Sin nada

Ceréndulo Ruíz Salerno, regresó a principios de 1990 a Panamá, luego de más de dos años en el exilio que le impuso la dictadura militar, que lo envió a Ecuador y luego el hombre, aprovechó su ascendencia materna italiana para residir en Roma.

Sin embargo, el varón no se fue solo, se llevó a su amante de 25 años, a quien le doblaba la edad y era su secretaria en la firma de abogados, donde Ceréndulo era socio.

La esposa Miriam de Ruíz, tuvo un papel muy duro ante la alta sociedad panameña al soportar la vergüenza de que su marido se llevara a la querida y no a ella junto con sus dos hijas.



Cuando ingresaba a las actividades sociales, la gente la miraba y se reían en su espalda, pero, aunque ella lo sabía, prefirió guardar silencio para no reñir con los asociados, no solo de vida social, sino también de actividades comerciales.

Ceréndulo se dio la vida de rico en Roma, aprovechó que contaba con varias propiedades, mantenía cuentas bancarias en Estados Unidos, Italia y el Reino Unido, así que el dinero no era un asunto que le preocupara.

Antes de regresar a su país, el esposo infiel envió a su amante una semana de anticipación para evitar conflictos con su familia, no obstante, creía que su cónyuge desconocía que vivía un exilio dorado con una pollita.

Miriam le preparaba su mejor recibimiento, su esposo llamó desde el aeropuerto hacia la residencia familiar, ubicada en el elegante barrio de Altos del Golf, sin embargo, nadie respondió.



Ya era de noche, Ceréndulo cansado de un vuelo de más de diez horas, con escala en Madrid, tomó un taxi desde el aeropuerto de Tocumen hasta la casa, sin embargo, al llegar se encontró la sorpresa de su vida.

En venganza por hacerla pasar la vergüenza más grande de su existencia, la propiedad fue vendida, transacción que hizo con ayuda de los militares en el poder.

Ceréndulo, observó las estrellas, la media luna, la brisa casi secó la lluvia en sus mejillas, mientras sus ojos casi se nublaban del disgusto padecido por semejante noticia.

En la calle, con poco dinero, se fue a un teléfono monedero para hablar con un amigo que le ofreció albergue por unos días.

Temprano en mañana del día siguiente, se enteró de que su mujer, aprovechó su ausencia, se divorció y lo dejó si nada por infiel.

Las propiedades que ambos poseían fueron traspasadas a terceros, alquiladas y las cuentas bancarias cerradas.

Fotografías de Max Vahkbovycn de Pexels y archivo no relacionadas con la historia.

 

 

La señora del paraguas

A finales de los años 70, en la capital panameña eran común los robos en la bajada de la Salsipuedes, principalmente en horas de la madrugada cuando los transeúntes recorrían la zona para dirigirse hacia el Mercado Público.

Comerciantes, buhoneros y los clientes de las cantinas junto con los prostíbulos eran víctimas de los amigos de lo ajeno, quienes, sin piedad, y en ocasiones con armas blancas, despojaban a las personas del poco dinero que llevaban para sus compras.

Entre ellos estaba Cesarín con su madre Doralia, propietaria de una fonda en la desaparecida terminal de autobuses de Arraiján, Chorrera y Capira, ubicada en el Mercado Periférico del Chorrillo, donde hoy se ubica el Centro de Operaciones de la compañía estatal Mi Bus.



Madre e hijo andaban aproximadamente a las cuatro de la madrugada con el fin de adquirir víveres para el negocio de la señora, cuando de pronto se apareció un sujeto, acholado, con diente de oro y un cuchillo.

El antisocial le exigió a Doralia el dinero, la mujer asustada tomó su monedero, abrió, sacó 20 dólares, las lágrimas corrieron en sus mejillas porque la plata estaba programada para arroz, granos, trigo, aceite, café y azúcar.

Sin compasión el ladrón se abalanzó sobre sus víctimas, pero el impacto de un paraguas en la cabeza se lo impidió, no se detuvieron los golpes, la punta era de metal, la señora no paró, por el contrario, le metió varios paraguazos al sujeto, quien dejó caer el billete y huyó.

La presencia de la misteriosa dama, vestida con traje blanco, con una mancha roja en el pecho, gafas redondas, cabello sal y pimienta, zapatos negros de tacones pequeños y el paraguas negro, salvó a la comerciante y su hijo.

