El sofá y yo

Mi primo Fausto murió en una tragedia automovilística en Lima, Perú, donde vivía desde hace 20 años, tras casarse con Milagros Paniagua, una limeña periodista y abogada que conoció en un congreso en Panamá.

La mujer de mi pariente, me notificó de la triste noticia y me pidió que hiciera un inventario de la casa que él arrendaba en Santa Clara, corregimiento de Juan Díaz, donde yo viví cinco años mientras estudiaba administración de empresas.

Encontré la propiedad en buen estado, solo con algunas fallas en el techo, plomerías y daños que son normales por el paso del tiempo. Sus antiguos habitantes la cuidaron bien.

Fui a la parte trasera, vi el rancho que mi tío construyó y donde protagonizamos muchas parrandas, con chicas de mi facultad y la de él (mi primo), principalmente cuando el viejo se marchaba a Bocas del Toro, donde nació.



El muro necesitaba reparaciones, presentaba algunos musgos, rasgaduras, faltaba cortar el monte, el bar se encontraba intacto, la pequeña piscina requería algo de mantenimiento, pero hubo algo que me llamó la atención.

Un sofá, color azul para tres personas, que cuando residía allí lo colocaron en la segunda sala, se notaba carcomido con el paso de las horas, aunque mantenía en algunas partes su color del mar.

Las flores se veían, algunas opacas, rosas rojas, otras rosadas, presentaba huecos, parte de la madera comida por la polilla y aún sobrevivían los cojines rojos, ya desgastados.

Solo sonreí porque recordé que allí en ese mueble hice muchos “mates” con novias, compañeras de la universidad, vecinas y loquillas que conocía de momento y las traía para darle “materile” como decimos en el istmo cuando le hacemos el amor a una dama.

Lo acaricié, casi lloré y recordé muchos nombres de féminas que me dieron su amor, sin embargo, las desprecié por inmadurez, juventud y solo pensar en sexo.

Al voltear para entrar a la vivienda escuché una voz.

-¿A dónde vas?-, oí, creí que  me volví loco porque supuestamente estaba solo, giré mi cabeza en círculo para buscar el origen del sonido y luego di un paso cuando me hablaron.



-No te vayas, soy el sofá. ¿Acaso no me recuerdas? Soy tu conciencia, tu voz interna, me hiciste un kilombo, una casa de ocasión, un prostíbulo y aún tengo tus productos lácteos en mi piel-.

-¿Un sofá que habla?-.

-Como quieras calificarlo, un sofá, tu conciencia, tu pasado, tu historia. Aquí vi mujeres, besarte, llorar, las encuerabas, sexo oral y te burlabas de algunas, escuchaba tus pláticas cuando les decías que no más-.

-¿A ti qué carajos te importa cuántas mujeres me tiré?. Eres solamente un sofá. Fuiste mi cama o soporte de lujuria de juventud-.

-Presta atención, es la primera vez que platico. ¿Has escuchado la frase de que si este sofá hablara? Pues lo hago. ¿Recuerdas Rubiela, Sofía, Teresa, María Cristina, Estefanía y un montón que te cogiste mientras yo escuchaba todo?

¿Y a ti que mierda te importa?-.

-¿De qué te sirvió? Tienes 50 años, sin hijos, no maduras, ya no eres un cóndor cazador, estás viejo, no tienes vivienda propia, ni un legado que dejar en este mundo-.

-Insisto que no es tu asunto. Mañana llamo para que te desmantelen, no jodas y te vayas a la misma mierda. Recuerda que soy Vicente Gómez, un macho de pura cepa-.

-Hazme leña si quieres. Te lo digo en tu cara, recapacita, aún estás a tiempo de hacer un giro en tus días.

El sofá calló y me puse a llorar porque nadie nunca hizo una radiografía sobre mí loca vida e inmunda  en tan poco tiempo 

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