Mientras el sol abrasaba, Pisulino regresa con una bolsa de papel reciclado y una sonrisa de oreja a oreja.
“Lo trabé”, pensó el niño de diez
años, al recordar que vendió una bolsa de jabón en cinco dólares, cuando el
precio real era de tres. La ganancia era de 50 centavos, pero usó su astucia
para inflar el precio de la mercancía de contrabando proveniente del comisariato
de Balboa (antigua Zona del Canal de Panamá) y logró obtener dos dólares de ganancia extra.
Llegó al cuarto donde vivía en “Hueco Sucio” de Plaza Amador.
Afuera de su vivienda había una mesa donde
colocaban los platos y se lavaban, mientras que dentro de ella un televisor
RCA, una mesa destartalada, un calendario de signos zodiacales con posiciones
sexuales, una lámpara y un viejo sofá.
Subió por el altillo para buscar
ropa limpia, se bañó, se cambió y salió donde Miroslava.
-Aquí tiene señora Mirolsava, son 16
dólares de la mercancía vendida de su señor. Me corresponden tres dólares-.
-Coge lo tuyo y regresa en dos días
porque Roberto aún no trae mercancía. Hay muchos operativos en la Zona y le
quitan los carnés a los gringos que pillen comprando mercancía para venderla acá-, respondió la señora.
Pisulino abandonó el destruido
caserón de madera, donde las aguas negras se mezclaban con los olores fétidos,
el moho de las paredes y la ropa de baratillo tendida en las cuerdas.
Como era rico, vanagloriaba con sus amigos, les pagó gaseosas a cinco de ellos, le compró un dulce de canela y un jugo a Daysi.
La niña era su vecinita santeña de ojos color miel, mientras que Pisulino era de piel canela
y cabello lacio, delgado y pequeño. Estaba prendido con la santeña.
El alumno supera al maestro.
Pisulino harto ya de ser empleado, aprovechó que una zonian se derretía por su
hermano mayor.
Pidió 20 dólares prestado para irse con Sandra Lee al comisariato de Corozal y trajo una bolsa llena de golosinas, cuyas
ganancias serían el triple de la inversión.
Gomas de mascar, galletas,
caramelos, pastillas y gran cantidad de dulces compró con el dinero.
Al enterarse que el chiquillo se independizó, Roberto lo buscó hasta
encontrarlo, lo agarró por la camiseta y le reclamó por quitarle los clientes.
La salida más rápida del chavalo fue
patearle los testículos y posteriormente huyó.
-Soy un pelao, pero no pendejo-,
gritó mientras huía con la bolsa llena de caramelos.