Era una noche fría, de las pocas existentes en la cálida ciudad de Panamá, con viento fuerte, muy estrellado y una luna llena que brillaba más de lo normal, pero la anciana despareció antes de que Doralia le diera las gracias.



Ambos se fueron al Mercado Público, terminaron sus compras y en la mañana Doralia les contó a sus otros dos hijos los hechos.

En la fonda un vendedor indostano escuchó, explicó que se hablaba del fantasma de una mujer asesinada por un ladrón en esa área, cuyo fin era proteger a los transeúntes, aunque destacó que solo era una leyenda.

Diez años después cuando Cesarín estudiaba periodismo, fue a la Biblioteca Nacional a realizar un trabajo de investigación en la hemeroteca, se sorprendió al ver en un periódico viejo, la foto de una anciana, identificada como Sujheis Alcántara, natural de Colombia, asesinada en la bajada de Salsipuedes de una puñalada en el corazón.

El parecido físico de la fotografía y la mujer que lo salvó a él y a su madre era como dos gotas de agua.

No había dudas de que el fantasma de Sujheis los ayudó a enfrentar al antisocial.

Fotografías cortesía del Municipio de Panamá y Rahul Pandit de Pexels no relacionadas con la historia.

 

Verano e invierno en Glasgow

 James Macdonald corrió por una calle de Glasgow para escapar de la policía, el sábado 3 de agosto de 2013, posteriormente de robar, con pistola en mano, una abarrotería, propiedad de unos pakistaníes.

Su necesidad de sustancias ilegales, generaron que el abogado desempleado cayera al subsuelo y los periplos astrales despierto, producto del consumo de la marihuana.

En pleno centro de la capital escocesa, los transeúntes miraban la persecución del hombre rubio, alto, cabello corto, con ropa de indigente, quien ingresó por un callejón y hubo un cambio radical.

James se encontró en una situación diferente, nevaba, lo que le llamó la atención porque era agosto, pero las calles estaban casi congeladas y hasta en las paredes había hielo.



Volteó la cabeza, poca concurrencia, la policía no lo seguía, observó su alrededor todo cubierto de blanco como río gigantesco lácteo, caminó y vio una pareja que discutía en un callejón.

Un hombre caucásico, con una mujer de origen africano peleaban, el varón le reclamaba una presunta infidelidad, ella lo negaba, mientras que James se asustó cuando el caballero sacó una pistola.

El ladrón miró a todos lados, ni una sola alma pululaba en las calles, escuchó un disparo, volteó la cabeza, la mujer estaba en el piso, el asesino lloraba, la besó, guardó el arma de fuego y corrió hacia afuera, James no se movió y el hombre lo atravesó.

Algo extraño pasaba, se fue hacia un puesto de ventas de periódicos y miró el diario The Mirror fechado el 8 de noviembre de 2015.

Aterrado, James se regresó por el mismo camino donde entró a otra dimensión que lo llevó al futuro, al retornar a la calle donde lo perseguía las autoridades, dos uniformados lo detuvieron de inmediato.



Les contó que fue testigo de un asesinato, que reconocía al autor del delito, sin embargo, ni la policía, ni el fiscal ni el juez le creyeron y lo sentenciaron a cuatro años de prisión por robo

Robert McKenzie fue uno de los policías que detuvo al abogado, le correspondió dos años después reportar el cuerpo de una mujer de tez negra, asesinada de un balazo.

Impresionado, recordó la historia del ladrón que le narró un homicidio, precisamente con las descripciones similares a las que acababa de reportar, así que McKenzie, le informó a sus superiores y buscaron a James en prisión.

Se hizo un retrato hablado, el homicida era Harold Miller, un empresario, casado y con tres hijos, quien presionado confesó ser el autor del delito, la dama era su amante y él sospechaba que le era infiel.

El asesino fue encerrado, a James le perdonaron los dos años que le faltaban para cumplir su sentencia, la policía no entendía cómo sabía los hechos, él nunca supo cómo y por qué viajó en el tiempo.

Imagen de Lisa Fotios y Aimee de Pexels no relacionadas con la historia.

 

 

 

 

 

El concierto

Los integrantes del grupo de Reggae, Los Pasieros, cantaban, el público coreaba a todo pulmón, el bajo de las bocinas estremecía las moléculas, el sudor viajaba por numerosos cuerpos del público y de pronto se fue la energía eléctrica.

Sonaron los primeros disparos, una guerra antigua entre las pandillas Los Intocables y Ángeles Rojos, por disputa territorial con el fin de vender drogas, generó una estampida general.

