y coloca reversa con el fin de salir del atasco.

Los ojos de Constantino solamente ven el neumático cuando le pasa por su cráneo.

Abre sus ojos, está asustado, es domingo 30 de octubre de 2022, está sudado, orinado y fue una pesadilla.

Su mujer Glenda le pregunta si desayunará, el hombre responde que solo quiere café.

Se va al ordenador, entra a la plataforma de Amazon y compra la pieza de la computadora.

No quiere que la pesadilla sea una realidad.

Romance inmortal en Halloween

 Hadassa Ben Amir y Alfonso Ivanova, se amaban con intensidad universal, aunque las diferencias que los separaban eran abismales y luchaban por ese amor clandestino que caracteriza a los jóvenes que apenas tienen toda una vida por delante.

La religión y la pobreza, era los elementos que carcomía el romance de seis meses, ya que ella profesaba el judaísmo y residía en Punta Paitilla, mientras que el caballero era un católico no practicante, vecino de la calle 12 de Río Abajo, Panamá.

Hadassa era la hija de Suri, el dueño de un almacén en Calidonia, donde laboraba Alfonso como seguridad.

La fémina era toda una reina de belleza, blanca, delgada, ojos verdes, inmensa cabellera negra, paraba tráfico y sus padres le tenían un prometido llamado Salomón Chocrón, nativo de España o sefardita.



Alfonso era hijo de Sergei Ivanova, un marinero ruso, aventurero por naturaleza, cada vez que llegaba a Panamá se encontraba con Sofía, una residente en San Miguelito y quien laboraba en el muelle 18 del Pacífico panameño.

El jovencito heredó los ojos verdes de su padre, su cuerpo atlético y altura.

De su madre, piel negra, lo que lo convertía en un guapetón mestizo que enloquecía, no solamente a las mujeres de almacén, sino a la hija de patrón, lo que obligaba a encuentros secretos por lógicas razones.

La pareja se citaba a lugares clandestinos para no ser vistos, hacían el amor, aunque ella debía guardar la flor más preciada, por lo que el tren debía estacionarse en la parte trasera de la estación.

Sin embargo, eso no era impedimento y disfrutaban los intercambios de fluidos, en traje de Adán y Eva, las exploraciones montañeras del masculino y la erupción de la lava láctea.

Suri empezaba a sospechar que “había algo” entre Hadassa y Alfonso, ya que la gente no es pendeja, ata cabos, interpreta las miradas y lenguaje corporal. No siempre hay que hablar para meter la pata.

Así que el comerciante presionó al joven enamorado para que confesara.

Alfonso negó todo, Suri le ofreció 2 mil dólares para que se alejase de su hija y como se negó, lo despidió de su trabajo.

Sin fuente de empleo, el caballero de marras la pasaría mal, aunque su princesa lo ayudaría económicamente.



El tema de Alfonso fue netamente suerte porque hay hebreos que acceden a que sus hijos o hijas se casen con personas de otras religiones, no obstante, Suri era conservador y no quería, aunque Sara, la madre de Hadassa si aceptaba al novio de su descendiente.

Ese martes, 31 de octubre de 1989, la pareja decidió encontrarse en un hotel de lujo de la capital panameña, tenían todo planeado y sería un romance inmortal. Nada ni nadie podrá impedirlo.

Se registraron, bebieron, vino a montón, hicieron el amor como despedida, dos cuerpos pegados, tormentas de besos, aluviones de caricias, gemidos intensos, miradas profundas y diluvios en las mejillas de los enamorados.

Las toneladas de felicidad, momentáneas, pasaron al día siguiente a una desgarradora noticia cuando le notificaron a Suri y Sara, además de Sofía, de que sus hijos fueron encontrados muertos.

Ella lucía un traje de novia y él también, con los anillos de boda, ambos con zapatos, un ramo de rosas, vino y al lado una botella de veneno para ratas.

Los paramédicos dijeron que ninguno de los dos presentaba signos vitales, decidieron irse para convertir su amor en un romance inmortal.