Chacho y Luchito, residían a pocos metros de la discoteca al aire libre, donde se desarrolló el concierto, miraron asombrados cómo los fanáticos corrían con el fin de salvar sus vidas en momentos que la balas se incrustaban en cuerpos ajenos.



Unas cinco personas con heridas mortales estaban en la entrada del antro, los clientes se agacharon para evitar ser impactados por el plomo, mientras que los pandilleros seguían con el fuego.

Entretanto, Chacho y Luchito, quedaron atrapados en la muchedumbre por estar de mirones, así que imposible ingresar a la casa de uno de los dos, demasiada gente huía,   eran tres kilos de carne y hueso  para usar la fuerza con el propósito de apartar al público.

Disparos, gritos, lágrimas, los pandilleros usaban escuadras Glock, fusiles M-16 y AK-47 para acabar con sus adversarios y en medio de la lucha sin cuartel, los fanáticos de Los Pasieros, afectados con un daño colateral.

Un pandillero de Ángeles Rojos, bajó la palanca de la energía eléctrica, los líderes de Los Intocables se encontraban en el evento, al escuchar los disparos sus escoltas los protegieron y sacaron del local.

Chacho logró cruzar la barrera humana, su amigo Luchito se quedó en el medio, así que el primero pensó que llegar hasta la puerta de su casa lo salvaría de la muerte segura.

No obstante, con la llave en su mano de la puerta de hierro, un pandillero de Los Intocables, se le colocó el frente, Chacho gritó que no lo matara, que no era pandillero y solo estaba con su amigo.



El pandillero abrió fuego con su Glock, la primera bala entró en el estómago, la segunda en la pierna derecha y la última en la frente.

Luego abrió los ojos, vio a sus amigos bailando, bebiendo y pasándola bien, Chacho se quedó dormido en una hamaca producto de la ingesta de licor, posteriormente se lo llevó Angélica hacia una de las habitaciones de su casa.

Ya pasó la pesadilla y empezaba lo rico entre Chacho y su nueva novia, Angélica, deseada por muchos y conquista por el recién asustado caballero.

 

Fotografías de Wolfgang de Pexels y archivo no relacionadas con la historia.

 

Sesenta minutos de vida

Stephanie compraba ropa en un centro comercial de la capital panameña cuando un hombre, vestido con traje de calle, le comunicó que solamente le quedaban sesenta minutos de vida y debía aprovechar.

Impresionada, nerviosa, sus pardos ojos fueron invadidos por un diluvio, sentía que su nevada piel mutó como un río de café, sus dientes bailaban y ropa quedó empapada del sudor.

Lloró durante cinco minutos, le quedaban cincuenta y cinco, luego se fue a una dulcería a comer helados con un bizcocho, terminó, miró a los clientes del gigantesco negocio y agachó la cabeza



Se preguntaba la razón de que, a sus 27 años, le quedara tan poco tiempo, en ese momento no le sobraba, tomó su móvil para llamar a su madre, sin embargo, la autora de sus días no respondió, ni su novio.

No sabía qué hacer, caminó hacia los estacionamientos, en la entrada había un chico de unos 20 años, Stephanie, le dijo que requería su ayuda, que la acompañara y no preguntara.

Ambos se subieron al vehículo, el joven quiso hablar, pero la mujer se lo impidió, movió el automotor a una esquina donde las cámaras no captaban, se despojó de sus prendas de vestir y el muchacho hizo lo mismo.

Un fuerte intercambio de fluidos, sin protección alguna, así que, a la pedrada con un sexo fuerte y duro, no importaba lo que acontecería si solo le quedaban cuarenta minutos en este mundo tan lleno de conflictos.

Terminaron de hacer el amor, le comunicó al imberbe que no hablara, tampoco le explicó la razón de que el muchacho tuviese una suerte que muchos aspiraban con la profesora de inglés y el hombre se marchó feliz.

Llegaron los 35 minutos, se fue hacia donde su madre, residente unos más de media hora del centro comercial, el reloj andaba a la velocidad de la luz y estaba a punto de morir.



Volvió a llamar a su madre y novio, no obstante, no contestaron, telefoneó a una amiga, quien sí respondió y la dama, en medio de una tormenta de lágrimas, le confesó su situación.

Gritos en ambas líneas, Stephanie no supo explicar la razón que le quedaran veinte minutos de vida.

Llegó hasta la cinta costera para observar la noche, si moría, sería contenta en una noche donde las estrellas saludaban a la fémina, el viento jugaba con las pencas, el ruido del tráfico no interrumpía sus nervios y lágrimas.

Quedaban diez minutos, Stephanie decidió adelantar los hechos, se fue a carro, entró, encendió el aire acondicionado, puso música de AC/DC, la canción Autopista al Infierno.

Abrió la guantera, sacó una pistola calibre 22 que la protegía de la delincuencia, posteriormente se la colocó en la sien derecha y abrió fuego.

La dama se despertó alterada, miccionó la cama y su cabello se encontraba mojado del sudor, pero estaba viva porque fue una pesadilla.

Imagen de Ron Lach y Pixabay de Pexels no relacionadas con la historia.

 

Mafe Quiñones

Empecé a laborar como diseñador gráfico del diario El Heraldo de Panamá, a principios del siglo XXI, recién graduado de la universidad, los 500 dólares mensuales de salario no era malo para un imberbe sin descendientes e hijo de papá y mamá, de 23 años.

A la semana fui a buscar una gaseosa por donde estaban los correctores porque allí había una tiendita, me atendió una dama de unos 35 años, cabello negro, piel canela y ojos pardos, delgada, pero muy linda.

Se presentó como María Fernanda Quiñones, profesora de español, fue muy amable, quedé de inmediato flechado, sin embargo, tuve una gran decepción cuando me informaron que la casi reina de belleza le gustaba su mismo sexo.



¡Mala leche la mía! La única que me gustó del diario, yo en busca de pareja y la que llamó la atención, bateaba para su propio equipo y no tuve más remedio que aceptar y mirar a otro lado.

Con el tiempo me hice muy amigo de Mafe, me daba consejos laborales, a veces almorzábamos juntos, algunos decían que era mi novia clandestina, aunque nunca fue cierto.

Admiraba su destreza para conquistar, no preguntaba sobre su vida privada, no me atrevía, lo consideraba demasiado personal y preferí no escarbar en ese asunto.

Mafe levantaba chicas blancas, chinas, rubias, mestizas, todas de cuerpo voluptuoso, anduvo que varias del trabajo, algunas con marido y novio, lo que me generaba un gusanillo de curiosidad.

¿Cómo ella podía conquistar y yo ni una escoba con falda me miraba o todo salía mal cuando una mujer me encantaba?



Pero la vida sigue igual, en diciembre, vino la fiesta de Navidad, fue un rumbón, los empleados del periódico disfrutamos y ya en tragos me atreví a preguntar a Mafe cuál era su secreto.

—Ustedes los hombres son como lobos cuando ven un rebaño de ovejas y a todas se las quieren comer. Fija tu objetivo, estúdiala, busca sus gustos, si tiene pareja escarba su lado débil. Hazte su aliado, dale un hombro para llorar y un pene parar enterrar—.

—¿Podré con Angelina? —

—Piensa con la cabeza de arriba, no la de abajo y verás que tendrás éxito—.

Llegó enero y seguí al pie de la letra, lo que me aconsejó Mafe con Angelina y acerté porque la mujer aceptó y se convirtió en mi novia.

Los varones del periódico se mostraron sorprendidos cuando se enteraron que Angelina era mi pareja, algunos supieron que mi asesora fue Mafe y nunca dije ni una sola palabra de los consejos de mi amiga.

Ella contaba con más calle que muchos varones y una táctica mejor usada que un hombre.

Imagen de Yan Krukau y Fauxels de Pexels, no relacionadas con la historia.

Aliska y Misha

Ambos adolescentes de 16 años eran vecinos de un edificio en la antigua ciudad de Stalingrado (hoy Volgogrado), usaban un fusil rudimentario para defender su hogar de los invasores alemanes que arrasaron parte de la geografía de la desaparecida Unión Soviética.

Corría el año 1941 cuando los tres millones de soldados alemanes invadieron el gigantesco país con el fin de apoderarse de sus recursos naturales, desaparecer el sistema comunista que regía a la URSS y contar con espacio vital para los ciudadanos alemanes.

Aliska y Misha, fueron parte de los voluntarios que defendieron la ciudad, con mínimo entrenamiento militar, ya que el Ejército Rojo fue casi decapitado por las purgas del dictador José Stalin.



Desde una fábrica, los chicos se unieron con otros soldados porque la lucha era en desventaja, los rusos casi sin fusiles, al caer muerto una unidad, otro recogía su arma de fuego para disparar contra el invasor germano.