La historia de Romeo y Julieta, se repite en numerosas ocasiones en el mundo, por diversas razones, y tampoco se detendrá.

Quizás, en alguna parte se encontrarán Hadassa y Alfonso, la chica rica y el joven pobretón.

Preso 16 años e inocente

Cuando Aníbal Pérez, escuchó el veredicto del jurado de conciencia, rompió a llorar en la sala de audiencias del Segundo Tribunal Superior de Justicia de Panamá, ya que pasó 16 años en detención preventiva por el cargo de homicidio.

No había evidencias de que el taxista de 46 años participó del asesinato a tiros del gallego Marcos Estévez, propietario de una cadena de restaurantes, en febrero de 1988, en Portobelo, Colón, en una finca de su propiedad.

Su único delito fue tomar una carrera de 100 dólares a un lugar tan lejano de la ciudad de Panamá, algo que le resolvería el día, sin embargo, Aníbal nunca se imaginaría la pesadilla por recoger a los colombianos Jhon Wilson Molina y Richard Escobar Maldonado.

A estos dos últimos, el jurado de conciencia los declaró culpables de homicidio y condenados a 20 años, de los cuales solamente le faltaban cuatro para cumplir la pena completa.



La muerte de Estévez fue por encargo de su primer hijo, Alfredo Estévez, quien huyó a Castro, Galicia, poblado de donde venía su padre cuando llegó al istmo durante la dictadura franquista y con 30 dólares en el bolsillo.

Aníbal perdió su matrimonio, tenía una hija de 5 años y otra de 3 cuando fue detenido, ellas lo visitaban de vez en cuando a la prisión, pero Marita, su exmujer, se “bajó del caballo” al estar ocho años tras los barrotes.

La fiscalía insistía en que el trabajador del volante estaba en componenda con los sudamericanos para matar al empresario, se negó a darle medida cautelar de país o ciudad por cárcel y lo mantuvo guardado hasta el final del juicio.

Uno de los pecados mortales del sistema judicial inquisitivo panameño que reinaba durante la época, es que el Ministerio Público, era dueño absoluto de la libertad corporal de las personas, aunque fueras sospechoso.

El Estado, en compensación, le entregó un vehículo y un cupo de taxi para que Aníbal se ganara la vida, a lo que el caballero decía que pasó 16 años preso y el gobierno lo trataba como un mendigo.

-Un cupo de taxi y un carro por estar 16 años detenido, siendo inocente es tratarte como si fueses limosnero-, comentó en una ocasión el taxista a un pasajero.

El asunto fue que le llovieron los abogados a Aníbal, uno de ellos presentó una demanda de daños y perjuicios contra el Estado panameño y pedía 10 millones de dólares como resarcimiento.



Mientras que Alfredo Estévez, 17 años después, fue detenido en Vigo, llevado a un tribunal, pagó 100 mil euros de finanza (unos 99,579 dólares aproximadamente) para salir en libertad vigilada.

La vida en prisión es dura en extremo, no existe la privacidad, el encierro genera demencia, depresión, te codeas con criminales de alta peligrosidad como asesinos, asaltantes, violadores, ladrones profesionales y novatos, entre otros.

En ese mundo, Aníbal pasó 16 largos, adelgazó, perdió todo su cabello, su aspecto físico era de un hombre de 60 años, cuando en realidad salió con 46 años. Todo un desastre.

Alfredo Estévez es investigado en España, no puede ser extraditado por ser ciudadano español, mientras que Aníbal intenta recuperar su vida destrozada por sencillamente hacer su trabajo y un sistema judicial descarriado y  preñado de fallas.

Las hijas de Aníbal ya están casadas y con hijos, lo visitan todos los domingos en un cuarto donde vive en el corregimiento de Juan Díaz.

Cada vez que se marchan, el taxista llora porque no logró ver crecer a sus hijas, algo que ni 100 millones de dólares podrán recompensar porque el mango maduro no vuelve a verde.