No había amor entre los jóvenes, los unía el nacionalismo, defender su territorio y evitar que la población civil fuesen víctimas de las barbaridades de la Wehrmacht, quienes consideraban a los soviéticos como subhumanos.

Civiles fusilados, mujeres violadas, judíos soviéticos enviados a campos de concentración, cosechas robadas y la infraestructura destruida por la Luftwaffe, así que motivos sobraban para batallar.

El odio era grande, una ciudad sitiada, sin agua, energía eléctrica, con pocos alimentos, y constantemente bombardeada, generaba que cada alemán dado de baja por Aliska y Misha, fuese celebrado.



Sin embargo, el invasor descubrió el escondite, gracias al soplo de una quinta columna que vendió a su patria por tres latas de atún, un pedazo de pan, mermelada y chocolates.

Así que los alemanes enviaron un grupo de hombres al lugar desde donde mataban a los nazis, a los veinte minutos fueron descubiertos y empezó el tiroteo en la fábrica.

Aliska, Misha y su grupo solo contaban con fusiles, algunos de ellos tomados de los alemanes muertos, mientras que el invasor tenía morteros, cañones, granadas y ametralladores MG-42.

Ciento veinte hombres contra una docena, desventaja total, aunque para llegar al primer piso de la fábrica los alemanes perdieron treinta soldados y seguía la lucha.

Tras tres horas de combate, solo quedaron los adolescentes y tres hombres más, pelearon hasta que los cercaron, no hubo piedad del invasor y abrieron fuego hasta dejar como coladero al resto de los defensores.

Aliska y Misha junto con sus compañeros fallecieron, no obstante, cuatro años después la gran Alemania nazi fue derrotada por su peor adversario, murieron más de 20 millones de soviéticos, pero nunca dejaron de defender su patria.

Fotografías de archivos de la II GM no relacionadas con la historia.

 

 

La chiricana

Recién murió mi abuelita Tita, mi madre se fue con mi hermano mayor a la Florida, me quedé con mi primo Luis, quien laboraba en las Fuerzas de Defensa de Panamá con el rango de cabo, mientras yo era un nini porque no había trabajo.

La situación era difícil en el país, los bancos casi cerrados, había un bloqueo estadounidense que solo jodía a los pobres, no a la dictadura militar, los ricos tenían dinero para vivir, así que de vez en cuando realizaba una jornada para ganar unos dólares.

Vivía en un viejo caserón de madera, lleno de polillas y podridas, donde la hediondez de las aguas turbias burbujeaba y se mezclaban con el perfume de la marihuana que viajaba silenciosamente por el aire.



En esa vivienda casi a punto de caerse, residía María Librada, una chiricana, oriunda de Cerro Punta, hija de una señora que vino a laborar a la capital y fruto de una relación clandestina con un terrateniente de descendencia yugoslava de apellido Crakovic.

Muy delgada, y linda como un campo inmenso de nieve, con impresionantes ojos de pradera, cabello casi miel y una sonrisa espectacular, la mujer de 19 años, como yo, se convirtió en mi novia.

Los vecinos me respetaban, todos querían caerle como buitres para conquistarla, algunos usaban el serrucho para que me abandonara, no obstante, la chica estaba fiel a su cholito coclesano.

Cuando su madre se marchaba a trabajar, me colaba en su cuarto y hacíamos el amor todos los días, desconozco por qué no la embaracé porque mi idea era preñarla y asegurarla.

En la calle 27 del Chorrillo, donde vivíamos, había mucha actividad comercial de ventas de cervezas y pescado, los soldados estadounidenses llegaban a montón a comer el producto marino y también conquistar panameñas.



Con sus autos lujosos, libres de impuestos, promesas de matrimonio, las impresionaban con las viviendas pagadas con tributos de los estadounidenses y muchas caían ante la posibilidad de poseer una tarjeta verde.

Pasaron cinco meses y lo mismo con María Librada hasta que me contaron que la vieron platicando un domingo, cuando yo mataba un camarón, con un soldado yanqui, la montó en un Saab, convertible, color gris y se la llevó.

Le reclamé a mi novia, ella respondió que eran solo amigos, que el militar la ayudó con algo de dinero y alimentos comprados en la base de Clayton, víveres que le salían baratos a ellos solo por el vivir fuera de Estados Unidos.

Era imposible competir con ese huracán de beneficios, en ese momento mi futuro, como el de muchos panameños, era incierto, así que dos meses antes de la nefasta invasión militar de EE. UU. a Panamá, María Librada se casó con el yanqui.

Lloré como un chiquillo al enterarme, pero aprendí, a amar con el cerebro, no con el corazón. Jamás volví a tener noticias de  la chiricana.

 Imagen cortesía de Pixbay de Pexels y US Army no relacionadas con la historia.

 

 

 

Tarde de perros

Alfonso y Mariano, eran vecinos y amigos, en Tibás, Costa Rica, en tiempos buenos y malos, bebían cerveza cada uno con sus esposas, algunos parientes y otros parroquianos del barrio.

El primero laboraba como electricista en el Instituto Costarricense de Electricidad (ICE), mientras que el segundo se graduó en electromecánica y, aunque no era millonario, su labor le generaba buenos ingresos.

Un fin de semana, Mariano invitaba a Alfonso a consumir birras, asar pollo y carne y en alguna que otra ocasión lo pasaban en una casa que tenía una tía del electricista en Limón.

Casi pegadas se encontraban sus viviendas, todo transcurría de viento en popa hasta que a Alfonso le regalaron dos cachorros pastores alemanes, lo que Mariano no miró con buenos ojos porque odiaba a las mascotas.



Nadie se imaginaría que dos caballeros, que se adoraban como hermanos, llegarían a odiarse por dos canes, los ladridos de los animales generaban tanta molestia en Mariano porque le gustaba el silencio y los perros quebrantaron su tranquilidad.

Las mascotas crecieron, una noche Mariano salió del barrio México, tras visitar un cliente que el carro se le dañó, cuando iba a tomar el taxi lo sorprendieron los chapulines, le robaron y le dieron una golpiza que fue necesario trasladarlo en ambulancia al hospital.

Ya recuperado y con el fin de evitar se repitiera la historia porque a veces laboraba en las noches, se compró una pistola calibre 38, su protectora, para que la banda de niños, ladrones y asesinos, no lo pillara desprevenido.

Sin embargo, la enemistad con Alfonso seguía, no había reconciliación, por el contrario, el asunto empeoraba por los ladridos de Nano y Tete, como les llamaban sus amos a los pastores alemanes.



La tarde del 30 de diciembre de 1999, cuando el sol iniciaba su descanso, la brisa costarricense acentuaba el baile de las ramas, el sonido de los vehículos interrumpía el silencio y el azul cielo se transformaba oscuro, ocurrió lo inesperado.

 Alfonso recién llegó de su labor en su carro nuevo, sus mascotas lo vieron, corrieron hacia él, ladraron, lo que molestó a Mariano, quien salió a reclamar a su vecino que callara a los perros y el electromecánico se negó.

El electricista salió de su casa, saltó la cerca que separaba ambas propiedades, sacó su pistola, disparó contra los animales, cuando Mariano se acercó, abrió fuego y la bala impactó en la frente del electromecánico.

Al ver a su antiguo amigo muerto, Mariano se colocó el arma en su sien derecha, disparó y su cuerpo cayó en el estacionamiento de su vecino.

Las dos esposas corrieron en un mar de lágrimas para ver los cuerpos de sus maridos, tras el asesinato y suicidio.

A pocas horas de abrir las puertas a un nuevo siglo, los examigos y en tiempo pasado casi hermanos no lograron verlo por la fatal tarde de perros.

Fotografía de los pastores de Josef Fehér de Pexeles no relacionada con la historia.

Sueño de opio

 Arcadia Hall, sufrió los embates de viajar desde su natal Venezuela por varios puntos de la geografía colombiana, cruzar el peligroso tapón del Darién y finalmente llegar hasta México.

Su propósito fue el de cumplir con el sueño estadounidense proyectado en las pantallas de Hollywood y la televisión de ese país que se difundía por todo el globo terráqueo.

Arcadia, soñaba con ser rica, 22 años eran buenos para migrar desde Mérida, hacerse millonaria como exportaba la ciudad del cine o todo el que llegaba a Estados Unidos sería rico.

La joven juntó dinero, pagó su viaje, soportó la humillación de tres hombres que pisotearon su castidad, aunque debía cruzar el río Bravo para entrar hasta el paraíso.

Había que ingresar por Texas como fuese, era necesario pasar la página de la afrenta sufrida a su dignidad como dama, la esperanza, la riqueza y los sueños contenían más valor que lo vivido en el periplo.

Tras vencer los obstáculos, la dama logró cruzar la dura frontera, entre coyotes malvados, falta de agua y alimentos, no obstante, la fortaleza de su juventud la ayudó a llegar El Paso, San Diego y de allí a Los Ángeles.

Una prima suya la recogió en Skid Row, el paraíso de la pobreza en la cuna del capitalismo, con gran cantidad de indigentes, drogadictos, sin hogar y vagabundos.

El segundo obstáculo, la nula dominación de la lengua anglosajona empezaron a destruir su sueño porque solo había plazas laborales duras como lavar platos, limpiar oficinas, cocinas o apartamentos.



En su natal, Venezuela, 600 dólares semanales por ese tipo de trabajos la convertían en millonaria, sin embargo, en California se encontraba por debajo de la línea de la pobreza o en la pobreza extrema estadounidense, además debía laborar como mula.

Ironías de la vida, Arcadia salió de su país para huir de las carencias y terminó en tierras extranjeras siendo más pobre que los ciudadanos estadounidenses.

A los seis meses de vivir en California, la joven se encontraba sin papeles, sin futuro, con el corazón en la boca a cada momento que veía un policía, temía ser deportada, las cosas eran tan distintas, no como las películas del cine y la televisión.

Muy diferente a las narraciones de que obtendría un trabajo bien remunerado, tendría un carro convertible, casa o apartamento, tarjetas, cuentas bancarias y se dio cuenta de que había mucha explotación laboral con los indocumentados.



Decidió regresar a Venezuela porque muchas minas en el camino, embustes del cine, la televisión y un sueño de opio porque hasta el Departamento del Tesoro te agradece por abrir una cuenta bancaria.

Por supuesto, es necesario pagar muchos impuestos cuando se tienen más de 700 bases fuera del territorio continental y ser fanático de los juegos de guerra.

Foto de migrantes tomada de internet y de Paul Deetman de Pexels no relacionadas con la historia.

La prima de mi patrón

Llegué a trabajar a la casa de Rigoberto Díaz, un oligarca con mucha plata, negocios, tierras y acciones de empresas fuera de Panamá, ya que su familia tenía billete desde antes que este país se separara de Colombia.

La familia Díaz buscaba reconstruir una cancha de tenis y reparar una piscina, así que mi tío Mario me contrató con mi hermano Refugio para esa labor y la verdad es que me urgía por mis estudios de diseño gráfico.

Era un trabajo duro, cargar sacos de cemento, arena, piedra, colocar la madera para la fundación, así que salía reventado y directo al salón de clases.



A las dos semanas, por mi casa el agua se fue, solo contaba con una camisa limpia, así que con esa me fui a laborar, pero me la quité para no ensuciarla, el trabajo fue normal, hasta la hora del almuerzo, estaba debajo de un árbol y ocurrió lo sorprendente.

Una dama que dijo llamarse Gretl, me obsequió un jugo de naranja, pensé negarme, aunque me dio pena, lo acepté y se lo agradecí.

La mujer miraba mi musculatura, era como una princesa, ojos casi esmeralda, naturales, cabello negro y piel como un océano lácteo.

Gretl me dijo que era prima de Rigoberto, el dueño de la propiedad, ella sería quien nos pagaría la primera quincena porque toda la familia se fue a vacacionar a París, además me informó que se quedó por negocios y  una afección de su corazón le impedía viajar en avión.

Sentí algo de coquetería, mi tío observó todo desde lejos, después me advirtió que no jugara con fuego porque me quemaría, la fémina era casada, de 35 años, con dos hijos varones y muy fina.

Pensé precisamente que eso fue lo que le llamó la atención, un joven de 21 años, alto, mulato y que arrasaba con las mujeres de pueblo, sin embargo, jamás me imaginé que una rabiblanca se fijaría en mí.



Como me gustan los retos empezamos una relación oculta, ella me recogía en la facultad, luego nos dirigíamos a su apartamento en la urbanización Herbruger con el fin de hacer el amor.

El trabajo de reparación y remodelación  terminó, seguimos nuestra relación durante ocho meses más, la intimidad era muy fuerte, sabía que Gretl solo necesitaba sexo, me daba dinero a montón y me compró un carro.

Todo iba bien hasta que su marido se dio cuenta porque la mujer quedó preñada, y él se sometió a la vasectomía después que Gretl tuvo su último hijo.

La confianza era tanta con mi novia clandestina que no usaba métodos anticonceptivos ni yo preservativos.

No la he visto desde hace ocho meses, tampoco a mi hija, el esposo la amenazó con tomar serias represalias si volvía a verme.

Errores de juventud, tengo una niña y vivo con la impotencia de que aún no la conozco.

Fotografías de Cottonbro Studio de Pexels no relacionadas con la historia.

Una voz desconocida

Colaboración de Osiris González

Susana Acevedo se bañaba esa madrugada en su casa porque debía asistir al Centro Regional Universitario de Penonomé, ubicada a unos veinte minutos de su residencia.

Al salir de su vivienda, las calles se quedaron sin energía eléctrica, por lo que usó su móvil para alumbrar el camino que la llevaría hacia su centro de estudios superiores.

Era una oscuridad total, apenas alumbrada por la luna nueva, pero ella utilizó la luz de su celular, con algo de temor, aunque era fuerte, una dama sola caminando por las calles representaba peligro y muy latente.

Mientras andaba escuchó unos pasos, colocó su móvil en la calle, sin embargo, solo se apreciaba las gotas de lluvias que impactaban sobre las hojas resecas caídas de los árboles.



Unos metros más adelante los pasos se oían más fuertes, de pronto una voz le dijo que no mirara hacia atrás y siguiera, posteriormente alumbraron los primeros rayos del sol.

Llegó a la Universidad y al terminar las clases al mediodía, corrió hacia el televisor de la cafetería para ver el noticiero en el que informaban que encontraron muerto a un violador prófugo de la justicia, cerca de la vivienda de Susana.

Pasaron los años, Susana, ya diplomada de profesora de español, se preguntó siempre cuál fue esa voz de advertencia que la salvó del desalmado violador de la capital coclesana.

 Imagen cortesía del Centro Regional Universitario de Coclé no relacionada con la historia.

Como coladero

Fernando Rojas era un reconocido sicario, residente en San Javier, Medellín, temido, amado, envidiado, odiado y bien protegido porque hacía trabajo para los políticos y algunos narcos.

Con una sangre fría para asesinar, no conocía el remordimiento, su conciencia estaba congelada y carecía de sensibilidad, así que prácticamente el caballero se convirtió en una máquina de matar.

Hizo trabajos no solo en Medellín, sino en Cartagena de Indias, Bogotá, Valledupar, Barranquilla e incluso en ciudades pequeñas como Pereira, donde era difícil esconderse, Fernando logró escapar.



Vivía con Elizabeth, su mujer en una casa de la Comuna 13, ella lo atendía como un rey, la complacía en todos los caprichos que la fémina se le antojaba, pero los sicarios no tienen sentimientos, así que Fernando tenía otras mujeres.

Elizabeth, sabía que su marido le era infiel con otras féminas, no obstante, no le interesaba porque ningún hombre en todo Medellín le daría las comodidades y complacencias como Fernando.

El sicario había perdido la cuenta de los homicidios que cometió, pero desconocía que una de sus víctimas tenía un hijo que prometió cobrar venganza cuando identificara al asesino de su padre.

Tras diez años del homicidio, el chiquillo de 14 años ahora contaba con 24 abriles, nunca olvidó su juramento ante la tumba de su papá, sabía quién fue el autor intelectual y material de este acto.



Cuando Fernando se enteró de que uno de sus clientes fue ultimado de cinco tiros con silenciador, no se mostró nervioso, al contrario, fue desafiante porque se creía invencible y con el poder divino de ganar todas las batallas.

Dejó de usar escoltas.

Siguió con su vida de asesino y logró realizar varios trabajos en Panamá, España y Portugal, estuvo tres meses en Roma hasta que culminó su misión y retornó a la ciudad colombiana de las luces.

Una semana después de su regreso, el sicario se fue con su mujer a cenar en un restaurante en Poblado, antes de ingresar un hombre lo esperaba en la puerta principal, Fernando escuchó su nombre, miró y vio al varón con una pistola que lo apuntaba.

Fueron nueve disparos con silenciador, el primero en el estómago, en las piernas para que sufriera, los brazos y el último en la frente.

—Este último es en nombre de mi padre que asesinaste, hijo de puta—, manifestó muy suave y pausado el joven.

Elizabeth no dijo una sola palabra y fue un saco de nervios, el vengador caminó hacia un vehículo que lo esperaba y se marchó.

Nunca encontraron al responsable de matar al sicario, el gerente del negocio manifestó ante las autoridades que esa noche las cámaras de seguridad no funcionaron y Elizabeth declaró no reconocer al homicida por un bloqueo mental.

Nadie recordó ni lloró a Fernando, el sicario, cuyo cuerpo quedó como coladero de los nueve tiros que recibió.

Imagen de Cottonbro Studios y George Charry de Pexels no relacionadas con la historia.